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30.12.07

LA ORACIÓN UNIVERSAL O DE LOS FIELES

Se llama universal porque se suplica por las necesidades de todos los hombres. “En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga nor­malmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (OGMR 69).
Debe poder ser asumida por todo el pueblo cristiano y al menos cuatro de las peticiones deben ser:
* Por la Iglesia y sus necesidades
* Por los gobernantes
* Por los pobres y necesitados
* Por todos los presentes y la comunidad local
Este orden puede cambiarse en algunas celebraciones especiales.
Como su nombre indica, es oración universal por lo que lo apropiado es pedir en general por las necesidades del mundo. No debemos ser tacaños al pedir ni desperdiciar esa ocasión que la Liturgia nos concede a los laicos de manera que las peticiones que formulemos sean lo más amplias posibles y que abarquen a todo el mundo. Si se quiere pedir por una persona concreta (un enfermo de la comunidad por ejemplo) es mejor siempre ir de lo más general a lo particular. Así, se pide por todos los enfermos, por lo que sufren y en particular por nuestro hermano...

Siempre debe ser introducida y concluida por el presidente, desde la sede. La inicia, teniendo las manos juntas, con una breve monición invitando a orar y la concluye, separando las manos, con una oración (oración conclusiva). Puede ser leída del libro dedicado para ello o bien redactado por el equipo de liturgia, siempre supervisados por el sacerdote.
Debe leerse desde el ambón u otro lugar conveniente por un diácono si lo hay, o por un laico adecuado (cantor, lector instituido u otro). Es preferible, no obstante lo dicho, utilizar otro lugar y no desde el ambón, que se debe reservar para la Palabra de Dios. Quien haya leído las intenciones, al terminar, se vuelve al celebrante y después del Amen abandona el ambón. El momento de pronunciarla es después de la homilía y del credo, si lo hay.
Como todas las oraciones, se escucha y contesta, de pie. La respuesta a las preces en mejor cantarlas que recitarlas. Esta respuesta –Te lo pedimos, Señor u otra fórmula– es la verdadera oración de los fieles. También se puede rezar en silencio.
Con la oración de los fieles concluye la Liturgia de la Palabra y se da comienzo a la Liturgia Eucarística. En la liturgia de la Vigilia Pascual si se bautizan adultos (después de la homilía) se sustituye la oración de los fieles por la letanía de los santos.
Esta oración universal ha sido restaurada por el Vaticano II. Su nombre hace referencia al momento en el cual los catecúmenos abandonaban la asamblea y se iniciaba, con esta oración la misa de los fieles.
Jesús Luengo Mena








22.12.07

ORAR DE RODILLAS

Orar de rodillas es cosa bien distinta de la genuflexión. Es un gesto todavía más elocuente que la genuflexión o la inclinación de cabeza, que puede tener varias connotaciones: a veces es gesto de penitencia, de reconocimiento del propio pecado, otras veces es gesto de sumisión y dependencia o bien, sencillamente, puede ser una postura de oración concentrada e intensa.
Esta postura la encontramos muchas veces en la Biblia, cuando una persona o un grupo quieren hacer oración o expresan su súplica: "Pedro se puso de rodillas y oró", antes de resucitar a la mujer en Joppe (Act 9,40); "Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos", al despedirse de sus discípulos en Mileto (Act 20,26)... Como también fue la actitud de Cristo cuando, en su agonía del Huerto, "se apartó y puesto de rodillas oraba: Padre si quieres..." (Lc 22,41).
En los primeros siglos no parece que fuera usual entre los cristianos el orar de rodillas. Más aún, el Concilio de Nicea lo prohibió explícita­mente para los domingos y para todo el Tiempo Pascual, tiempo festivo. Más bien se reservó para los días penitenciales y como una costumbre que llegó hasta nuestros días en las Témporas, cuando se nos invitaba a ponernos de rodillas para la oración: "flectamus genua"...
Más tarde, a partir de los siglos XIII-XIV, la postura de rodillas se convirtió en la más usual para la oración, también dentro de la Eucaristía, subrayando el carácter de adoración.
Actualmente durante la Misa sólo se indica este gesto para los fieles durante el momento de la consagración, aunque normalmente se hace ya desde la epíclesis, expresando así la actitud de veneración. Antes de la actual reforma litúrgica se estaba de rodillas durante toda la Plegaria eucarística, así como durante la comunión o al recibir la bendición. También se debe recibir la absolución en el sacramento de la penitencia de rodillas.
Orar de rodillas sigue siendo la actitud más indicada para la oración per­sonal, sobre todo cuando se hace delante del Santísimo.
Como postura de oración, no es signo de adoración, también se puede orar de rodillas delante de las imágenes de la Virgen, de los santos o en cualquier lugar, ya que es una postura del orante para su personal recogimiento.
Jesús Luengo Mena

LA GENUFLEXIÓN

La genuflexión es signo de adoración y sumisión a Dios –hágase tu voluntad– y se considera como el acto supremo de reverencia de nuestro rito.
La genuflexión se hace siempre con la rodilla derecha llevándola hasta el suelo e inclinando la cabeza. Por ser signo de adoración está reservada al Santísimo Sacramento y a la Santa Cruz en la liturgia del Viernes Santo. También se debe hacer genuflexión cada vez que pasemos por delante del Santísimo Sacramento y a las reliquias de la Santa Cruz, expuestas para su veneración. No se debe, por lo tanto, hacer genuflexión ante imágenes y menos aún si son marianas o de santos. Otra cosa distinta es orar de rodillas.
Seguramente es un gesto heredado de la cultura romana, como signo de respeto ante las personas constituidas en autoridad. Y desde el si­glo XII-XIII se ha convertido en el más popular símbolo de nuestra ado­ración al Señor presente en la Eucaristía: es una muestra de la fe y del re­conocimiento de la Presencia Real. Es todo un discurso corporal ante el sagrario: Cristo es el Señor y ha querido hacerse presente en este sacra­mento admirable y por eso doblamos la rodilla ante Él.
Litúrgicamente el sacerdote que preside la Eucaristía hace tres genu­flexiones: después de la consagración del Pan, después de la del Vino, y antes de comulgar. Si el sagrario está en el presbiterio hace también genuflexión al llegar al altar y al final de la celebración, al igual que deben hacerla cualquier fiel que pase por delante del sagrario, incluido el lector que sube al ambón. Sin embargo no se hace genuflexión cuando una procesión pasa por delante de la capilla sacramental.
Hay otros momentos en que tiene expresividad esta postura: por ejemplo cuando se recita el "Incarnatus" del Credo en las fiestas de la Anunciación y Navidad; o cuando el Viernes Santo se va a adorar la Cruz. El gesto se ha convertido en uno de los más clásicos para expresar la adoración y el reconocimiento de la grandeza de Cristo, o también de humildad y penitencia.
La genuflexión doble –con las dos rodillas e inclinación de cabeza– se ha suprimido pero es loable mantener ese signo en algunas ocasiones, por ejemplo al entrar al templo donde se halle expuesto de manera solemne el Santísimo.
Jesús Luengo Mena

13.12.07

EL PORQUÉ DE ALGUNAS FECHAS DEL CALENDARIO LITÚRGICO

Ahora que estamos comenzando un nuevo Año litúrgico es un momento oportuno para conocer el motivo de las fechas litúrgicas más relevantes que la Iglesia celebra a lo largo del año, sin ánimo de agotar toda la casuística.
La primera fiesta del cristiano es el domingo, fiesta primordial de precepto, (CDC 1246) y fundamento y núcleo de todo el año litúrgico. El domingo es el día del Señor, Pascua semanal. La palabra domingo viene del latín «dominicus», «dominica dies», Día del Señor. “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio cada ocho días, en el día que es llamado, con razón, día del Señor o domingo. En ese día los, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (SC 106).
No hay pues ninguna fiesta más importante que el domingo y entre ellos el domingo pascual, eje del año litúrgico. Las fiestas que la Iglesia considera como muy importantes –las solemnidades– se igualan al domingo, no al revés.
Podemos distinguir, hablando del calendario, dos tipos de fiestas: unas variables, que se celebran dependiendo del domingo pascual y otras festividades fijas, como son las del ciclo de Navidad, las de la Virgen y las de los santos.
El domingo más importante del año es el Domingo de Resurrección. Su fecha se fija quedó fijada por el Concilio de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena –Parasceve– que haya después del 22 de marzo. Por este motivo, la Pascua de Resurrección es fiesta variable, ya que depende de la luna y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores que culminan en el domingo de Pentecostés) y el tiempo cuaresmal (cuarenta días atrás comenzando el Miércoles de Ceniza). La Ascensión se celebraba a los cuarenta días de Pascua –hoy pasada al domingo posterior–. De la fecha del domingo de Pentecostés dependen las de la Santísima Trinidad –domingo siguiente de Pentecostés–el Corpus Christi a los diez días de Pentecostés –también trasladado al domingo posterior– y el Sagrado Corazón el viernes del II domingo posterior a Pentecostés. Así pues hoy día existen cuatro domingos consecutivos con fiestas importantes relacionadas con el ciclo de Resurrección: Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus, estas dos últimas ya en el llamado Tiempo Ordinario. Asimismo, en España se celebra el jueves posterior a Pentecostés la fiesta de Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, introducida para España en 1973.

Por el contrario, el tiempo de Adviento-Navidad tiene fechas fijas, salvo el primer domingo de Adviento, que será siempre el más cercano al treinta de noviembre. La Natividad del Señor se celebra el veinticinco de diciembre. Por lógica, nueve meses antes –el tiempo de una gestación normal– celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor (o sea, el momento de su concepción). También se relaciona con la fecha de la Navidad la fiesta de la Presentación del Señor al Templo, la popular Candelaria, que celebramos a los cuarenta días del parto –el dos de febrero–. Era el rito de purificación de la mujer recién parida, que en la tradición hebrea quedaba impura durante la cuarentena, rito al que se unía la presentación de los hijos al templo.
También en las fiestas de Virgen hay dos que se relacionan en sus fechas con su nacimiento y concepción inmaculada. Si el ocho de diciembre celebramos la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María es lógico que nueve meses después celebremos su Natividad, el ocho de septiembre. La solemnidad de María como Madre de Dios el uno de enero es como un eco mariano de la Navidad –culminando la octava–.
Las fiestas de los santos se suelen celebrar en el día de su muerte o martirio, su “dies natalis”. Caso excepcional es el de San Juan Bautista, que tiene un lugar privilegiado en la liturgia ya que la Iglesia celebra tanto su nacimiento –el veinticuatro de junio– como su muerte –veintinueve de agosto–. La fecha de la Natividad del Bautista está en relación directa con la de Jesús: justo seis meses antes. El Bautista mismo afirmó que era preciso que él empequeñeciera para que Jesús se agrandara. La Iglesia lo interpreta colocando la fecha del Bautista en el solsticio de verano, cuando sucede el día más largo del año pero a partir de ahí empieza a decrecer y la Navidad coincidiendo con el día más corto del año pero cuando los días empiezan a crecer. Cristo es la luz del mundo.
En definitiva, la Iglesia ha puesto muchas de sus fiestas aprovechando el simbolismo que el trascurso del año astronómico le proporciona y ha adaptado algunas tomadas del calendario festivo romano –como la Navidad–.
Jesús Luengo Mena

5.12.07

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA




El ocho de diciembre la Iglesia católica celebra con gozo la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Como creencia piadosa fue defendida expresamente en Sevilla desde el S. XVI y declarado dogma por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 por la Bula Ineffabilis Deus. Previamente el papa Sixto IV introdujo esta fiesta en el calendario romano en 1476 y en el Misal de san Pío V ya figuraba sólo como memoria.
La concepción inmaculada de María era especialmente defendida por los franciscanos, siguiendo las enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por los dominicos que seguían la enseñanza de Santo Tomás en el sentido de que sólo Cristo había estado libre del pecado original y que la Virgen fue purificada en el momento de su concepción. Si Cristo redimió a todos los hombres (redención universal) también redimió a María y si Ella no tuvo pecado original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Este razonamiento tomista implicaba que para que la redención fuese universal debía abarcar a toda la Humanidad incluyendo a la Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el llamado “pecado original” que todos los humanos por el hecho de serlos traemos al mundo.
El dogma hay que entenderlo como un privilegio especial concedido a su Madre, ya que la Virgen tuvo una "redención profiláctica": Cristo impidió que tuviese pecado pero ese hecho la Virgen se lo debe a Él, luego Ella fue también redimida, aunque de otra forma que el resto de los mortales (como el médico que cura al enfermo o impide preventivamente que alguien contraiga la enfermedad: en ambos casos el médico es quien cura).
En Sevilla hubo grandes controversias sobre el tema llegando a tomar esta idea proporciones de manifestaciones populares cuando en el sevillano convento de Regina, de frailes dominicos un ocho de septiembre del año 1613, fiesta de la Natividad de la Virgen, un fraile profeso de ese convento se atrevió a afirmar públicamente que la Virgen María no había sido concebida sin pecado original sino que "había sido concebida como ustedes y como yo y como Martín Lutero" y que fue santificada después de nacer contra la opinión extendida en la ciudad a favor de la defensa de la Inmaculada Concepción de María. Este sermón fue al parecer la chispa de un movimiento inmaculadista sin precedentes en la ciudad, que originó innumerables votos, procesiones y funciones a su favor. Incluso se escribieron unas letrillas que pronto se hicieron populares y que decían así:

"Aunque se empeñe Molina
y los frailes de Regina
al prior y al provincial,
y al padre de los anteojos
(tenga sacados los ojos)
y él colgado de un peral)
María fue concebida
Sin pecado original"

La llamada "pía opinión" (defensora de la idea de que la Virgen había sido concebida sin pecado original) era claramente defendida por los franciscanos (Duns Scoto), en unos debates que nacen en el S. XII y en Sevilla era opinión mayoritaria como demuestra el hecho de que el Cabildo de la catedral sevillana celebrara la fiesta de la Inmaculada desde 1369. Scoto razonaba de la siguiente manera: dado que las Escrituras no aclaran si la Virgen fue o no concebida sin pecado original y que las opiniones sobre este tema pueden ser tres, él defendía la más favorable a la Virgen. Las tres opiniones se resumen en que o bien la Virgen fue concebida por sus padres Joaquín y Ana sin pecado original (pía opinión), o bien fue concebida con pecado original y purificada nada más nacer o en tercer lugar que fue concebida con pecado original y fue purificada posteriormente.
En 1615 el movimiento inmaculadista en Sevilla llegó a tomar tintes casi de revuelta popular yendo una embajada a Roma encabezada por Mateo Vázquez de Leca y Bernardo del Toro para influir en el Papa al objeto de conseguir la proclamación del dogma, cosa que no lograron de Paulo V pero si al menos que no se defendiera en publico la opinión contraria mediante la renovación que hizo el Papa de la Constitución de Sixto IV sobre la Concepción Inmaculada. Esto sucedió el 8 de diciembre de 1616. La posterior Bula de Clemente XIII de 14 de marzo de 1767 por la cual se declaraba a la Inmaculada Patrona principal y Universal de España y las Indias supuso un gran avance en la proclamación del dogma, ya en el S. XIX. Esta solemnidad se celebra justo nueve meses antes de la fiesta que celebra el nacimiento de la Virgen, la Natividad de María el 8 de septiembre. La imagen titular de la Hermandad del Silencio, "madre y maestra” de las cofradías sevillanas , lleva esa bella advocación, al igual que la Hermandad del Divino Perdón, que advoca a su Titular como Purísima Concepción. Las cofradías sevillanas llevan todas en su estación de penitencia una bandera concepcionista, conocida popularmente como "simpecado" o "sinelabe" (primeras palabras del lema inmaculadista "sin pecado concebida" o del latín "sine labe concepta").
Litúrgicamente esta solemnidad tiene el privilegio de poder usar el color azul en España y Latonoamérica. En Sevilla esta solemnidad tiene una especial relevencia, celebrándose en la catedral la octava (los ocho días posteriores) con acto eucarístico y baile de niños seises, vestidos de azul.
Tiene su Misa propia del día.
Jesús Luengo Mena

3.12.07

PECULIARIDADES LITÚRGICAS DEL ADVIENTO


El domingo dos de diciembre –2007– comenzó el tiempo de Adviento, y por tanto un nuevo Año litúrgico.
Las normas litúrgicas universales dicen que el Adviento comienza con las primeras vísperas del primer domingo de Adviento, que será el domingo más próximo al treinta de noviembre, fiesta del apóstol san Andrés.
Contiene siempre cuatro domingos que se estructuran en dos partes bien definidas: hasta el 16 de diciembre y del 17 al 24 de diciembre. Es el tiempo del Marana-tha (ven Señor), de la espera gozosa del Salvador. El Adviento es también el tiempo mariano por excelencia, donde la presencia de María en la liturgia es más patente. Diciembre es el mes más particularmente apto para el culto a la Virgen. Dos de las tres solemnidades de la Virgen se celebran por estas fechas: la Inmaculada y ya en tiempo de Navidad la solemnidad de María Madre de Dios (teotocos) el uno de enero. Fecha también muy importante es el dieciocho de diciembre, en que celebramos la Expectación al parto, Esperanza y Virgen de la O, que todo es la misma cosa.
Teológicamente es tiempo de espera gozosa de la venida de Cristo, es tiempo asimismo del Espíritu Santo, tiempo del cumplimiento de las profecías, tiempo de conversión. Sus personajes clásicos son el profeta Isaías, el precursor Juan el Bautista y María. Tal como dice el prefacio II, se trata de esperar “a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”.
Los aspectos litúrgicos del Adviento son escatológicos, mirando a la última venida del Señor al final de los tiempos. Es tiempo de relativa austeridad en los signos externos. Esto se observa en los siguientes elementos:
· los domingos se omite el Gloria para que resuene con más alegría el Gloria de la misa del Gallo.
· las vestiduras de los ministros son moradas (como en Cuaresma).
· el altar debe estar escueto y sin adornos muy festivos. De poner flores, pocas y no siempre. Esta austeridad incluye al sagrario.
· la música instrumental se debe omitir para que contraste más la alegría del Nacimiento.
· en el tercer domingo de Adviento, llamado de Gaudete por la antífona de entrada –Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte– se puede usar el color rosa (como ocurrirá en el IV domingo de Cuaresma llamado de Laetare). Ese domingo es adecuado poner flores en el altar, así como entonar cantos y música.
Sin embargo se mantienen algunos signos festivos, como el Aleluya.
Pastoralmente es aconsejable hacer alguna celebración comunitaria de la penitencia, siendo un viernes el día más adecuado. También se recomienda poner en lugar preferente una imagen de María y la corona de Adviento, consistente en cuatro velas de diferentes colores sobre una corona de ramos verdes sin flores que se van encendiendo progresivamente en cada domingo al comienzo de la Misa, marcando el tiempo de la llegada del Señor.
La semana que precede a la Navidad tiene un sentido propio y distinto al resto del Adviento pues el nacimiento del Señor es inminente. Aquí las memorias de los santos son siempre libres, se puede cantar diariamente el Aleluya, poner más luces y flores en el altar, usar vestiduras más lujosas, dar la bendición con la fórmula solemne de Adviento. Se debe notar que el tiempo es más alegre.
En los domingos de Adviento sólo se puede celebrar la Misa del día, cualquier otra celebración está prohibida –por ejemplo, la misa exequial–. Las lecturas de Adviento se nuclean en las ferias en torno al profeta Isaías y las evangélicas en los pasajes que narran al Precursor y los preparativos del Nacimiento. La celebración eucarística tiene sus propios prefacios, muy bellos.
Terminamos recordando que iniciamos el Ciclo A.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Viceteniente de Jesús Despojado

27.11.07

EL RITO DE CONCLUSIÓN DE LA MISA

El rito de conclusión consta de los siguientes elementos:
* Algunos avisos breves, si son necesarios
* Saludo y bendición sacerdotal, que en algunos días y ocasiones se enriquece y amplía con la ”oración sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne.
* Despedida del pueblo por parte del diácono –al que le corresponde hacerlo si lo hay– o del sacerdote, con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus quehaceres, alabando y bendiciendo al Señor.
* El beso del altar por parte del diácono y del sacerdote y después inclinación profunda de los mismos y de los demás ministros (OGMR 90).

1. Saludo y bendición
Los avisos que eventualmente se hubieren de dar al pueblo, tienen lugar después del rito de comunión y antes del de despedida. Este paréntesis pone una nota más de familiaridad en la asamblea. Los puede dar una persona distinta del presidente de la asamblea.
La bendición, que está precedida del saludo litúrgico ordi­nario. Es muy antigua. Al princi­pio la impartían el Papa u otros obispos mientras regresa­ban a la sacristía. Los presbíteros comenzaron a darla sólo en contadas ocasiones. Desde el siglo XIII queda propia­mente integrada en el rito.
La Iglesia no quiere despedir a sus fieles con un seco: "Ya pueden marchar". La bendición es un elemento más o menos efusivo, según las liturgias. Con él, en forma com­parable a lo que se hace en las despedidas de seres queri­dos, se manifiesta el deseo de que permanezca el recuerdo del encuentro y de que la felicidad acompañe a los que se van. El deseo lleva implícita la impetración del favor divino:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo Y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R./Amén.

Mientras lo expresa, el ministro traza con la mano la señal de la cruz sobre la asamblea. También se acostumbró hacer el gesto con la patena, el cáliz, el corporal, reliquias, etc. La bendición ocupa de ordinario el lugar de la antigua oración sobre el pueblo, aunque para algunas ocasiones permanezca todavía dicha oración, que un tiempo fue ele­mento ordinario y luego permaneció para los días de cua­resma, por lo que ha sido considerada elemento peniten­cial.
Además de la bendición ordinaria, el misal propone una serie de bendiciones solemnes, utilizables "ad libitum" (o sea, si al presidente le parece oportuno), ordenadas en tres series: I Para celebraciones del propio del tiempo (Adviento, Navidad, etc.); II para las de los santos; III para otras (dedicación de una iglesia, difun­tos). Todas concluyen con la bendición ordinaria, ligera­mente ampliada. Su variedad es un nuevo enriquecimiento del misal. Transcribimos una como ejemplo:

El Dios de todo consuelo disponga los días de ustedes en su paz. K/. Amén.
Que El los libre de toda perturbación y afiance sus corazo­nes en su amor R/. Amén.
Para que, enriquecidos por los dones de la fe, la esperanza y la caridad, abunden en esta vida en buenas obras y alcan­cen sus frutos en la eterna. R/. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. R/.Amén.

El obispo bendice con la fórmula propia, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el pueblo.
Para ser dichas igualmente a voluntad al final de la Misa, de una liturgia de la palabra, del Oficio o de los sacramentos, se propone, asimismo, una considerable serie de Oraciones sobre el Pueblo, que de este modo aparecen menos ligadas a las celebraciones cuaresmales. Pueden ser dichas incluso en las fiestas de los santos, para las que se incluyen modelos. Son introducidas con la invitación:
In­clínense para recibir la bendición.
Y concluyen: Y la ben­dición de Dios todopoderoso, etc.
Un ejemplo:
Afianza, Señor, el corazón de tus fieles y fortalécelo con tu gracia para que se entreguen con fervor a la plegaria y se amen con sincero amor fraterno. Por Jesucristo...

2. Despedida de los fieles
La traducción española no ha puesto una versión lite­ral, que sería muy seca en nuestra lengua y mentalidad, sino: Podéis ir en paz, más delicado como indicativo y con la inclusión del tema de la paz, que aparece en casi todas las liturgias. Salgan en paz (éxite in pace), se lee en las Constituciones apostólicas; marchemos en paz (pro­cedamus in pace), dicen la liturgia bizantina y la milanesa; vayan en paz, vayan en la paz de Cristo o frases similares, en diversos ritos orientales; en el siríaco, un tanto amplia­do: vayan en paz, contentos, gozosos, y rueguen por mí. También en la hispana: las celebraciones han concluido en nombre de N. S. J. C. Nuestra ofrenda o deseo ("votum") sea recibida en paz.
El pueblo responde con un “Demos gracias a Dios”.
Si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica (por ejemplo, exposición o bendición con el Santísimo) se omite el rito de conclusión. La postura de los fieles durante todo el rito es de pie. La postura para recibir la bendición es inclinados. El canto de salida, puesto de moda, sobra.
Jesús Luengo Mena

24.11.07

EL CREDO, PROFESIÓN DE FE O SÍMBOLO

El Credo es una fórmula de la profesión de fe cristiana. Lo llamamos así por ser la primera palabra de la fórmula latina: «Credo in unum Deum...», aunque antes que en latín estuvo en griego. También se le llama “Símbolo”, que en griego significa resumen y contraseña; porque el Credo es un resumen de las verdades principales que profesamos los católicos, y porque además es el distintivo de nuestra religión ante cualquier otra.
Los apóstoles, cumpliendo su misión se preocuparon en proponer fórmulas breves y concisas a los que recibían la fe y a todos los fieles en general, o sea, el resumen o sustancia de lo que había de ser creído como revelado por Dios.
De aquí nació el más antiguo y venerable de nuestros Credos, el llamado «Símbolo de los Apóstoles», el que los catecúmenos debían recitar el día de su bautismo. Este, podemos decir, es el Credo por excelencia.
No obstante existen otras fórmulas del Credo. Así pues podemos señalar varios Credos:
* El Credo ordinario, el que ya dijimos es el llamado «Símbolo apostólico o de los Apóstoles», porque conforme a una antigua tradición se remonta a los Apóstoles, no sólo por la materia, en la cual no hay duda, sino acaso también por la misma forma, al menos en lo sustancial.
* El Símbolo Niceno, compuesto en el Concilio de Nicea el año 325, para profesar la fe contra la herejía de Arrio. En este Concilio, que fue el I universal en la Iglesia, se condenó el arrianismo, que decía de Jesucristo que era la más perfecta de las criaturas, pero pura criatura humana y que no era Dios. El Concilio de Nícea, teniendo en cuenta el error condenado, hizo profesión expresa de fe, en este Credo, de la divinidad de Jesucristo, y así dijo: «Y un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, y nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no hecho; consubstancial con el Padre, por quien todas las cosas han sido hechas».
* El Símbolo Constantinopolitano. Este fue compuesto el año 381 en el II Concilio universal de la Iglesia, que fue el Concilio primero de Constantinopla, convocado contra Macedonio que negaba la divinidad del Espíritu Santo, y por eso se añadieron al de Nicea estas palabras acerca del Espíritu Santo: «Señor y vivificador; que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y conglorificado». De los dos anteriores, fusionados, surgió el nicenoconstantinopolitano.
Además de los anteriores podemos citar el Credo de Atanasiano, el del Concilio XI de Toledo o la profesión de fe tridentina. Actualmente Pablo VI propuso el Credo del Pueblo de Dios, que sucede a los demás. Este Credo, por decirlo con palabras de Pablo VI, «sin ser una definición dogmática, recoge en sustancia y en algún aspecto desarrollado en consonancia con la condición espiritual de nuestro tiempo, el Credo de Nicea, el Credo de la inmortal Tradición de la Santa Iglesia de Dios».
Símbolo de los Apóstoles
Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo;
Nació de Santa Virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos;
Fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
Al tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió a los cielos;
Está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna.
Credo Niceno-constantinopolitano
Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso,Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,engendrado, no creado,de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras,y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria parajuzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
El Credo lo ha cantar o recitar el sacerdote junto con el pueblo los domingos y solemnidades (OGMR 68). También en ocasiones especialmente solemnes. Todos permanecerán de pie. El misal ofrece las dos versiones: el credo apostólico o el nicenoconstantimopolitano.
Jesús Luengo Mena

20.11.07

EL EVANGELIO Y EL EVANGELIARIO

Todas las lecturas bíblicas que proclamamos en la Eucaristía son palabra de Dios. Pero de un modo especial lo es el Evangelio, que es sin duda la lectura más importante. Evangelio viene del griego –eu=bueno y angelion=noticia o mensaje–. Significa por lo tanto “buena noticia”.¡Y tan buena!
El libro de los Evangelios o Evangeliario, es el elemento principal de la Litur­gia de la Palabra. Como libro que contiene las enseñanzas del Señor figura en primer lugar entre los objetos litúrgicos des­pués del cáliz y la patena. El Rito romano realza las señas de reverencia al Evangelio. Debido a que este libro es un signo visible de Jesucristo, Palabra de Dios, debe ser cuidadosamente guardado y encuadernado a ser posible con cubier­tas ricamente decoradas. Estas cubiertas pueden hacerse con metales preciosos (incluso con joyas y esmaltes), telas ricas o bordados artísti­cos. Resulta conveniente contar con un juego de diferentes cubiertas para las distintas ocasiones o tiempos litúrgicos. Cada parroquia o templo importante –aunque todos los son– y en el que se celebre habitualmente la Eucaristía debería contar con un Evangeliario, para las Eucaristías más solemnes. Lógicamente, el Leccionario, en sus distintos tomos, también contiene el Evangelio del día. Litúrgicamente no es apropiado proclamar las lecturas leyendo de un papel, hoja parroquial o carpeta.

Al comienzo de la Misa, el Evangeliario se lleva en procesión en alto por un diácono o lector y se entro­niza en el centro del altar. El presidente besa el altar y el Evangeliario. Al término de la Misa se guarda.
La proclamación del Evangelio se rodea de varios gestos significativos: en primer lugar, su proclamación le corresponde al diácono, si lo hay, o a otro sacerdote concelebrante. Si la Misa la oficia sólo un sacerdote será él quien lo proclame. En cualquier caso siempre su lectura se reserva a un ministro ordenado. Otros signos significativos son: se lleva en procesión desde el altar al ambón y allí se abre, se acompaña de luces, se escucha de pie, se hace la señal de la cruz, se inciensa, se le aclama al principio y al finalizar.
Si es el mismo sacerdote presidente el que va a proclamar el Evan­gelio –en ausencia de otro ministro ordenado– se dispone con esta oración:
Munda con meum ac labia mea, omnipotens Deus,
ut sanctum Evangelium digne valeam nuntiare
"Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente,
para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio".
Si es un diácono (o uno de los presbíteros concelebrantes en el caso de no haber diácono) el que va a realizar este ministerio, antes de proclamarlo pide la bendi­ción inclinado ante el presidente:
Iube, domne, benedicere
"Dígnate bendecirme, señor".
Y el presidente ora sobre él:
Dominus sit in conde tuo et in labiis tuis
ut digne et competenter annuntíes Evangelium suum,
in nomine Patrís et Filii et Spiritus Sancti.
"Que el Señor esté en tu corazón y en tus labios
para que proclames digna y competentemente su Evangelio,
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Son dos oraciones significativas, dichas con humildad –el presidente inclinado ante el altar, el diácono ante el presidente– porque esa es la ac­titud propia del que va a anunciar una palabra que no es suya, sino del Señor. En ellas se pide que antes de que la palabra evangélica suene en los labios esté en el corazón: se trata de un ministerio serio, al servicio de la comunidad, y que pide en el mismo que lo realiza una actitud de fe pro­funda, más allá de la mera técnica de unos labios que saben pronunciar un mensaje.
A continuación el diácono u otro ministro ordenado toma el Evangeliario y lo lleva en procesión al ambón, acompañado de acólitos con luces. Mientras, se canta el Aleluya, si está así dispuesto –en Cuaresma no se canta–. El Aleluya es una aclamación antes del Evangelio con el que los fieles recibimos y saludamos al Señor, que va a hablarnos en el Evangelio.
Tras el saludo del sacerdote o diácono al pueblo –El Señor esté con vosotros– hace la señal de la Cruz sobre el libro y sobre él mismo mientras dice: “Lectura del santo evangelio según... El pueblo aclama con la frase: “Gloria a ti, Señor”. Acto seguido se inciensa el libro, con tres golpes dobles, y se proclama. Al finalizar la proclamación se aclama de nuevo: “Palabra del Señor” respondiendo el pueblo: “Gloria a ti, Señor Jesús”. El ministro que ha proclamado el Evangelio lo besa diciendo en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Si todas las aclamaciones se cantan, mejor.
Los portadores de los ciriales los han mantenido en alto mientras dura la proclamación del Evangelio, habiéndose situado a la derecha e izquierda del ambón. También los fieles y los sacerdotes concelebrantes junto al presidente deben girarse si es preciso y mirar hacia el ambón de manera clara.
Otros momentos en los que la entrega del Evangelario es especialmente expresiva son: en la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos; en la toma de posesión del nuevo párroco y en los sínodos o concilios. También se puede colocar sobre el féretro de un difunto en la Misa exequial.
Jesús Luengo Mena




15.11.07

EL BESO: SU SENTIDO LITÚGICO

El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados, aunque la reforma litúrgica haya suprimido algunos besos redundantes.
En casi todos los sacramentos se besa a las personas como sig­no de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresiva­mente reciben este símbolo de aprecio "según la costumbre tradicional en la liturgia, la veneración del altar y del libro de los Evangelios se ex­presa con el beso" (IGMR 273).
Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima en la li­turgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la "mesa del Señor", la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es co­mo un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la cele­bración.
Con el correr de los siglos se habían añadido demasiados besos al al­tar. Actualmente han quedado sólo dos:
- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los conce­lebrantes.
- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los concelebrantes.
También se besa el Evangelario. El que proclama la lectura del Evangelio, besa al final el libro. Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera. Si preside el obispo se le llevará para que también éste lo bese. El beso al Evangelario se inserta dentro de una serie de acciones simbólicas en tor­no al Evangelio: escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la cruz, incensarlo, etc.
El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz.
La paz de puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El "ósculo de paz", como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor.
El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que damos a la Cruz en el rito de su adoración. También besa la Cruz el obis­po, en la recepción en su Iglesia Catedral o al comienzo de la visita pastoral en una parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva Cruz.
También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmen­te llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que mu­chos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar.
Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se vuelve "litúrgico" y quiere expresar valores que contienen los diversos sacramentos. Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una bienvenida o una acogida oficial cuando una persona "entra en un estado" diferente dentro de su camino de fe:
- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos presentes;
- lo mismo sucedía en los primeros siglos cuando un neófito, un recién bautizado, era besado por los ya cristianos, según describe Justino;
- en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es oportuno que le dé esa paz con algún gesto, podría ser el beso;
- en la celebración del Matrimonio, como una especie de ra­tificación del matrimonio, los mismos esposos "se dan la paz, según se juz­gue oportuno”. En muchos casos este modo oportuno y espontáneo suele ser el besarse.
- la misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que profe­san sus votos perpetuos sean abrazados y besados por los que ya los ha­bían hecho con anterioridad;
Fuera de la liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacer­dotes –costumbre hoy en desuso– y muchos lo seguimos haciendo con los obispos. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica, por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del Jueves Santo.
Terminanos este artículo aclarando que en aquellos lugares en los que besar no se considere una forma de reverencia se sustituirá este gesto por otro de reverencia de la cultura propia.
Jesús Luengo Mena
Bibliografía: ALDAZABAL, José, Gestos y Símbolos, CPL nª 40, Barcelona 1997.


11.11.07

CREDO

Credo in unum Deum,
Patrem omnipoténtem,
factórem caeli et terrae,
visibílium óminum et invisíbilium.
Et in unum Dóminum Iesum Chrustum
Filium Dei unigénitum.
Et ex Patre natum ante ómnia saécula.
Deum de Deo, lumen de lúmine,
Deum verum de Deo vero.
Géntium, non factum, consubtantialem Patri:
per quem ómnia facta sunt.
Qui propter nos hómineset
propter nostram salútem descéndit de caelis
Et incarnatus est de Spíritu Sancto
ex María Vírgine et homo factus est.
Crucifixus étiam pro nobis:
sub Póntio Piláto passus et sepúltus est.
Et resurréxit tértia die, secúndum scripturas.
Et ascédit in caelum: sedet ad déxtram Patris.
Et íterum ventúrus est cum glória
inducáre vivos et mortuos:
cuius regni non erit finis.
Et in Spíritum Sanctum,
Dóminum et vivificántem:
qui ex Patre et Filióque prócedit.
Qui cum Patre et Filio
simul adorátur et conglorificátur;
qui locútus est per Prophétas.
Et unam sanctam catholicam
et apostólicam Ecclésiam.
Confíteor unum baptisma
in remissiónem peccatórum.
Et exspécto resurrectiónem mortuórum.
Et venturi saéculi. Amén

Durante las frases en rojo se hace inclinación profunda

8.11.07

LOS RITOS INICIALES DE LA MISA

En la Asamblea eucarística se distinguen claramente cuatro partes: Los ritos iniciales, la Liturgia de la Palabra, la Liturgia Eucarística y los ritos finales o de despedida.

LOS RITOS INICIALES sirven para recibir a los fieles y son la apertura de la celebración. Sus objetivos son los de ayudar a formar y sentirse como comunidad y preparar a los fieles a oír y celebrar dignamente la Eucaristía. "Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra... tienen el carácter de exordio, introducción y preparación" (OGMR 46).

Estos ritos iniciales son los siguientes:
* Procesión y canto de entrada: Antes de ponerse en marcha la procesión de entrada hacia el altar para comenzar la Eucaristía el turiferario ofrece al presidente el incensario para que imponga el incienso. La procesión de entrada se solemniza si se inicia desde el fondo de la nave. El orden debe ser: turiferarios, crucífero con dos ceroferarios a ambos lados o portadores de ciriales, siguen los demás ministros y el diácono (si lo hay), que porta el Evangeliario en alto. Si no hay diácono puede portarlo un acólito o un lector instituido, siguen los concelebrantes siempre de dos en dos y el presidente sólo. Cierra la procesión el maestro de ceremonias y los ministros del libro, mitra y báculo (si preside el obispo). Los concelebrantes y ministros, cuando van caminando en procesión o están de pie deben tener ante el pecho las palmas extendidas y juntas, el pulgar de la mano derecha sobre el pulgar de la izquierda formando una cruz. Mientras tiene lugar la procesión, el pueblo entona un canto de entrada, que sirve para abrir festivamente la celebración, fomentar la unión de los fieles y acompañar la procesión
Los ceroferarios, al llegar al presbiterio, han colocado los ciriales en un sitio dispuesto para ello. El Evangeliario se coloca sobre el altar, cerrado. Cuando los acólitos están en el presbiterio han de cuidar de no tener sus asientos en el mismo rango que los diáconos y los presbíteros, no siendo correcto que se coloquen directamente al lado del celebrante salvo que estén sirviendo el libro.

* Veneración del altar: como símbolo de Cristo (beso ritual). Todos hacen al llegar reverencia al Altar y el presidente y el diácono, además, lo besan. Igual hacen los concelebrantes, a ser posible de dos en dos. Como norma se puede decir que los servidores que porten algún objeto en las manos están exentos de hace la reverencia (por ejemplo, los portadores de los ciriales). Al llegar al altar el turiferario se coloca a la izquierda y entrega al presidente el incensario para la incensación del altar, la Cruz y la imagen solemnemente expuesta si la hay.

* La señal de la Cruz: evoca nuestra iniciación cristiana y se invoca a la Trinidad. El presidente y el pueblo se santiguan.

* Saludo a la Asamblea: Se establece aquí un diálogo de comunión entre el Presidente y la Asamblea –El Señor esté con vosotros–.

* Monición Inicial: Tiene por objeto explicar e implicar a todos en la celebración. Debe ser breve, incisa y preparada. Puede pronunciarla el presidente u otra persona –monicionista–. La costumbre, a veces observada, de hacer la monición inicial antes de la procesión de entrada no es litúrgicamente correcta.

* Acto penitencial: Todos somos pecadores y debemos pedir perdón. Este acto a su vez consta de varias partes:
- Monición, que dice el presidente
- Silencio breve
- Confesión general –Yo confieso...-–
- Absolución (que perdona los pecados leves del día pero no tiene la eficacia propia del sacramento de la penitencia).
Existen otras dos fórmulas además de la anterior, consistentes en un breve diálogo y pueden incluir el Kyrie, en cuyo caso no se dice posteriormente.
Los domingos, especialmente en tiempo pascual, se puede sustituir el acto penitencial por la bendición y aspersión del agua bendita, como recuerdo del bautismo.

* El Kyrie: "Señor, ten piedad". Tiene carácter doxológico, no es penitencial sino que tiene sentido de aclamación a Cristo y petición de misericordia. Son unas palabras griegas venerables de larga tradición. Se atribuye al papa San Gelasio –fines S. V- su introducción en la Misa.

* El himno Gloria: No fue compuesto para la Misa. Entró en la Eucaristía para la fiesta de Navidad extendiéndose después a los domingos pero sólo para los obispos. Es un himno trinitario de alabanza. Se le llama también doxología mayor o grandoxología.

* La oración Colecta: (colecta=reunir). El sacerdote invita a orar, lee la oración y el pueblo ratifica con un AMEN. La oración colecta se dice tras el Gloria, si lo hay, o tras el “Señor ten piedad”. Es la primera de las oraciones presidenciales.
Mediante esta oración se expresa la índole de la celebración, o sea, el carácter propio del día. Si es solemnidad, fiesta o memoria se suele citar en la misma el santo que celebramos. Se la llama así porque recolecta las intenciones individuales en una sola oración que se convierte en la oración de la Iglesia. También se la llama a veces oración del día o de la Misa. Se considera la oración más importante de las variables y concluye con la fórmula trinitaria más desarrollada.
En épocas pretéritas, cuando los fieles se reunían en una iglesia y se trasladaban procesionalmente a otra para la Misa, era la oración inicial que se rezaba cuando el pueblo estaba reunido. Actualmente, con la oración colecta concluyen los ritos iniciales y se da paso a la Liturgia de la Palabra. La oración colecta es, junto al canto de entrada, la parte más antigua de los ritos iniciales.
También se llama colecta a la recaudación monetaria que se hace a favor de los necesitados durante la Misa.
La postura de los fieles durante todos estos ritos es de pie.

2.11.07

LA CONMIXTIÓN O INMIXTIÓN

Se llama conmixtión al gesto que hace el sacerdote antes de la comunión consistente en dejar caer una pequeña partícula del pan consagrado en el cáliz –de com-misceo que significa mezclar una cosa con otra–.
Mientras hace el gesto pronuncia estas palabras: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”. La OGMR (83) dice que “el sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso”.
Es un rito antiquísimo y su significado no se conoce con precisión. Seguramente, tal como el Misal pone, hace referencia a que Cristo se nos da en plenitud, en cuerpo y sangre. La consagración, que se ha hecho por separado para el pan y el vino, podría dar la impresión de una cierta disociación sacrificial. Su unión en el cáliz manifiesta la unidad vital de su persona.
Según Hertling cuenta en su Historia de la Iglesia esta costumbre se debe a que en Roma, los presbíteros que vivían en las afueras y no podían celebrar con el obispo el domingo recibían de éste partículas consagradas que les eran llevadas por acólitos. De esta manera no se sentían separados de la comunión con su pastor y la Iglesia.
El fragmento se toma de la Hostia recién fragmentada de la parte inferior de la porción izquierda con la mano derecha. Para eliminar, si los hubiese, fragmentos que se adhieren a los dedos el sacerdote frotará, con suavidad el pulgar y el índice con suavidad hasta limpiarlos y siempre sobre la patena, no sobre el cáliz.

Jesús Luengo Mena

27.10.07

LA SEÑAL DE LA CRUZ

Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de la cruz sobre nuestras personas o nos la hacen otros ministros, como en el caso del bautismo, de la confirmación, de la penitencia y de las bendiciones. Este acto se llama signarse, persignarse o también santiguarse si es más reducido.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado.

La señal de la cruz es una confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión. Al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: estoy bautizado, pertenezco a Cristo, él es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana.
El primero que hizo la «señal de la cruz» fue el mismo Cristo, que «extendió sus brazos en la cruz» (Prefacio de la Plegaria Eucarística segunda) y «sus brazos extendidos dibujaron entre el cielo y la tierra el signo imborrable de tu Alianza» (Plegaria Eucarística primera de la Reconciliación). Si en el AT se hablaba de los marcados por el signo de la letra «tau», en forma de cruz (Ez 9,4-6) y el Apocalipsis también nombra la marca que llevan los elegidos (Ap 7,3), nosotros, los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz nos confesamos como la comunidad de los seguidores de Cristo, que nos salvó en la cruz.

Las formas actualmente son dos. Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco las dos formas que conocemos: hacer la triple cruz pequeña (persignarse) en la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la escucha del evangelio o hacer la gran cruz (santiguarse) desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho.
Para persignarnos se usa el dedo pulgar de la mano derecha que hace la señal de la cruz en la frente, sobre los labios y en el pecho. Mientras nos persignamos decimos "Por la señal de la Santa cruz, de nuestros enemigos libranos Señor Dios Nuestro”. La gran cruz (santiguarse) se hace desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho mientras se dice solamente : "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". En latín "In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen." En algunos países es costumbre besar al final el dedo pulgar, que ha formado una cruz con el índice.
Al entrar en el templo, los cristianos tenemos la costumbre de santiguarnos con el agua bendita de la pila, como recuerdo de nuestro bautismo. También hay quienes, acertadamente, lo hacen al cruzarse ante un templo o capilla ya que en el templo, en el sagrario, está la presencia real de Cristo.
En la celebración litúrgica hay algunos momentos en los que la señal de la cruz cobra un especial sentido
* Así, en la misa nos santiguamos con la gran cruz al comienzo de la misma junto al sacerdote diciendo: «En el nombre del Padre...». También al disponernos a escuchar el evangelio, al oír las palabras: “Lectura del Santo Evangelio...” En este caso hacemos la triple cruz. El sacerdote también hace la señal sobre el Evangelio y después se signa él. Al recibir la bendición –deberíamos tener la cabeza inclinada– también nos santiguamos con la gran cruz. Sólo el obispo hace la señal de la cruz tres veces cuando da la bendición al final de la misa o en otros ritos. Es costumbre de algunos fieles santiguarse antes de comulgar.
El sacerdote también hace la señal de la cruz sobre las ofrendas durante la Plegaria eucarística.
* en la Liturgia de las Horas, al comienzo del rezo de cada hora y al inicio de los cánticos evangélicos. Cuando la hora matutina empieza con «Señor, ábreme los labios», nos hacemos la señal de la cruz en la boca;
* en el sacramento de la Penitencia, el ministro traza la señal de la cruz sobre el penitente al decir «yo te absuelvo de tus pecados...», y el penitente hace otro tanto al recibir la absolución;
* en la Confirmación el obispo traza una cruz con el santo crisma en la frente de los confirmandos;
* especial importancia tiene la señal de la cruz en el Bautismo, cuando el sacerdote y los padres y padrinos signan al recién bautizado en la frente. El sacerdote signa al bautizado con la señal de Cristo Salvador.
* las bendiciones sobre cosas y personas se suelen expresar con la señal de la cruz. Cuando el sacerdote bendice al pueblo o a algún objeto hace la señal de la cruz, una vez, con su mano derecha, sobre la persona u objeto a bendecir.
Jesús Luengo Mena

21.10.07

LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

La Plegaria Eucarística, también llamada anáfora o canon, es la oración central de la Misa, que el presidente proclama en nombre de toda la comunidad. Es el ápice de la celebración. En esta parte se llega a la máxima plenitud de expresión la acción de gracias y la alabanza. Es una oración de bendición que consta de los siguientes elementos:
- La acción de gracias del Prefacio
- La aclamación del Sanctus
- La epíclesis o invocación al Espíritu Santo
- El relato de la institución y la consagración
- La anámnesis o memorial
- La obligación
- Las intercesiones
- La doxología final

Comienza con un bellísimo diálogo introductorio entre sacerdote y pueblo. El sacerdote saluda al pueblo con “El Señor esté con vosotros” respondiendo el pueblo “Y con tu espíritu”. A continuación se nos invita a la alegría: “Levantemos el corazón” –sursum corda– y el pueblo contesta “Lo tenemos levantado hacía el Señor”. Ahora el sacerdote nos invita a dar gracias: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios” y le respondemos con un “Es justo y necesario”. El sacerdote toma nuestra última afirmación, ratificándola, y comienza el prefacio con las misma palabras: “En verdad es justo y necesario –tenéis razón–, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar...”.
El prefacio es una alabanza a Dios Padre. Existen muchos prefacios, propios de cada tiempo litúrgico, fiestas y solemnidades. Algunas Misas lo tienen propio. En cualquier caso son siempre piezas bellísimas, que deben oírse siempre con gran atención para apreciar su riqueza teológica y poética.
A continuación viene el Sanctus, aclamación al Señor que siempre debería cantarse. Con esta aclamación nos asociamos a los ángeles y a todo el cosmos en la alabanza a Dios.
En la epíclesis o invocación al Espíritu Santo se pide para que transforme los dones del pan y el vino. Menos la Plegaría I –llamada Canon romano– las demás contienen dos epíclesis: una antes y otra después de la consagración. Continua con el relato de la institución y la consagración, repitiendo las mismas palabras que Jesús pronunció en la Última Cena. Estas palabras son siempre las mismas en todas las plegarias eucarísticas y sería una acción grave cambiarlas por otras. La anámnesis o memorial hace memoria de la donación de Jesús (muerte y resurrección), segunda epíclesis y se termina con las intercesiones (pidiendo por la Iglesia, por los difuntos, por nosotros). Se remata con la llamada doxología final: “Por Cristo, con Él y en Él...” que debe ser pronunciada sólo por el presidente y los concelebrantes, si los hubiera.
¿Cómo participa el pueblo en la Plegaria eucarística? Además de oírla atentamente y sumarse a ella, el pueblo va subrayando con sus aclamaciones los diversos momentos de la oración.
Así, tras la alabanza al Padre del Prefacio el pueblo entona el Sanctus, tras la memoria pascual de Cristo se subraya con “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús” u otras de las que propone el Misal. Finalmente, el pueblo remata con un rotundo AMEN la doxología final. No es amen borreguil, es una amen de afirmación, de sumarse con una rúbrica a toda la oración que acaba de proclamarse. Es un amen que compromete. Se cuenta que en los primeros siglos del cristianismo este amen más que decirse se gritaba por parte del pueblo como signo de aceptación. Es, sin duda, el amen más importante de la Misa.
Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II en la misa tridentina sólo existía una Plegaria Eucarística, la ahora denominada con el número I (Canon romano). Hoy día hay cuatro formularios (incluida la anterior) que son las más usadas aunque existen otras para ocasiones especiales (misas con niños, reconciliación, etc). En cualquier caso esta plegaria no puede inventarse por parte de los sacerdotes y son las Conferencias episcopales de cada país las autorizadas a introducir nuevas.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

13.10.07

VENI, CREATOR SPÍRITUS (CANTO AL ESPÍRITU SANTO)

Veni, Creator Spiritus, mentes
tuorum visita. Imple superna
gratia quae tu creasti pectora

Qui diceris Paraclitus, Altissimi
donum Dei, fons vivus, ignis,
caritas, et spiritalis unctio.

Tu septiformis munere, digitus
paternae dexterae, tu rite
promissum Patris, sermone ditans
guttura.

Accende lumen sensibus, infunde
amorem cordibus, infirma nostri
corporis, virtute firmans perpeti.

Hostem repellas longius,
pacemque dones protinus, ductore
sic te praevio, vitemus omne
noxium.

Per te sciamus da Patrem,
noscamus atque Filium, teque
utriusque Spiritum credamus omni
tempore.

Deo Patri sit gloria, et Filio qui a
mortuis surrexit, ac Paraclito in
saeculorum saecula. Amen

Ven Espíritu creador; visita las almas de tus fieles. Llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo has creado.
Tú eres nuestro consuelo, don de Dios altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú el dedo de la mano de Dios, Tú el prometido del Padre, pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra frágil carne.
Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto tu paz, siendo Tú mismo nuestro guía evitaremos todo lo que es nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre y también al Hijo y que en Ti, que eres el Espíritu de ambos, creamos en todo tiempo.
Gloria a Dios Padre y al Hijo que resucitó de entre los muertos, y al Espíritu Consolador, por los siglos infinitos. Amén.

7.10.07

EL DOMINGO

El domingo es el día del Señor, Pascua semanal. La palabra domingo viene del latín «dominicus», «dominica dies», Día del Señor. Es el nombre que por primera vez da el Apocalipsis –kyriake hemera– al que hasta entonces se llamaba “día primero después del sábado” o sea, al día en que resucitó Cristo Jesús.
A lo largo de los veinte siglos de su historia, la Iglesia no ha dejado nunca de celebrar este día como día pascual semanal. A partir del siglo IV, con la paz de Constantino, se le fue añadiendo además el aspecto del descanso laboral, que antes no tenía

“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio cada ocho días, en el día que es llamado, con razón, día del Señor o domingo. En ese día los, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (SC 106).

No hay ninguna fiesta más importante que el domingo y entre ellos el domingo pascual, eje del año litúrgico. En rigor, todos los domingos del año son domingos pascuales, pascua semanal. La Iglesia desde el S. V ha impuesto la obligación de santificar el día del Señor, día que comienza en las Vísperas, o sea, en la tarde anterior (sábado) siguiendo la costumbre judía de contar los días. Por este motivo la misa vespertina del sábado "vale" para cumplir el precepto dominical porque en rigor ya es domingo (CDC 1247-1248).
Además el domingo, fiesta primordial de precepto, (CDC 1246) y fundamento y núcleo de todo el año litúrgico solamente cede su celebración a las solemnidades y fiestas del Señor excepto en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua que tienen precedencia sobre todas las fiestas y solemnidades, que de coincidir deben ser celebradas el sábado anterior (NUAL nº 5).
De hecho, las solemnidades se equiparan en su celebración a los domingos y no al revés: comienzan en las vísperas, tienen tres lecturas, Credo y Gloria, como los domingos.
También los domingos tienen su propio ciclo del Leccionario (años A, B y C).
Jesús Luengo Mena

3.10.07

EL RITO TRIDENTINO DE LA MISA ¿UN PASO ATRÁS?

A la vista de la polémica que la autorización, siempre considerado como extraordinario, del rito tridentino me gustaría aclarar algunas cuestiones que, seguramente sin mala intención pero sí con algunas dosis de ignorancia, se están escribiendo sobre este tema.

En primer lugar esta autorización del Motu Propio “Summorum Pontificum” lo que hace es levantar las restricciones al uso de ese rito, que nunca ha estado prohibido.
¿Y porqué levanta las restricciones? Pues porque grupos de católicos, como nosotros, consideran que ese rito es tan válido como el actual y lo prefieren. El rito no debe ser motivo de ruptura ni de alejamiento de la comunión eclesial . La Misa siempre es la misma: sacrificio y misterio de nuestra salvación. Nadie piense que a partir de ahora la Misa vuelve a ser en latín ni que los sacerdotes se van a reconvertir en masa al rito tridentino. Siempre serán casos aislados, legítimos y tan respetables como el rito ordinario y cuando los fieles lo pidan expresamente. No hay marcha atrás ni marcha adelante: es otra opción. En días de pluralismo no parece razonable criticarlo desde una perspectiva supuestamente progresista.

En segundo lugar y hablo en general me parece desproporcionada la reacción a esta autorización, por parte de algunos medios de comunicación, más aún cuando viene de personas que ni pertenecen ni están en la comunión eclesial ni asisten a actos de culto ¡Qué gran preocupación se observa entre los que precisamente no quieren saber nada de la Iglesia y a los que no les afecta para nada! Más de un artículo en prensa he leído claramente malintencionado. El rito tridentino no puede ni debe ser demonizado ni descalificado radicalmente. En ese rito rezaron y dieron culto al Señor durante cientos de años millones y millones de hermanos nuestros que nos precedieron en la fe.

En tercer lugar aclararé dos cuestiones, las más criticadas, que veo que son recurrentes: el uso del latín y la postura del sacerdote. El latín es la lengua oficial de la Iglesia y todos los documentos vaticanos (encíclicas, cartas apostólicas, decretos, etc) se publican en latín y luego o simultáneamente se traducen a las lenguas vernáculas. Si hoy se considera como una riqueza la variedad de lenguas y se fomenta su uso a ver si ahora va a resultar que todas las lenguas son una riqueza menos el latín, lengua que se usó durante cerca de mil años en casi toda Europa.
En lo referente a la postura del sacerdote, de espaldas al pueblo casi toda la Misa, no debe interpretarse como un acto de menosprecio ni de indiferencia del sacerdote hacia el pueblo. El sentido litúrgico que tiene es que el sacerdote adopta la misma dirección que tiene el pueblo: todos, sacerdote y pueblo, miran al Oriente, lugar hacia donde debe estar orientada la cabecera de la iglesia (como simbolismo de Cristo, sol naciente que trae al mundo la luz y la salvación).
Termino: el rito ordinario, del Vaticano II, va seguir siendo el mayoritariamente empleado, es el que va más con los tiempos actuales, es más pastoral y en el que yo, salvo alguna excepción, seguiré participando en la Misa. Pero el rito tridentino supone una riqueza cultual y litúrgica y su autorización hace desaparecer un motivo de alejamiento de algunos hermanos. Otros puntos de vista pueden ser respetables pero no cabe ver intenciones ocultas ni fantasmas inexistentes. El Vaticano II supuso un gran avance para la Iglesia y en ello estamos. Pero lo cortés no quita lo valiente.
Jesús Luengo Mena

1.10.07

EL SAGRARIO

El «sagrario» o «tabernáculo» es un pequeño recinto, a modo de caja o armario, donde se guarda la Eucaristía después de la celebración para que pueda ser llevada a los enfermos o puedan comulgar fuera de la misa los que no han podido participar en ella.
La palabra «sagrario» ya indica que es el lugar donde se guarda lo sagrado. «Tabernaculum» en latín significa «tienda de campaña»: de ahí la fiesta de los Tabernáculos o de las Tiendas de Israel, y sobre todo la «tienda del encuentro» que era su punto de referencia a lo largo de la travesía del desierto. Ahora, la verdadera «tienda» es Cristo mismo (Hb 9,11.24), el Verbo que se ha hecho carne y ha plantado su tienda entre nosotros (Jn 1,14).
En los primeros siglos se guardaba la Eucaristía en casas particulares, con sumo respeto. A partir del S. XI se colocaba en un sagrario encima del altar.
Hoy día el sagrario no se coloca sobre el altar: «la presencia eucarística de Cristo, fruto de la consagración, y que como tal debe aparecer en cuanto sea posible, no se tenga ya desde el principio por la reserva de las especies sagradas en el altar en que se celebra la misa» (ROCE 6: E 986). La Eucaristía se reserva en un solo sagrario en cada iglesia u oratorio, colocado en un lugar noble y destacado, convenientemente adornado, fijado permanentemente sobre un altar, pilar, o bien empotrado en la pared o incorporado al retablo. Debe estar construido de materia sólida (pueden ser metales preciosos como oro, plata, metal plateado, madera, cerámica y similares) y no transparente, cerrado con llave, en un ambiente que haga fácil la oración personal fuera del momento de la celebración, y por tanto mejor en una capilla separada (capilla sacramental).
Sería un grave abuso colocar el sagrario en una capilla o lugar al fondo de la iglesia o detrás de los asientos de los fieles. Para que sea un lugar muy destacado o distinguido debe poder ser visto desde la nave y ser fácilmente localizable.
Es costumbre colocar un corporal dentro y recubrir sus paredes externas con un tejido rico o con oro (conopeo).
Junto al sagrario luce constantemente una lámpara, con la que se indica y honra la presencia de Cristo. La presencia del Señor en el sagrario se indica además, si es el modo determinado por la autoridad competente, por medio del conopeo (cf. IGMR 276-277; RCCE 9-11).
El conopero (del griego Konopeion) es una especie de velo o mosquitera a modo de tienda que cubre el sagrario. Su uso es facultativo y debe ser blanco o del color litúrgico del día, nunca negro. Este velo representa la tienda santa del Señor.
La lámpara que arde perpetuamente junto al sagrario debe estar alimentada con aceite o cera, nunca con otro combustible. Es preferible la luz natural pero el obispo puede autorizar una luz eléctrica.
En definitiva, el sagrario es, en palabras de Pablo VI, el corazón vivo de cada una de nuestras iglesias. Por esa razón, el espacio que rodea al sagrario debe conducir a la adoración y oración personal, con asientos, reclinatorios y libros de espiritualidad eucarísticos que ayuden a adorar a nuestro Señor.
Jesús Luengo Mena

25.9.07

LOS ACTOS LITÚRGICOS

No todos los actos religiosos son actos litúrgicos. Vamos en este artículo a diferenciar lo que es Liturgia de lo que no lo es.
Sólo son actos litúrgicos aquellos que expresan la sacramentalidad de la Iglesia. Los actos litúrgicos tienen que tener sus libros oficiales y ritos propios, aprobados por la Santa Sede y tienen que ser presididos por los ministros autorizados para ello.
Los actos litúrgicos podemos agruparlos en tres categorías: los sacramentos, la Liturgia de las horas y los sacramentales.
Son actos litúrgicos en primer lugar la celebración de los distintos sacramentos: Eucaristía, Bautismo, Reconciliación, Confirmación, Matrimonio. Órden sacerdotal, Unción de enfermos.
También son actos litúrgicos la Liturgia de las horas –con sus momentos más importantes en los Laudes y las Vísperas– y los sacramentales.
Llamamos sacramentales a signos sagrados a modo de sacramentos pero que no han sido instituidos por Cristo sino creados por la Iglesia para preparar, acompañar y prolongar la acción de los sacramentos.
El nombre de “sacramentales” nos trae a la memoria el de “sacramentos” y manifiesta una íntima relación entre unos y otros. Los sacramentales ayudan a los hombres para que se dispongan a recibir mejor los efectos de los sacramentos, efectos que el Concilio llama principales.
¿En qué se diferencian los sacramentales de los sacramentos?Mientras los sacramentos son de institución divina, pues los ha instituido el mismo Jesucristo, los sacramentales son de institución eclesiástica, es decir, los ha creado la Iglesia. Además, en cuanto a los efectos también hay diferencias.
Los sacramentos producen la gracia “ex opere operato”, o sea, todo sacramento obra, tiene eficacia por el hecho de ser un acto del mismo Jesucristo; no obtiene su eficacia o valor esencial ni por el fervor ni por los méritos del ministro o del sujeto que recibe el sacramento. En cambio, los sacramentales obran “ex opere operantis Ecclesiae”, es decir, que reciben su eficacia de la misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de intercesión que tiene la Iglesia ante Cristo que es su Cabeza. Los sacramentales producen sus efectos por la fuerza impetratoria de la Santa Iglesia.
A modo de ejemplos podemos citar como sacramentales la dedicación de iglesias, las exequias, coronaciones canónicas, exposición y bendición con el Santísimo, la profesión religiosa, el agua bendita, exorcismos, bendiciones varias, adoración de la Cruz, imposición de la ceniza, etc.

No son actos litúrgicos, aunque tiendan a parecerse a ellos, las prácticas de religiosidad popular. El rezo del rosario, letanías, procesiones, Vía crucis, triduos, novenas, quinarios, setenarios, primeros viernes y demás prácticas de piedad popular no forman parte de la Liturgia de la iglesia, lo cual no quiere decir que no sean acciones piadosas dignas de favorecerse y practicarse.
Hay algunas procesiones que sí tienen categoría de litúrgicas: la del dos de febrero con las candelas, la del Domingo de Ramos (palmas) conmemorando la entrada del Señor en Jerusalén, la del Jueves Santo al llevar a Jesús sacramentado a la reserva, la del Viernes Santo al adorar la Cruz de Cristo, la del Sábado Santo tras el cirio pascual recién encendido o al baptisterio para el bautismo y las procesiones eucarísticas, como la del Corpus Christi.
Asimismo, durante la Misa tienen consideración de procesiones la de entrada de los celebrantes, la del evangelio cuando se va desde el altar al ambón a proclamarlo, la del ofertorio si se llevan los dones por los fieles al altar y la de la comunión, cuando los fieles nos acercamos a comulgar.
Jesús Luengo Mena


20.9.07

LAS ORACIONES DE LA MISA

Durante el desarrollo del rito de la eucaristía el sacerdote desarrolla varias acciones: gestos, saludos (El Señor esté con vosotros), moniciones (unas improvisadas pero en su momento oportuno, otras reguladas como el Oremos), diálogos con el pueblo (como el que introduce al Prefacio), lectura evangélica, homilía y oraciones. En este artículo vamos a tratar de las oraciones que el sacerdote dice en la Misa, excluyendo la Plegaria eucarística “ápice de la celebración”, ya que por su importancia merece un artículo para ella sola.
En primer lugar decir que no todo lo que se dice en la Misa es una oración. Oraciones son palabras que dirigimos a Dios, para alabarle o suplicarle. Así pues, en las oraciones, el sacerdote no se dirige al pueblo sino a Dios. Por eso comienzan con frases del estilo de “Te rogamos, Señor...; Te pedimos...; Escucha Señor... y similares. Se concluyen con una formula trinitaria de las varias que existen.
En la Misa hay que distinguir dos tipos de oraciones: aquellas que el sacerdote dice en voz baja porque no se dirige a Dios en nombre de la comunidad sino en el suyo propio (como por ejemplo la que pronuncia antes del Evangelio, al lavatorio o en la comunión) y aquellas oraciones que dice en voz alta, como portavoz de la asamblea. En este caso habla en plural.
Las oraciones de la Misa son acciones que pertenecen al celebrante principal, que siempre las debe pronunciar él, nunca un concelebrante. Por eso se las llama también oraciones presidenciales. Estas oraciones son: oración colecta, oración sobre las ofrendas, la oración después de la comunión y como más importante la Plegaria eucarística. También el presidente introduce y concluye la Oración de los fieles y el Padrenuestro, que reza toda la asamblea.
Las oraciones se deben escuchar siempre en pie, salvo el momento de la consagración, en que se permanecerá de rodillas.
Veamos brevemente cada una de ellas.
La oración colecta se dice tras el Gloria, si lo hay, o tras el “Señor ten piedad”. Mediante esta oración se expresa la índole de la celebración, o sea, el carácter propio del día. Si es solemnidad, fiesta o memoria se suele citar en la misma el santo que celebramos. Se la llama así porque recolecta las intenciones individuales en una sola oración que se convierte en la oración de la Iglesia. También se la llama a veces oración del día o de la Misa. Se considera la oración más importante de las variables y concluye con la fórmula trinitaria más desarrollada.
En épocas pretéritas, cuando los fieles se reunían en una iglesia y se trasladaban procesionalmente a otra para la Misa, era la oración inicial que se rezaba cuando el pueblo estaba reunido. Actualmente, con la oración colecta concluyen los ritos iniciales y se da paso a la Liturgia de la Palabra.
También se llama colecta a la recaudación monetaria que se hace a favor de los necesitados durante la Misa.
La oración sobre las ofrendas se pronuncia una vez preparados los dones sobre el Altar y tras el lavatorio. El sacerdote nos invita a orar con el “Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro...” y tras la respuesta del pueblo pronuncia la oración. Es el momento más importante del rito de preparación de los dones.
Hay que hacer notar que durante esta oración se ha generalizado la costumbre del pueblo de permanecer sentados, indebidamente.
La oración de poscomunión se reza tras el momento de silencio y reflexión una vez terminado de repartir el Cuerpo de Cristo. De nuevo el sacerdote nos invita a orar y, el pueblo en pie al mismo tiempo que el sacerdote se levanta, escucha la oración y la concluye, al igual que todas las demás, con un AMEN. Su contenido hace referencia a alguno de los efectos del sacramento recién recibido relacionándolo con la fiesta celebrada o con el tiempo litúrgico.
Otras oraciones como la Oración de los fieles o el Padrenuestro serán objeto de diferentes artículos.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido

9.9.07

LOS LIENZOS LITÚRGICOS Y SU USO

En este artículo vamos a enumerar y describir los principales lienzos litúrgicos, entendiendo por tales los que se usan durante la celebración eucarística. Podemos citar varios.

Como más importante tenemos el corporal, que debe emplearse siempre en la celebración de la Misa. Es un paño de forma cuadrada y para guardarlo se pliega habitualmente en nueve secciones. Se despliega al comienzo de la liturgia eucarística (preparación de los dones), para colocar sobre él el cáliz y la patena con la Hostia que será consagrada. En las concelebraciones se puede utilizar un corporal mayor. Es preferible que no lleve adornos, para significar mejor la asociación que tradicionalmente se ha hecho con el santo sudario. No obstante, se suele poner una cruz en el centro del lado más próximo al celebrante, que también le sirve de referencia.
También se debe usar, además de en la Misa, en la Exposición del Santísimo, para colocar encima la custodia o copón y sobre una mesita cuando se lleva la comunión a los enfermos.
Su nombre le viene del Cuerpo del Señor, que va a reposar sobre ese lienzo.

El purificador es un paño que se suele plegar longitudinalmente, en tres partes, para utilizarlo a modo de toalla en la limpieza de los vasos sagra­dos. No se debe adornar en exceso y debería ser de lino blanco o de otro tejido absorbente.

La palia es una cuadrado de cartón o madera recubierto de lino o tela almidonada que cubre el cáliz, impidiendo que caiga polvo o insectos dentro de él. Su uso es opcional. Conviene emplearla en épocas del año en las que el polvo y los insectos son más frecuentes, o en lugares en los que podría caer alguna cosa dentro del cáliz, por ejemplo: en una Misa celebrada al aire libre. La parte superior de la palia se puede adornar ricamente. Tiene un sentido puramente utilitario e higiénico. La tela y el color normalmen­te hacen juego con los ornamentos, aunque puede ser siempre blanco. Si tiene forma redonda se la llama hijuela.

El cubrecáliz en una tela que cae de la palia, tapando el cáliz. Una forma de subrayar la transición de la liturgia de la palabra a la liturgia eucarística es poner el cubrecáliz durante la liturgia de la palabra y quitarlo en el ofertorio, cuando el altar y las ofrendas están pre­parados.

El manutergio o toalla es un lienzo que sirve para que el sacerdote se seque las manos después del lavabo. Debe ser absorbente y amplio.

Jesús Luengo Mena, Vicette de Jesús Despojado y Lector instituido

3.9.07

INCIDENTES QUE PUEDEN OCURRIR DURANTE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA Y CÓMO SOLUCIONARLOS

Vamos en este artículo a relacionar algunos de los incidentes que se pueden producir durante la celebración eucarística, sin ánimo de agotar la casuística posible. En cualquier caso, cuando algo sale mal en el presbiterio hay una regla de oro: debe actuarse siempre con calma y sentido común, sin perturbar al pueblo innecesariamente.

En lo referente a los laicos, el incidente más repetido puede ser referido a las lecturas.
¿Qué hacer si, cuando el lector se acerca al ambón y bien o no está el Leccionario o han colocado un Leccionario equivocado?
Si no hay Leccionario puesto, el lector se dirigirá discretamente al acólito, si lo hay, o al presidente para que éste requiera al encargado de ponerlo o lo tomará, si conoce su ubicación y las lecturas que corresponden al día. Otro caso es que las lecturas que aparezcan en el leccionario abierto no sean las que correspondan. Si los Leccionarios están a la vista y conoce cual tiene que usar lo puede tomar y buscar las lecturas. Es útil tener siempre en el presbiterio los distintos tomos del Leccionario y el Directorio Litúrgico o Calendario litúrgico del ciclo en curso para buscar rápidamente las lecturas que corresponden al día.
Es bueno que los lectores repasen con discreción en el ambón las lecturas y comprueben que el libro está convenientemente preparado.

En lo referente al clero pueden darse varias situaciones.
¿Qué hacer si el sacerdote, después de la Consagración o incluso en el momento de la Comunión, descubre que en el cáliz hay solo agua y no vino?
Este incidente puede ocurrir si se emplea vino blanco o si en la vinajera del vino se ha puesto agua por equivocación. El sacerdote deberá vaciar el cáliz y volver a poner vino y agua repitiendo solamente las palabras que corresponden a la consagración del cáliz.

¿Qué hacer con los purificadores cuando están empapados con la Sangre de Cristo después de, por ejemplo, haber impartido la Comunión bajo las dos especies?
Esos purificadores se deben poner en remojo durante un tiempo y verter posteriormente el agua en el sacrarium, desagüe de una fuente o en un jardín. No es respetuoso verter esa agua en un lavabo común, que va a los desagües generales de la red de saneamiento. Después se pondrán los corporales a secar, hasta que se laven de la manera habitual. El mismo procedimiento se debe seguir si cae la Preciosa Sangre en un corporal o en un ornamento o ropa.

¿Qué hacer cuando se cae un cáliz en el altar o en otro lugar?
Si se derrama algo de la Sangre del Señor se debe lavar el sitio con agua y posteriormente echarse en el sacrarium. Se puede poner un purificador o paño grande donde ha caído la Sangre, para que vaya empapando. Luego, se retira con sumo respeto y se procede como en el punto anterior. Igual procedimiento se sigue si se ha derramado sobre el mantel del Altar.

¿Qué hacer si, durante la comunión, se acaban las sagradas formas y no quedan más en el Sagrario?
En ningún caso puede el sacerdote consagrar más formas. Puede partir las Hostias en pequeños fragmentos. Esta acción es más decorosa hacerla en el Altar, no mientras reparte la Comunión, y solo puede ser ayudado en esta tarea por otro sacerdote. Si las Sagradas Formas no pueden partirse más y quedan fieles sin recibir la Comunión el sacerdote podría ofrecerse a celebrar otra Misa para las personas que no han podido comulgar, si es posible. Es muy conveniente prever con cuidado y revisar el número de formas del Sagrario para evitar en lo posible esas situaciones.

¿Qué hacer si cae al suelo una Hostia?
Si se cae al suelo una Hostia el ministro celebrante (no el comulgante) deberá recogerla de inmediato. La puede depositar sobre el corporal y consumirla posteriormente. El lugar en que cayó la Hostia puede ser purificado posteriormente.

Nota: El sacrarium es un depósito con desagüe directo a la tierra, donde se echa el agua que se ha sobrado de una función sagrada, como el lavado de los objetos sagrados y suele estar en la sacristía. A veces también se le llama "piscina".

El lector interesado puede completar su información consultando el libro de Peter J. Elliot titulado “Guía práctica de Liturgia”.

Jesús Luengo Mena, Lector instituido.