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27.10.06

RELIGIOSIDAD POPULAR: LAS PROCESIONES

Un apartado de la religiosidad popular muy querido por las hermandades y cofradías son las procesiones. La procesión es una expresión cultual de carácter universal en la cual la piedad popular y la liturgia establecen una relación muy peculiar. Las procesiones son manifestaciones de la fe y piedad populares con grandes connotaciones culturales y que despiertan el sentimiento religioso de los fieles, tal como las define el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia ya citado.
Hay procesiones litúrgicas que se celebran durante el desarrollo de la Eucaristía y son necesarias para el desarrollo de la misma acción litúrgica: la procesión de entrada del ministro y los celebrantes, que puede solemnizarse entrando los celebrantes desde el fondo de la nave; la procesión hacía el ambón del diácono o presbítero para proclamar el Evangelio; la procesión para presentar las ofrendas; el momento de recibir la comunión, que también se considera procesión de los fieles. Además hay procesiones litúrgicas con motivo de ciertas festividades: la del 2 de febrero (Candelaria) que conmemora la Presentación del Señor en el Templo; la del Domingo de Ramos (palmas) que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén; las de la Vigilia Pascual con el rito del Lucernario. Otras tienen carácter votivo (como la del Corpus o las de rogativas).

La procesión penitencial de las cofradías recibe el nombre de estación de penitencia. Debemos aclarar que el objetivo de las Cofradías al salir a la calle es hacer pública estación de penitencia. La palabra estación significa parada, en este caso se refiere a la parada solemne que hacen al llegar a la catedral, antiguamente a otras iglesias o santuarios. Así entendido el término estación se comprende mejor cuando se habla de las estaciones del Vía Crucis. Estación es pues lo contrario de procesión, que significa “avanzar caminando”. La cofradía procesiona y hace estación.

Fue en la Edad Media cuando la piedad popular amplió el número de procesiones votivas que alcanzaron su punto álgido durante la época barroca, tanto para honrar a los santos como para meditar los aspectos de la pasión. Los riesgos que tienen se refieren a que estas manifestaciones prevalezcan sobre los sacramentos, que quedarían relegados a un segundo plano o a considerar la procesión como el acto culminante de la Liturgia lo cual puede degenerar en convertir la procesión en mero espectáculo o acto folclórico cultural. Para evitar esa mala interpretación se impone una catequesis adecuada sobre el sentido de las procesiones, en un triple sentido: teológico, como sentido de pueblo de Dios en marcha camino de la Jerusalén celeste: litúrgico, procurando que haya representación eclesiástica en la presidencia y con oraciones al inicio y al terminar, portando velas los asistentes; antropológico, poniendo de manifiesto el significado de procesión como camino que se hace juntos participando en el mismo clima de oración.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido.

EL TIEMPO ORDINARIO

El tiempo del Año litúrgico que no tiene un carácter propio (Adviento- Navidad, Cuaresma y tiempo de Pascua) recibe el nombre de Tiempo ordinario, que abarca 33 ó 34 semanas. En este tiempo no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo. El Tiempo ordinario (TO) comienza el lunes siguiente al domingo posterior al 6 de enero, Epifanía, y dura hasta el martes anterior al Miércoles de Ceniza, que da inicio a la Cuaresma. Ahí se interrumpe para reiniciarse desde el lunes siguiente a Pentecostés hasta las vísperas del primer domingo de Adviento, (que es el domingo más próximo al 30 de noviembre) con el cual se inicia el Nuevo Año litúrgico. Durante el tiempo ordinario se celebran numerosas fiestas tanto del Señor como de la Virgen y de los Santos. Este Tiempo Ordinario es una novedad de la reforma postconciliar ya que antes era llamado domingos después de Epifanía y domingos después de Pentecostés y también “domingos verdes” por el color litúrgico que se emplea. El Tiempo Ordinario cobra su unidad en el Leccionario ya que tiene un ciclo trianual en los domingos y bienal en las ferias.
Para los cristianos cada día tiene un sentido cristológico: la mañana trae el recuerdo de la Resurrección, la hora de tercia recuerda al Espíritu Santo, la hora de sexta la Ascensión, la de nona la Crucifixión y muerte del Señor, la de vísperas la Cena y la noche la espera escatológica del Señor. Antes de la reforma litúrgica, el Tiempo Ordinario recibía su significado casi exclusivamente del Santoral, habiéndose recuperado actualmente la visión global del misterio salvífico.
Según la costumbre latina, el lunes recibe el nombre de "feria segunda" y así sucesivamente hasta la feria sexta (viernes). El sábado tiene su nombre propio heredado de los judíos (Sabbat que significa descanso).
En el T.O. la Iglesia celebra en la semana del 18 al 25 de enero el Octavario por la unidad de los cristianos, coincidiendo con la fiesta de la Conversión de san Pablo que se celebra el 25 de enero, y en octubre Preces para después de la cosecha, Témporas de acción de gracias y de petición en el cinco de octubre, pudiendo añadirse dos días más (se trata de dar gracias a Dios por los dones recibidos en el curso pasado y en las vacaciones). El penúltimo domingo de octubre se celebra el Domund (Día de la propagación de la Fe).

