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26.4.08

EL AGUA BENDITA

El uso correcto y saludable del agua bendita empieza cuando comenzamos por relacionarla con el agua del bautismo, puerta de toda la religión cristiana y también de la vida eterna. Recibir el bautismo es entrar en comunión de destino con Cristo «porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido» (Gál 3:27), y es por ello hacerse miembro vivo de su Cuerpo, que es la Iglesia «porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados todos para formar un solo cuerpo» (1 Cor 12:13).
En la liturgia, el agua es un símbolo exterior de la pureza interior. El agua es esencial para la celebración del bautismo. Significa la limpieza del pecado. "Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El”
En la Santa Misa, unas gotas de agua se mezclan con el vino para indicar la unión de Cristo y los fieles y la sangre y el agua que brotaron del corazón de Cristo en la cruz.
La bendición con agua, usando acetre e hisopo o ramas de plantas, se utiliza como signo que nos recuerda el bautismo. Se utiliza en la misa en ocasiones especiales, como la Vigilia Pascual, bodas y funerales o para sustituir el acto penitencial, especialmente en los domingos pascuales.
El agua bendita se utiliza también muy frecuentemente como sacramental para bendecir personas o cosas.
La costumbre de hacer la señal de la cruz con el agua bendita contenida en una pila al entrar en las iglesias es un recuerdo del bautismo. No tiene sentido hacerlo al salir, sino al entrar. El sacristán o capiller debe ocuparse de que se limpie y llene la pila.

Algunas cuestiones sobre el agua bendita.

¿Cómo se debe asperjar?
Cuando se asperge a una persona u objeto con agua bendita el celebrante sostiene el acetre con la mano izquierda y el hisopo con la derecha o mejor aún, un ayudante sostiene el acetre. Como costumbre, el que es rociado con agua bendita hace la señal de la cruz, con reverencia simple.
¿Se puede beber el agua bendita?
La Iglesia no tiene ninguna instrucción que lo prohíba, siempre que no se caiga en superstición ni en atribuirle propiedades mágicas que no posee.
¿Se debe retirar el agua bendita de la pila en Adviento y en Cuaresma?
El agua bendita no se debe quitar ni en Adviento ni en Cuaresma. La Congregación para el Culto Divino ha definido: "No está permitido quitar el agua bendita de las fuentes durante la temporada de la Cuaresma." Según la Congregación, los fieles deben servirse frecuentemente de los sacramentos y sacramentales también en el tiempo de Cuaresma. Añadió que la práctica de la Iglesia es vaciar las fuentes de agua bendita para los días del Triduo Pascual (Viernes, Sábado) en los que no se celebra la Santa Misa, en preparación para la Vigilia Pascual.
¿Para qué puede usarse el agua bendita?
Con el agua bendita desde luego no repetimos el bautismo sino que hacemos memoria agradecida de él, mientras invocamos la bendición de Dios sobre nosotros y sobre nuestras cosas. De aquí el uso del agua bendita en las bendiciones de casas u otros objetos. Puede lícitamente utilizársele en aquellas cosas que tienen una referencia directa a Dios y la verdadera religión o en las que realmente transcurre nuestra vida de bautizados.
No procede usarla en los objetos de simple lujo (joyas, juguetes, mascotas…), ni en los lugares ajenos a nuestra voluntad y dedicados o propicios para lo mundano (discotecas, tabernas…), ni debería usarse con referencia a lo que potencial y gravemente puede contradecir el amor divino (armas, negocios con ánimo de lucro…).
De todo ello se deduce en que no hay en esto superstición, sino espíritu de fe y de hijos. Caso distinto es en los que se supone que propiedades intrínsecas de esas aguas benditas son las que van a mejorar la «suerte» de sus usuarios. Bien aprovechada, el agua bendita es hermoso memorial y eficaz remedio.

