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26.12.15

CALENDARIO LITÜRGICO 2016

El domingo 29 de noviembre de 2015 comenzó el Adviento, dando pues comienzo un nuevo Año Litúrgico.
Cada año litúrgico comienza siempre en las vísperas del  domingo más próximo al 30 de noviembre, fiesta de San Andrés apóstol.
El domingo pascual, núcleo del año litúrgico, quedó fijado por el Concilio de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena que haya después del 22 de marzo. La  Pascua de Resurrección es, por lo tanto, una fiesta variable y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores) con su remate en la solemnidad de Pentecostés y el tiempo cuaresmal (cuarenta y cuatro días atrás si contamos desde el Miércoles de Ceniza al Jueves Santo), además de las solemnidades dependientes del domingo pascual y de Pentecostés: Ascensión, Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón. 
Este año que comienza es Ciclo C, año par.

En este nuevo año litúrgico, las festividades móviles quedan establecidas así:
I Domingo de Adviento: 29 de noviembre de 2015.
La Sagrada Familia: Domingo, 27  de diciembre de 2015. Fiesta.
Bautismo del Señor: Domingo, 10 de enero de 2016. Fiesta. Finaliza el tiempo de Navidad y comienza el Tiempo Ordinario, primera parte.
Miércoles de Ceniza: 10 de febrero de 2016. Comienza la Cuaresma.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: 20 de marzo de 2016.
Domingo de Resurrección: 27 de marzo de 2016. Comienza el Tiempo Pascual.
La Anunciación del Señor: Lunes 4 de abril de 2016. Solemnidad. Se pasa a este día ya que el 25 de marzo es Viernes Santo.
Ascensión del Señor: Domingo, 8 de mayo de 2016. Solemnidad.
Domingo de Pentecostés: 15 de mayo de 2016. Solemnidad. Termina el Tiempo Pascual. 
Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote: Jueves 19 de mayo. Fiesta.
Santísima Trinidad: Domingo, 22 de mayo de 2016. Solemnidad
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: Domingo, 29 de mayo de 2016. En Sevilla se mantiene la procesión y Liturgia el jueves anterior, 26 de mayo. Solemnidad.
Sagrado Corazón de Jesús: Viernes, 3 de junio de 2016. Solemnidad
Jesucristo, Rey del Universo: 20 de noviembre de 2016. Solemnidad
Navidad (25 de diciembre), Epifanía del Señor (6 de enero), Transfiguración del Señor (6 de agosto) y Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) tienen fecha fija, al  igual que las solemnidades y fiestas de la Virgen María: Inmaculada Concepción (8 de diciembre), Natividad de María (8 de septiembre), Maternidad Divina (1 de enero) y Asunción a los Cielos (15 de agosto).
En el año 2016, el Tiempo Ordinario comprende 33 semanas, de las cuales las cinco primeras se celebran antes de Cuaresma, comenzando el 11de enero, lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, hasta el 9 de febrero, día anterior al Miércoles de Ceniza. Se reanuda de nuevo el tiempo ordinario con la VII semana, el día 16 de mayo, lunes después del domingo de Pentecostés, hasta el sábado 26 de noviembre, vísperas del I Domingo de Adviento del nuevo Año Litúrgico. Este año se omite la VI semana del Tiempo Ordinario.
Otras fechas importantes en la diócesis de Sevilla son las referidas al Año de la Misericordia. Se abrió el 13 de diciembre de 2015 y se cerrará el 13 de noviembre de 2016, en la catedral.
El Miércoles de Ceniza tendrá lugar el envío de los «misioneros de la misericordia», sacerdotes que tendrán la facultad de perdonar los pecados reservados a la Santa Sede.
El 12 de febrero de 2016 se inaugurará una exposición en la catedral de Sevilla que será «una catequesis textual y visual» a través de las obras de arte del templo metropolitano y del Palacio Arzobispal, cuyo comisario será Joaquín de la Peña.
Del 4 al 5 de marzo de 2016 tendrá lugar la iniciativa «24 horas para el Señor» con la Exposición del Santísimo en todos los templos jubilares de la Archidiócesis
El 5 de noviembre la imagen de Jesús del Gran Poder presidirá en la catedral el Jubileo de las hermandades de la archidiócesis de Sevilla.

FIESTAS DE PRECEPTO EN ESPAÑA
- 1 enero: Santa María, Madre de Dios. Solemnidad
- 6 enero: Epifanía del Señor. Solemnidad
- 19 marzo: San José, esposo de la Virgen María. Solemnidad
- 25 julio: Santiago, apóstol. Solemnidad en España
- 15 agosto: La Asunción de la Virgen María. Solemnidad
- 1 noviembre: Todos los Santos. Solemnidad
- 8 diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María. Solemnidad
- 25 diciembre: La Natividad del Señor. Solemnidad

Cada diócesis debe añadir las fiestas que acuerde el obispo.
Recordamos que son días de abstinencia TODOS los viernes del año, no solo los de Cuaresma y ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La ley de la abstinencia obliga a todos los mayores de 14 años en adelante y la del ayuno a los mayores de edad hasta los 59 años (CDC cánones 1251 y siguientes).

LIBROS QUE SE UTILIZAN DURANTE ESTE AÑO
Este año litúrgico nos ofrece la novedad de la renovación de los leccionarios, aunque hasta el 8 de septiembre de 2016 se pueden seguir usando los anteriores.

