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26.7.23

LAS MEMORIAS DE LA VIRGEN (X)

 Las memorias de la Virgen pueden ser obligatorias o libres. Como memorias obligatorias se celebran:

* Bienaventurada Virgen María Reina. El día 22 de agosto se celebra la memoria de Santa María Virgen, Reina. Es la prolongación jubilosa de la solemnidad de la Asunción, a los ocho días después.  Esta memoria fue instituida por Pío XII en 1954 para realzar la realeza de la Virgen, que no se contradice con su condición de sierva pues el que se humilla será ensalzado. El emplear la Iglesia estos términos de realeza y rey para Cristo hacen que estos términos cobren un nuevo sentido. La solemnidad  de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después y en la se contempla a aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre (MC 6). 

La memoria de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores el 15 de septiembre tiene su origen en el apostolado de la orden Servita y fue extendida a toda la iglesia por Pío VII en 1814. Los Siete Dolores de la Virgen, simbolizados en un corazón con siete puñales, hace alusión a siete dolores de la Virgen, sin especificar cuáles fueron éstos. El número en realidad no tiene importancia y manifiesta una influencia bíblica, dado que en la Biblia se emplea con frecuencia el número siete para simbolizar la indeterminación y la universalidad. Conmemorar los Siete Dolores de la Virgen equivaldría a celebrar todo el inmenso dolor de la Madre de Dios a través de su vida terrena. De todos modos, la piedad cristiana y la tradición suele especificar los dolores de la Virgen en los siguientes hechos: la profecía de Simeón; la huida a Egipto; la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los 12 años; el encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura; la agonía y la muerte de Jesús en la cruz; el descendimiento de la cruz; y la sepultura del cuerpo del Señor y la soledad de la Virgen.  Esta memoria fue introducida en el calendario universal por Pío VII en el siglo XIX siendo Pío X quien la situó en el 15 de septiembre. Es una memoria de origen devocional que remonta a la Edad Media. Tiene un gran contenido teológico: recuerda la presencia de María al pie de la cruz.  Al celebrarse al día siguiente de la Exaltación de la Cruz es una ocasión propicia para revivir el momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto al Hijo exaltado en la cruz a la madre que comparte su dolor (MC 7).

La memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario, que celebramos el 7 de octubre, fue instituida por Pío V tras la victoria de Lepanto sobre los turcos en 1571 y entró en el calendario universal en el siglo. XVIII. Hay que aclarar que el objeto de esta celebración no se basa en ningún pasaje evangélico y que el objeto de esta fiesta no es la devoción al rosario sino a la Virgen María. La Virgen, la que mejor supo guardar las enseñanzas de Jesús guardándolas en su corazón, debe ser para nosotros como una memoria continua del Evangelio.  De su mano podemos aprender a ser discípulos de Jesús.

La Presentación de la Bienaventurada Virgen María, que celebramos el 21 de noviembre, es una memoria muy celebrada en la Iglesia oriental. Recuerda la presentación de María en el Templo, al cumplir tres años. No hay que confundir esta memoria con la Presentación de Jesús al Templo. Tiene su origen en la Dedicación de la iglesia de Santa María la Nueva, junto al templo de Jerusalén, allá por el siglo VI. El papa Sixto V la extendió a toda la Iglesia en el año 1585. El contenido de la fiesta es la memoria del gozo de la hija de Sión que se consagra totalmente al Señor. Hace relación a la dedicación que la Virgen hizo de sí misma a Dios. No es un pasaje evangélico ya que tiene su base en los apócrifos (Protoevangelio de Santiago), pero si es posible que sucediera., siguiendo la tradición mosaica.

La memoria obligatoria más reciente ha sido introducida por el papa Francisco, disponiendo que se celebre cada año el lunes siguiente a Pentecostés la memoria de la  Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Según señala el Decreto, el Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año. Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos.

En una próxima entrega veremos las memorias libres.

