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27.11.22

CALENDARIO LITÚRGICO 2022-2023.

El domingo 27 de noviembre de 2022 es primer domingo de Adviento, dando pues comienzo un nuevo Año Litúrgico.

Cada año litúrgico comienza siempre en las vísperas del  domingo más próximo al 30 de noviembre, fiesta del apóstol San Andrés.

El domingo pascual, núcleo del año litúrgico, quedó fijado por el Concilio de Nicea, reunido el año 325, que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena que haya después del 22 de marzo. La  Pascua de Resurrección es, por lo tanto, una fiesta variable y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores) con su final en la solemnidad de Pentecostés y el tiempo cuaresmal (cuarenta y cuatro días atrás si contamos desde el Miércoles de Ceniza al Jueves Santo), además de las solemnidades dependientes del Domingo Pascual y de Pentecostés: Ascensión, Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón. 

Este año que comienza es Ciclo A, año impar.

En este nuevo año litúrgico, las festividades móviles quedan establecidas así:

Comienza el Adviento

I Domingo de Adviento: 27 de noviembre de 2022.
La Sagrada Familia: Viernes, 30 de diciembre de 2022. Fiesta.
Bautismo del Señor: Domingo, 8  de enero de 2023.  Fiesta. Finaliza el tiempo de Navidad y comienza el Tiempo Ordinario, primera parte.
Comienza la Cuaresma

Miércoles de Ceniza: 22 de febrero de 2023. Ayuno y abstinencia.

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: 2 de abril de 2023.

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor: 9 de abril de 2023. Comienza el Tiempo Pascual.

Ascensión del Señor: Domingo, 21de mayo de 2023. Solemnidad.
Domingo de Pentecostés: 28 de mayo de 2023. Solemnidad. Termina el Tiempo Pascual y se reanuda el Tiempo Ordinario, segunda parte.
Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote: Jueves 1 de junio de 2023. Fiesta.

Santísima Trinidad: Domingo, 4 de junio de 2023. Solemnidad
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: Domingo, 11 de junio de 2023. En Sevilla se mantiene la procesión y Liturgia el jueves anterior, 8 de junio de 2023. Solemnidad.

Sagrado Corazón de Jesús: Viernes, 16 de junio de 2023. Solemnidad
Jesucristo, Rey del Universo: Domingo 26 de noviembre de 2023. Solemnidad

 La Natividad del Señor (25 de diciembre), Epifanía del Señor (6 de enero), Transfiguración del Señor (6 de agosto) y Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) tienen fecha fija, al  igual que las solemnidades y fiestas de la Virgen María: Inmaculada Concepción (8 de diciembre), Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios (1 de enero) y Asunción a los Cielos (15 de agosto).

En el año 2023 el Tiempo Ordinario comprende 34 semanas, de las cuales las siete primeras se celebran antes de Cuaresma, comenzando el 9 de enero, lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, hasta el 21 de febrero, día anterior al Miércoles de Ceniza. Se reanuda de nuevo el tiempo ordinario con la VIII semana, el 29 de mayo, lunes después del domingo de Pentecostés, hasta el sábado 2 de diciembre de 2023, vísperas del I Domingo de Adviento del nuevo Año Litúrgico.

Para 2023 corresponde como número áureo el 10, Epacta: VIII, Letra dominical: A y letra del Martirologio: h.

 FIESTAS DE PRECEPTO EN ESPAÑA

- 1 enero: Santa María, Madre de Dios.

- 6 enero: Epifanía del Señor.

- 19 marzo: San José, esposo de la bienaventurada Virgen María.

- 25 julio: Santiago, apóstol.

- 15 agosto: La Asunción de la Virgen María.

- 1 noviembre: Todos los Santos.

- 8 diciembre: Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María.
- 25 diciembre: La Natividad del Señor.

Todos los días anteriores se celebran como solemnidad.

 Cada diócesis debe añadir las fiestas que acuerde el obispo. La Iglesia considera como días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma.

Recordamos que son días de abstinencia TODOS los viernes del año, no sólo los de Cuaresma (excepto si coinciden con alguna solemnidad), que puede sustituirse por  cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la santa misa, rezo del rosario, etc.) y mortificaciones corporales. Ayuno y abstinencia son el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La ley de la abstinencia obliga a todos los mayores de 14 años en adelante y la del ayuno a los mayores de edad hasta los 59 años (CDC cánones 1249 y siguientes).

 

LIBROS QUE SE UTILIZAN DURANTE ESTE AÑO

Liturgia de las Horas
Volumen I, II, III y IV.

Misa
Misal Romano.
Leccionario dominical I-A

Año A
Leccionario II: Ferias de Tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua.
Leccionario III-Año impar: Ferias del Tiempo Ordinario para los años impares.