Liturgia de las Horas
Volumen I, II, III y IV y Diurnal
Misa
Misal Romano.
Leccionario III: ciclo C (domingos) o bien Leccionario I C.
Leccionario VII: Ferias de Tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua o bien Leccionario II.
Leccionario IV: Ferias del Tiempo Ordinario o bien Leccionario III Año par.
Leccionario V: Santoral.
Leccionario VI, cuando se precise (misas votivas y por diversas necesidades)
Leccionario VIII: Rituales.
Leccionario IX: Misas con niños.
Oración de los fieles
Libro de la Sede



27.11.15

LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO [1]

El pasado domingo 22 de noviembre de 2015, la Iglesia celebró la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, último domingo del Tiempo Ordinario.
Esta solemnidad fue instituida por Pío XI mediante la Encíclica Quas primas, publicada el 11 de diciembre de 1925, con el fin de afirmar en una sociedad, cada vez más secularizada, la soberanía de Cristo.
En la encíclica, el Papa fijaba la fiesta para el último domingo de octubre, con estas palabras: Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos[2].
Sin embargo, desde la reforma litúrgica del Vaticano II, con la publicación del Motu Proprio que aprobaba la NUAL[3] y el Calendario, en 1969,  la solemnidad se trasladó al último domingo del Tiempo Ordinario, como colofón al Año Litúrgico.
Pero no sólo se cambió de fecha, sino que también se le dio un aire nuevo: del cierto carácter militar, de soberanía y victoria se ha pasado a celebrar un reino de paz y de amor, de un reinado en el corazón del hombre. Jesucristo ha venido a instaurar un reino de justicia, paz y santidad.
Y podemos preguntarnos ¿por qué la Iglesia instituyó esta solemnidad? El momento histórico en el que se creó fue dentro de un año jubilar y en el XVI Centenario del Concilio de Nicea. El Papa manda que Cristo Rey sea  honrado por todos los católicos del mundo, para poner un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos[4]. La institución de la fiesta tiene, pues, una finalidad pedagógica espiritual: ante el avance del ateísmo y de la secularización, el Papa  quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y sus instituciones.
Como respuesta a ese laicismo que ya comenzaba a ser llamativo, el Papa respondió con la afirmación de la supremacía de Cristo Rey. Cristo reina ahora y siempre. La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, sintetiza el misterio de la salvación. Cristo es el Rey del universo y de la historia. La fiesta invita a ver a Cristo como el centro de la vida cristiana y como Señor del mundo. Es, pues, una fiesta de hondo contenido teológico.
Y tuvo sus detractores, que la consideraban innecesaria, dado que la fiesta se celebraba ya, implícitamente, en Epifanía, Pascua y Ascensión, que son también fiestas de Cristo Rey.
Como adelantamos,  la fiesta, en la nueva liturgia renovada del Vaticano II ha sido reinterpretada, dándole un sentido más cósmico y escatológico, y se ha ampliado y enriquecido el sentido de rey, incluyendo todo el universo y cambiando el título original y oscuro ─Fiesta de Cristo Rey─ , alumbrando de este modo a toda la creación[5]. Es un Reino de misericordia para un mundo cada vez más inmisericorde, y de amor hacia todos los hombres por encima de ópticas particularistas. Es el Reino que merece la pena desear.
En los aspectos litúrgicos, el leccionario nos proporciona la teología bíblica de la solemnidad. Con el triple ciclo de lecturas dominicales ─ciclos  A, B o C─, nueve en total, se profundiza en el sentido de la realeza de Cristo.
Los Evangelios son muy apropiados: en el ciclo A se nos presenta a Cristo como pastor de la humanidad y juez de vivos y muertos[6]; en el ciclo B Jesús, ante Pilatos, afirma que su reino no es de este mundo[7]; en el ciclo C Jesús se nos muestra en la Cruz, con la inscripción de Rey de los Judíos[8].  
El color que la liturgia dispone para la solemnidad es el blanco.
La misa tiene antífonas y oraciones propias, incluido su prefacio, que se atribuye al papa Pío XI[9]. La oración colecta denota claramente el cambio de orientación en la fiesta: de pedir que todos los pueblos se sometan al suavísimo imperio del reino de Cristo, ahora se pide a Dios que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin[10].




[1] Artículo publicado en el Boletín de las Cofradías de Sevilla de noviembre de 2015.
[2] Quas Primas, 30.
[3] Normas Universales sobre el Año Litúrgico
[4] Quas Primas, 23.
[5] FLORES, Juan Javier, Las fiestas del Señor, Editorial San Pablo, Madrid 1994, Pág. 59.
[6] Mt 25, 31-46
[7] Jn 18, 33b-37
[8] Lc 23, 35-43
[9] Misal Romano, Pág. 403.
[10] Oración Colecta de la misa.