 


24.7.23

Las fiestas de la Virgen (IX)

Una vez vistas las solemnidades de la Virgen pasamos a analizar la categoría litúrgica de las fiestas de la Virgen, en las cuales celebramos dos acontecimientos de su vida terrenal: la Natividad de la Virgen María el 8 de septiembre (fecha de comienzo del año litúrgico en la liturgia bizantina) y la Visitación (el 31 de mayo). Las fiestas se celebran dentro de su día natural y no comienzan en las Vísperas, como las solemnidades, aunque tienen lecturas y oraciones propias.   

La Natividad de la Bienaventurada Virgen María es una fiesta procedente de Oriente que celebramos el 8 de septiembre, Esta fiesta va unida a la dedicación de la iglesia de la Natividad de María en Jerusalén remontándose su antigüedad en Roma al menos al siglo VII. La «Marialis Cultus» dice que esta fiesta celebra esperanza para todo el mundo y aurora de salvación (MC 7). La Iglesia sólo celebra el nacimiento de tres santos: la Virgen, su esposo San José y san Juan Bautista, ambos estrechamente relacionados con Cristo. El día de la Natividad de María es la aurora, así como la Asunción es el triunfo final. La Iglesia ve en el nacimiento de la Virgen el comienzo de la salvación universal. Esta fecha del 8 de septiembre fue la que condicionó la de la Inmaculada, ya que nueve meses antes de su Natividad sería su Concepción Inmaculada, el 8 de diciembre.

El Martirologio nos dice: Fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado.

 La Visitación de la Bienaventurada Virgen María a su prima santa Isabel, que celebramos el 31 de mayo tiene su justificación en el Evangelio de Lucas (Lc 1, 39-56). Como fiesta fue instituida por Urbano VI en 1389 pero ya era celebrada por los franciscanos el 2 de julio desde el año 1263.  Se ha colocado antes de la solemnidad del nacimiento del Bautista por razones lógicas, desplazando la memoria de María Reina al 22 de agosto. La MC dice de esta fiesta que la liturgia recuerda a la Santísima Virgen que, llevando en su seno al Hijo, va a casa de Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador (MC 7). María aparece como portadora de Cristo. La actitud de alegría y alabanza hace exclamar a María su canto del Magnificat.

El Martirologio nos dice de la Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del «Magníficat».

En próximos artículos abordaremos las memorias de la Virgen.



19.7.23

MARÍA, MADRE DE JESÚS DE NAZARET. Sucinta biografía (IV)



Continuamos en este artículo conociendo lo poco que se sabe sobre la vida terrenal de María.

Al regreso de su visita a su prima santa Isabel, y después de la visita del ángel a José para explicarle el misterio de la concepción, se realizó la ceremonia religiosa y la fiesta de bodas de José y María, a partir de la cual empezarían a vivir juntos (Mt 1,24). La boda se celebraría en miércoles y duraría una semana, tal como era habitual en la tradición judía. Desde ese momento, María se ocuparía de las tareas domésticas, ir a por agua, tejer las ropas, preparar la comida y cosas por el estilo. Debido a las disposiciones romanas sobre el censo, José y María tuvieron que trasladarse a Belén (Lc 2,1) en donde nació Jesús probablemente en la primavera del año 4 a.C. A los ocho días, de acuerdo a la Ley mosaica, Jesús fue circuncidado (Lc 2,21). La circuncisión era un rito socio-religioso con un doble significado: por un lado el circunciso se incorporaba al pueblo de Dios y al mismo tiempo se les ponía un nombre, que hacía referencia a las virtudes que se le deseaban o esperaban de él. Solía hacerse en la intimidad del domicilio por una persona experta, ante la presencia de testigos y familiares y era el signo de la Alianza. A Jesús se le puso ese nombre porque fue el nombre que el ángel de la Anunciación dijo: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31).