18.4.08

LA COMUNIÓN EN CASA DEL ENFERMO

Algunos enfermos y ancianos se sienten relegados de la comunidad y la familia. Ya no pueden asistir diariamente a la iglesia, ni siquiera el domingo. Necesitan por tanto un acompañamiento pastoral más cercano y adaptado. Los sacerdotes no pueden atenderlos en domingo, ni en la hora más acomodada al enfermo. Para que el gran don de la comunión eucarística estuviera al alcance de todos, la Instrucción “Inmensae charitatis” establecía la posibilidad de instituir ministros extraordinarios de la comunión para los enfermos, y en casos extraordinarios también en el templo.
Hoy día y en algunos contextos sociales, el sacerdote o el diácono aún llevan la Eucaristía en procesión al enfermo, usando un alba, o sotana y sobre­pelliz, con una estola blanca y el paño humeral. Puede acompañarle un acólito u otra persona llevando una vela. Es tradicional tocar una cam­pana para avisar que se está llevando la Eucaristía.
Aunque es muy bueno que no se olviden estas tradiciones, en sociedades pluralistas, en la práctica actual, el sacerdote, diácono o persona autorizada –ministro extraordinario de la comunión, tanto varón como mujer– lleva con reverencia la Eucaristía a los enfermos sin ceremonia pública, vistiendo su traje ordi­nario. Utiliza, si es ministro ordenado, una «estola de bolsillo» que debe ser preferiblemente reversible: de color blanco por un lado, y morada por otro porque el sacramento de la Penitencia es parte del ministerio con los enfermos. Lleva la Eucaristía en una píxide, que puede transportarse dentro de una bolsa de cuero o de algún otro material fino y debe haber sido bendecida. Esta bolsa, unida a una cadena o cordón, se pone alrededor del cuello y se introduce en el bolsillo interior. El sacerdote también debe llevar un pequeño corporal, un purificador (ambos, generalmente, se mantienen doblados dentro de la bolsa de la píxide), un pequeño recipiente con agua bendita y el libro del ritual de la comunión a los enfermos. La píxide debe purificarse después de cada uso.
El sacerdote se debe poner la estola de bolsillo antes de arrodillarse y tomar la Eucaristía del sagrario para depositarla en la píxide. Después, debe ir directamente a la casa del enfermo, sin entretenerse en otros asuntos mientras lleve la Eucaris­tía. Debe ser consciente de la importancia de la sagrada responsabilidad que le ha sido encomendada.
En la habitación del enfermo, sobre una mesa o una silla próxima a la cama, se debe preparar lo siguiente: un mantel (un crucifijo, si es posi­ble), una vela (o velas), un vaso de agua (un acetre de agua bendita y un hisopo para asperger si el sacerdote o diácono no traen agua ben­dita). Se pueden poner flores frescas encima de la mesa. Estas prepa­raciones se pueden modificar en caso de emergencia, o de condiciones difíciles. Es muy bueno que el enfermo sepa exactamente cuándo va a llegar el sacerdote o diácono. Recordar que los enfermos están exentos del ayuno eucarístico de una hora.
Al llegar, el celebrante se dirige directamente a la habitación del enfermo. Como es costumbre, por reverencia a la Eucaristía, el celebrante no debe ini­ciar una conversación con los de la casa hasta que se haya terminado el rito. Primero saluda al enfermo y a los presentes, según las fórmulas del ritual. Después toma el corporal, lo desdobla y lo pone sobre la mesa, deposita la píxide sobre la mesa y se arrodilla. En este momento todos los presentes deben arrodillarse en adoración durante un breve espacio de tiempo.
Entonces, el celebrante puede asperger al enfermo y a los presentes con agua bendita, mientras dice alguna de las fórmulas previstas por el ritual. Si el celebrante es un sacerdote, se puede celebrar el sacramen­to de la Penitencia, en cuyo caso los presentes deben abandonar la habi­tación mientras dure la confesión. Si la persona enferma no necesita el sacramento, se continúa con el rito penitencial.
Después sigue una breve liturgia de la palabra y el celebrante u otra per­sona lee algunos versos sugeridos por el ritual. A continuación hay un momento de silencio; luego, el celebrante puede explicar brevemente las lecturas, comentando la aplicación que tienen a las necesidades del enfermo y de los que le cuidan. Si el celebrante tiene que visitar a varios enfermos, esta parte del ritual se puede reducir a recitar con reverencia un verso eucarístico de la Sagrada Escritura.
El rito de la Comunión comienza con la oración del Señor, el Padrenuestro. Después, el celebrante hace una genuflexión, abre la píxide, toma la Hostia, que sostiene sobre la píxide abierta, y la muestra al enfermo diciendo: «Este es el Cordero de Dios...» u otro texto aprobado. Una vez que todos los presentes han respondido: «Señor, no soy digno...», el celebrante admi­nistra la Eucaristía al enfermo y a los que están presentes y quieran recibir al Señor. El celebrante u otra persona puede ofrecer un poco de agua si alguno tiene dificultad para tragar la Hostia. Si el enfermo tiene dificultad en la deglución se puede prever que tome la Sangre del Señor.
Después de administrar la Comunión, el celebrante deposita la píxide sobre la mesa, la cierra y hace una genuflexión si todavía queda alguna Hostia. Si está vacía, echa un poco de agua en la píxide y purifica sus dedos. Si es necesario, consume la ablución y seca la píxide con el puri­ficador. Y luego la guarda con los lienzos en la bolsa.
Se pueden tener unos breves minutos de silencio. A continuación, el celebrante dice: «Oremos» y, si no hubo un momento de reflexión previo hace una pausa para rezar en silencio. Después dice una de las oraciones ­ de la Comunión. Finalmente, da una de las bendiciones previstas en el ritual. Sin embargo, si todavía está el Santísimo Sacramento en la píxide, hace una genuflexión, toma la píxide y dirigiéndose al enfermo y a los presentes, hace la señal de la cruz lentamente sin decir nada. Cuando se imparte la bendición eucarística, todos deben estar arrodillados en actitud de oración.
Nota: Píxide es un copón o caja pequeña en que se guarda el Santísimo Sacramento o se lleva a los enfermos.
Jesús Luengo Mena, Lector Instituido y Vicette de Jesús Despojado

