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30.12.06

ORACIONES MARIANAS: EL AVE MARÍA

AVE MARÍA

Dios te salve María
llena eres de gracia
el Señor es contigo;
bendita tú eres entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén


AVE MARÍA (Latín)

Ave María,
gratia plena,
Dominus técum;
benedicta tu in muliéribus,
et benedictus fructus ventris tui, Iesus.
Sancta María, Mater Dei,
ora pro nobis peccatóribus
nunc et in hora mortis nostrae.
Amen.

LA VENERACIÓN A LA VIRGEN: PARALITURGIAS

Independientemente de las fiestas propias de la Virgen la piedad popular ha recurrido a numerosas prácticas piadosas no litúrgicas que hay que tomarlas como muestras del cariño popular que su figura despierta en el pueblo cristiano. Estas prácticas brotan de la fe y del amor del pueblo que considera a María no sólo como Madre de Dios sino también como Madre de todos los hombres. La Iglesia exhorta a todos sus hijos a aumentar su piedad con ejercicios piadosos que aprueba y recomienda tal como la Congregación para el Culto Divino ha dejado dispuesto en numerosas Decretos y Cartas circulares siempre teniendo como referencia a la liturgia que debe ser la fuente de inspiración y punto de referencia de estos actos piadosos.
Dentro del variado repertorio de prácticas piadosas en el culto a la Virgen podemos señalar el sábado (sabatina), los triduos, septenarios y novenas, el mes de María, el Ave María, el Ángelus y el Regina Caeli, la Salve, el Rosario, las Letanías, el escapulario del Carmen y las medallas.
El mes de María es tradicionalmente el mes de mayo, mes en el cual el pueblo cristiano tiene un recuerdo especialmente mariano. Como cae gran parte en tiempo pascual hay que enfocarlo entendiendo a María como el fruto más perfecto de la Pascua, ya que Ella fue la llena de Pascua y si hay alguien que ha recibido plenamente el don del Espíritu es María.
El Ave María es sin duda la oración dedicada a la Virgen más popular y extendida en todo el orbe católico. La primera parte de la oración recoge el saludo del ángel, del enviado del Señor, en el momento de la Anunciación. Es una alabanza en la que usamos las mismas palabras del embajador de Dios. Es Dios mismo quien, por mediación de su ángel, saluda a María (Lc 1, 28). "Llena eres de gracia, el Señor es contigo". A continuación se añade el saludo de santa Isabel: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Isabel dice estas palabras llena del Espíritu Santo (Lucas 1, 42), y así se convierte en la primera persona dentro de la larga serie de las generaciones que llaman y llamarán bienaventurada a María. Después, el Avemaría continúa con nuestra petición: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. María nos entrega a Jesús, su Hijo, que muere por nosotros y por nuestra salvación en la cruz y, desde esa misma cruz, Jesucristo nos da a María como Madre nuestra (Juan 19, 26-28); María es Madre de Dios y Madre nuestra, y por eso podemos confiarle todas nuestras preocupaciones y peticiones, porque sabemos que Dios no le va a negar nada (Juan 2, 3-5) y al mismo tiempo confiamos en que tampoco nos lo va a negar a nosotros si es para nuestro bien. El papa Juan Pablo II nos explica claramente el contenido del saludo de Isabel a su prima en la Carta Encíclica “Redemptoris Mater” (nº 12) y asimismo el Catecismo de la Iglesia católica, en sus números 2676 y 2677 nos ilustran suficientemente sobre el contenido y significado de la oración mariana más bella y conocida.
El Ángelus tiene una estructura sencilla y está inspirado en las Escrituras. Recibe ese nombre por ser esa palabra en latín por la que comienza la oración. El Ángelus es "una invitación a conmemorar el misterio pascual, pues a partir de la noticia de la Encarnación del Hijo de Dios, pedimos ser llevados por su Pasión y su cruz a la gloria de su Resurrección" (MC 41). Pablo VI en la Marialis Cultus lo recomienda especialmente pues santifica los distintos momentos de la jornada ya que se debe rezar tres veces: en la mañana, mediodía y tarde aunque el rezo al mediodía es el más extendido. Es una invitación a los hombres a hacer una alto en su trabajo y consagrarlo al Señor con la oración. En tiempo pascual se sustituye por el Regina Caeli.
La Salve Regina es una oración muy antigua pues ya existía en el siglo XI. La Salve es una oración que gusta por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente. Comienza con un saludo a base de sucesivos piropos: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve”. Enseguida la nombramos con el mejor titulo que posee: Madre y además, misericordiosa. Vida, dulzura, esperanza son piropos de cariño destinados a ganarnos su benevolencia. Continuamos pidiendo su mediación: “A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. La Madre es nuestra abogada, la que siempre nos ampara: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Si la Virgen no nos ayuda y ampara ¿Quién lo hará? A continuación le hacemos la única petición que contiene la oración: “y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Termina la oración con una coda: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! La coda, atribuida a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración que concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de María.