12.11.15

LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS


       Antes de comenzar habría que preguntarse ¿qué sentido                  tienen los sufragios que se ofrecen por los difuntos?
Nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. Así, la Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas de los difuntos, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de ellos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios más frecuentes son el ofrecimiento de Misas, pero también pueden consistir en oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos. Sufragios son, en lenguaje litúrgico, los actos piadosos que se realizan para ayudar a los difuntos.
La OGMR[1] trata, en sus apartados del 335 al 341 sobre la Misas de difuntos. Dice así: El sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo lo ofrece la Iglesia por los difuntos, a fin de que, por la intercomunión de todos los miembros de Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros acarrea  el consuelo de la esperanza.
También hay que distinguir entre una Misa de difuntos en sentido estricto y en aplicar la Misa ordinaria del día por un difunto.
Las Misas de difuntos tienen sus formularios propios en el Misal y sus lecturas propias en el Leccionario VIII. El color de las vestiduras es el morado. No todos los días se pueden celebrar Misas de difuntos: el calendario litúrgico-pastoral pone cuando pueden o no pueden celebrarse, extremo que no vamos a dilucidar ahora por ser un poco engorroso.
También, el Misal aconseja que el sacerdote sea moderado en  preferir las Misas de difuntos, ya que cualquier Misa se ofrece de igual modo por los vivos y por lo difuntos, y en cualquier formulario de la Plegaria eucarística se contiene el recuerdo de los difuntos[2].
Entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial, que se puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Se entiende por Misa exequial ─del latín exsequi, exsequia que significa seguir, acompañar─ aquella en la que la comunidad cristiana acompaña a sus difuntos y los encomienda a la bondad de Dios. En sentido estricto sería aquella Misa en la que está presente el difunto recién fallecido o también la primera Misa ofrecida por él.
En esa Misa debe hacerse una pequeña homilía, excluyendo los elogios fúnebres. Si la Misa exequial está directamente unida con el rito de las exequias, una vez dicha la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida; este rito solamente se hace cuando está presente el cadáver. También la Misa del primer aniversario del fallecimiento tiene una especial consideración litúrgica.
Las otras Misas de difuntos, o Misas cotidianas, son en las que solamente se hace mención del difunto  en las oraciones.
El Misal exhorta a los fieles, sobre todo a los familiares del difunto, a que participen en el sacrificio eucarístico ofrecido por él, también acercándose a la Comunión. También han de tenerse en cuenta al ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difun­tos, sobre todo la Misa exequial, los motivos pastorales respecto al difunto, a su familia, a los presentes.
Finaliza lo dispuesto sobre las Misas de difuntos exhortando a los sacerdotes a que pongan especial cuidado con aquellas personas que asisten a las celebra­ciones litúrgicas y oyen el Evangelio, personas que pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso pueden haber perdido la fe. Se recuerda a los sacer­dotes que son ministros del Evangelio de Cristo para todos.
Terminamos añadiendo que la llamada Misa de Réquiem ─palabra latina que significa descanso─, y que tantas composiciones musicales de calidad ha tenido a lo largo de la historia, no es ni más ni menos que la Misa de difuntos, que es la primera palabra del canto de entrada clásico en las Misas de difuntos  ─réquiem aeternam dona eis Domine ─dales, Señor, el descanso eterno─ y de ahí ha tomado ese nombre. 





[1] Ordenación General del Misal Romano
[2] OGMR 316


31.10.15

LOS RENOVADOS LIBROS LITÚRGICOS: EL NUEVO LECCIONARIO

Antes de comenzar a leer este artículo sepa el lector que lo relatado se refiere a las disposiciones de la Conferencia Episcopal Española, no es por tanto de aplicación al resto de paises. 
Como ya ha trascendido, la Iglesia española va a proceder a sustituir, poco a poco, todos los libros litúrgicos que tienen lecturas y referencias bíblicas: leccionarios, rituales, Liturgia de las Horas y el propio Misal. Antes de seguir habría que preguntarse: ¿por qué hay que cambiarlos, con el lío y el gasto que esa sustitución supone?
Es evidente que no obedece a ningún capricho. Los nuevos leccionarios responden a la versión oficial de la Biblia, que fue aprobada el  25 de noviembre de 2008 en la  CCXI Asamblea Plenaria del episcopado español.   Posteriormente, el  29 de junio de 2010 la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos dio su conformidad a esta traducción bíblica, que tras algunos cambios introducidos, reconoció con el decreto del 22 de agosto de 2014 como la versión definitiva a esta Biblia como texto litúrgico oficial.
Consecuencia: todas las citas y lecturas bíblicas que se hagan a partir de ahora tienen que tener su referencia a la nueva Biblia oficial.  Por primera vez, la Iglesia en España cuenta con una traducción de la Biblia al español reconocida como la oficial para ser utilizada en las actividades propias de su obra evangelizadora, Biblia publicada por la BAC.
La editorial Libros Litúrgicos, del servicio de Publicaciones de la Conferencia Episcopal Española, será la encargada de ir publicando los libros litúrgicos, comenzando por tres nuevos leccionarios oficiales en español para la celebración de la Misa. Se trata del Leccionario I (C) para las misas de los domingos y fiestas del Señor, del ciclo C;  el Leccionario II para las celebraciones de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua y el Leccionario III, para las misas del Tiempo ordinario de los años pares. ¿Por qué salen primero esos tres leccionarios? Pues porque son los que van a necesitarse para el nuevo Año Litúrgico que comienza el próximo 29 de noviembre de 2015. Se espera que estén a la venta antes del comienzo del nuevo Año Litúrgico, o sea, durante el mes de noviembre de 2015
Estos leccionarios, que han sido elaborados por la Comisión Episcopal de Liturgia a partir de los textos de la Sagrada Biblia en su versión oficial, se convierten en los libros oficiales en castellano para todas las diócesis de España .
Y ahora algunas preguntas.
¿Cuándo entran en vigor? Pues desde el momento de su publicación. Y hay un periodo de transición, en el que se pueden seguir usando los actuales, periodo que termina el 8 de septiembre de 2016, fecha en la que su uso será obligatorio. La fecha no es caprichosa tampoco: es la que hace un año del decreto del 8 de septiembre de 2015 en el que se dispone que los nuevos leccionarios deben ser considerados oficiales para su uso litúrgico en todas las diócesis de España y da un año para implantarlos.
¿Dónde se pueden adquirir? Podrán adquirirse en las librerías especializadas en temas religiosos..
¿Cuándo se publicarán el resto de los libros? Pues está previsto que sea a lo largo del próximo año 2016, en el que se publicarán el resto de los leccionarios y la tercera edición oficial para España del Misal Romano. Más tarde, tendrá lugar la progresiva publicación de los diferentes rituales y de la Liturgia de las Horas, de acuerdo con los nuevos textos bíblicos y eucológicos.
Y ¿qué pasa con el calendario litúrgico-pastoral para 2015-2016? Pues las referencias a las lecturas de cada día vienen, en primer lugar, para los leccionarios actuales y, además, con las referencias a los nuevos leccionarios en segundo lugar ─o bien─. Así pues, que no cunda el pánico. En algunos casos, sólo viene la referencia al leccionario actual ya que todavía no hay otro alternativo, como el caso del Leccionario V.
Pero no sólo hay cambios en el contenido; también los cambios afectan a  forma. Así, lo más llamativo es la nueva numeración de los leccionarios,  que quedará de la siguiente manera:
I (A) – (antes I A): domingos y fiestas del Señor año A
I (B) – (antes II B): domingos y fiestas del Señor año B
I (C) – (antes III C): domingos y fiestas del Señor año C
II – (antes VII): ferias de Adviento, Navidad, Cuaresma y Tiempo pascual
III (par) – (antes IV): ferias del Tiempo ordinario de los años pares
III (impar) – (antes IV): ferias del Tiempo ordinario de los años impares
IV – (antes V): Propio de los santos y Misas comunes
V – (antes VIII): Misas rituales y Misas de difuntos
VI – (antes VI): Misas por diversas necesidades y Misas votivas
VII – (antes IX): Misas con niños
Una novedad de la nueva distribución de los leccionarios es que el volumen IV, que hasta ahora incluía las lecturas de la misa del Tiempo Ordinario para años pares e impares, se transforma en dos volúmenes, con el número III, uno para el año par y otro para el año impar.
También habrá novedades en su edición en cuanto al formato, la maquetación y la encuadernación, incluido un estuche para cada libro para su mejor cuidado y conservación...y en el precio, que estará unificado a 40 euros cada ejemplar.