Leccionario IV: Propio de los santos y misas comunes.

Leccionario V: Para las misas rituales y de difuntos
Leccionario VI: Para las misas por diversas necesidades y votivas

Oración de los fieles.

Libro de la Sede.

En el siguiente enlace está completo el Calendario Litúrgico pastoral publicado por la Conferencia episcopal española. 

file:///C:/Users/Propietario/Downloads/CLP-y-salmos-responsoriales-2022-2023_internet%20(1)%20(1).pdf

19.11.22

EL AMBÓN Y LA SEDE

 Dentro de los elementos que componen una iglesia vamos ahora a fijarnos en el ambón. Se dice que, en la misa, hay dos mesas; la de la Palabra y la de la Eucaristía. Si durante la Liturgia eucarística el centro celebrativo está en el altar, en la Liturgia de la Palabra el centro celebrativo está en el ambón.

A la izquierda del altar, en el llamado lado del Evangelio, en el presbiterio se sitúa el ambón, lugar destinado para la celebración de la Palabra que se puede adornar con un paño del color del tiempo litúrgico que puede estar decorado llamado antipendio .

La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar conveniente desde el que se proclame, y al que durante la Liturgia de la Palabra, se dirija espontáneamente la atención de los fieles. Conviene que por lo general este sitio sea un ambón estable, no un simple atril portátil. El ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar colocado de tal manera que los ministros ordenados y los lectores puedan ser vistos y escuchados convenientemente por los fieles[1].

Desde el ambón se proclaman las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; pueden también hacerse desde él la homilía y las intenciones de la oración universal[2].  Es conveniente que el nuevo ambón se bendiga antes de destinarlo al uso litúrgico, según el rito descrito en el Ritual Romano.

Desde el ambón no deben decirse avisos ni moniciones y reservarlo fundamentalmente para la Palabra.

La sede es el lugar donde se sienta el presbítero que preside la Eucaristía y suele colocarse al fondo del presbiterio, mirando al pueblo.

La sede del sacerdote celebrante debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración. Por lo tanto, su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura del edificio u otra circunstancia lo impidan, por ejemplo, si por la gran distancia se torna difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada, o si el tabernáculo está situado en la mitad, detrás del altar. Evítese, además, toda apariencia de trono. Conviene que la sede se bendiga según el rito descrito en el Ritual Romano, antes de ser destinada al uso litúrgico[3]. Podemos decir que la sede tiene, además del aspecto puramente funcional, un sentido simbólico en su papel del presidente como representante de Cristo y ministro eclesial de la comunidad reunida.

Asimismo, se deben disponer en el presbiterio las sillas para los sacerdotes concelebrantes y también para los presbíteros revestidos con vestidura coral, que estén presentes en la celebración, aunque no concelebren (caso del maestro de ceremonias, por ejemplo). Los acólitos deben situarse cerca para servir al altar pero sin sentarse con los ministros ordenados, de manera que no produzcan confusión a los fieles entre los diversos ministerios.

Póngase la silla del diácono cerca de la sede del celebrante. Para los demás ministros, colóquense las sillas de tal manera que claramente se distingan de las sillas del clero y que les permitan cumplir con facilidad el ministerio que se les ha confiado.

Desde la sede —o en el ambón o en otro lugar adecuado—, el presidente, de pie, pronuncia la homilía. También, desde la sede, introduce y pronuncia la oración conclusiva de la Oración de los Fieles y saluda a los fieles. Permanece en la sede mientras se prepara el altar y desde allí —o desde el altar—puede pronunciar la oración después de la comunión y despedir al pueblo.

 



[1] OGMR 309

[2] OGMR 309

[3] OGMR 310

16.11.22

EL BESO EN LA LITURGIA.

 El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la Liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados. En casi todos los sacramentos se besa a las personas como sig­no de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresiva­mente reciben este símbolo de aprecio.

Según la costumbre tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario se expresa con el beso[1]. Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima en la Liturgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la mesa del Señor, la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es co­mo un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la cele­bración. Actualmente han quedado sólo dos besos al altar:

- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los conce­lebrantes.

- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los concelebrantes. 

También besa el Evangeliario el que proclama la lectura del Evangelio, mientras dice en voz baja: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados. El beso al Evangeliario se inserta dentro de una serie de acciones simbólicas y ritos en tor­no al Evangelio: procesión al ambón, escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la cruz, incensarlo, acompañarlo con dos luces mientras se proclama.

El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz. La paz se puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El ósculo de paz, como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica, por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del Jueves Santo.