El Rosario es una práctica piadosa definida como el Salterio de la Virgen y que tiene una índole evangélica como compendio de todo el Evangelio. El Catecismo nos dice que en su origen fue una sustitución popular de la Oración de las Horas. Es la devoción mariana por excelencia y el papa Pablo VI lo recomienda muy especialmente en la MC: "Favorece la oración contemplativa, que es a la vez alabanza y súplica, y han ensalzado su eficacia a la hora de promover la vida cristiana y el empeño apostólico" (MC 42). Históricamente se atribuye su invención a santo Domingo de Guzmán aunque ya se conocía antes su existencia y consistía en el rezo de 150 Ave Marías, como un salterio mariano paralelo a los Salmos que son también el mismo número. Fue el dominico Alano de la Roche quien difunde la anterior atribución y le da gran difusión. Al principio sólo se rezaban Ave Marías, después se introducen la meditación de los misterios, aportación hecha por los cartujos. Alano de la Roche añade el Padrenuestro y propaga la fórmula de quince Padrenuestros y cincuenta Ave Marías. Finalmente fue el papa Pío V quien le dio la forma actual en la Bula "Consueverunt Romani Pontífices" con los quince misterios (gozosos, dolorosos y gloriosos) y el Padrenuestro ya las Ave Marías. Ya en el S. XVII el jesuita español Arias hace mención al uso de la jaculatoria final y del Gloria añadiéndose también en ese siglo las letanías. El papa León XIII, denominado “Papa del Rosario”, ha promulgado varias encíclicas sobre esta devoción y nos dice que el rezo del Santísimo Rosario ha proporcionado grandes beneficios a la Cristiandad. Muy recientemente el papa Juan Pablo II en su carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” publicada el 16 de octubre de 2002 añadió al rezo del Rosario los misterios luminosos como aportación de un Papa mariano por excelencia. Esta devoción ha originado históricamente el nacimiento de múltiples hermandades dedicadas a su promoción contando nuestra ciudad con uno de los mayores especialistas en este tema cuyo libro sobre el Rosario en Sevilla, citado en la bibliografía, recomendamos a todos los lectores.
Terminamos con la recomendación del papa Pablo VI en la MC: "Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige una recitación tranquila y un ritmo reflexivo que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca que nadie de Él, y le ayude a descubrir sus insondables riquezas" (MC 47). Los misterios son: Gozosos (lunes y sábados), Dolorosos (martes y viernes), Gloriosos (miércoles y domingos) y Luminosos (jueves).
La adjudicación de días concretos a cada grupo de misterios no es algo inamovible y debe adaptarse a los tiempos litúrgicos. Quiérese decir con eso que, por ejemplo, si un día de Navidad cae en viernes no es propio decir los misterios dolorosos por ser un día claramente gozoso.
Las letanías, aunque popularmente así se considere, no forman parte del rosario ni son un colofón del rezo del mismo sino una oración independiente. La prescripción del papa León XIII de concluir el rezo del rosario con el canto de las letanías durante el mes de octubre hizo que los fieles asociaran las letanías como una parte final del rezo del rosario. Las letanías son pues, por sí mismas, un acto de culto propio a la Virgen pudiendo ser canto procesional o formar parte de otros actos cultuales. Las primitivas letanías de la Virgen eran las que se cantaban en el italiano santuario de Loreto (de ahí su nombre de Letanías Lauretanas) y Clemente VIII las declaró como las únicas que merecían tal nombre siendo el papa Sixto V quien aprobó las originales en el año 1587. Hoy día la Sagrada Congregación de Ritos es la competente para aprobar las modificaciones habiendo aparecido otras letanías posteriores.
Los escapularios son otro elemento de la piedad popular mariana, especialmente el del Carmen. Su extensión es universal y es un “signo exterior de la relación especial filial y confiada, que se establece entre la Virgen Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal”, tal como el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia nos indica claramente.
Las medallas, que los fieles gustamos de llevar colgadas al cuello, son asimismo testimonio de fe, signos de veneración a la Virgen María y expresiones de confianza en su protección maternal.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Vicette de Hermano Mayor de Jesús Despojado