12.10.15

LOS CANTOS DE LA MISA

El canto tiene el deseo de hacer participar al pueblo en los actos litúrgicos. La función de un coro en la celebración litúrgica, al igual que el resto de la música, tiene varias vertientes:
*Función ornamental y artística
*Función dinámica, ya que sirve para unir los corazones.
*Favorece la participación, como consecuencia de lo anterior.
* Función ministerial, ya que se encuentra al servicio de la acción litúrgica.
El canto del coro debe tener un principio rector: que no excluya  el canto del pueblo, ya que los fieles no vamos a la celebración eucarística para oír conciertos que otros interpretan sino a participar y vivir. No se debe confiar al coro el canto de toda la Misa, excluyendo al pueblo de la participación activa. Lo anterior no excluye que, en ocasiones muy solemnes como una Función Principal de Instituto, pueda y deba cantar una coral o capilla e incluso algún solista. También, el celebrante y el diputado de cultos deben estar coordinados con los cantores, para que no se produzcan interferencias mutuas.
Hay partes de la Misa que siempre deberían ser cantadas: me refiero a la antífona de respuesta al salmo y el propio salmo, así como el Santo. Recitar el salmo equivale a recitar un villancico en vez de cantarlo. No obstante, la falta de salmistas y, en general, de cantores adecuados hace de esta parte de la Liturgia una asignatura pendiente y sin visos de solución.
En la Misa el pueblo puede cantar: el canto de entrada, la respuesta al saludo inicial, el canto de aspersión cuando lo hay, los Kyries, el Gloria, el Amen conclusivo de la oración Colecta, el salmo responsorial, el Aleluya, el Credo, la respuesta a la Oración de los fieles, durante la presentación de las ofrendas, el diálogo del Prefacio, el Sanctus, las aclamaciones a la Plegaria eucarística con el Amen conclusivo, el Padrenuestro, su aclamación al Cordero de Dios, durante la comunión y en la bendición.
Hay cantos que son un rito por sí mismos, como el Gloria, el Salmo Responsorial, el Aleluya o el Sanctus. Otros, en cambio, sirven para acompañar a un rito, como el Canto de Entrada, el del Ofertorio o el Cordero de Dios.
Puntualizamos algunos detalles. El canto de entrada se comienza mientras entra el sacerdote y los ministros. Es bueno coordinarse de manera que, cuando el sacerdote entre, ya esté comenzado para que el pueblo reciba cantando la procesión del sacerdote y sus ministros.
Tras el acto penitencial, los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia cantando, todos, el Señor ten piedad. Cada aclamación se repite dos veces como norma.
El Gloria lo entona el sacerdote o un cantor o el coro y lo cantan todos juntos o el pueblo alternando con los cantores, o sólo el coro. Si no se canta, se recita.
El Salmo se ha de procurar que se cante íntegramente o, al menos, la respuesta que corresponde al pueblo.
El Aleluya es un rito en sí mismo, y lo canta todo el pueblo en pie;  el verso lo canta un cantor o el coro. Si no se canta, puede omitirse.
El Credo lo ha de cantar o recitar el sacerdote junto con el pueblo.
En la Oración de los Fieles, el pueblo en pie puede responder a las peticiones cantando la invocación.
Al comienzo de la liturgia eucarística se pueden llevan al altar los dones en procesión, pudiéndose aportar otras donaciones para los pobres o para la Iglesia. Esta procesión se acompaña con el canto del Ofertorio. Este rito del ofertorio siempre puede acompañarse de canto, aunque no haya procesión de los dones. Y añado, las frases que a veces pronuncia un lector, explicando la intención o el significado de los dones que se aportan mientras se llevan al altar, sobran.
 El Santo lo canta todo el pueblo con el sacerdote.
El Padrenuestro se canta por el pueblo junto al sacerdote, mientras que la invitación a orar ─Fieles a la recomendación del Salvador...─ y el embolismo ─Líbranos de todos los males...─ lo canta el sacerdote. El pueblo le responde cantando la doxología ─Tuyo es el Reino... ─.
A continuación sigue el rito de la paz, rito para el que la Liturgia no contempla ningún canto, aunque se ha puesto de moda un canto de la paz.
A la fracción del pan se canta el Cordero de Dios por el coro o un cantor, respondiendo el pueblo. Se puede repetir cuantas veces sea necesario, concluyendo siempre con el danos la paz.   
El canto de comunión comienza mientras el sacerdote comulga el Sacramento, prolongándose mientras comulgan los fieles. Lo canta el coro, o también el coro o un cantor con el pueblo.
Tras la bendición, a la que el pueblo responde con un Amen, se nos da la despedida por el diácono o el sacerdote, al que se responde cantando el Demos gracias a Dios  y se comienza la procesión de salida, en la que no se contempla ningún canto, aunque también sea costumbre generalizada despedir al cortejo con un canto.
También hay que hacer notar que, en igualdad de circunstancias, el canto gregoriano tiene un puesto de honor entre todos los demás, seguido de la polifonía, sin que se excluyan otros géneros musicales. El instrumento musical por excelencia de la Liturgia es el órgano.
Los principales documentos sobre la música litúrgica que el siglo XX nos ha dejado son varios. Podemos citar:
* el motu propio Tra le Sollecitudini de san Pío X (22-11-1903)
* la encíclica Musicae Sacrae disciplina de Pío XII (25-12-1955)
* la Instrucción sobre la Música sagrada de la Sagrada Congregación de Ritos (3-9-1958)
* la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, la cual dedica su capítulo VI a la música.
* Como documento postconciliar destacaremos la instrucción Musicam Sacram (5-3-1967).