A los 40 días del nacimiento, de acuerdo a la Ley mosaica, las mujeres debían purificarse del parto y María también lo hizo, por lo que los esposos fueron al templo de Jerusalén en donde presentaron al Niño y tuvo lugar el encuentro con la profetisa Ana y el anciano Simeón (Lc 2,22-38). Es lo que hoy celebramos como la entrañable fiesta de la Candelaria. Se entiende que la Virgen cumplió el rito de purificación por seguir la Ley, aunque no lo necesitara por ser la Siempre Limpia.
Los datos de cuándo regresó María y su familia a Nazaret no son claros, ya que por un lado Lucas, después de la presentación en el Templo nos indica que regresaron a Galilea, concretamente a la ciudad de Nazaret, donde el Niño crecía y se fortalecía (Lc 2, 40) mientras que Mateo nos presenta la llegada de los Magos de Oriente (Mt 2,1-11), la huida de la Sagrada Familia a Egipto (Mt 2,13-14), la muerte de los Inocentes (Mt 2,16) y sólo hasta la muerte de Herodes no regresan a Nazaret. Una posible reconstrucción de esta etapa de la vida de la Sagrada Familia podría ser así: tras la presentación de Jesús en el Templo, es posible que la Sagrada Familia regresara a Belén, lugar originario de José. En ese lugar permanecerían al menos hasta la visita de los Magos para huir a Egipto donde permanecerían por espacio de un periodo no concretado para después, avisado José en sueños por un ángel de la muerte de Herodes (Mt 2,19-21), regresar a Israel y posteriormente dirigirse de nuevo a Nazaret en donde transcurriría el resto de su vida hasta la manifestación pública de Jesús (Mt 2,22-23).

Desde ese momento la familia vivió de manera estable en Nazaret. Cada año, según la tradición judía, se hacía una peregrinación al Templo de Jerusalén tal como Lucas nos narra (Lc 2, 41). El mismo evangelista nos cuenta el episodio de la pérdida de Jesús en el Templo. Sucedió al cumplir los 12 años, que era la edad en la que se alcanzaba la ciudadanía y todos los derechos y obligaciones de un judío, Jesús fue llevado como de costumbre al Templo (Lc 2,42-50). Esta ocasión servirá a Jesús para recordarles a sus padres su misión y que Él es Hijo de Dios, destinado a ser la luz y la salvación del mundo. Después de este suceso, la vida de José y María transcurrirá normalmente en Nazaret y Jesús les estaba sumiso, mientras María guardaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2,51).

Durante este período, de acuerdo a una antigua tradición, suponemos que José murió santamente, posiblemente cuando Jesús habría tenido unos 25 años. Jesús, por entonces, ya sería un carpintero experimentado que trabajaría junto con su padre. La siguiente vez que aparece María citada es en las bodas de Canán (Jn 2,1-11), escena en la cual ya no se nombra a José como asistente a la misma, que de haber estado vivo seguro que hubiese acudido acompañando a su familia y así nos lo habrían transmitido los Evangelios. Se puede deducir que ya había fallecido.

Al comenzar Jesús su vida pública lo más probable, de acuerdo a la mayoría de los autores, es que María sólo de manera ocasional lo acompañara, por lo que su vida continuaría con normalidad en Nazaret. Sin embargo, no hay razón tampoco para dudar que Jesús la visitaría con mucha frecuencia sobre todo si tomamos en cuenta que la mayor parte de su ministerio lo realizó en Galilea. Un dato nos lo aporta el evangelista Mateo y sus paralelos en los sinópticos (Mt 12,46-50; Mc 3,31-34; Lc 8,19-21), en donde se nos narra que al menos una vez María fue a visitarle mientras ejercía su ministerio. Es muy posible que todos los años subiera con María a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Algunos autores piensan que de ser eso cierto lo más posible es que se quedara en casa de Lázaro, en Betania. María, posiblemente avisada por alguno de los discípulos, habría estado al tanto en todo el doble proceso religioso y político al que Cristo fue sometido y asimismo asistiría, con el mayor dolor, a la cruel Crucifixión de su Hijo. Finalmente, recibirá el cuerpo de Jesús descendido de la cruz por los Santos Varones y lo acompañaría hasta el sepulcro. Esa noche posiblemente habría regresado a casa de Lázaro en Betania.

Después de la Crucifixión de Jesús, la próxima referencia directa que tenemos sobre María es su presencia en Pentecostés, en donde, junto con los demás discípulos perseveraba en oración. La vida de María después de la Resurrección quedó unida a la naciente comunidad cristiana. Desde la muerte de Jesús viviría con san Juan y en estrecha comunión con los demás miembros de la Iglesia naciente. La veremos de nuevo en el Cenáculo, lugar en que se reunía con periodicidad la primera comunidad, orando y pidiendo el cumplimiento de la promesa del Espíritu Santo (Act 1,14). Después de Pentecostés no volveremos a tener referencia bíblica sobre su vida. Existen dos tradiciones que nos hablan de su residencia en Éfeso y otra en Jerusalén. El dogma de la Asunción nos dice que llegado el final de su vida terrena, María fue asunta al cielo en cuerpo y alma.