Jesús Luengo Mena, Lector instituido.

21.10.06

PANGE LINGUA (CANTO EUCARÍSTICO)

Pange lingua gloriosi
Corporis mysterium
Sanguinisque pretiosi
Quem in mundi pretium
Fructus ventris generosi
Rex effudit gentium.

Nobis datus, nobis natus
Ex intacta Virgineet
in mundo conversatus
Sparso verbi semine,
Sui moras incolatus
Miro clausit ordine.

In supremae nocte coena
Recumbeus cum fratibus
observata lege plene
cibis in legalibus,
cibum turbae duodenae
se dat suis manibus.

Verbum caro, panem verum
Verbo carnen efficit:
Fitque sanguis Christi merum
Et si sensus déficit
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides sufficit.

Tantum ergo Sacramentum
Veneremur cernui:
Et antiquum documentum
Novo ceda ritui:
Praestet fides suplementum
Sensuum defectui.

Genitori, genitoque
laus et jubilatio,
salus honor virtus quoque
sit et benedictio:
Procedenti ad utroque
Compar sit laudatio.

Panem de caelo praestí­tisti eis
Omne delectaméntum in se habéntem

Oremus: Deus qui nobis sub Sacraménto mirábili, pa­ssiónis tuae memóriam reli­quísti: tríbue quaésumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra mystéria venerári; ut redemptiónis tuae fructum in nobis iúgiter sentiámus. Qui vivis et regnas in saécu­la saeculórum. Amen.

EL CULTO A LOS SANTOS



Las fiestas de los santos se intercalan a lo largo del año celebrándose generalmente en la fecha de su muerte, su dies natalis. El culto a los mártires fue el primero que históricamente se conoce, comenzando por una veneración a sus restos mortales reuniéndose los fieles en torno a su sepulcro. El primer mártir del que se tiene constancia que recibe una especial veneración es el obispo Policarpo, martirizado en el año 155. Una vez pasada la época de las persecuciones se comienza a tributar culto a otros personajes considerados como ilustres: los confesores de la fe, los ascetas, las vírgenes, los obispos, etc.

La jerarquía en las diversas clases de santos (dejando a María su lugar privilegiado) los ha clasificado por su importancia litúrgica celebrando primero a los apóstoles, mártires, pastores, doctores de la Iglesia, vírgenes, santos varones, santas mujeres, religiosos, personas caritativas y educadores. Hoy día el culto a los santos a nivel de calendario universal tiene como criterio el que sean santos de importancia mundial dejando a los calendarios particulares las celebraciones y memorias de aquellos santos que sean de devoción más localistas o de familias religiosas. Solamente comentamos a continuación aquellas celebraciones de santos que son consideradas como solemnidades a escala universal.

Hay una única excepción en la liturgia católica de un santo que se le recuerda en dos días: en su nacimiento y en su martirio. Se trata del Precursor, Juan el Bautista, personaje que cobra pues una excepcional importancia en el culto católico. Recordamos su nacimiento el 24 de junio, solsticio de verano, y su martirio en el día 29 de agosto. El nacimiento de Juan, el Precursor, se contrapone claramente al de Cristo (seis meses más tarde). Juan el Bautista decía que "es preciso que El crezca y yo disminuya" (Juan, 3,30). En el solsticio de verano se da la noche más corta y es la fecha en la cual los días empiezan a disminuir, días que volverán a crecer justamente en Navidad. Celebramos su nacimiento con el grado de solemnidad.