Para terminar podemos citar también las orientaciones que sobre música litúrgica nos da el Misal Romano (OGMR), el Orden de las Lecturas de la Misa (OLM), la Ordenación General de la Liturgia de las Horas (OGLH), el Ceremonial de los Obispos y la Instrucción sobre La Liturgia romana y la Inculturación (25-1-1994) así como el Cantoral Litúrgico Nacional, que recoge los principales cantos de la Misa para los diferentes tiempos litúrgicos y otros temas.

7.7.15

SOBRE EL RITO DE LA PAZ EN LA MISA

Recientemente, el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, ha escrito una carta pastoral dedicada a comentar y glosar la Carta Circular sobre El significado ritual del don de la paz en la Misa, publicada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que preside el cardenal Antonio Canizares Llovera como Prefecto
La carta en realidad lleva más de un año de vigencia, ya que se aprobó el 8 de junio de 2014, en la solemnidad de Pentecostés. Comienza así:
«La paz os dejo, mi paz os doy», son las palabras con las que Jesús promete a sus discípulos reunidos en el cenáculo, antes de afrontar la pasión, el don de la paz, para infundirles la gozosa certeza de su presencia permanente. Después de su resurrección, el Señor lleva a cabo su promesa presentándose en medio de ellos, en el lugar en el que se encontraban por temor a los Judíos, diciendo: «¡Paz a vosotros!». La paz, fruto de la Redención que Cristo ha traído al mundo con su muerte y resurrección, es el don que el Resucitado sigue ofreciendo hoy a su Iglesia, reunida para la celebración de la Eucaristía, de modo que pueda testimoniarla en la vida de cada día.
La carta justifica sobradamente el rito en el momento en que ahora se realiza, entre el Padre Nuestro, al cual se une mediante el embolismo que prepara al gesto de la paz, y la fracción del pan, durante la cual se implora al Cordero de Dios que nos dé su paz, dado que esa es la tradición litúrgica romana y tiene un significado teológico propio. Con este gesto, que «significa la paz, la comunión y la caridad», la Iglesia «implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental», es decir, la Comunión en el Cuerpo de Cristo Señor.
Pero, dado que el rito está alcanzando, en algunas celebraciones, una exageración desmesurada, se ve oportuno recordar el sentido primitivo del mismo, dado que el Sínodo de los Obispos ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede provocar cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos.
Así pues, en resumen, se recuerda que:
* El rito debe cuidarse y hacerse con sentido religioso y sobriedad.
* Debe mantenerse en el lugar que ocupa actualmente en la Misa, o sea, antes de la Comunión.
* Es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar rutinariamente a darse la paz, tal como dispone la OGMR (154): Luego, según las circunstancias, el sacerdote añade: Dense fraternalmente la paz. Es más, si prevé que tal intercambio no se llevara a cabo adecuadamente por circunstancias concretas, o se piensa que pedagógicamente es más conveniente no realizarlo, el signo no sólo se puede omitir sino que, en ocasiones, debe omitirse.
* Deben evitarse los siguientes abusos:
- La introducción de un “canto para la paz”, inexistente en el Rito romano.
- Los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz, con el consiguiente desorden que se organiza. Se debe dar la paz a los más cercanos.
- El que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a algunos fieles. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero permaneciendo siempre dentro del presbiterio para que la celebración no se perturbe. Haga del mismo modo si por alguna causa razonable desea dar la paz a unos pocos fieles (OGMR 154)..
- Que en algunas circunstancias, como la solemnidad de Pascua o de Navidad, o durante las celebraciones rituales, como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el Matrimonio, las sagradas Ordenes, las Profesiones religiosas o las Exequias, el darse la paz sea ocasión para felicitar o expresar condolencias entre los presentes.
Finalmente, la carta invita a todas la Conferencias de los Obispos a preparar catequesis litúrgicas sobre el significado del rito de la paz en la liturgia romana y sobre su correcto desarrollo en la celebración de la Santa Misa.
Conseguir hoy un compromiso serio de los católicos de cara a la construcción de un mundo más justo y pacifico implica una comprensión más profunda del significado cristiano de la paz y de su expresión en la celebración litúrgica. La carta invita con insistencia a dar pasos eficaces en tal materia, ya que de ello depende la calidad de nuestra participación eucarística y el que nos veamos incluidos entre los que merecen la gracia prometida en las bienaventuranzas a los que trabajan y construyen la paz.
Los interesados pueden consultar la Carta completa y la del nuestro arzobispo en:

http://www.vidasacerdotal.org/index.php/otros-documentos/congr-para-el-culto-divino/483-carta-circular-el-significado-ritual-del-don-de-la-paz-en-la-misa.html


http://www.archisevilla.org/daos-fraternalmente-la-paz/

21.6.15

LA SEÑAL DE LA CRUZ: PERSIGNARSE Y SANTIGUARSE

Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de la cruz sobre nuestras personas o nos la hacen otros ministros, como en el caso del bautismo, de la confirmación, de la penitencia y de las bendiciones. Este acto se llama signarse, persignarse o también santiguarse si es más reducido.