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN (VIII)

Continuamos esta serie de artículos dedicados al culto a la Virgen viendo el tercer dogma relacionado con la Virgen que se celebra como solemnidad.

La Asunción de la Virgen (15 de agosto) fue declarada dogma de fe el 1 de noviembre de 1950 por Pío XII, con estas palabras: Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial (Constitución Apostólica Munificentissimus Deus). El sentido de esta fiesta es que María asunta al cielo personifica el estado de gloria que tiene todos los que, como Ella, murieron en Cristo.

La MC dice al respecto: En la solemnidad del 15 de agosto celebramos la gloriosa Asunción de María al cielo, fiesta en la que recordamos su destino de plenitud y bienaventuranza, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la Humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quienes Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre (MC 6).

Esta creencia ya se venía aceptando desde el siglo VI, muy relacionada con la fiesta de la Dormición celebrada desde muy antiguo en las iglesias orientales. Desde el siglo VI se celebraba una fiesta en Jerusalén que pasaría a Occidente con el nombre de la Dormición de Santa María.

Además podemos añadir algunas fiestas del Señor, pero con gran contenido mariano, que son dos. Por un lado está la fiesta de la Presentación del Señor (Candelaria) que es hoy una festividad del Señor y así la ha retomado últimamente la liturgia, aunque su componente mariano (Purificación de la Virgen a los cuarenta días del parto) ha tenido bastante peso. Es también una de las más antiguas y en Occidente se celebra desde el siglo VII. La Purificación ya se celebraba en el rito judío a los 40 días del parto, o sea, en la cuarentena. Ese día, para cumplir la Ley Mosaica, los varones primogénitos debían ser ofrecidos a Dios y presentados en el Templo. La fecha católica de su celebración es la del 2 de febrero, a los 40 días después de Navidad y en esa fiesta conjuntamente recordamos la Presentación del Señor y la Purificación de la Virgen entendiendo esta purificación en lo referido a María como un trámite puramente legal que las mujeres judías debían cumplir según la ley mosaica. Es la fiesta de la Candelaria, así llamada por la velas que se encienden ritualmente ese día para indicar que Cristo es la luz de las naciones. En Jerusalén era la fiesta del Hypapante, del encuentro.

La Anunciación del Señor, el 25 de marzo, se celebra a los nueve meses antes del parto, que será el 25 de diciembre. Hoy es una solemnidad del Señor, pero con una gran contenido mariano que tiene en la Encarnación una de las imágenes más populares de la iconografía católica. La Iglesia ha celebrado este misterio en Adviento, fijándolo posteriormente, por razones cronológicas, nueve meses antes del Nacimiento. Actualmente la solemnidad se llama «Anunciación del Señor» y se puede considerar una fiesta conjunta de Cristo y la Virgen: del verbo que se hace Hijo de María y de la Virgen que se convierte en Madre de Dios (MC 6).

En próximos artículos abordaremos las fiestas de la Virgen y sus memorias.

18.7.23

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (VII)

Siguiendo con las solemnidades de la Virgen ahora abordamos el de su  Inmaculada Concepción, creencia piadosa defendida expresamente en Sevilla desde el siglo XVI y declarado dogma por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 mediante la Bula Ineffabilis Deus, día en que se celebra su solemnidad. Esta creencia está íntimamente ligada a la historia de muchas hermandades sevillanas, especialmente a la de Jesús Nazareno (vulgo el Silencio).  Sixto IV introdujo esta fiesta en el calendario romano en 1476. En el Misal de san Pío V figuraba sólo como memoria y no será hasta Pío IX en 1854 cuando se proclame como dogma y se celebre como solemnidad.