Solemnidad es también San José, primero entre los santos y cuyo culto apareció en la Edad Media, "como consecuencia de la devoción a la infancia de Jesús" (Julián López: La liturgia de la Iglesia). Los grandes propagadores de su devoción fueron san Bernardo y santa Teresa de Jesús y la fijación de su fecha en el diecinueve de marzo es totalmente fortuita.

La festividad de los santos apóstoles Pedro y Pablo tiene también grado de solemnidad, celebrando la iglesia en ellos no sólo la gloria del martirio sino también su vocación apostólica. Es muy frecuente verlos juntos en los templos, tanto en esculturas como en retablos, o en pinturas figurando como los dos pilares de la Iglesia y como fundamentos de nuestra fe. Su día de celebración es el veintinueve de junio.

La solemnidad de Todos los Santos tiene su origen en la Dedicación del Panteón de Roma a la Virgen y a todos los santos, realizada en el año 610. Conmemoramos a "la muchedumbre que nadie puede contar", como Asamblea de la Jerusalén Celeste. Su fecha de celebración es el primer día de noviembre.

A los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael se les dedica una fiesta conjunta, en el veintinueve de septiembre. Celebrar la fiestas de estos arcángeles supone celebrar la cercanía de Dios a nuestras vidas. Los ángeles aparecen en la vida de Jesús en numerosas ocasiones: Anunciación, Nacimiento, en el desierto le confortan y en su muerte anuncian a las mujeres la Resurrección.

Solemnidad es también la fiesta de Santiago Apóstol (en España), ya que es considerado como Patrono de nuestra nación. La tradición cristiana ha señalado a España como el lugar de la predicación de Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de Juan el Evangelista. Fue sobre el año 830 en que se descubrió su sepulcro dando lugar a la actual Santiago de Compostela, iniciándose desde ese momento las peregrinaciones y convirtiendo a Santiago en uno de los tres lugares de peregrinación más importantes del mundo, tras Roma y Tierra Santa.
Fotos: Santo Domingo Savio y San Juan Bosco. Azulejos del colegio salesiano de Triana (Sevilla)

EL CULTO AL SANTÍSIMO SACRAMENTO



“El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está unido a la celebración del sacrificio eucarístico” en palabras de Juan Pablo II tomadas de su Encíclica Ecclesia de Eucharistia nº 25.
La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento debe ser un acto comunitario que contemple la celebración de la Palabra de Dios y el silencio individual contemplativo y meditativo. La exposición eucarística ayuda a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y nos invita a la unión más íntima con él, que adquiere su culmen en la comunión sacramental. La exposición puede hacerse con el copón o en la custodia, sobre el altar o en un ostensorio. Se le debe venerar con genuflexión de la rodilla derecha.
Para la exposición del Santísimo, litúrgicamente se procederá de la siguiente manera: Reunido el pueblo y, si parece oportuno, habiéndose iniciado algún cántico de carácter eucarístico, el ministro se acerca al altar. Si el Sacramento no se reserva en el altar de la exposición, el ministro, con el humeral lo trae del lugar de la reserva, acompañado por acólitos o por fieles con velas encendidas. El copón o la custodia se colocará sobre el altar cubierto con mantel, corporal y seis o cuatro velas de cera encendidas; mas si la exposición se prolonga durante algún tiempo, y se hace con la custodia, se puede usar el manifestador, colocado en un lugar más alto, pero teniendo cuidado de que no quede ni muy elevado ni muy distante y sobre el corporal. Si se hizo la exposición con la custodia, el ministro inciensa al Santísimo y suele rezar seis padrenuestros con sus avemarías y glorias tras una jaculatoria eucarística; luego se retira, si la adoración va a prolongarse algún tiempo.
Si la exposición es solemne y prolongada, se debería consagrar la hostia para la exposición, en la Misa que antes se celebre, y se colocará sobre el altar, en la custodia, después de la comunión. La Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiendo los ritos de la conclusión. Antes de retirarse del altar, el sacerdote, si se cree oportuno, colocará la custodia y hará la incensación.
Durante el tiempo que dure la exposición, se podrán decir oraciones, cantos y lecturas, de manera que se concentren en una profunda oración. Nunca el Santísimo deberá estar expuesto sin vigilancia suficiente ni sin presencia de fieles. Se deben aprovechar las lecturas de la sagrada Escritura o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio del misterio eucarístico. Es también conveniente que los fieles respondan a la palabra de Dios cantando. Se necesita que se guarde piadoso silencio en momentos oportunos. Ante el Santísimo Sacramento expuesto por largo tiempo, se puede celebrar también alguna parte, especialmente las horas más importantes de la Liturgia de las Horas; por medio de esta recitación se prolonga a las distintas horas del día la alabanza y la acción de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Misa, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por Cristo al Padre, en nombre de todo el mundo.
La bendición con el Santísimo es el colofón del acto de culto a Jesús Sacramentado. Al final de la adoración, el sacerdote o el diácono se acerca al altar; hace genuflexión, se arrodilla y se entona el Pange Lingua u otro cántico eucarístico. Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia. Luego se pone en pie y entona la oración.
Una vez dicha, el sacerdote o el diácono se coloca el humeral, hace genuflexión, toma la custodia o el copón y traza con el Sacramento la señal de la Cruz sobre el pueblo. A continuación se suelen recitar las alabanzas de desagravio. Concluida la bendición, el mismo sacerdote que impartió la bendición u otro sacerdote o diácono, reserva el Sacramento en el tabernáculo, y hace genuflexión, en tanto que el pueblo si parece oportuno, puede hacer alguna aclamación. Finalmente el ministro se retira.
Queda prohibido expresamente celebrar la Misa durante la Exposición, que la puede hacer el sacerdote, un diácono e incluso un acólito instituido o persona autorizada aunque estos últimos no pueden en ningún caso impartir la bendición, reservada al presbítero o diácono. Si la exposición del Santísimo Sacramento se prolonga durante uno o varios días, debe interrumpirse durante la celebración de la misa, a no ser que se celebre en una capilla o espacio separado del lugar de la exposición y permanezcan en adoración por lo menos algunos fieles.
Una forma de culto específica al Santísimo Sacramento es el llamado Jubileo Circular de las Cuarenta Horas instituido por el fraile capuchino fray José de Ferno en 1537 para "traer a la memoria de los cristianos el tiempo en que el Cuerpo de Nuestro Salvador Señor Jesucristo yació en el sepulcro".