13.4.08

LA ABLUCIÓN

Ablución es, según la RAE de la Lengua, la acción de purificarse por medio del agua, según ritos de algunas religiones, como la judaica o la mahometana. En la liturgia católica llamamos así a la ceremonia de purificar el cáliz y de lavarse los dedos el sacerdote después de comulgar. Así pues, la ablución es el acto de acto de limpiar (purificar) los vasos sagrados que se han usado en la misa y también el eliminar las partículas de pan consagrado que hayan podido, ocasionalmente, quedado adheridas a los dedos del celebrante. Tanto el celebrante como el diácono o el acólito pueden purificar los vasos sagrados en el lado derecho del altar o en la credencia. Si hay diácono o acólito deben hacerlo ellos, mientras el sacerdote guarda el sagrado silencio de la poscomunión junto con los fieles. Es preferible usar la credencia para este rito y no el altar, ya que litúrgicamente es un hecho irrelevante pues se trata de lavar lo usado. Si se hace en la credencia se evita distraer al pueblo en su acción de gracias.
Al purificar los vasos, hay dos tendencias que se deben evitar: por una parte se debe evitar un esfuerzo demasiado escrupuloso para encontrar las partículas más pequeñas, y por otra parte el adoptar un modo aparentemente informal y despreocupado que podría implicar, al menos, una falta de respeto a la Eucaristía. En cualquier caso, debe evitarse el dar la impresión de que se trata de una segunda comunión.
Después de colocar las formas en el sagrario, el celebrante de pie en el centro del altar, consume si es preciso lo que queda de la Preciosa Sangre (ayudado por otros si es necesario). Luego, lleva el cáliz y la patena o los otros vasos sagrados al lado derecho del altar (o los ayudantes los llevan a la credencia, si las purificaciones se realizan allí). Primero se asegura que todos los fragmentos van al cáliz (o al copón), cubriendo los dedos de la mano derecha con el purificador, sin frotar la superficie con movi­mientos circulares, sino empujando suavemente todos los fragmentos dentro del cáliz.
Mientras el acólito o ayudante derrama una cantidad razonable de agua en el cáliz o en el copón, el celebrante puede poner los dedos encima para que los fragmentos adheridos a los dedos caigan dentro. Puede apartar los dedos para indicar al ayudante que deje de echar agua. Seca sus dedos y, si es necesario, da vueltas al vaso para asegurarse de que los fragmentos están desprendidos de la superficie interior. Luego, bebe la ablución. Igual haría el diácono o el acólito.
Si hay varios copones para purificar, puede no ser fácil limpiarlos «en seco» con el purificador. Por tanto, se puede echar agua en un copón (sobre los dedos), seca los dedos y echa la ablución en el siguiente, y así sucesivamente, hasta que al final lo vierte en el cáliz y lo bebe.
Durante las purificaciones el celebrante (diácono o acólito) dice en secreto: “Haz, Señor, que recibimos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”. Después de beber la ablución, si es necesario, el celebrante se limpia los labios con el purificador. Deja el purificador en el altar o en la credencia, donde el ayudante cubre el cáliz. Si las purificaciones se dejan para después de la misa, los vasos sagrados se llevan a la credencia, se colocan sobre un corporal y se cubren con un velo (cubrecáliz). Las purificaciones no deben hacerse en la sacristía.
Durante la Comunión, un ayudante quita el misal y el atril del altar. Cuando el celebrante vuelve a la sede, los ayudantes (diácono o acólito) van al altar y doblan el corporal llevándolo junto con el cáliz y cualquier otro vaso sagrado a la credencia. El altar está ahora como antes de la preparación de las ofrendas. Sin embargo, el cele­brante puede decidir recitar la oración después de la Comunión e impartir la bendición final desde el altar. En este caso, después de lle­var el corporal y los vasos sagrados a la credencia, el misal y el atril pue­den ponerse en el centro, donde estaba el corporal. Antes de que el celebrante vaya al altar, un ayudante puede pasar las páginas del misal para dejarlo abierto por la oración de poscomunión propia del día.
Jesús Luengo Mena