26.12.06

LA INCENSACIÓN

El rito de incensación expresa reverencia y oración. La materia que se coloca en el incensario debe ser incienso puro o en caso de agregarle alguna sustancia se debe procurar que la cantidad de incienso sea mucho mayor.

En cuanto a la forma de incensar siempre ha de hacerse con movimientos dobles únicamente. Antes y después de incensar se debe hacer una inclinación profunda a la persona u objeto que se inciensa. Con tres movimientos dobles se inciensa: el Santísimo Sacramento (que ha de hacerse de rodillas), la reliquia de la Santa Cruz, las imágenes del Señor que estén expuestas solemnemente (en besamanos por ejemplo), los dones para el sacrificio, la cruz del altar, el Evangelario, el cirio Pascual, el ministro celebrante y el pueblo (donde se incluyen las autoridades que estén presentes de manera oficial y el coro). Con dos movimientos dobles se inciensa en el resto de los casos. Antes y después de la incensación se debe hacer una reverencia profunda a la persona u objeto que se inciensa, a excepción del altar y los dones para el sacrificio de la Misa.

En la Misa se puede incensiar durante la procesión de entrada; al comienzo de la Misa para incensiar primero a la cruz si está sobre el altar y si no lo está cuando pase ante ella, después al altar; en la procesión y proclamación del Evangelio al Evangeliario; en la preparación de los dones, que se inciensan las ofrendas, el altar, la Cruz, al Obispo o presbítero, a los concelebrantes y al pueblo. También se inciensa, de rodillas, en el momento de mostrar la hostia y el cáliz, después de la consagración. En la bendición con el Santísimo Sacramento se le inciensa durante el momento mismo de la bendición, colocándose el turiferario ante el altar de rodillas como en la consagración. Las imágenes se inciensan sólo al comienzo de la celebración, no en el ofertorio.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

15.12.06

LOS SIGNOS DE REVERENCIA: LAS POSTURAS

La Ordenación General del Misal Romano (OGMR) da unas normas claras de las posturas corporales que hay que adoptar durante la Eucaristía. Para el Misal Romano "la postura uniforme, seguida por todos los que toman parte en la celebración, es un signo de comunidad y unidad de la Asamblea" (OGMR nº 42).

Las posturas corporales que el Misal Romano indica(OGMR 43) son las que resumimos a continuación:

* DE PIE estaremos desde el canto de entrada hasta el final de la oración Colecta; durante la lectura del Evangelio y el canto del Aleluya que le precede; durante la profesión de Fe (Credo) y la oración de los Fieles; desde que empieza la oración de las ofrendas hasta la consagración; después de la consagración hasta después de la comunión y desde la oración de después de la comunión hasta que el sacerdote abandona el altar. Todas las oraciones deben oírse de pie como actitud de respeto y buena disposición. Esta generalizada la costumbre (errónea) de oír sentados la oración sobre las ofrendas.

