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23.5.09

LA DEVOCIÓN A MARíA AUXILIADORA

Cada veinticuatro de mayo, todo el mundo católico celebra como memoria la advocación de la Virgen con el título de Auxilio de los Cristianos. La familia salesiana, extendida también por todo el mundo, la celebra como solemnidad propia. La devoción a la Virgen bajo esa querida advocación toma fuerza cuando San Juan Bosco, apóstol de la juventud especialmente de la marginada, la toma como propia.
Haciendo un poco de historia podemos decir que el primero que llamó a la Virgen María con el título de "Auxiliadora" fue San Juan Crisóstomo, en Constantinopla en al año 345, cuando dice: "Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios". También San Sabas en el año 532 nos cuenta que en Oriente había una imagen de la Virgen que era llamada "Auxiliadora de los enfermos", porque junto a ella se obraban muchas curaciones. San Juan Damasceno, santo sirio gran talento escolástico, en el año 749 fue el primero en propagar la jaculatoria: "María Auxiliadora, rogad por nosotros".
Pero es en 1572 cuando el papa San Pió V introdujo en todo el mundo católico en las letanías la advocación "María Auxiliadora, rogad, por nosotros", porque en ese año se atribuyó la victoria de las tropas cristianas sobre las turcas en la batalla de Lepanto a la intercesión de la Virgen como auxilio de los cristianos.
En el año 1600 los católicos del sur de Alemania hicieron una promesa a la Virgen de honrarla con el título de Auxiliadora si los libraba de la invasión de los protestantes y concedía que se terminase la guerra de los 30 años. La Virgen les concedió ambos favores y pronto había ya más de 70 capillas con el título de María Auxiliadora de los cristianos.
En 1683 los católicos al obtener la victoria en Viena contra los enemigos turcos de la religión cristiana fundaron una Asociación de María Auxiliadora. Ya más cercano en el tiempo, en 1814, el papa Pío VII, prisionero del general Napoleón, prometió a la Virgen que el día que llegara a Roma, en libertad, lo declararía fiesta de María Auxiliadora. Inesperadamente el Pontífice quedó libre, y llegó a Roma el 24 de mayo. Desde entonces quedó declarado el 24 de mayo como día de María Auxiliadora.
Pero sin duda fue San Juan Bosco quien impulsó de manera definitiva la devoción a la Virgen bajo esa advocación de tal modo que la Auxiliadora es considerada la “Virgen salesiana”.
Será en 1862, en plena madurez de Don Bosco, cuando éste hace la opción mariana definitiva: Auxiliadora. "La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana". Cierto es también que la devoción a la Inmaculada fue una de las primeras y preferidas de Don Bosco.
Desde esa fecha el título de Auxiliadora aparece en la vida de Don Bosco y en su obra como "central y sintetizador". La Auxiliadora es la visión propia que Don Bosco tiene de María. La lectura evangélica que hace de María, la experiencia de su propia vida y la de sus jóvenes salesianos, y su experiencia eclesial le hacer percibir a María como "Auxiliadora del Pueblo de Dios". “Ella lo ha hecho todo” repetía constantemente.
En 1863 Don Bosco comienza la construcción de la iglesia en Turín. Lo que sorprendió a Don Bosco primero y luego al mundo entero fue que María Auxiliadora se había construido su propia casa, para irradiar desde allí su patrocinio. Don Bosco llegará a decir: "No existe un ladrillo que no sea señal de alguna gracia".
Hoy, salesianos y salesianas, fieles al espíritu de Don Bosco y a través de las diversas obras a favor de la juventud en las que trabajan siguen proponiendo como ejemplo, amparo y estímulo en la evangelización de los pueblos el auxilio que viene de Santa María.
En Sevilla la presencia salesiana, siempre como opción a los jóvenes, se concreta en las Casas de Trinidad y Triana como colegios, en el Colegio Mayor "San Juan Bosco" de atención a los universitarios y en la animación y administración de parroquias como la de San Juan Bosco o la de Jesús Obrero en el marginado barrio conocido como las Tres Mil, cuyo carismático párroco fundador Gabriel Ramos aún perdura en nuestro recuerdo. La basílica de María Auxiliadora atesora la imagen coronada de la Virgen Auxiliadora y la imagen Sentaíta trianera emociona en su bajada y procesión a toda Triana. Las procesiones de la Auxiliadora en mayo son todo un clásico en las glorias marianas sevillanas. También las religiosas salesianas en Nervión y en San Vicente desde el mismo carisma encarnado en María Mazzarello trabajan por el mismo fin.
Felicidades a todos en la gran fiesta de las Casas salesianas.

