Antes de comenzar habría que
preguntarse ¿qué sentido tienen los sufragios que se ofrecen por los difuntos?
Nadie puede ser recibido en la
amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias
personales de todas sus culpas. Así, la Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los
elegidos.
De aquí viene la piadosa costumbre de
ofrecer sufragios por las almas de los difuntos, que son una súplica insistente
a Dios para que tenga misericordia de ellos, los purifique con el fuego de su
caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los
sufragios más frecuentes son el ofrecimiento de Misas, pero también pueden
consistir en oraciones,
limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas
de los difuntos. Sufragios son, en
lenguaje litúrgico, los actos piadosos que se realizan para ayudar a los
difuntos.
La OGMR[1]
trata, en sus apartados del 335 al 341 sobre la Misas de difuntos. Dice así: El sacrificio eucarístico de la Pascua de
Cristo lo ofrece la Iglesia por los difuntos,
a fin de que, por la intercomunión de todos los miembros de Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros
acarrea el consuelo de la esperanza.
También hay que distinguir
entre una Misa de difuntos en sentido estricto y en aplicar la Misa ordinaria
del día por un difunto.
Las Misas de difuntos tienen
sus formularios propios en el Misal y sus lecturas propias en el Leccionario
VIII. El color de las vestiduras es el morado. No todos los días se pueden
celebrar Misas de difuntos: el calendario litúrgico-pastoral pone cuando pueden
o no pueden celebrarse, extremo que no vamos a dilucidar ahora por ser un poco
engorroso.
También, el Misal aconseja que el sacerdote sea moderado en preferir las Misas de difuntos, ya que
cualquier Misa se ofrece de igual modo por los vivos y por lo difuntos, y en
cualquier formulario de la Plegaria eucarística se contiene el recuerdo de los
difuntos[2].
Entre las Misas de difuntos, la más
importante es la Misa exequial, que se puede celebrar todos los días, excepto
las solemnidades de precepto, el Jueves
Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Se
entiende por Misa exequial ─del latín exsequi,
exsequia que significa seguir, acompañar─ aquella en la que la comunidad
cristiana acompaña a sus difuntos y los encomienda a la bondad de Dios. En
sentido estricto sería aquella Misa en la que está presente el difunto recién
fallecido o también la primera Misa ofrecida por él.
En esa Misa debe hacerse una pequeña
homilía, excluyendo los elogios fúnebres. Si la Misa exequial está directamente
unida con el rito de las exequias, una vez dicha
la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito
conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida; este rito
solamente se hace cuando está presente el
cadáver. También la Misa del primer aniversario del fallecimiento tiene una
especial consideración litúrgica.
Las otras
Misas de difuntos, o Misas cotidianas,
son en las que solamente se hace mención del difunto en las oraciones.
El Misal
exhorta a los fieles, sobre todo a los familiares del difunto,
a que participen en el sacrificio eucarístico ofrecido por él, también acercándose a la
Comunión. También han de tenerse en cuenta al
ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difuntos, sobre todo la Misa
exequial, los motivos pastorales respecto al
difunto, a su familia, a los presentes.
Finaliza
lo dispuesto sobre las Misas de difuntos exhortando a los sacerdotes a que
pongan especial cuidado con aquellas personas que asisten a las
celebraciones litúrgicas y oyen el Evangelio, personas que
pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan
en la Eucaristía, o que incluso pueden haber perdido la fe. Se recuerda a los
sacerdotes que
son ministros del Evangelio de Cristo para todos.
Terminamos añadiendo que la
llamada Misa de Réquiem ─palabra latina que significa descanso─, y que tantas
composiciones musicales de calidad ha tenido a lo largo de la historia, no es
ni más ni menos que la Misa de difuntos, que es la primera palabra del canto de
entrada clásico en las Misas de difuntos
─réquiem aeternam dona eis Domine
─dales, Señor, el descanso eterno─ y de ahí ha tomado ese nombre.
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