La concepción inmaculada de María era especialmente defendida por los franciscanos, siguiendo las enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por los dominicos  que seguían la enseñanza de Santo Tomás en el sentido de que sólo Cristo había estado libre del pecado original y que la Virgen fue purificada en el momento de su concepción. Si Cristo redimió a todos los hombres (redención universal) también redimió a María y si Ella no tuvo pecado original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Este razonamiento tomista implicaba que para que la redención fuese universal debía abarcar a toda la Humanidad incluyendo a la Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el llamado «pecado original» que todos los humanos, por el hecho de serlos, traemos al mundo y que se borra con el bautismo.

El dogma hay que entenderlo como un privilegio especial concedido a su Madre, ya que la Virgen tuvo una «redención profiláctica»: Cristo impidió que tuviese pecado pero ese hecho la Virgen se lo debe a Él, luego Ella fue también redimida, aunque de otra forma que el resto de los mortales (como el médico que cura al enfermo o impide preventivamente que alguien contraiga la enfermedad: en ambos casos el médico es quien cura).

En Sevilla hubo grandes controversias sobre el tema llegando a tomar esta idea proporciones de manifestaciones populares cuando en el sevillano convento de Regina, de frailes dominicos un 8 de septiembre de 1613, fiesta de la Natividad de la Virgen, un fraile profeso de ese convento se atrevió a afirmar públicamente que la Virgen María no había sido concebida sin pecado original sino que había sido concebida como ustedes y como yo y como Martín Lutero y que fue santificada después de nacer, contra la opinión extendida en la ciudad a favor de la defensa de la Inmaculada Concepción de María. Este sermón fue al parecer la chispa de un movimiento inmaculadista sin precedentes en la ciudad, que originó innumerables votos, procesiones y funciones a su favor. Incluso se escribieron unas letrillas que pronto se hicieron populares y que decían así:

                                       Aunque se empeñe Molina

                                       y los frailes de Regina

                                       al prior y al provincial,

                                       y al padre de los anteojos

                                       (tenga sacados los ojos

                                       y él colgado de un peral)                                       

                                       María fue concebida

                                       Sin pecado origina

Duros versos que dan una idea de la defensa acérrima de la Pura Concepción de María.

La llamada pía opinión, defensora de la idea de que la Virgen había sido concebida sin pecado original, era claramente defendida por los franciscanos (Duns Scoto), en unos debates que nacen en el siglo XII y en Sevilla era opinión mayoritaria como demuestra el hecho de que  el Cabildo de la catedral celebrara  la fiesta de la Inmaculada desde 1369. Scoto razonaba de la siguiente manera: dado que las Escrituras no aclaran si la Virgen fue o no concebida sin pecado original y que las opiniones sobre este tema pueden ser tres, él defendía la más favorable a la Virgen. Las tres opiniones se resumen en que o bien la Virgen fue concebida por sus padres, Joaquín y Ana, sin pecado original (pía opinión), o bien fue concebida con pecado original y purificada nada más nacer o que fue concebida con pecado original y fue purificada posteriormente.

En 1615 el movimiento inmaculadista en Sevilla llegó a tomar tintes casi de revuelta popular yendo una embajada a Roma encabezada por Mateo Vázquez de Leca y Bernardo del Toro para influir en el Papa al objeto de conseguir la proclamación del dogma, cosa que no lograron de Paulo V pero si al menos que no se defendiera en público la opinión contraria mediante la renovación que hizo el Papa de la Constitución de Sixto IV sobre la Concepción Inmaculada. Esto sucedió el 8 de diciembre de 1616. El poeta Miguel Cid compuso los famosísimos versos en defensa de la Inmaculada: Todo el mundo en general, a voces, Reina escogida, diga que sois concebida sin pecado original.

La posterior Bula de Clemente XIII de 14 de marzo de 1767 por la cual se declaraba a la Inmaculada Patrona principal y Universal de España y las Indias supuso un gran avance en la proclamación del dogma, ya en el S. XIX.

Esta solemnidad, en la que se permite el color azul en los ornamentos, se celebra justo nueve meses antes de la fiesta que celebra el nacimiento de la Virgen, la Natividad de María el 8 de septiembre, los nueve meses que van de la concepción al nacimiento.