* SENTADOS estaremos durante las lecturas que preceden al Evangelio, incluido el Salmo responsorial; durante la homilía; mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio y a lo largo del silencio posterior a la comunión.

* DE RODILLAS estaremos solamente durante la Consagración, aunque por razones de edad, incomodidad del lugar o aglomeración que lo impida se podrá estar respetuosamente de pie.

Fuera de las posturas propias de la Misa hay otras posturas reverentes que pasamos a relacionar. Se pueden adoptar dos clases de posturas corporales: la inclinación y la genuflexión.
La inclinación indica reverencia y honor a las personas o a lo que representan y puede ser de dos tipos: inclinación de cabeza e inclinación de cuerpo o profunda, se hace desde la cintura. La inclinación de cabeza se le hace al nombre de Jesucristo, de la Virgen y del santo en cuyo honor se celebra la Misa. Se debe hacer reverencia profunda en el Credo o Símbolo al iniciarse las palabras “ Y por obra del Espíritu Santo...” arrodillándonos si es la Solemnidad de Navidad o la fiesta de la Anunciación del Señor. Asimismo la bendición presidencial que concluye la Misa se debe recibir con inclinación de cabeza.
La inclinación de cuerpo o reverencia profunda se le hace al altar cuando no está allí el Santísimo; también se debe hacer inclinación profunda cada vez que se sirva al obispo o se pase por delante de él; se hace antes y después de las incensaciones y en algunas otras ocasiones en que está dispuesto. Deben hacer inclinación profunda al altar que simboliza a Cristo y no al sacerdote como equivocadamente se hace a veces todas aquellas las personas que suban al presbiterio para realizar alguna función como por ejemplo los lectores o los que van a hacer las peticiones de la Oración Universal de los Fieles, que vulgarmente llamamos preces, tanto al llegar como al marcharse.

La genuflexión se hace siempre con la rodilla derecha llevándola hasta el suelo y significa adoración. Por ser signo de adoración está reservada al Santísimo Sacramento y a la Santa Cruz en la liturgia del Viernes Santo.

En resumen, se debe hacer genuflexión cada vez que pasemos por delante del Santísimo Sacramento e inclinación profunda al altar todos los que se acercan al presbiterio o se alejan de él (por ejemplo los que se han acercado para hacer alguna lectura o petición).
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

LAS FIESTAS DEL SEÑOR: NATIVIDAD

Un ciclo o importante del año litúrgico se nuclea en torno a la festividad de la Natividad del Señor, fiesta fija, que celebramos el 25 de diciembre, Navidad.
La Iglesia celebra el Nacimiento desde el año 336, por disposición del papa san Julio I aunque en realidad no se sabe con exactitud la fecha del Nacimiento (en cualquier caso parece ser que fue unos años antes de los que normalmente consideramos) y ni siquiera si fue o no en invierno. Los orígenes de esta celebración parecen remontarse a tiempos muy lejanos, teniendo como lugar de inicio la gruta donde nació Jesús. Sobre esa gruta construye santa Elena la basílica de la Natividad, allá por el año 326, colocando el altar encima mismo de la gruta. Se ha venido afirmando que los cristianos de Roma habían fijado en el S. IV la fecha del 25 de diciembre para conmemorar la Natividad del Señor, eligiendo la fecha de la fiesta civil romana del Sol invicto, fiesta muy popular entre los romanos y que evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas, divinidad que tenía su templo romano en el Campo Marzo y que el emperador Adriano impuso.