Es un gesto sencillo pero lleno de significado. La señal de la cruz es una confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión. Al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: estoy bautizado, pertenezco a Cristo, él es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana.
El primero que hizo la señal de la cruz fue el mismo Cristo, que «extendió sus brazos en la cruz» (Prefacio de la Plegaria Eucarística segunda) y «antes de que sus brazos extendidos entre el cielo y la tierra trazasen el signo indeleble de tu Alianza» (Plegaria Eucarística primera de la Reconciliación). Actualmente, las formas de hacer la señal de la cruz son dos: persignarse y santiguarse. 
En los inicios del cristianismo parece que era costumbre de los fieles era hacer la señal de la cruz sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco las dos formas que conocemos: hacer la triple cruz pequeña (persignarse) en la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la escucha del evangelio o hacer la gran cruz (santiguarse) desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho. 
Para persignarnos se usa el dedo pulgar de la mano derecha que hace la señal de la cruz en la frente, sobre los labios y en el pecho. Mientras nos persignamos decimos "Por la señal de la Santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios Nuestro”. La gran cruz (santiguarse) se hace con los dedos de la mano derecha desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho mientras se dice solamente : "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". En latín In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amén. Algunos fieles tienen la costumbre de besar al final el dedo pulgar, que ha formado una cruz con el índice.
¿Cuándo hacemos la señal de la cruz? Está claro que en muchos momentos de la vida cotidiana podemos santiguarnos: al ver pasar un féretro, al pasar una imagen del Señor o de los santos en una procesión, al nombrar alguna desgracia o a difuntos, etc. También, al entrar en un templo, los cristianos tenemos la costumbre de santiguarnos con el agua bendita de la pila, cuando la hay, como recuerdo de nuestro bautismo. También hay quienes, acertadamente, lo hacen al cruzarse ante un templo o capilla ya que en el templo, en el sagrario, está la presencia real de Cristo.
Pero este signo también forma parte de la Liturgia y hay algunos momentos en la celebración litúrgica en los que la señal de la cruz cobra un especial sentido y no es optativa, sino que forma parte del rito. 
* Así, en la misa nos santiguamos con la gran cruz al comienzo de la misma junto al sacerdote diciendo: «En el nombre del Padre...». También al disponernos a escuchar el evangelio, al oír las palabras: “Lectura del Santo Evangelio...” En este caso hacemos la triple cruz. El sacerdote también hace la señal sobre el Evangelio y después se signa él. Santiguarse en este momento sobra. 
Al recibir la bendición –deberíamos tener la cabeza inclinada– también nos santiguamos con la gran cruz. Sólo el obispo hace la señal de la cruz tres veces cuando da la bendición al final de la misa o en otros ritos. Es costumbre de algunos fieles santiguarse antes de comulgar.
El sacerdote también hace la señal de la cruz sobre las ofrendas durante la Plegaria eucarística.

* en la Liturgia de las Horas, al comienzo del rezo de cada hora y al inicio de los cánticos evangélicos. Cuando la hora matutina empieza con «Señor, ábreme los labios», nos hacemos la señal de la cruz en la boca;

* en el sacramento de la Penitencia, el ministro traza la señal de la cruz sobre el penitente al decir «yo te absuelvo de tus pecados...», y el penitente hace otro tanto al recibir la absolución;

* en la Confirmación el obispo traza una cruz con el santo crisma en la frente de los confirmandos;

* especial importancia tiene la señal de la cruz en el Bautismo, cuando el sacerdote y los padres y padrinos signan al recién bautizado en la frente. El sacerdote signa al bautizado con la señal de Cristo Salvador.

* las bendiciones sobre cosas y personas se suelen expresar con la señal de la cruz. Cuando el sacerdote bendice al pueblo o a algún objeto (medallas, rosarios, estampas, etc) hace la señal de la cruz, una vez, con su mano derecha, sobre la persona u objeto a bendecir.


18.5.15

EL RITO DE LA BENDICIÓN Y ASPERSIÓN CON AGUA BENDITA

El rito de la bendición y posterior aspersión con agua bendita es un rito que, contrariamente a lo que algunos pueden pensar, puede realizarse en todas las misas dominicales, incluso en las misas celebradas en las últimas horas de los sábados por la tarde.  Y muy especialmente en los domingos del tiempo de Pascua. La OGMR lo indica claramente, en su número 51: Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo. Así pues, ni es un rito excepcional ni está reservado para ocasiones muy solemnes.