 

17.7.23

Las Solemnidades de la Virgen. María, Madre de Dios. (VI)

 

Siguiendo con la serie de artículos sobre el culto a la Virgen abordamos ahora sus celebraciones de mayor importancia, sus solemnidades. Y antes de comentarlas hay que decir que el día más importantes del Año Litúrgico es el domingo pascual y el resto de los domingos, pascua semanal, son como un eco de ese gran domingo. La Iglesia, cuando quiere celebrar una fiesta que considera muy importante le da el nombre de solemnidad, que se celebra como si fuera un domingo: comienza en las Vísperas, tiene misa propia en el Misal, tres lecturas más el salmo, todo como un domingo y prefacio propio. También figura oficio propio en la Liturgia de las Horas.    

Las solemnidades de la Virgen son tres. La primera, cronológicamente hablando, se produce a raíz de la proclamación del dogma de la maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso del año 431 siendo a partir de entonces cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara. Mucho después aparece después el dogma de la Inmaculada Concepción de María en el siglo XIX y a mediados del siglo XX se proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma.

El 1 de enero de cada año celebramos la solemnidad de María, Madre de Dios –antes fiesta de la Circuncisión–. Es dogma de fe desde que el  Concilio de Éfeso en 431 así lo proclamara. Esta fiesta está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la santa Madre de Dios, por la que merecimos recibir al autor de la vida (MC 5). Ese día se celebra también la Jornada mundial por la Paz, instituida por Pablo VI.

Ocho días después del nacimiento de un niño los judíos practicaban el rito de  la circuncisión, signo visible de la pertenencia al pueblo escogido y de la Alianza con Yahvé, fiesta que la Iglesia recordaba en la octava de Navidad, primer día del año conjuntamente con la solemnidad de la Maternidad de María como Madre de Dios.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lc 2, 21). La Circuncisión del Señor es un tema que ha sido ampliamente tratado por la pintura, no faltando en nuestra ciudad buenos ejemplos de ello. Podemos citar al enorme lienzo de Roelas con ese tema pintado para el retablo mayor de la iglesia de la antigua Casa Profesa de los jesuitas en Sevilla, actual iglesia de la Anunciación y sede de la Hermandad del Valle, cuadro fechado en 1606 y que permanece en la citada iglesia. También, un siglo antes, Alejo Fernández pintó ese tema, hoy en el Museo sevillano. Hay toda una serie de leyendas y discusiones teológicas sobre el paradero y la existencia misma de la reliquia del Santo Prepucio muy curiosas.

Fue el Concilio de Éfeso –431– el que proclamó a María no solo como Madre de Cristo sino como Madre de Dios gracias entre otros a san Cirilo que defendió el dogma en contra de la opinión de Nestorio.  Así, María no es solo Madre de Cristo sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla se expone un cuadro del discípulo de Murillo, Francisco Meneses Osorio, fechado en 1701, donde se representa a san Cirilo en el Concilio de Éfeso defendiendo la Maternidad Divina de María, dejando ver un papel con las palabras  NON SOLUM MATER CHRISTI, SED THEOTOCOS.

 El título de la Virgen como Madre de Dios fue el primero que la Iglesia reconoció, siendo el último otro que también hace referencia a su aspecto de Madre, el de Madre de la Iglesia, que comentaremos más adelante.

Pero ya antes así se consideraba, como lo demuestra la antífona mariana Sub tuum praesídium, fechada sobre el año 250, la oración más antigua a la Virgen que se conoce. Es una prueba definitiva que muestra la anterioridad del título de Madre de Dios –Theotokos– al Concilio de Éfeso de 431. Evidentemente, este descubrimiento descolocó sobremanera a los teólogos protestantes, que consideran el culto a María como una invención tardía de la Iglesia Católica. La oración dice así:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen Gloriosa y Bendita!

 

16.7.23

EL CULTO A MARÍA (V)

 Tras haber conocido la vida terrenal de María abordamos ahora sus fiestas y el culto que la Iglesia la profesa.

Además de los grandes ciclos festivos, con el paso del tiempo van apareciendo otras festividades que no están dedicadas al Señor.

