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17.3.18

LOS LIENZOS LITÚRGICOS I


Vamos a tratar en un par de artículos  sobre los lienzos, paños y velos que tienen un uso litúrgico.
En primer lugar habría que decir que el uso de cortinas y velos en la Liturgia es una costumbre de tradición del culto judío. Así, por ejemplo, en la entrada del santuario en el templo de Jerusalén se ponía un velo, como señal de reverencia ante el misterio de la la presencia divina. El velo es un signo que nace de la necesidad de no tocar con las manos impuras, cosas sagradas: un símbolo de la pureza espiritual de la necesidad de estar más cerca de Dios. 
Comenzamos por aquellos que son necesarios para la celebración eucarística. El más importante de todos puede considerarse al corporal, porque sobre ese lienzo se coloca el cuerpo y la sangre de Cristo. El corporal es un paño cuadrado, que se extiende durante la misa encima del altar para colocar encima el cáliz, el copón y la patena, que a su vez sostiene la hostia. Su nombre viene del latín corpus, que significa Cuerpo, pues sobre ella va a reposar el Cuerpo del Señor. Debe ser de lienzo de color blanco y es preferible que no lleve decoración (se asimila al sudario), aunque se suele poner una cruz en el centro del lado que estará más próximo al celebrante. También esa cruz se puede usar como referencia a otra que pudiera haber en el mantel, a la mitad, para colocarlo en el centro del altar.
El uso del corporal en la misa es obligatorio (CDC 932§2). Además, se debe usar en la exposición del Santísimo, para colocar encima la custodia o copón. También se coloca sobre una mesita cuando se lleva la comunión a los enfermos. En las concelebraciones se puede usar un corporal más grande.
El corporal se dobla tradicionalmente en nueve secciones iguales. En la misa se extiende sobre el altar en el momento del Ofertorio y se retira tras la Comunión. El modo normal de extender el corporal es el siguiente: Se coge el corporal con la mano derecha y se coloca plano en el centro del altar, aún doblado; se desdobla primero a la izquierda y luego a la derecha, conformándose tres cuadrados; se desdobla la sección más alejada del celebrante, hacia fuera, de modo que queden seis cuadrados; finalmente, se desdobla el pliegue más próximo al celebrante, quedando visibles los nueve cuadrados, y se ajusta el corporal a unos tres centímetros del borde del altar.
Para doblar el corporal se siguen los mismos pasos pero a la inversa: se doblan los tres cuadrados más próximos al celebrante hacia dentro; después los tres más lejanos hacia sí, y finalmente los cuadrados derecho e izquierdo hacia el central. 
También es importante el mantel del altar, que será de color blanco y que puede llevar alguna decoración.  
Su uso es obligatorio para la misa (CDC 932§2 y OGMR 117).
El purificador es un paño rectangular que se suele plegar longitudinalmente y puede adornarse con una cruz u otro símbolo litúrgico estampado en el centro. Su uso es similar al de una toalla y se usa para la limpieza de los vasos sagra­dos, del borde superior del cáliz cuando bebe de él más de un celebrante o de la cruz cuando se besa. Antes de la misa se coloca sobre el cáliz, y encima del purificador se dispone la patena con la hostia de mayor tamaño. En el Ofertorio, antes de preparar el cáliz, se coloca a la derecha del corporal, y de ahí es tomado para ser usado por el sacerdote. Tras las abluciones, se vuelve a colocar encima del cáliz, como al inicio de la misa.

11.3.18

Domingo de Laetare


LITURGIA. EL DOMINGO DE LAETARE. JESÚS LUENGO MENA
La Iglesia celebra cada año, en tiempo cuaresmal, el cuarto domingo de Cuaresma, denominado de «Laetare». Recibe ese nombre por la antífona de entrada de la misa
«Laetare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae»
(¡Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos!) Son frases tomadas del Cántico de Isaias[1]
Este domingo tiene un carácter especial dentro de la Cuaresma: es un domingo de alegría porque se acercan ya las fiestas pascuales. Veremos la alegría que sintió el pueblo de Israel cuando fue liberado de la cautividad de Babilonia en la primera lectura y celebraremos nuestra salvación por pura gracia de Dios, que, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, como oiremos en la segunda lectura. El Evangelio de Juan nos hará ver la alegría de saber el amor que Dios nos tiene, que envió a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo. Este don requiere por nuestra parte recibirlo con fe: todo el que cree en Él tendrá la vida eterna, no será condenado. Pero el que no cree en el nombre del Hijo único de Dios, ya está condenado. Los textos, pues, nos hablan también de la alegría.
Los ornamentos para este domingo son de color rosa o morado, el rosa es opcional. El color rosa (que no deja de ser un morado más claro) simboliza alegría, aunque sea una alegría pasajera y efímera.
Este domingo se celebra el segundo escrutinio preparatorio al bautismo para los catecúmenos que en la Vigilia pascual serán admitidos a los sacramentos de la Iniciación cristiana, con oraciones e intercesiones propias. Otras peculiaridades de este domingo es que puede utilizarse la música instrumental y se puede adornar el altar con flores.
Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Los ornamentos de color rosado surgieron en la Baja Edad Media en el sur de Italia. Se asignan a los domingos Gaudete, III de Adviento, y Laetare, IV de Cuaresma, por ser los penúltimos de cada tiempo señalado: es un respiro en el camino de la austeridad al divisar en el horizonte la gloria que se va a alcanzar.
El color rosa pasó al Caeremoniale Episcoporum y de ahí se extendió su uso, aunque nunca ha sido preceptivo, sino «ad libitum», es decir, a consideración o discreción del celebrante o presidente de la celebración litúrgica.
Este domingo fue llamado también como «Domingo de las Rosas» pues, en la antigüedad, los cristianos acostumbraban obsequiarse rosas. Y de esa costumbre derivó la «Rosa de Oro», allá por el siglo X.
Consiste en que el Santo Padre, en el IV Domingo de la Cuaresma, iba del Palacio de Letrán a la Basílica Estacional de Santa Cruz de Jerusalén, llevando en la mano izquierda una rosa de oro que significaba la alegría por la proximidad de la Pascua. Con la mano derecha, el Papa bendecía a la multitud. Regresando procesionalmente a caballo, el Papa veía su montura conducida por el prefecto de Roma. Al llegar, obsequiaba al prefecto la rosa, en reconocimiento por sus actos de respeto y homenaje. De ahí procede la costumbre de ofrecer la «Rosa de Oro» a personalidades y autoridades que mantenían una buena relación con la Santa Sede, como príncipes, emperadores, reyes. Fue creada por  el papa León IX  en 1049 y consiste en un rosal de oro con flores, botones y hojas, colocado en un vaso de plata renacentista en un estuche de oropel con el escudo papal. La rosa es bendecida el cuarto domingo de Cuaresma, ungida con el Santo Crisma y se la inciensa, de modo que es un sacramental.
En la actualidad, los papas acostumbran a remitir este símbolo de afecto personal únicamente a santuarios marianos destacados. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, (Portugal), recibió una Rosa de Oro de Pablo VI, en 1965, y la Basílica de Nuestra Señora Aparecida (Brasil)  recibió otra concedida por Pablo VI, en 1967 y otra de Benedicto XVI, en 2007. Desde 1956 no se hace entrega de la rosa a ninguna persona.  
Lla «Rosa de Oro» tiene consideración de condecoración  otorgada por el Papa.




[1] Is 66,10-11