La bendición y aspersión del agua se hace después del saludo inicial y ocupa el lugar y la función del acto penitencial del comienzo de la misa, al que sustituye, en memoria del bautismo. Dado que el bautismo es el sacramento por el cual somos introducidos en el Misterio Pascual de Cristo se considera al domingo, día pascual por excelencia, como el día más adecuado para realizar ese rito.
El agua bendita no es algo mágico. La bendición con el agua bendita es un sacramental. Los sacramentales están en función de los sacramentos. Nos disponen a recibir la gracia de éstos. El ser rociado con agua bendita es signo de que quiero recordar y renovar mi bautismo. El día de nuestro bautismo, el agua  del sacramento nos lavó y purificó de todo pecado, quedando  totalmente limpios. Así pues, si estamos en pecado leve o venial,  el agua bendita acompañada de un arrepentimiento sincero perdona nuestras faltas leves y, al mismo tiempo, nos invita a acudir al sacramento de la reconciliación si tenemos pecados graves.
El rito de la aspersión con agua bendita es un gesto que tiene muchos siglos y se realizaba al comienzo de las misas solemnes. Ahora se nos invita a hacerlo con mayor expresividad en todas las misas dominicales, siguiendo uno de los tres formularios que el Misal ofrece. La aspersión con agua bendita es un rito que puede ayudar a que la celebración consiga un mejor equilibrio entre palabras y gestos. Nos ayuda también a que los ritos de entrada se orienten hacia la alabanza y la alegría.
Pero no se debe olvidar que se trata de un rito de apertura y nunca debe restar importancia a la celebración de la Palabra y a la participación en la Eucaristía.
El Misal propone tres formularios para el rito en su Apéndice III. Previamente hay que tener preparado en la credencia el acetre y el hisopo o ramas vegetales que lo sustituyan para la aspersión. En el rito, en primer lugar el sacerdote invita al pueblo a la plegaria y, posteriormente, pronuncia una de las fórmulas de la bendición que propone el Misal. Se puede añadir al agua un puñado de sal, donde las costumbres locales lo aconsejen, bendiciéndola asimismo. A continuación, el sacerdote toma el hisopo y se rocía a sí mismo, a los ministros, clero y fieles. Si lo ve oportuno, puede recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles. Mientras, se canta un canto apropiado, penitencial.
Este rito también se puede hacer cuando se celebran las Confirmaciones o en el aniversario de la Dedicación del Templo, ya que las mismas tienen una relación estrecha con nuestro ser bautismal.
En definitiva, este gesto nos sirve para simbolizar expresivamente lo que Cristo y su salvación son para nosotros; nos recuerda que todo queda incorporado al Señor de la Pascua, el Señor de la historia.

Sería recomendable que este rito se hiciese más a menudo, por la riqueza gestual que tiene, aunque en la práctica de las misas dominicales apenas es utilizado. 

18.4.15

EL TIEMPO PASCUAL

Con el domingo de Pascua, domingo sobre el que gira todo el año litúrgico del cual es su raíz, hemos comenzado uno de los tiempos litúrgicos fuertes: el tiempo pascual cuya característica es la alegría. Abarca los cincuenta días posteriores a Pascua de Resurrección (cincuentena pascual), incluyendo el domingo pascual, y se distinguen tres períodos:
* Octava de Pascua, que son los ocho días posteriores y deben considerarse como un solo día festivo. Termina en las Vísperas del II Domingo de Pascua también llamado domingo “in albis” porque era cuando los catecúmenos que se habían bautizado en la Vigila pascual deponían las vestiduras blancas que había llevado toda la octava.
* Tiempo Pascual hasta la Ascensión
* Tiempo Pascual después de la Ascensión.
En este tiempo celebramos:
* La Ascensión del Señor, a los cuarenta días de Pascua, hoy pasada al domingo VII de Pascua.
* Pentecostés. Se celebra a los cincuenta días de Pascua, en el domingo VIII después de Resurrección. Su octava ha sido suprimida. Es el colofón del ciclo pascual, no una nueva Pascua.
El pueblo judío celebraba la fiesta de la cincuentena para conmemorar la Alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí. La Iglesia, en el Concilio de Nicea reunido el año 325, dispuso que la Pascua se celebrase el domingo que hubiese tras el primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena que haya después del 22 de marzo. 
Litúrgicamente, en la cincuentena pascual siempre debe haber signos festivos en el altar y en la iglesia (flores, luces, música). El formulario de la Misa es propio para cada día y en la celebración eucarística vuelve el Gloria, suprimido en la Cuaresma, al igual que el Aleluya. Además, se añade un Aleluya a las antífonas de entrada y comunión.
En las lecturas, durante la cincuentena pascual, se omiten las del Antiguo Testamento, para dar a entender que estamos en un tiempo nuevo, leyéndose los Hechos de los Apóstoles, Apocalipsis, Cartas de san Juan y san Pedro. En las evangélicas se lee el de san Juan y las apariciones del Resucitado según el evangelista del año. 

La cincuentena pascual es el tiempo fuerte por excelencia del año litúrgico y la alegría debe ser la nota dominante. Es tiempo de frecuentar los sacramentos y de llevar la Eucaristía procesionalmente a los enfermos, así como muy conveniente que los niños reciban su primera Comunión en los domingos pascuales. El Código de derecho canónico obliga a comulgar al menos una vez al año y este precepto debe cumplirse en tiempo pascual, salvo que por causa justa se haga en otro tiempo (CDC 920). También es precepto confesar los pecados graves al menos una vez al año, aunque no necesariamente en tiempo pascual. Las vestiduras de los ministros es blanca y en las memorias de los santos puede usarse el color propio (blanco o rojo).
Los domingos no se permiten las Misas de difuntos, tampoco la exequial (OGMR, 380). 

El cirio pascual, colocado junto al ambón o junto al altar, se debe encender en las celebraciones litúrgicas de alguna solemnidad, tanto en la Misa como en Laudes y Vísperas, hasta el Domingo de Pentecostés. Acabado el tiempo de Pascua, se apaga el cirio Pascual, que se debe colocar en un lugar digno del baptisterio para que, en la celebración del Bautismo, se enciendan en su llama los cirios de los bautizados.
El canto de la Salve a la Virgen se sustituye por el Regina Caeli, con cuya letra en latín terminamos este artículo: 
Regina caeli, laetare,
¡alleluia!
Quia quem meruisti
portare, ¡alleluia!
Resurrexit sicut dixit,
¡alleluia!
Ora pro nobis Deum,
¡alleluia! 