A la Virgen se dedica, desde tiempos remotos, un recuerdo especial el sábado, y más modernamente un mes, el de mayo. Se puede afirmar que es a raíz de la proclamación del dogma de la Maternidad Divina de María en el Concilio de Éfeso del año 431 cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara, aunque haya autores que remontan el culto mariano al siglo I y se manifiesta en Roma ya en el siglo II. En todo caso, parece claro que el culto oficial a la Virgen aparece después que del de los mártires.

La presencia actual de María en la Liturgia católica ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado por la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada Lumen Gentium, de 21 de noviembre de 1964, que dedica su capítulo VIII a la «Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia» y por otro lado la Exhortación Apostólica Marialis Cultus para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen, dada por el papa Pablo VI en Roma, el 2 de febrero de 1974. Juan Pablo II también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica Redemptoris Mater de 25 de marzo de 1987, y con las Misas de la Virgen María, que han completado esta presencia de María en la Liturgia católica, dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo lugar. Estas misas están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los santuarios marianos de la Cristiandad.

La presencia del culto a la Virgen en la Iglesia católica se deja ver:

En el AÑO LITÚRGICO.  La Virgen no tiene un ciclo propio dentro del Año Litúrgico. La SC del Vaticano II nos dice en el apartado 103: En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la BIENAVENTURADA MADRE DE DIOS, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y contempla, como en la más purísima imagen, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser. 

No obstante, hay un tiempo litúrgico en el cual la presencia de María es muy clara: en Adviento y Navidad. En Adviento se celebra la solemnidad de la Inmaculada el 8 de diciembre y en tiempo de Navidad la solemnidad de la María, Madre de Dios, el 1 de enero. La última semana del Adviento, en las ferias del  17 al 24 de diciembre, es toda una eclosión de María que se refleja en las lecturas y un momento especialmente apto para celebrar el culto a la Madre de Dios. La Cuaresma y el tiempo pascual tienen en la Liturgia actual escaso color mariano. Sin embargo, en Semana Santa la presencia de la Virgen al pie de la cruz se hace  patente, así como en Pentecostés, cuando los apóstoles, presididos por la Virgen, reciben el Espíritu.

En CADA DÍA se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística, que es el centro de la celebración, ya sea en numerosos prefacios o ya sea en las intercesiones cuando la Iglesia hace memoria de los Santos.  También se la recuerda en el Credo  y nació de Santa María Virgen– y en el acto penitencial –si se escoge  la fórmula del Yo Confieso en la frase por eso ruego a Santa María, siempre Virgen–. También en la antífona mariana que cierra el rezo de las Completas cada día.

En CADA SEMANA en la memoria libre antigua y discreta de Santa María en Sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas de Santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen –en las Liturgias orientales lo es el miércoles–. El fundamento de tal elección hay que buscarlo en la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece muerto, es el día en que la Fe y la Esperanza de la Iglesia estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. El Misal contiene seis misas del Común de Santa María Virgen para usar en la memoria de Santa María en sábado y en misas votivas. 

En el MES DE MAYO, tradicionalmente el pueblo cristiano ha tenido un recuerdo especialmente ligado a la memoria de María, nacido de elementos de la piedad popular. Al coincidir con el tiempo pascual, hay que saber conjugar la presencia de María con la de Cristo, ya que María es, en definitiva, el fruto más espléndido de la Pascua que nos trae Jesús.

Pero especialmente, a María se la recuerda en sus celebraciones propias, que son:

* cuatro solemnidades: María Madre de Dios, la Inmaculada Concepción y la Asunción. A estas se puede sumar la Anunciación del Señor, que se considera una solemnidad del Señor y de la Virgen, conjuntamente.

* tres fiestas: Natividad de María y Visitación. Se añade otra fiesta conjunta: la de la Presentación de Jesús en el templo. También, en el calendario español se suma Nuestra Señora del Pilar.

* once memorias: Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, Santa María Virgen Reina, Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia, y la Presentación de Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora del Carmen, bienaventurada Virgen María de Loreto y la Dedicación de la basílica de Santa María como memorias libres.

Hay que tener en cuenta que el Calendario Romano general no recoge las celebraciones marianas propias de las distintas iglesias locales y diócesis, que se suman a las que celebran las diferentes familias religiosas.