9.4.08

LA OPOSICIÓN AL MOVIMIENTO LITÚRGICO

Para terminar esta serie de artículos que he dedicado al Movimiento Litúrgico basten aunque sea unas líneas para comentar brevemente la oposición que hubo a los intentos renovadores, que los tuvieron que sufrir y superar sus partidarios.
La primera polémica fue con los jesuitas, que al tener una espiritualidad individual y defender la idea de la superioridad de la piedad privada sobre la piedad social chocaba con las tesis comunitarias defendidas por M. Festugiére en su libro “La Liturgia católica”, el cual criticaba la espiritualidad ignaciana por individualista. Los jesuitas llegaron a afirmar que "la liturgia no era otra cosa que un conjunto de elementos ceremoniales, decorativos y sensibles del culto eclesial[1]”.

La segunda polémica se dio en Alemania y se refería a la supremacía de la piedad objetiva o litúrgica por un lado y la piedad subjetiva devocional por otro lado. Encabezó el ataque al movimiento litúrgico M. Kassiepe que escribió un libro titulado "Falsos y desvaídos caminos en la vida espiritual" donde se defendía la comunión fuera de la misa, la piedad subjetiva y las prácticas devocionales, respondiendo con gran sensatez Guardini. La polémica estaba incluso dividiendo a Alemania, obligando a intervenir al papa Pío XII. Los obispos alemanes optaron a favor del Movimiento Litúrgico, manifestando el Papa su conformidad pero con reservas a sus posibles exageraciones. Puede decirse que la encíclica Mediator Dei es la respuesta a estas polémicas, en la cual se da primacía a la Liturgia sobre las prácticas devocionales presentando las devociones como complementaria en la vida cristiana.

La tercera polémica surgió en el año 1921 entre Guardini y O. Carel al hablar de las relaciones entre Liturgia y Mística, pensando el segundo que la única fuente de vida mística en la Iglesia era la litúrgica.
Terciaron en la polémica los esposos J. y R. Maritain publican un libro titulado "Liturgia y Contemplación" aparecido en lengua francesa el año 1959 y en el cual defienden la tesis de la superioridad de la contemplación mística sobre la piedad litúrgica y su consiguiente subordinación. En el fondo no es más que un error que procede de exacerbar por un lado lo comunitario y por otro lado de supervalorar aspectos secundarios en la espiritualidad cristiana. Lo correcto es enmarcar la experiencia mística en la celebración litúrgica.
Estas polémicas, fruto de un organismo vivo como es la Iglesia, han quedado zanjadas con rotundidad al publicarse la Sacrosantum Concilium.
Jesús Luengo Mena



[1] J.J. Navatel: L´apostolat liturgique et la pieté personalle.

LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO LITÚRGICO EN ESPAÑA

En España, al igual que en el resto de los países europeos en los que se toma conciencia de la necesidad sobre reformar la liturgia, surge el llamado movimiento litúrgico en primer lugar en los monasterios.
Silos y Montserrat, monasterios benedictinos, encabezan este movimiento que se ve respaldado también por publicaciones y revistas litúrgicas y Congresos litúrgicos como el desarrollado en Sevilla en 1908 siendo arzobispo don Enrique Almaraz y Santos y en Montserrat en el año 1915.
Los monjes del monasterio de Silos, restaurado en 1880, propagan el espíritu de Solesmes por España y América. En Montserrat fue muy importante la labor llevada a cabo por don G. Sunyol, discípulo de don Mocquereau, fundador de "Paleografía Musical", y que publicó también el "Libre Usualis". Es en el aspecto musical en donde el cambio litúrgico tiene sus orígenes y su inicio, sirviendo como de mecha o iniciador de reformas más profundas y amplias.
Los efectos de este movimiento en el pueblo se hacen sentir sobre todo en dos aspectos muy llamativos:
* la misa dialogada y comunitaria, participativa
* la traducción del Misal al castellano

Aunque el movimiento renovador comienza en Francia a mediados del S. XIX protagonizada por el abad de Solesmes como ya se dijo, los hitos más importantes se dan ya en el S. XX, años antes del Vaticano II. Estos hitos se pueden resumir en los siguientes:
* restauración de la Vigilia pascual (1951)
* reforma de la Semana Santa (1955)
* simplificación de las rúbricas del Misal y del Breviario (decreto de 23 de marzo de 1953)
* nuevo Código de Rúbricas (26 de julio de 1960)
* Instrucción sobre Música Sacra (3 de septiembre de 1958)

EL MOVIMIENTO LITÚRGICO ESPAÑOL.­
Los primeros balbuceos del Movimiento litúrgico español los encontramos, como ya dijimos, en los monasterios benedictinos de Silos y Montserrat con sus investigaciones sobre liturgia. La restauración de la música sagrada, concretamente del canto gregoriano, fue también otras de las manifestaciones de este movimiento, como aparece en los Congresos de Valladolid (1907), Sevilla (1908), Barcelona (1919), Vitoria (1929) y Madrid (1954).
La celebración del I Congreso Litúrgico de Montserrat en el año 1915 tuvo una gran influencia en Cataluña, contribuyendo de manera decisiva a fortalecer la vida de los sacerdotes. Como fruto de este congreso surgió la obra del canónigo D. Isidro Gomá titulada "El Valor educativo de la Liturgia católica" en dos tomos. Por su parte, el abad de Silos presentó una ponencia en el IX Congreso para el progreso de las Ciencias celebrado el año 1923 titulada “Valor científico y cultural de los estudios sobre Liturgia”.