JESÚS LUENGO MENA.

18.10.06

SALVE REGINA


Salve, Regina, mater misericordiae;
vita dulcendo et spes nostra, salve.
Ad te clamamus, exsules, filii Evae.
Ad te suspiramus,
gementes et flentes in hac lacrimarum valle.
Eia ergo advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte.
Et Iesum, benedictus fructus ventris tui,
nobis post hoc exsilium ostende.
O clemens, O pía,
O dulcis Virgo María.
V/ Ora pro nobis Sancta Dei Genitrix.
R/ Ut digni efficiamur promissionibus Christi
Oremus:
Omnipotens sempiterne Deus, qui gloriosae Virginis Matris Mariae Corpus et animam, tu dignum Filii tui habitaculum effici mereretur, Spiritu Sancto cooperante, praeparasti: da, tu cuius conmemoratine laetamur: eius pia intercessione , ab instantibus malis, et a morte perpetua liberemur. Per eumdem Christum Dominum nostrum.
Amén.

EL CULTO A LA VIRGEN. IV

Como Memorias de la Virgen (obligatorias o libres) celebramos las siguientes
Como memorias obligatorias se celebran:
* Santa María Virgen, Reina. El día 22 de Agosto se celebra la memoria obligatoria de Santa María Virgen, Reina. Es la prolongación jubilosa de la Solemnidad de la Asunción, ocho días después. Es una memoria instituida por el papa Pío XII en 1954 para realzar la realeza de la Virgen, que no se contradice con su condición de sierva pues fue "el que se humilla será ensalzado". El emplear la Iglesia estos términos de realeza y rey para Cristo hacen que estos términos cobren un nuevo sentido. "La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después y en la se contempla a aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre" (MC 6).
La memoria obligatoria de los Dolores de la Virgen el 15 de septiembre tiene su origen en el apostolado de la orden Servita y fue extendida a toda la iglesia por Pío VII en 1814. Los Siete Dolores de la Virgen, simbolizados en un corazón con siete puñales, son: los padecimientos de Cristo ante la Cruz, la Crucifixión, la muerte en la Cruz, la Lanzada, el Descendimiento, la Piedad y el Entierro. Fue introducida en el calendario universal por el papa Pío VII en el S. XIX siendo Pío X quien la sitúa en el 15 de septiembre. Es una memoria de origen devocional que remonta a la Edad Media. Tiene un gran contenido teológico: recuerda la presencia de María al pie de la Cruz. Al celebrarse al día siguiente de la Exaltación de la Cruz “es una ocasión propicia para revivir el momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto al Hijo exaltado en la Cruz a la madre que comparte su dolor” (MC 7).
La memoria obligatoria de Nuestra Señora del Rosario del 7 de octubre fue instituida por Pío V tras la victoria de Lepanto sobre los turcos en 1571 y entra en el calendario universal en el S. XVIII. El contenido de la memoria no es la devoción al Rosario sino la Virgen María, presente en el camino de Cristo y en el nuestro.
Como memoria obligatoria se celebra la Presentación de la Virgen el 21 de noviembre. Sixto V la extendió a toda la Iglesia en el año 1585. El contenido de la fiesta es la memoria del gozo de la hija de Sion que se consagra totalmente al Señor y hace relación a la “dedicación” que la Virgen hizo de sí misma a Dios teniendo su origen en la dedicación del templo de Santa María la Nueva en Jerusalén. Esta memoria no tiene su base en relatos evangélicos.
