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15.4.23

EL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN (I)

Comenzamos una serie de artículos dedicados al culto que la Iglesia dedica a la Santísima Virgen, tanto litúrgico como de piedad popular.

Debemos comenzar diciendo que la devoción a la Virgen María es un elemento distintivo del culto mismo de la Iglesia católica. En efecto, esta devoción, en sus varias expresiones, pone de manifiesto con un nexo íntimo el designio salvador de Dios: se rinde un culto singular a María porque en el designio de Dios Ella ocupa un lugar también singular. Con estas palabras del Pablo VI en la Introducción a la «Marialis Cultus» se pone claramente de manifiesto la importancia del culto mariano en la Iglesia católica.

La perspectiva del culto a la Virgen debe tener una triple dimensión: trinitaria, cristológica y eclesial. El culto cristiano es, por su misma naturaleza, un culto dirigido al Padre, al Hijo y al Espíritu, o como se dice en la liturgia al Padre por Cristo en el Espíritu» lo cual hace referencia al carácter trinitario[1].  En la Virgen María todo está referido a Cristo y todo depende de Él (aspecto cristológico). El aspecto eclesial del culto mariano debe encuadrarse teniendo como telón de fondo la presencia de María en el Cenáculo cuando el Espíritu Santo desciende sobre la naciente Iglesia.  La acción de la Iglesiaiva corr en el mundo es como una prolongación de la solicitud de María. La MC (Marialis Cultus) ha dejado claro el papel de la Virgen en la historia de la salvación y ha fijado la perspectecta de su culto. Es el documento clave para entender el culto hiperdúlico a la Virgen María.

No se puede negar que, para un espectador neutral que se acercara al fenómeno religioso católico, a veces el culto  a la Virgen se ha rodeado de algunos excesos que parecen convertirla en una diosa. Baste recordar el entusiasmo que el pueblo profesa a algunas imágenes marianas de la Madrugá sevillana o la ingente multitud que abarrota el paso de la Virgen del Rocío el lunes de Pentecostés en la aldea de Almonte. Tras la Reforma luterana, que negaba el papel de María en la historia de la Salvación y eliminaba su culto, Trento reafirmó todo lo que los luteranos negaban.

La fe que los cristianos profesamos es en Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos (Ef 5, 5-6.)

Nosotros no creemos en un Dios Padre y una Diosa Madre. La Virgen no es una diosa sino una persona humana, escogida por Dios para ser Madre del Salvador, pero no es persona divina, por lo tanto no se la adora. Se la tributa un culto llamado de hiperdulía, que es la veneración llevada al extremo pero sin llegar a la latría.  Es evidente que las muestras de amor y cariño del pueblo hacia la Madre del Salvador son las causantes de ese fervor que a veces puede parecer excesivo. Una adecuada catequesis ayudaría a poner las cosas en su justo término.

A partir de ahí todos los calificativos que podamos aplicarla se quedan cortos: santa entre las santas (santísima la llamamos sólo a Ella), mujer limpia de toda mancha, concebida sin pecado original, sagrario, protectora del género humano, mediadora universal y así todo un repertorio de cualidades, que el amor no tiene límites. Y el título más importante: Madre de toda la Humanidad.

También podemos decir que el culto a la Virgen es un elemento esencial  de la Iglesia católica. También las iglesias orientales le rinden culto en sus iconos (no suelen tener imágenes escultóricas) y la veneran sin ninguna advocación concreta sino como Teothocos, o sea, la Madre de Dios.

Las iglesias protestantes no dan culto a María. En los últimos tiempos la iglesia anglicana ha tenido un acercamiento a la figura de María y en un documento conjunto firmado por la ARCIC en 2005 (Comisión internacional anglicano-católico) titulado «María: gracia y esperanza en Cristo» se aprecia un acercamiento significativo de los anglicanos a las posturas católicas sobre el papel de la Virgen María, a la cual consideran como «el ejemplo humano más completo de la vida de gracia» así como reconocen que la práctica de pedir a María y a los santos que rueguen por nosotros no debe ser objeto de división de la comunión.

 



[1] MC 25