El elegir esta fecha (solsticio de invierno) tiene un simbolismo. Al acabar el otoño el sol ha alcanzado su punto más bajo en el horizonte y justamente al comenzar el invierno comienza de nuevo a levantarse, simbolizando a Cristo, Sol naciente que con su luz alumbra a la Humanidad a la que ha venido a salvar. Con la venida de la nueva luz y el nacimiento del Sol (fiesta pagana) los creyentes celebramos a Cristo, luz que no se apaga jamás y Sol que ilumina a todos los hombres. Se introduce y generaliza posteriormente la costumbre romana de la Misa de medianoche (la tradicional Misa del Gallo), que se empezó celebrando en la basílica romana de Santa María la Mayor (basílica romana erigida como imitación de la de la Natividad en Belén).

La Navidad es una celebración entrañable, a la que contribuyó decisivamente la figura de san Francisco de Asís cuando en el año 1223 hace representar con personajes la escena de Belén, origen de los actuales belenes y nacimientos, tan arraigados en la religiosidad popular y que las cofradías sevillanas montan con gran cariño en época navideña. La cena navideña en familia, la asistencia a la Misa del Gallo y el beso a la imagen del Niño Jesús son elementos muy entrañables y queridos por el pueblo cristiano.

Hoy en día, sin embargo, se está dando justo el fenómeno contrario de lo que fue el origen de la Navidad. Si los primitivos cristianos tuvieron la valentía de "cristianizar" una fiesta pagana, (inculturación en términos antropológicos) hoy en día nuestra sociedad secularizada está "paganizando" una fiesta religiosa, convirtiendo los días navideños en época de consumo desenfrenado y vacación frívola, perdiendo el sentido de celebración religiosa.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

LOS MINISTERIOS LAICALES: EL LECTORADO

Los Ministerios Laicales que hoy día pueden instituirse han quedado reducidos a dos: Lectorado y Acolitado. Etimológicamente, la palabra acólito procede del griego y significa compañero, derivada a su vez de la voz camino, en referencia al camino que se recorre en compañía. La figura del acólito está recogida desde tiempos pretéritos en los rituales celebrativos de la iglesia, no en vano hay documentos del siglo XVII en los cuales se hace ya referencia a su figura, funciones y atuendo. En cuanto a las cofradías hay también referencias en las mismas fechas con funciones similares a las de hoy.
Mediante el motu propio Ministeria Quaedam (15-VIII-72) el papa Pablo VI suprimió el subdiaconado y las cuatro órdenes menores (Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y Acolitado), estableciendo en su lugar los ministerios antes citados de Lectorado y Acolitado. Se establece así una frontera clara y diáfana entre ministerios ordenados (que se confieren mediante la imposición de manos) y los demás ministerios, que pueden ser instituidos o simplemente confiados a los laicos, de manera estable u ocasional (caso típico del que sale a leer o a decir unas preces en una ceremonia concreta).
Centrándonos en los ministerios laicales instituidos diremos que se instituyen en una ceremonia litúrgica que establece a un varón como lector, salmista o al servicio del altar como ayudante del sacerdote, como ministro extraordinario de la Comunión y de la Exposición del Santísimo. Esta institución la hace el obispo o el superior de una Orden religiosa generalmente dentro de la Misa. Al lector se le hace entrega de una Biblia y al acólito de patena con pan y cáliz con vino, simbolizando su función.

Las funciones del Lector son :

Proclamación de la palabra, excepto el Evangelio.
Salmista.
Director de canto.
Intencionista en la Oración de los fieles.
Monitor o comentador.
Catequista litúrgico.
Instructor de lectores ocasionales.
Puede ser confiado a mujeres en ciertos casos.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

2.12.06

EL LECCIONARIO

En lo referente a las lecturas de la Misa (OLM) las lecturas de la Biblia que la Iglesia propone a lo largo de todo el año litúrgico se hallan recogidas en los diversos tomos de que consta el LECCIONARIO.
Como criterios generales observados al elegir los textos podemos decir que en los domingos y fiestas se proponen los textos considerados más importantes, a fin de que se cumpla lo que la SC (nº 51) dispone referente a que en un ciclo, en este caso de tres años, se lean a los fieles las partes más relevantes de la Sagrada Escritura. Esto se debe a que la mayoría de los cristianos practicantes suelen tener contacto con la palabra de Dios fundamentalmente en la misa dominical. El resto de la Escritura que no se lee los domingos o fiestas está asignado a los días feriales, siguiendo otros criterios ya que la serie ferial se desarrolla en dos años (pares e impares) durante el tiempo ordinario y en un solo ciclo anual durante los tiempos llamados fuertes, o sea, Adviento-Navidad, Cuaresma y Pascua.