El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que damos a la cruz en el rito de su adoración. También besa la cruz el obis­po, en la recepción en su iglesia catedral o al comienzo de la visita pastoral en una parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva cruz.

También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmen­te llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que mu­chos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar. El rito de besapié y besamanos forma parte importante de los ritos de hermandades y asociaciones.

Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se vuelve litúrgico para expresar valores que contienen los diversos sacramentos. Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una bienvenida o una acogida oficial cuando una persona entra en un estado diferente dentro de su camino de fe:

- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos presentes;

– en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es oportuno que le dé esa paz con algún gesto, que bien podría ser un beso;

– en la celebración del Matrimonio, como una especie de ra­tificación del matrimonio, los mismos esposos se dan la paz, según se juz­gue oportuno. En muchos casos, este modo oportuno y espontáneo suele ser el besarse.

La misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que profesan sus votos perpetuos sean abrazados y besados por los que ya los ha­bían hecho con anterioridad.

Fuera de la Liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacer­dotes –costumbre hoy en desuso– y muchos lo seguimos haciendo con el anillo episcopal. Es preciso aclarar que, en aquellos lugares en los que el beso no se considere una forma de reverencia, se sustituirá este gesto por otro de reverencia de la cultura propia.

 



[1]  OGMR 273

2.11.22

LA CONMEMORACION DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Comenzamos este artículo con un párrafo, tomado del Ángelus que el papa Francisco pronunció el 2 de noviembre de 2014 en la Plaza de San Pedro a los fieles allí congregados.

El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios.

Cada año, el 2 de noviembre, la Iglesia conmemora a todos los fieles difuntos. El día anterior la Iglesia ha celebrado la solemnidad de Todos los Santos para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo.

En este día la Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por todos los difuntos.

Haciendo un poco de historia podemos decir que los primeros cristianos, desde las catacumbas, ya esculpían a Lázaro, como signo de resurrección de sus amigos o parientes. Pero fue en el siglo IX cuando, tomando esa costumbre de los monasterios, se hace general esa práctica de dedicar un día entero a rezar por los difuntos. Finalmente, en 998 se fijó la conmemoración el 2 de noviembre, llegando incluso a tener una novena, la Novena de los Difuntos[1] extendiéndose esa práctica monacal en siglos posteriores a toda la Iglesia católica.

En la Conmemoración de todos los fieles difuntos La santa Madre Iglesia, […] se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de  toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna (Martirologio Romano).

La misa del día tiene todo propio: antífonas, oraciones, prefacios propios. Las dos lecturas se toman de las misas de difuntos.

Es uno de los pocos días del año en que el  sacerdote está autorizado a trinar, o sea, decir tres misas (igual pasa en Navidad). Está dispuesto que, caso de decir las tres misas, sólo puede recibir estipendio por una de ellas, debiendo aplicar la segunda misa por todos los difuntos y la tercera por las intenciones del Papa. Por ese motivo el Misal Romano ofrece tres formularios de misas distintas para el 2 de noviembre. El celebrante puede elegir en qué orden usarlos y, si únicamente va a celebrar una, puede decidir cuál de los tres formularios usar a gusto del celebrante.

Ese día, además, puede impartirse la bendición solemne que contempla el Misal Romano. Los fieles que hayan recibido la comunión en una misa pueden recibirla otra vez, solamente dentro de la celebración eucarística. En este día no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial

El color de los ornamento es, de ordinario, morado. También puede usarse el negro, tal como dispone la OGMR en su número 346: El color negro puede usarse, donde se acostumbre, en las Misas de difuntos. Aunque el color negro está en desuso Parece que es mejor usar los ornamentos negros para distinguir un color para la penitencia (morado) y otro para el duelo (negro), siguiendo la antigua tradición litúrgica[2]

Terminamos recordando una cuestión menos conocida, que el Calendario Litúrgico pastoral recuerda, referida a las indulgencias a ganar en este día.

A los fieles que visiten devotamente el cementerio u oren solo mentalmente por los difuntos se les concede la indulgencia plenaria (aplicable solamente a las almas del purgatorio) en cada uno de los días del 1 al 8 de noviembre e indulgencia parcial en los demás días del año. En el día de la conmemoración de los fieles difuntos (o, con el consentimiento del Ordinario, en el domingo anterior o posterior, o en la solemnidad de Todos los Santos), en todas las iglesias y oratorios se puede lucrar de indulgencia plenaria.

 



[1] https://www.vaticannews.va/es/santos/11/02/conmemoracion-de-todos-los-fieles-difuntos.html

[2] https://liturgiapapal.org/index.php/manual-de-liturgia/vestiduras-liturgics/colores-lit%C3%BArgicos/377-negro.html