Como Memorias libres celebramos otras cuatro, a saber:
La memoria libre del Inmaculado Corazón de María (sábado después del II domingo después de Pentecostés y que se celebra al día siguiente al Sagrado Corazón de Jesús). Instituida por Pío XII en 1944 como réplica al Sagrado Corazón de Jesús. Su devoción de remonta al S. XVII y su sentido es evangélico ya que "la Madre medita las palabras y los hechos del hijo en su propio corazón" (Lc 2, 19.51)
La memoria libre de Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero), instituida por Pío X en 1907 para recordar las apariciones de la Virgen producidas cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada, en 1858, a una humilde muchachita francesa llamada Bernardita. Desde entonces Lourdes se ha convertido en lugar de peregrinación y de curaciones milagrosas y en santuario mariano muy importante. Su memoria ofrece la posibilidad de la contemplación de María como fuente de agua viva y medicina de los enfermos.
La memoria libre de Nuestra Señora del Carmen (16 de julio), extendida por el papa Benedicto XIII a toda la iglesia universal. Es un recuerdo a esta advocación en la vertiente contemplativa, como invitación a interiorizar en la oración y en la meditación la fe en Cristo. "María escuchaba la palabra de Dios y la cumplía, meditándola en su corazón" tal como dice la antífona del Magníficat. Recuerda el nacimiento de una Orden religiosa profundamente mariana que la considera madre y hermana.
La memoria libre de la Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor (5 de agosto) hace referencia a la iglesia construida en Roma en honor de la Virgen María, Santa María la Mayor o la Blanca, como réplica romana a la basílica de la Natividad de Belén. Su historia hace referencia al sueño del patricio Juan al cual el 5 de agosto del año 352 y siendo papa Liberio, se le apareció la Virgen para pedirle que construyese una iglesia en su honor en la colina que hubiese nieve. Comunicado el sueño al Papa se dirigen al monte Esquilino donde no sólo había nieve sino que estaba dibujada en el suelo la planta de la iglesia. Históricamente hablando fue el papa Sixto III en el año 433 quien construye la iglesia y la ofrece al pueblo de Dios embellecida por bellos mosaicos. Esta memoria evoca los grandes temas de María como templo de Dios y nueva Jerusalén.
Para terminar no hay que olvidar que el Calendario Romano general no recoge todas las celebraciones marianas correspondiendo a los calendarios particulares con fidelidad a las normas litúrgicas recoger las fiestas marianas propias de las distintas iglesias locales y diócesis sumadas a las que celebran las diferentes familias religiosas.

BIBLIOGRAFÍA:
AA.VV.: “Celebrar las fiestas de María”. Dossiers CPL nº 28. Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona. 4º edición Barcelona 1955.
AA.VV: “El culto a la Virgen María”. Cuadernos Phase nº 43. Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona. Barcelona 1993.
CASTELLANO, Jesús: “El Año Litúrgico. Memorial de Cristo y Mistagogía de la Iglesia”. Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona. Colección Biblioteca Litúrgica nº 1. Barcelona 1994.
SIGLAS: SC (Sacrosamtum Concilium); MC: Marialis Cultus
Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Vicette de la Hdad de Jesús Despojado.

