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22.5.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. RITOS INICIALES.

Vamos, en una serie de cuatro artículos, a analizar la liturgia de la Misa Estacional del obispo, misa que antes se llamaba “de Pontifical”. El Ceremonial de los Obispos es el libro litúrgico que detalla el rito.
La principal manifestación de la Iglesia local tiene lugar cuando el obispo, gran sacerdote de su grey, celebra la Eucaristía sobre todo en la iglesia catedral, rodeado por su presbiterio y los ministros, con plena y activa participación de todo el pueblo santo de Dios. Esta Misa, llamada Estacional, manifiesta tanto la unidad de la Iglesia local, como la diversidad de ministerios alrededor del obispo y de la Sagrada Eucaristía. Por lo tanto, convóquese a ella la mayor cantidad de fieles; los presbíteros concelebren con el obispo; los diáconos ejerzan su ministerio, los acólitos y lectores desempeñen su oficio propio. Esta forma de celebrar la Misa se ha de conservar sobre todo en las mayores solemnidades del año litúrgico, en la Misa Crismal y en la Misa vespertina en la Cena del Señor –Jueves Santo–, en las celebraciones del santo fundador de la iglesia local o del patrono de la diócesis; en el día natalicio del obispo, en las grandes reuniones del pueblo cristiano y también en la visita pastoral.
La Misa Estacional se celebrará con canto. Conviene que haya por lo menos tres diáconos, que sean verdaderamente tales, uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al obispo. Si son varios distribúyanse entre sí los diversos ministerios, y por lo menos uno de ellos preocúpese de la participación activa de los fieles. Si hay capítulo en la iglesia catedral, conviene que todos los canónigos concelebren con el obispo la Misa Estacional, sin que por ello queden excluidos otros presbíteros. Otros obispos que se encuentren presentes, y los canónigos que no concelebren, usarán sus vestiduras corales.
LLEGADA Y PREPARACION DEL OBISPO
Después de que haya sido recibido el obispo, este, ayudado por los diáconos asistentes y otros ministros, los cuales ya tienen puestas las vestiduras litúrgicas antes de que él llegue, deja en el "secretarium" la capa o la muceta, y según el caso, también el roquete, se lava las manos y se reviste con amito, alba, cruz pectoral, estola, dalmática y casulla. Después, uno de los dos diáconos coloca la mitra al obispo. Pero si es arzobispo, antes de recibir la mitra, el primer diácono le coloca el palio. Entre tanto los presbíteros concelebrantes y los otros diáconos, que no sirven al obispo, se ponen sus vestiduras.
Cuando ya todos están preparados, se acerca el acólito turiferario, uno de los diáconos le presenta la naveta al obispo, el cual pone incienso en el incensario y lo bendice con el signo de la cruz. Luego recibe el báculo, que le presenta el ministro. Uno de los diáconos toma el Evangeliario, que lleva cerrado y con reverencia en la procesión de entrada.
RITOS INICIALES
Mientras se canta el canto de entrada, se hace la procesión desde el "secretarium" hacia el presbiterio, de esta manera: el turiferario abre la procesión con el incensario humeante; un acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucifijo puesta en la parte anterior; va entre siete, o por lo menos dos acólitos, que llevan candeleros con velas encendidas; el clero de dos en dos; el diácono que lleva el Evangeliario; los otros diáconos, si los hay, de dos en dos; los presbíteros concelebrantes, de dos en dos; el obispo, que va solo, lleva la mitra y el báculo pastoral en la mano izquierda, mientras bendice con la derecha; un poco detrás del obispo, dos diáconos asistentes; por último los ministros del libro, de la mitra y del báculo.
Si la procesión pasa delante de la capilla del Santísimo Sacramento, no se detiene ni se hace genuflexión. Es recomendable que la cruz llevada procesionalmente se coloque cerca del altar, de tal manera que se constituya en la cruz del mismo altar. De lo contrario, se guarda. Los candeleros se colocan cerca del altar, o sobre la credencia, o cerca del presbiterio. El Evangeliario se coloca sobre el altar.
Todos al entrar al presbiterio, de dos en dos, hacen profunda reverencia al altar. Los diáconos y los presbíteros concelebrantes suben al altar, lo besan y luego se dirigen a sus sitios. Cuando el obispo llega al altar, entrega al ministro el báculo pastoral, y dejada la mitra,  junto con los diáconos y los otros ministros que lo acompañan, hace profunda reverencia al altar. En seguida sube al altar y, a una con los diáconos, lo besa. Después, si es necesario, el acólito pone de nuevo incienso en el incensario y el obispo, acompañado por los dos diáconos, inciensa el altar y la cruz. Una vez incensado el altar, el obispo acompañado por los ministros, se dirige a la cátedra por la vía más corta. Dos diáconos se colocan de pie, uno a cada lado, cerca de la cátedra para estar preparados a servir al obispo. Si no lo hay,  los suplen dos presbíteros concelebrantes. Después el obispo, los concelebrantes y los fieles, de pie, se signan con la señal de la cruz, mientras aquél, de cara al pueblo, dice: En el nombre del Padre. Luego, el obispo, extendiendo las manos, saluda a la asamblea, diciendo: La paz sea con vosotros, u otra de las fórmulas que se encuentran en el Misal. Después el mismo obispo, el diácono o uno de los concelebrantes puede hacer a los fieles una breve introducción sobre la Misa del día. En seguida el obispo invita al acto penitencial, que concluye diciendo: Dios Todopoderoso tenga misericordia. Si es necesario el ministro sostiene el libro ante el obispo. Cuando se emplea la tercera fórmula del acto penitencial, el obispo, el diácono, u otro ministro idóneo dice las invocaciones.
El domingo, en vez del acto penitencial acostumbrado, se recomienda hacer la bendición y la aspersión del agua. Después del saludo, el obispo, de pie cerca a la cátedra, de cara al pueblo y teniendo delante de sí un recipiente con agua para ser bendecida, que le llevó el ministro, invita al pueblo a orar, y después de un breve tiempo de silencio, dice la oración de bendición. Donde la tradición del pueblo aconseje que se conserve el uso de mezclar sal al agua, el obispo bendice también la sal, y después la vierte en el agua.
El obispo recibe del diácono el aspersorio, se rocía a sí mismo y a los concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo y, según las circunstancias, recorre la iglesia acompañado por los diáconos. Entre tanto se canta el canto que acompaña a la aspersión.
El obispo vuelve a la cátedra, v terminado el canto, de pie y con las manos extendidas dice la oración conclusiva.
Terminado lo anterior, cuando está prescrito, se canta o reza el himno Gloria a Dios en el cielo. Después del acto penitencial se dice el Señor, ten piedad, a no ser que se hubiera hecho la aspersión con agua, o se hubiera empleado la tercera fórmula del acto penitencial, o las rúbricas determinen en otra cosa. El himno Gloria a Dios en el cielo se dice según las rúbricas. Lo puede iniciar o el obispo, o uno de los concelebrantes, o los cantores. Mientras se dice el himno, todos están de pie. Luego el obispo, invita al pueblo a orar, y teniendo las manos juntas, canta o dice: Oremos; y luego de unos instantes de silencio, con las manos extendidas, dice la oración colecta. Para ello tiene ante sí el libro que le presenta el ministro. El obispo junta las manos cuando concluye la oración, y dice Por nuestro Señor Jesucristo..., u otras palabras. Al final el pueblo aclama: Amén.
En seguida el obispo se sienta y, como de costumbre, de uno de los diáconos recibe la mitra. Y todos se sientan. Los diáconos y los demás ministros se sientan según la disposición del presbiterio, pero de tal manera que se note la diferencia de grado con los presbíteros.

18.5.12

SOBRE LA VALIDEZ Y LICITUD DE UN SACRAMENTO

A veces aparecen en la prensa noticias referidas a que un falso sacerdote ha estado ejerciendo acciones pastorales y litúrgicas en templos –recientemente en la diócesis de Sevilla, por ejemplo– . En este artículo vamos a aclarar en qué estado quedan las personas que, supuestamente y de buena fe, han recibido lo que pensaban era un sacramento. Aunque el tema de la validez, nulidad y anulación es un tema largo, propio de Derecho Canónico y que tal vez abordemos con más serenidad y detalle en otro momento, vamos ahora simplemente a aclarar algunos conceptos y situaciones que originan esas actuaciones.
En primer lugar debemos conocer que no es lo mismo licito que valido. Lícito son aquellos actos que están prescritos o permitidos por la ley, ya sea civil o eclesiástica. Se distingue de valido, que sería aquello que produce el efecto deseado. No todo lo que es válido es lícito. Por ejemplo, un sacerdote que celebra la Santa Misa donde el obispo no se le permite, celebra ilícitamente, aunque la misa sea válida, es decir, verdaderamente es misa. Es un error pensar que cualquier sacerdote, por el hecho de serlo, puede administrar todos los sacramentos sin limitaciones ni trabas de ningún tipo, en cualquier sitio o lugar, aunque no es ahora el momento de analizarlo. El supuesto que ahora analizamos es parecido, aunque las personas implicadas no estén ordenados. No olvidemos que, en determinadas condiciones y con permiso del Ordinario, un laico podría tanto bautizar como casar –en realidad los cónyuges son los ministros de su boda.
 En lo referido a los sacramentos del Bautismo y Matrimonio, según una propia nota del arzobispado dice que “son claramente válidos, si bien son ilícitos. En consonancia, las parejas que han contraído matrimonio en ceremonias oficiadas por la persona en cuestión, lo han hecho válidamente”. Se basa en el canon 144 del Código de Derecho Canónico, que textualmente dice así: “En el error común de hecho o de derecho, así como en la duda positiva y probable de derecho o de hecho, la Iglesia suple la potestad ejecutiva de régimen, tanto para el fuero externo como para el interno”. (144 § 1). Este canon es como una especie de garantía que la Iglesia proporciona a los que, de buena fe, contraen por desconocimiento o error un sacramento que piensan que es efectivo.
¿Cómo se interpreta este canon en este caso concreto? Pues que, aunque faltaba competencia en el ministro –supuesto ministro en este caso–, se dio un hecho público y notorio que parece atribuir competencia al que carecía de ella, y que este hecho fue de suyo un acto apto para inducir al error. Así, cuando una persona se presenta revestido en la Iglesia para asistir a un matrimonio, la generalidad de los asistentes juzga  –la tenga o no– que posee competencia para celebrarlo. Máxime si previamente se ha solicitado la celebración del matrimonio y todas las circunstancias han sido normales: con los trámites oportunos y abierto el expediente matrimonial. Por lo tanto, el matrimonio es válido, los cónyuges permanecen casados aunque, eso sí, en su matrimonio no se cumplieron todas las condiciones que impone le ley eclesiástica, que la propia Iglesia suple aplicando el canon citado. Lo mismo puede aplicarse para el Bautismo.
Caso bien distinto es en el de los sacramentos de la Eucaristía, Penitencia y Unción de Enfermos. Aquí son actos inválidos, o sea, no se han producido. La razón estriba en que son sacramentos que requieren la potestad del Orden. Por lo tanto, no ha podido consagrar y los que han recibido la comunión en las hostias supuestamente consagradas no han recibido el Cuerpo de Cristo. De igual manera, ni el perdón ni el efecto sacramental de la Unción ha tenido lugar.

6.5.12

LAS VESTIDURAS E INSIGNIAS DEL OBISPO

El hábito coral del obispo consta de la sotana de color violáceo, una banda de seda del mismo color con flecos, también de seda, como adorno en ambos extremos –sin borlas–, roquete de lino o de otro tejido semejante, muceta de color violáceo sin cogulla, o sea, sin capucha, cruz pectoral sostenida sobre la muceta por un cordón de color verde entretejido con oro, solideo también de color violáceo, bonete del mismo color, con borla.
Cuando el obispo lleve la sotana violácea, también usa medias de ese color. Sin embargo, es absolutamente facultativo el uso de las medias moradas cuando se usa sotana negra adornada con un ribete.
La capa magna violácea, sin armiño, sólo puede ser usada en su diócesis y en las festividades más solemnes, aunque está en desuso.
Las vestiduras del obispo en la celebración litúrgica son las mismas que las del presbítero. Pero es conveniente que en la celebración solemne, según la antigua costumbre, debajo de la casulla vista la dalmática, que podrá ser siempre blanca, sobre todo en las ordenaciones, en la bendición del abad y de la abadesa, y en la dedicación de una iglesia y de un altar.
Las insignias pontificales que lleva el obispo son: el anillo, el báculo pastoral, la mitra, la cruz pectoral, y, además, el palio si le corresponde por derecho. Aclaramos que el palio es una banda estrecha de lana blanca cosida en forma circular de la cual caen dos tiras cortas en sentido vertical, sobre el pecho y espalda. Va adornado con seis cruces negras,  cuatro de ellas en la banda circular y las otras dos en los extremos; se lleva sobre la casulla, por encima, colgado de los hombros. Lo usan los arzobispos y algunos obispos como signo de autoridad y jurisdicción.
El anillo, insignia de fe y de unión nupcial con la Iglesia, su esposa, debe llevarlo siempre el obispo.
El báculo, signo de su ministerio pastoral, lo usa el obispo en su territorio. Pero puede usarlo, con consentimiento del obispo del lugar, cualquier obispo que celebra solemnemente. Sin embargo, cuando varios obispos están presentes en la misma celebración, sólo el obispo que preside usa el báculo.
El obispo usa el báculo con la curvatura dirigida hacia el pueblo, o sea vuelta ante sí. El obispo lo usa de ordinario en la procesión, para escuchar la lectura del Evangelio, para hacer la homilía si lo ve oportuno, para recibir los votos, promesas o la profesión de fe y, por último, para bendecir las personas, a no ser que deba hacer imposición de manos.
La mitra, que será una sola en cada acción litúrgica, es simple u ornamentada, conforme a la celebración. El obispo la usará de ordinario: cuando está sentado, cuando hace la homilía, cuando saluda, cuando habla o hace las moniciones, a no ser que inmediatamente después deba dejarla; cuando bendice solemnemente al pueblo, cuando realiza gestos sacramentales y cuando acompaña las procesiones. El obispo no usa la mitra: para las preces introductorias; las oraciones; la oración universal; la Plegaria Eucarística; la lectura del Evangelio; para los himnos, si se cantan estando de pie; en las procesiones en las cuales se lleva el Santísimo Sacramento o las reliquias de la Santa Cruz del Señor y en presencia del Santísimo Sacramento expuesto. Le está permitido al obispo no usar la mitra y el báculo si va de un lugar a otro y el espacio entre ellos es pequeño.
La cruz pectoral se usa debajo de la casulla o de la dalmática o del pluvial; en cambio, se usa sobre la muceta.
El arzobispo residencial que haya recibido ya del Romano Pontífice el palio, lo lleva sobre la casulla, dentro del territorio de su jurisdicción, cuando celebra Misa Estacional, o por lo menos con gran solemnidad, y también cuando hace las ordenaciones, la bendición de un abad, de una abadesa, la consagración de vírgenes y la dedicación de una iglesia y de un altar.
La cruz arzobispal se emplea cuando, después de haber recibido el palio, se dirige a la iglesia a celebrar alguna acción litúrgica.