Al término de la Guerra Civil española el movimiento litúrgico español renace con gran pujanza, brillando de nuevo las abadías de Silos y Montserrat. Los monjes supervivientes del conflicto siguen con renovado ánimo sus trabajos sobre liturgia: el abad A. MLa Marcet escribe una valiosa introducción sobre el Movimiento litúrgico para la obra del ya cardenal Gomá. Entre los monjes de Silos recordamos a Germán Prado, Santiago Alameda, Justo Pérez de Urbel y otros más, discípulos de M. Forotín. Los monjes de Silos editan la revista Liturgia(1946) y los monjes de Samos (Galicia) traducen el “Liber Sacramentorum” del cardenal Shuster en nueve volúmenes nada menos. El padre Andrés Azcárate monje de Silos transterrado a la Argentina publica su libro “La Flor de la Liturgia”.
Pero no sólo los monjes van en esa línea sino que también los curas párrocos se van sumando a este Movimiento, incorporando el clero diocesano su apostolado litúrgico mediante las Misas dialogadas.
Un importante hito en el Movimiento litúrgico español fue el XXV Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Barcelona el año 1952. El periódico sacerdotal “Incunable” fundado y dirigido por Lamberto de Echevarría aglutinó a los renovadores convocándoles a una sesión de Pastoral Litúrgica presidida por el obispo auxiliar de Toledo monseñor Francisco Miranda Vicente, en la cual se acordó pedir a la Asamblea de Metropolitanos Españoles la creación de la Junta Nacional de Apostolado Litúrgico, cosa que sucedió en 1955 e instituida al siguiente año siendo su primer presidente el citado obispo.
En el año 1955 se inician los coloquios o Semanas Nacionales de Pastoral Litúrgica y ese mismo año surge en la Universidad Pontificia de Salamanca el Instituto Pastoral dirigido por D. Casimiro Sánchez Aliseda. Estas instituciones logran dar una mayor organización al Movimiento litúrgico español, como se ve en la asistencia de nuestro país al Congreso de Asís del año 1956. Al año siguiente se inicia la andadura del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona bajo la dirección de D. Pedro Tena. En León se celebra la Primera Semana Nacional de Arte sacro en el año 1958 y ya funcionaban por este tiempo en algunas diócesis las comisiones de Liturgia y se había editado Misales de Fieles y Devocionarios adaptados a las nuevas corrientes para facilitar en la medida de lo posible la participación de los fieles.
En el año 1961 se creó la Comisión Episcopal de Liturgia, Pastoral y Arte Sacro que estuvo presidida por Monseñor García de la Sierra y Méndez. El Secretariado Nacional de Liturgia comenzó a editar el boletín Hodie (1962-65) y se inició la colección "Cuadernos de Pastoral Litúrgica Etheria".
Terminamos, antes de ver brevemente la gran reforma vaticana, diciendo que la existencia de rituales bilingües aseguraba la participación de los fieles así como la construcción de nuevos templos adaptados a las nuevas exigencias (Virgen del Camino, León y Alcobendas en Madrid).

LA REFORMA DEL VATICANO II.­
El Concilio Vaticano II convocado por el papa Juan XXIII se abrió el once de octubre de 1962 y el primer tema estudiado fue la Liturgia, para justo cuatrocientos años después de clausurado Trento, el cuatro de diciembre de 1963 ser promulgada por Pablo VI la constitución sobre la Sagrada Liturgia "Sacrosanctum Concilium" que es el punto de partida y la referencia obligada a la renovación litúrgica posterior y a la cual haremos frecuentes referencias.
La gran reforma decidida se puso en vigor enseguida, en tres fases:
a) paso del latín a las lenguas vernáculas (1964-1967)
b) publicación de los nuevos libros litúrgicos (1968-1975)
c) adaptación de esos libros a las iglesias particulares.
El Concilio Vaticano II (que hizo el XXI de los Ecuménicos) fue convocado por el papa Juan XXIII para reformar la Iglesia y hacer que esta "siguiera más radicalmente a Jesús y que estuviera más cercana a los hombres". Clausuró el Concilio otro papa, Pablo VI, el ocho de diciembre de 1965. Entre los innumerables documentos que elaboró se encuentra la "Sacrosanctum Concilium", documento para la reforma de la Sagrada Liturgia. Allí se establecen los principios fundamentales de la reforma litúrgica:
* la actualización del Misterio Pascual que se realiza sobre todo en las acciones litúrgicas.
* la lectura de la palabra de Dios a la cual se le da más variedad y más importancia de la que venía teniendo.
* la iglesia se manifiesta a sí misma en el sentido de que al celebrar el culto divino la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica.
* participación de los fieles que se ve facilitada por la celebración en lengua vernácula y otros mecanismos como la participación en las lecturas y acolitados.
Otros principios inspiradores de esta reforma: preferencia por lo comunitario, adaptación a cada cultura, formación de ministros, concelebración y rezo en común del Oficio Divino, comunión bajo las dos especies en determinadas circunstancias, etc.
Jesús Luengo Mena

8.4.08

UN POCO DE HISTORIA SOBRE EL MOVIMIENTO LITÚRGICO

Vamos en una serie de artículos a hacer algo de historia sobre el llamado "Movimiento litúrgico" comenzando por generalidades. En otros artículos abordaremos el Movimiento litúrgico en España y los detractores del Movimiento litúrgico.
El Movimiento Litúrgico no puede ser considerado como una etapa en sí misma sino más bien como una serie de esfuerzos que surgen en diversos lugares de Europa fundamentalmente con la vocación de renovar la Liturgia para que cumpliera su misión de didascalia del pueblo cristiano y hacer asequible y entendible al pueblo la simbología de que la liturgia hace uso. No obstante y dicho lo anterior vamos a dividirlo en tres períodos bien diferenciados:

A) ETAPA DE GESTACIÓN (1840-1909).
Estos movimientos renovadores comienzan en el S. XIX marcados por el Romanticismo, al sentirse en algunas personas la necesidad de acercar la liturgia al pueblo. Se suele tomar como punto de partida la renovación monástica abanderada por el monasterio de Solesmes con su famoso abad Próspero Guéranguer (1805-1875) que restauró los benedictinos en Francia y que se puso al frente de unos ideales de romanización de la Liturgia. Este monasterio benedictino promueve el canto gregoriano y las ceremonias litúrgicas promoviendo el estudio científico de la liturgia. El abad propaga el aprecio por la Liturgia romana con las Instituciones Litúrgicas (1840-1851) dedicadas a la formación de los clérigos y con El Año Litúrgico (1841) que se edita para fomentar la instrucción de los seglares.
El abad Guéranguer sentó las bases para un renacimiento auténtico del canto romano que originan la publicación, a fines de siglo, del nuevo Gradual (1883) y del Antifonario (1891) debidos al impulso de don Jausions y don Pothiers,
Otras abadías benedictinas bajo su influjo se van sumando a este movimiento: Maredsous y Mont-César en Bélgica, cuyo abad Lambert Beauduin habla de celebrar "como comunidad y participar en la acción -salvífica de Cristo" y relanza este movimiento renovador en el Congreso de Malinas (1909), Beuton en Alemania, Finalpia en Italia y Silos (que fue restaurado por Solesmes en 1880) junto a Montserrat en España.
En esta primera etapa del Movimiento Litúrgico encontramos ya un comienzo de apostolado litúrgico. Así aparecen los primeros Misales de los Fieles (1882) y la reaparición del canto gregoriano como ya se ha dicho con la obra Paleografía Musical de Dom A. Mocquereua, monje de Solesmes.

B) ETAPA INSTITUCIONAL (1909-1943)
En el S. XX estos movimientos adoptan un estilo más pastoral y eclesial, impulsados por el Motu propio Tra le sollecitudini del papa san Pío X. Por toda Europa surgen abanderados y pioneros de este movimiento: en Bélgica destaca L. Beauduin, en Alemania podemos citar a O. Casel y a Romano Guardini como maestro de la formación litúrgica de varias generaciones del S. XX, así como la escuela litúrgica de María Laach que se caracteriza por su influencia académica y espiritual. En Italia destacan el cardenal Shuster que escribe el Liber Sacramentorum y el monasterio de Finalpia que publica la Revista Litúrgica (1914).
Dom L.Beauduin (1873-1960) fue un sacerdote secular dedicado a la pastoral obrera y que ingresó posteriormente en el monasterio de Moret-César (Lovaina). Durante el Congreso de obras Católicas de Malinas (1909) pronunció una famosa frase: "Es preciso democratizar la liturgia". Con sus propuestas superó el elitismo monástico y llevó aires renovadores a las parroquias y demás comunidades cristianas.
En Francia se crea el Centro de Pastoral Litúrgica de París como heredero del espíritu de Beauduin y los monjes de Moret-Cesar llamados Capelle y Botte siguieron sus pasos.
En España e consideran como precursores de este movimiento los monasterios ya citados de Silos y Montserrat, especialmente a partir del Congreso Litúrgico de Montserrat del año 1915. Ya más recientemente, en 1956, se fundó la Junta Nacional de Apostolado Litúrgico que fue sustituida en 1961 por la Comisión Episcopal de Liturgia, Pastoral y Arte Sacro.
Una última figura a destacar es el historiador L.Duchesne que publica allá por el año 1889 “Los orígenes del culto cristiano”en el cual el Movimiento Litúrgico comienza a hacer historia al pretender conocer el pasado a través de los libros litúrgicos.
Los Papas apoyaron este movimiento, desde san Pío X con su motu propio "Tra le sollecitudine" (1903) hasta Pío XII del que hablaremos más adelante. San Pío X realizó una reforma parcial del oficio divino y del Calendario, favoreciendo la comunión frecuente.