El Leccionario se halla dividido en varios tomos:

* Tomos I, II, III (Ciclos dominicales y fiestas A,B,C)
* Tomo IV: Lecturas para las ferias del T.O “per annum”.
* Tomo V: Lecturas para el Propio y Común de los Santos y difuntos.
* Tomo VI: Misas Votivas y por diversas necesidades.
* Tomo VII: Lecturas para las ferias de Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua.
* Tomo VIII: Rituales.
Para las Misas con niños puede existir un Leccionario propio, si así lo acuerda la Conferencia episcopal. En España este leccionario está publicado haciendo el Tomo IX. También han aparecido para las Misas votivas de la Virgen María un Misal con su correspondiente Leccionario. También existe uno especial que contiene el Evangelio de las fiestas más solemnes denominado “Evangelario”, libro que se porta en alto en la procesión de entrada (cuando la hay) y que recibe una especial veneración y respeto.

Para los domingos del Tiempo Ordinario hay establecido un ciclo de TRES AÑOS, conocido por las letras A, B y C. Aquí se procura que la primera lectura tenga relación con los Evangelios, que son también los sinópticos. En el año A se lee el evangelio de Mateo, el año B se lee a Marcos y el año C a Lucas. Dividiendo el año en curso por el número tres si da de resto cero (división exacta) corresponderá a año C. A partir de ahí se deduce que cuando el resto de la división sea uno será año A y si el resto es dos será año B. La Misa dominical comprende pues tres lecturas, que son obligatorias: la primera, del Antiguo Testamento, excepto en Pascua, que es de los Hechos de los Apóstoles; la segunda, del apóstol, o sea, de las cartas y del Apocalipsis, y la tercera evangélica.

Para el Leccionario ferial cada misa tiene dos lecturas, tomadas la primera del Antiguo Testamento o del Nuevo (en el tiempo pascual se toma de los Hechos de los Apóstoles como ya dijimos) y la segunda siempre es del Evangelio. En el tiempo ordinario, en las ferias de las treinta y cuatro semanas, las lecturas evangélicas se distribuyen en un solo ciclo, que se repite cada año. En cambio, la primera lectura se reparte en dos ciclos, que se leen en años alternos: el ciclo I en años impares, y el ciclo II en los pares. En el Leccionario de los santos hay que distinguir una doble serie de lecturas: la del propio de los santos, siguiendo las solemnidades, fiestas y memorias contenidas en el calendario; y la del común de los santos. En el primer caso se trata de textos propios o más adecuados para la celebración de cada santo, y en el segundo de repertorios de lecturas distribuidas de acuerdo con las diferentes categorías de santos (mártires, pastores, vírgenes, etc.).

En los tiempos fuertes de Adviento, Cuaresma y Pascua, las lecturas son siempre las mismas todos los años, habiendo sido elegidas de acuerdo con las características propias de cada uno de estos tiempos litúrgicos. En el tiempo pascual el leccionario ferial toma la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles y el evangelio que se lee es el de San Juan. Los domingos pascuales se lee como primera lectura los Hechos de los Apóstoles y de segunda la primera carta de san Pedro (ciclo A), la primera carta de san Juan (ciclo B) y el Apocalipsis (ciclo C). Los evangelios escogidos nos relatan las apariciones de Cristo Resucitado y pasajes escogidos del Buen Pastor y oración del Señor tras la última cena. Como se observa no hay lecturas del Antiguo Testamento para subrayar que estamos en un tiempo nuevo.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido.