Todas las lecturas bíblicas que proclamamos en la Eucaristía son palabra de Dios. Pero de un modo especial lo es el Evangelio, que es sin duda la lectura más importante. Evangelio viene del griego –eu=bueno y angelion=noticia o mensaje–. Significa por lo tanto “buena noticia”.¡Y tan buena!
El libro de los Evangelios o Evangeliario, es el elemento principal de la Liturgia de la Palabra. Como libro que contiene las enseñanzas del Señor figura en primer lugar entre los objetos litúrgicos después del cáliz y la patena. El Rito romano realza las señas de reverencia al Evangelio. Debido a que este libro es un signo visible de Jesucristo, Palabra de Dios, debe ser cuidadosamente guardado y encuadernado a ser posible con cubiertas ricamente decoradas. Estas cubiertas pueden hacerse con metales preciosos (incluso con joyas y esmaltes), telas ricas o bordados artísticos. Resulta conveniente contar con un juego de diferentes cubiertas para las distintas ocasiones o tiempos litúrgicos. Cada parroquia o templo importante –aunque todos los son– y en el que se celebre habitualmente la Eucaristía debería contar con un Evangeliario, para las Eucaristías más solemnes. Lógicamente, el Leccionario, en sus distintos tomos, también contiene el Evangelio del día. Litúrgicamente no es apropiado proclamar las lecturas leyendo de un papel, hoja parroquial o carpeta.
Al comienzo de la Misa, el Evangeliario se lleva en procesión en alto por un diácono o lector y se entroniza en el centro del altar. El presidente besa el altar y el Evangeliario. Al término de la Misa se guarda.
La proclamación del Evangelio se rodea de varios gestos significativos: en primer lugar, su proclamación le corresponde al diácono, si lo hay, o a otro sacerdote concelebrante. Si la Misa la oficia sólo un sacerdote será él quien lo proclame. En cualquier caso siempre su lectura se reserva a un ministro ordenado. Otros signos significativos son: se lleva en procesión desde el altar al ambón y allí se abre, se acompaña de luces, se escucha de pie, se hace la señal de la cruz, se inciensa, se le aclama al principio y al finalizar.
Si es el mismo sacerdote presidente el que va a proclamar el Evangelio –en ausencia de otro ministro ordenado– se dispone con esta oración:
Munda con meum ac labia mea, omnipotens Deus,
ut sanctum Evangelium digne valeam nuntiare
"Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente,
para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio".
Si es un diácono (o uno de los presbíteros concelebrantes en el caso de no haber diácono) el que va a realizar este ministerio, antes de proclamarlo pide la bendición inclinado ante el presidente:
Iube, domne, benedicere
"Dígnate bendecirme, señor".
Y el presidente ora sobre él:
Dominus sit in conde tuo et in labiis tuis
ut digne et competenter annuntíes Evangelium suum,
in nomine Patrís et Filii et Spiritus Sancti.
"Que el Señor esté en tu corazón y en tus labios
para que proclames digna y competentemente su Evangelio,
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Son dos oraciones significativas, dichas con humildad –el presidente inclinado ante el altar, el diácono ante el presidente– porque esa es la actitud propia del que va a anunciar una palabra que no es suya, sino del Señor. En ellas se pide que antes de que la palabra evangélica suene en los labios esté en el corazón: se trata de un ministerio serio, al servicio de la comunidad, y que pide en el mismo que lo realiza una actitud de fe profunda, más allá de la mera técnica de unos labios que saben pronunciar un mensaje.
A continuación el diácono u otro ministro ordenado toma el Evangeliario y lo lleva en procesión al ambón, acompañado de acólitos con luces. Mientras, se canta el Aleluya, si está así dispuesto –en Cuaresma no se canta–. El Aleluya es una aclamación antes del Evangelio con el que los fieles recibimos y saludamos al Señor, que va a hablarnos en el Evangelio.
Tras el saludo del sacerdote o diácono al pueblo –El Señor esté con vosotros– hace la señal de la Cruz sobre el libro y sobre él mismo mientras dice: “Lectura del santo evangelio según... El pueblo aclama con la frase: “Gloria a ti, Señor”. Acto seguido se inciensa el libro, con tres golpes dobles, y se proclama. Al finalizar la proclamación se aclama de nuevo: “Palabra del Señor” respondiendo el pueblo: “Gloria a ti, Señor Jesús”. El ministro que ha proclamado el Evangelio lo besa diciendo en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Si todas las aclamaciones se cantan, mejor.
Los portadores de los ciriales los han mantenido en alto mientras dura la proclamación del Evangelio, habiéndose situado a la derecha e izquierda del ambón. También los fieles y los sacerdotes concelebrantes junto al presidente deben girarse si es preciso y mirar hacia el ambón de manera clara.
Otros momentos en los que la entrega del Evangelario es especialmente expresiva son: en la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos; en la toma de posesión del nuevo párroco y en los sínodos o concilios. También se puede colocar sobre el féretro de un difunto en la Misa exequial.
Jesús Luengo Mena
El libro de los Evangelios o Evangeliario, es el elemento principal de la Liturgia de la Palabra. Como libro que contiene las enseñanzas del Señor figura en primer lugar entre los objetos litúrgicos después del cáliz y la patena. El Rito romano realza las señas de reverencia al Evangelio. Debido a que este libro es un signo visible de Jesucristo, Palabra de Dios, debe ser cuidadosamente guardado y encuadernado a ser posible con cubiertas ricamente decoradas. Estas cubiertas pueden hacerse con metales preciosos (incluso con joyas y esmaltes), telas ricas o bordados artísticos. Resulta conveniente contar con un juego de diferentes cubiertas para las distintas ocasiones o tiempos litúrgicos. Cada parroquia o templo importante –aunque todos los son– y en el que se celebre habitualmente la Eucaristía debería contar con un Evangeliario, para las Eucaristías más solemnes. Lógicamente, el Leccionario, en sus distintos tomos, también contiene el Evangelio del día. Litúrgicamente no es apropiado proclamar las lecturas leyendo de un papel, hoja parroquial o carpeta.
Al comienzo de la Misa, el Evangeliario se lleva en procesión en alto por un diácono o lector y se entroniza en el centro del altar. El presidente besa el altar y el Evangeliario. Al término de la Misa se guarda.
La proclamación del Evangelio se rodea de varios gestos significativos: en primer lugar, su proclamación le corresponde al diácono, si lo hay, o a otro sacerdote concelebrante. Si la Misa la oficia sólo un sacerdote será él quien lo proclame. En cualquier caso siempre su lectura se reserva a un ministro ordenado. Otros signos significativos son: se lleva en procesión desde el altar al ambón y allí se abre, se acompaña de luces, se escucha de pie, se hace la señal de la cruz, se inciensa, se le aclama al principio y al finalizar.
Si es el mismo sacerdote presidente el que va a proclamar el Evangelio –en ausencia de otro ministro ordenado– se dispone con esta oración:
Munda con meum ac labia mea, omnipotens Deus,
ut sanctum Evangelium digne valeam nuntiare
"Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente,
para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio".
Si es un diácono (o uno de los presbíteros concelebrantes en el caso de no haber diácono) el que va a realizar este ministerio, antes de proclamarlo pide la bendición inclinado ante el presidente:
Iube, domne, benedicere
"Dígnate bendecirme, señor".
Y el presidente ora sobre él:
Dominus sit in conde tuo et in labiis tuis
ut digne et competenter annuntíes Evangelium suum,
in nomine Patrís et Filii et Spiritus Sancti.
"Que el Señor esté en tu corazón y en tus labios
para que proclames digna y competentemente su Evangelio,
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Son dos oraciones significativas, dichas con humildad –el presidente inclinado ante el altar, el diácono ante el presidente– porque esa es la actitud propia del que va a anunciar una palabra que no es suya, sino del Señor. En ellas se pide que antes de que la palabra evangélica suene en los labios esté en el corazón: se trata de un ministerio serio, al servicio de la comunidad, y que pide en el mismo que lo realiza una actitud de fe profunda, más allá de la mera técnica de unos labios que saben pronunciar un mensaje.
A continuación el diácono u otro ministro ordenado toma el Evangeliario y lo lleva en procesión al ambón, acompañado de acólitos con luces. Mientras, se canta el Aleluya, si está así dispuesto –en Cuaresma no se canta–. El Aleluya es una aclamación antes del Evangelio con el que los fieles recibimos y saludamos al Señor, que va a hablarnos en el Evangelio.
Tras el saludo del sacerdote o diácono al pueblo –El Señor esté con vosotros– hace la señal de la Cruz sobre el libro y sobre él mismo mientras dice: “Lectura del santo evangelio según... El pueblo aclama con la frase: “Gloria a ti, Señor”. Acto seguido se inciensa el libro, con tres golpes dobles, y se proclama. Al finalizar la proclamación se aclama de nuevo: “Palabra del Señor” respondiendo el pueblo: “Gloria a ti, Señor Jesús”. El ministro que ha proclamado el Evangelio lo besa diciendo en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Si todas las aclamaciones se cantan, mejor.
Los portadores de los ciriales los han mantenido en alto mientras dura la proclamación del Evangelio, habiéndose situado a la derecha e izquierda del ambón. También los fieles y los sacerdotes concelebrantes junto al presidente deben girarse si es preciso y mirar hacia el ambón de manera clara.
Otros momentos en los que la entrega del Evangelario es especialmente expresiva son: en la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos; en la toma de posesión del nuevo párroco y en los sínodos o concilios. También se puede colocar sobre el féretro de un difunto en la Misa exequial.
Jesús Luengo Mena
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