C) ETAPA UNIVERSAL (1943-1960)
Importante fue en esta nueva etapa la acción de Pío XII que crea en 1948 la Comisión para la Reforma Litúrgica General. Sus encíclicas Mediator Dei (1947) y Musicae Sacrae disciplina (1955) contribuyen decisivamente a ello. Este Pontífice llevó a cabo la restauración de la Semana Santa, autorizó el uso de lenguas vernáculas en la Misa y en los sacramentos y en el año 1956 dirigió un importante discurso al Congreso Internacional de Liturgia de Asís. Se modifica el Ritual del orden, las misas vespertinas, el Salterio para el Breviario, el rito de la semana Santa, la nueva ley sobre Ayuno Eucarístico, etc.
Es ahora cuando surge una crisis ritual que exige unos textos y ritos nuevos, adaptados a las nuevas corrientes renovadoras. Se van introduciendo cambios en las vestiduras litúrgicas, en el canto y en el arte litúrgico. Se trata de realizar una pastoral o apostolado litúrgico que empieza, por otra parte, a tener opositores y detractores. A Francia se le concede el Ritual Bilingüe en 1947, que se extiende posteriormente a otras naciones.
Podemos recordar, antes de dedicar unos breves párrafos al Vaticano II, una serie de centros litúrgicos que sirven de motor de estas reformas: París, Tréveris; Congresos como los de María-Laach (1951), Estrasburgo (1952), Lugano (1953), Asís (1956) y Montserrat (1958). Especialmente importante fue el de Asís (1956) que advirtió sobre la importancia de las lenguas vernáculas. También hubo Congresos sobre música sacra, que no citaremos por no hacer más prolija la exposición.
Dentro ya del Concilio Vaticano II Juan XXIII publicó un nuevo Código de Rúbricas y una nueva edición típica de libros litúrgicos. Con estas reformas se inicia una nueva etapa hacia una proyección universal.
Pero sin dudar es el Vaticano II el que da el impulso definitivo a la reforma litúrgica, reforma esta la más importante en toda la historia de la Iglesia y que en palabras de Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Vicesimus quintus annus era calificada como "el fruto más visible de la obra conciliar”.
Jesús Luengo Mena

5.4.08

LAS ORACIONES SECRETAS DE LA MISA

Durante el desarrollo de la misa el sacerdote pronuncia, en ocasiones, frases u oraciones en voz baja, que se llaman secretas.
La primera vez que el sacerdote, durante la misa, habla en voz baja es antes de proclamar el Evangelio, diciendo inclinado ante el altar: “Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio”. Si el Evangelio lo proclama un diácono u otro concelebrante le piden la bendición, en voz baja: “Padre, dame tu bendición”. El presidente le contesta con estas palabras, también en voz baja: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Al terminar de proclamar el Evangelio, el diácono o el sacerdote dice en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”.
Otro momento en el que el sacerdote ora en secreto es en el Ofertorio. El sacerdote eleva un poco la patena con la hostia y dice en secreto: ”Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida”. A continuación echa el vino y un poco de agua en el cáliz diciendo en secreto: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. Al elevar el cáliz vuelve a decir en secreto: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación.”.
Estas oraciones también las puede decir en voz alta si no hay canto ni música.
Una vez terminado este rito se inclina profundamente sobre las ofrendas y dice el secreto: “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro”.
A continuación, en un extremo del altar, se procede al rito de lavarse las manos, mientras dice en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.
Otra oración en secreto dice el sacerdote en el momento de la inmixtión (cuando echa una parte pequeña de la hostia en el cáliz con el vino): "El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”.
Asimismo, después del Agnus Dei (Cordero de Dios) el Misal propone dos fórmulas de oración secreta. La primera: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti.” o bien: “Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”.
Antes de comulgar, el sacerdote dice en secreto: “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna” y “La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna”.
La última oración secreta de la misa la pronuncia el sacerdote, si es él quien hace la purificación de los vasos sagrados (ablución). Dice así: “Haz, Señor, que recibimos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”.
Jesús Luengo Mena