9.10.06

LAS CORONACIONES DE LAS IMÁGENES MARIANAS


“La veneración a las imágenes de santa María Virgen frecuentemente se manifiesta adornando su cabeza con una corona real”. Esta frase tomada de los prenotandos del Ritual de la coronación de una imagen de santa María Virgen deja a las claras que es costumbre antigua. Desde el Concilio de Éfeso (431) se inicia esta costumbre, extendida tanto por Oriente como por Occidente. Al generalizarse se fue organizando el rito para dicha ceremonia, rito que fue incorporado en el S. XIX a la liturgia romana.
El fundamento teológico de esta costumbre de considerar e invocar a la Virgen como Reina se basa en que María es Madre del Hijo de Dios y Rey mesiánico, Madre del Verbo encarnado por medio del cual fueron creadas todas las cosas, celestes y terrestres. Es colaboradora augusta del Redentor ya que tuvo una participación relevante en la obra salvadora de Cristo y es la más perfecta discípula de Cristo ya que dando su asentimiento al plan divino se hizo digna merecedora de la corona de gloria. Además María es miembro supereminente de la Iglesia, bendita entre las mujeres, Reina de todos los santos. Por todos esos méritos, no exhaustivamente expuestos, la costumbre de coronar a la Virgen está más que justificada. Pero si teológicamente tiene un fundamento claro hay otras razones, quizás de más peso aunque de tipo sentimental. Coronar una imagen de la Virgen es una muestra de amor, de cariño, de profundo respeto con el que los fieles devotos de dicha imagen pretenden expresar su entrega y agradecimiento a la Reina de los Cielos. Para una hermandad la coronación canónica de su imagen mariana titular supone un verdadero revulsivo que dinamiza enormemente la vida interior de la misma.
El barrio que acoge a la hermandad o cofradía se moviliza igualmente y en general se puede decir que toda la ciudad cofrade participa, en mayor o menor grado, de ese acontecimiento. Por citar solamente un caso podemos decir que la coronación de la Virgen de los Dolores, de la cofradía del Cerro del Águila, supuso todo un acontecimiento en el barrio, que fue visitado por miles de personas y que de no ser por ese acontecimiento, difícilmente lo conocerían.
Se recomienda que sólo sean coronadas aquellas imágenes que debido a la gran devoción de los fieles hacia Ella gocen de cierta popularidad y de tal modo que el lugar donde se venera sea sede y centro de un genuino culto litúrgico y de activo apostolado cristiano. En definitiva, que la devoción a la Virgen bajo la advocación concreta esté lo suficientemente extendida como para justificar ese rito. El ministro adecuado para oficiar este rito será el obispo diocesano, otro obispo o en su caso un presbítero, preferentemente que tenga relación con el lugar de culto de la imagen aspirante a ser coronada. La fecha indicada será coincidiendo con alguna solemnidad o fiesta de la Virgen o en otro día festivo, evitándose hacerla en las solemnidades y fiestas del Señor ni en días penitenciales. Se hará preferentemente durante la misa o bien en una celebración de la Palabra de Dios. El color litúrgico que le corresponde será el blanco.
Foto: Nuestra Señora de la Esperanza Coronada en su paso (Hdad Esperanza de Triana)

6.10.06

EL CULTO A LAS IMÁGENES


La prohibición veterotestamentaria de no fabricar ídolos ni figuras que el libro del Éxodo impone y el peligro de caer en la idolatría ha hecho que el culto a las imágenes haya sido objeto de polémica desde los primeros siglos del cristianismo. Tanto el Judaísmo como el Islam excluyen de su culto a las representaciones de personas divinas interpretando de manera radical la prohibición de realizar imágenes.

El Concilio Niceno II celebrado en el año 787 y último de los ecuménicos reconocidos tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa defendió la veneración a las imágenes sagradas y que dichas imágenes deben ser expuestas en las iglesias, en los ornamentos y vasos sagrados, en paredes y cuadros, casas y calles. Las primeras representaciones de Jesús no pretendían en modo alguno ser un retrato sino que iban por el camino del simbolismo y la alegoría. Así la imagen del Buen Pastor es la más querida por los primeros cristianos. Con la aparición de las imágenes de la Santa Faz en el S. VI (el camulanium y el mandylion que se identifica con la Sábana Santa de Turín) se imitan y reproducen apareciendo los iconos. Aunque no es objeto de este artículo el analizar la evolución de la iconografía sacra se puede ver una clara evolución que va desde el románico con una concepción de Cristo Rey hasta la humanización del gótico, el realismo remacentista y las representaciones naturalistas del barroco. Lo mismo vale para las imágenes marianas, de un hieratismo muy acusado en el románico y gótico hasta las dolorosas barrocas que veneramos como titulares de nuestras hermandades.

La veneración de las imágenes, tanto en pinturas, esculturas, relieves, cerámicas u otras representaciones constituyen “un elemento relevante de la piedad popular” tal como el Directorio sobre la piedad popular afirma claramente (238 y siguientes). Pero hay que advertir que si esa veneración no se apoya en conceptos teológicos adecuados se corre el riesgo de caer en desviaciones que en definitiva hagan a los fieles sustituir lo representado por la materialidad de la figura concreta cayendo si no en idolatría, que tal vez sea excesivo, si al menos en prácticas ajenas a una auténtica religiosidad cristiana aunque estén llenas de buena fe. Las imágenes según la enseñanza de la Iglesia son: signos santos, ayuda para la oración, estímulo para su imitación, forma de catequesis y en definitiva traducción iconográfica del mensaje evangélico. La imagen no se venera por ella misma sino por lo que representa. No se puede tampoco olvidar el aspecto artístico y el decoro que las imágenes deben tener aunque siempre teniendo en cuenta que la función principal de la imagen sagrada es ayudarnos a introducirnos en el Misterio y no el deleite estético. Cuando ambas funciones se encuentran gracias a la gubia o pincel de un genial artista se produce el milagro de aquellas imágenes que despiertan la universal devoción. Es lo que el recordado y admirado maestro Hernández Díaz definía como “unción sacra”. Una catequesis adecuada sobre este tema se impone y es función y responsabilidad clara atribuible a los respectivos directores espirituales y diputados de culto. Sobre éste y otros temas queda mucho por hacer.
El cardenal Ratzinger, actual papa Benedicto XVI, en su libro sobre “El espíritu de la liturgia” al tratar sobre las imágenes concluye con las siguientes afirmaciones:
· Que la ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. La iconoclastia no es una opción cristiana
· Que el arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación
· Que las imágenes sirven para poner de manifiesto la unidad interna de la actuación de Dios.
· Las imágenes no son fotografías: su sacralidad consiste en llevar a una contemplación interior, al encuentro con el Señor.
Foto: Nuestro Padre Jesús Despojado de sus Vestiduras en su paso. Hdad de Jesús Despojado. (Autor de la foto: Jonathan González Viega)

EL CULTO A LA VIRGEN III

Las fiestas de la Virgen.
Como fiestas de la Virgen celebramos la Natividad de la Virgen María el 8 de septiembre (fecha de comienzo del año litúrgico en la liturgia bizantina) y la Visitación (el 31 de mayo). Ambos son acontecimientos en la vida de la Virgen que la Iglesia celebra como fiestas.
La Natividad de la Virgen es una fiesta procedente de Oriente que celebramos el 8 de septiembre y que va unida a la dedicación de la iglesia de la Natividad de María en Jerusalén remontándose su antigüedad en Roma al menos al S. VII. La MC dice que esta fiesta celebra "esperanza para todo el mundo y aurora de salvación" (MC 7). Sólo celebramos el nacimiento de dos santos: la Virgen y san Juan Bautista, ambos estrechamente relacionados con Cristo. Ese día de la Natividad es la aurora, así como la Asunción es el triunfo final. La Iglesia ve en el nacimiento de la Virgen el comienzo de la salvación universal. Esta fecha del 8 de septiembre fue la que condicionó la de la Inmaculada, nueve meses antes ya que nueve meses antes de su Natividad sería su Conceción Inmaculada.
La Visitación de la Virgen María que celebramos el 31 de mayo tiene su justificación en el Evangelio de Lucas (Lc 1, 39-56). Como fiesta fue instituida por Urbano VI en 1389 pero ya era celebrada por los franciscanos el 2 de julio desde el año 1263. Se ha colocado antes de la solemnidad del nacimiento del Bautista por razones lógicas, desplazando la memoria de María Reina al 22 de agosto. La MC dice de esta fiesta que "la liturgia recuerda a la Santísima Virgen que, llevando en su seno al Hijo, va a casa de Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador" (MC 7). María aparece como portadora de Cristo. La actitud de alegría y alabanza hace exclamar a María su canto del Magnificat.