V: Gaude et laetare,
Virgo Maria, ¡alleluia! 

R: Quia surrexit Dominus vere,
¡alleluia!

Oremus: Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus; ut, per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen.

En este enlace hay un audio con esa oración: 

http://canciones-de-misa.blogspot.com.es/2012/05/regina-coeli.html





17.3.15

LA EPACTA Y LA FECHA DE CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

La cuestión de la determinación de la fecha para la celebración de la Pascua cristiana ha sido uno de los temas más polémicos y aún no resueltos para todos los cristianos.
Ya en el primer concilio de Arlés (Francia) del año 314, convocado por Constantino, que condenó la herejía donatista[1], se obligó a toda la Cristiandad a celebrar la Pascua el mismo día. La fecha la fijaría el Papa,   que enviaría cartas a todas las iglesias del mundo con las instrucciones pertinentes. Sin embargo, no todas las iglesias siguieron este precepto. Hubo que esperar al concilio de Nicea del año 325 para llegar a una solución, estableciéndose que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo unas determinadas normas: que la Pascua se celebrase siempre en domingo; que no coincidiese nunca con la Pascua judía, que se celebraba independientemente del día de la semana, para evitar confusiones entre ambas religiones y que los cristianos no celebrasen nunca la Pascua dos veces en el mismo año[2].
No obstante, siguió habiendo diferencias entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Alejandría, si bien el Concilio de Nicea dio la razón a los alejandrinos, estableciéndose la costumbre de que la fecha de la Pascua se calculaba en Alejandría, que lo comunicaba a Roma, la cual difundía el cálculo al resto de la cristiandad, conservándose hoy día la costumbre, aún vigente, de leer el calendario movible en el día de Reyes, 6 de enero, Epifanía del Señor, tras la proclamación del Evangelio. 
Finalmente, en el año 525, el monje y erudito Dionisio el Exiguo convenció de las bondades del cálculo alejandrino, creándose el anno domini o método más exacto de su tiempo para calcular la Pascua, con el ciclo metónico de 19 años[3].
Así pues, para el cálculo hay que establecer unas premisas iniciales: 
La Pascua ha de celebrarse siempre  en domingo, y  este domingo ha de ser el siguiente al plenilunio pascual (la primera luna llena de la primavera boreal)[4]. Si esta fecha cayese en domingo, la Pascua se trasladará al domingo siguiente para evitar la coincidencia con la Pascua judía.  Este equinoccio tiene lugar el 20 o 21 de marzo. Así las cosas, queda claro que la Pascua de Resurrección no puede ser antes del 22 de marzo (en caso de que el 21 y plenilunio fuese sábado), y tampoco puede ser más tarde del 25 de abril. Suponiendo que el 21 de marzo fuese el día siguiente al plenilunio, habría que esperar una lunación completa (29 días) para llegar al siguiente plenilunio, que sería el 18 de abril, el cual, si cayese en domingo, desplazaría la Pascua una semana para evitar la coincidencia con la pascua judía, quedando: 18 + 7 el 25 de abril. 
Y para calcular las lunaciones entra en juego la epacta. Llamamos epacta a  la edad de la luna al comenzar el año, o dicho de otra manera, es un número que expresa los días que hay entre el último novilunio del año y el día 1 de enero del año siguiente. El ciclo lunar es de 29 días, no coincidente con el ciclo solar. Se entiende que el novilunio, luna nueva, es el primer día de la luna, cuarto creciente será el día 7, el día 14 será luna llena y el 22 será cuarto menguante, para comenzar, siete días más tarde, otro ciclo lunar. De hecho, parece que la división de la semana en siete días, conocida desde épocas muy remotas, corresponde a las fases lunares, aunque hay otras explicaciones bíblicas (seis días duró la Creación y el séptimo día descansó)
El cálculo de la epacta tiene gran importancia litúrgica, puesto que todo el calendario litúrgico variable se toma a raíz del domingo pascual. Es pues básico el cálculo de la epacta ya que su conocimiento permite calcular, con una sencilla fórmula, las fechas en que se producen los novilunios de un año y por tanto la fase en que se encuentra la luna en cualquier fecha.
¿Cómo se calculan las lunaciones?  La edad lunar se determina partiendo del número de la epacta correspondiente a ese año al que hay que sumarle una unidad por cada mes a partir de marzo y el día del mes que se quiere calcular. Si pasa de 30 restamos 30 y el número que dé nos indica la edad de la Luna en esa fecha concreta. Pero para conocer la epacta de cada año hay que averiguar, previamente, el número aúreo astronómico, que se calcula fácilmente por el ciclo metónico, pero que dejamos para otra ocasión por ser algo enredoso de explicar y que el lector curioso puede consultar en internet.
Añadir que epacta también ha pasado a ser sinónimo de calendario eclesiástico, gallofa, añalejo u ordo.





[1] Herejía producida en las iglesias norteafricanas a principio del siglo IV  encabezada Donato,  obispo de Cartago, que defendía básicamente  dos afirmaciones: que la Iglesia está formada por hombres buenos y santos y que los sacramentos administrados por ministros indignos eran inválidos.
[2] Hoy nos parece raro, pero tiene su explicación porque el año nuevo empezaba en el equinoccio primaveral, por lo que se prohibía la celebración de la Pascua antes del equinoccio real (astronómicamente hablando, antes de la entrada del Sol en Aries). 
[3] Se llama ciclo metónico por el astrónomo y matemático Metón de Atenas, que sobre el 432 a.C. calculó que la Luna tiene un ciclo de 19 años para que repita en los mismos días del año las mismas fases.
[4] La luna pascual es aquella cuyo plenilunio tiene lugar en el equinoccio de primavera del hemisferio norte (de otoño en el sur) o inmediatamente después.