18.5.09

EL PAPEL DEL DIÁCONO EN LA MISA II

Continuamos analizando el papel del diácono en la Misa. Vamos ahora a ver su acción litúrgica en la Liturgia de la Palabra.
Si faltan lectores idóneos, el diácono puede proclamar las lecturas no evangélicas. Pero lo suyo propio es la proclamación del Evangelio, ya que es también ministro de la Palabra. Tendrá conciencia de que va a prestar sus labios a Cristo mismo: es el sentido de los ritos siguientes preparatorios a esta proclamación.
Al iniciarse el Aleluya, el diácono se levanta:
- si hay incensación asiste al sacerdote presentando la naveta;
- si no, se inclina profundamente delante de él y pide la bendición
“¡Bendíceme, Padre!”
El sacerdote dice: ”El Señor esté en tus labios y en tu corazón para que anuncies dignamente su Evangelio”. El diácono contesta con un Amen haciendo la señal de la cruz. Luego va directamente al altar por delante, toma el Evangeliario que había depositado al principio en el altar y se dirige procesionalmente al ambón, precedido del turiferario y de los acólitos con cirios. En esta procesión lleva el Evangelario algo elevado. Lo coloca sobre el ambón, abre la página del Evangelio, saluda a la Asamblea: ”El Señor esté con vosotros” y anuncia: “Evangelio de NSJCS según san...”. A continuación hace con el pulgar la cruz sobre el Libro y se signa, procediendo a la incensación.
El gesto de abrir los brazos y extender las manos hacia la asamblea al decir “El Señor esté con vosotros“ no es preciso. La norma dice textualmente: ”con las manos juntas”. Asimismo al terminar la proclamación, dirá, cerrando el Libro: “Palabra del Señor!” respondiendo la Asamblea “Gloria a ti, Señor Jesús!”. Al final, puede él mismo besar el Libro cerrado, diciendo en voz baja:
“Que las palabras del Santo Evangelio borren nuestros pecados”.
Si preside un obispo, le acerca el Evangelario quien lo besa (el libro, no la página) y puede bendecir con él a la asamblea en las celebraciones más solemnes. Finalmente, puede llevar el Evangeliario a la credencia u otro lugar digno y destacado. Luego vuelve a su lugar.
También el diácono puede en ocasiones predicar, por encargo del presidente.
Conviene que en las parroquias que tienen la gracia de tener un diácono la haga de vez en cuando.
La oración universal
Proponer las intenciones, a no ser que sean a cargo de algún miembro de la asamblea es también función del diácono. Las proclama generalmente desde el ambón, en la forma acostumbrada. Cuando el presidente termina con la oración conclusiva, el diácono se dispone a prepara el altar para la Liturgia eucarística, que analizaremos en un próximo artículo.

11.5.09

EL PAPEL DEL DIÁCONO EN LA MISA I

Continuamos en este nuevo artículo analizando la función diaconal en la liturgia. Habría que hacer dos aclaraciones previas: el diácono debe servir a los demás e integrarse en todas las actividades de la vida parroquial, que no se ciñen exclusivamente a la liturgia. Además, al haber sido instituido previamente como lector y acólito, puede ejercer todas las funciones de esos ministerios de pleno derecho.
Hay que insistir en que se le deben respetar sus funciones por parte del presbítero y del obispo. Para ejercerlas debe llevar las correspondientes vestiduras sagradas. No puede cumplir sus funciones vestido de civil.
Seis son las funciones, típicamente de servicios, que la OGMR del Misal atribuye al diácono en la celebración de la Misa. “Reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio sino en orden al ministerio”. Están pues al servicio de los presbíteros y obispos.
Como función general tiene la de asistir al sacerdote y estar siempre a su lado. Se coloca siempre a su derecha en el altar y debe tener preparado un asiento a la derecha de la sede. Después del presbítero, en virtud del orden sagrado recibido, el diácono ocupa el primer lugar entre los ministros de la celebración eucarística.
En el altar ayuda al sacerdote en lo referente al cáliz o al libro, proclama el Evangelio y, a veces, predica la Palabra de Dios por mandato del presidente. También anuncia las intenciones en la Oración universal de los fieles, distribuye a los fieles la Eucaristía, especialmente bajo la especie de vino, y purifica y recoge los vasos sagrados. Pronuncia las moniciones diaconales (en el rito de la paz y en la despedida). Suple, si es necesario, lo debido a otros ministerios. Vamos a continuación a pormenorizar su papel comenzando por la
Procesión de entrada
En la procesión de entrada llevará el Evangelario en alto. Si no lleva el signo de la Palabra, el diácono acompaña al sacerdote a su lado derecho. Cuando la procesión llega al altar, el diácono omite la reverencia, sube al altar donde deposita el Evangeliario y besa el altar junto con el sacerdote. Pero si no lleva el evangeliario, hace una profunda inclinación al altar junto con el sacerdote y lo venera con el beso.
Ritos iniciales
Si se inciensa el altar, el diácono acompaña al sacerdote que inciensa primero la Cruz, y luego el altar mismo, dándole vuelta por la derecha hasta volver al centro. Allí mismo en el centro del altar, recibe el incensario de la mano del presidente, y lo entrega al acólito turiferario. Y de allí, el sacerdote se dirige directa e inmediatamente a la sede (no se queda al altar, que todavía no sirve durante la Liturgia de la Palabra). El diácono no tiene una sede propia, debe colocarse cerca de la sede presidencial, pero evitando que aparezca como co-presidente.
Lo que se destaca en este rito de entrada es el altar que representa a Cristo mismo, la piedra angular de su Iglesia, su Cuerpo: “Ara Christus est”: El altar es otro signo de Cristo, piedra angular de la Iglesia, su Cuerpo que se hace ya visible en la asamblea litúrgica misma que se está congregando.
Durante el resto de los ritos iniciales el diácono ya cumple su función de asistir al sacerdote “ad librum” preocupándose de presentar la página exacta del “Libro de la Sede” (o del Misal) que un acólito mantiene delante del sacerdote de pie (acto penitencial y oración colecta).
En un próximo artículo veremos su función en la Liturgia de la palabra, Liturgia eucarística y ritos conclusivos.

1.5.09

EL DIÁCONO: GENERALIDADES

Vamos en una serie de artículos a analizar la figura del diácono, su papel en la liturgia y su rol dentro de la misa. Diácono significa en griego servidor.
Comenzaremos diciendo que, dentro de los ministerios ordenados, hay tres grados: diaconado, presbiterado y episcopado. Ministerio ordenado significa que en el rito hay imposición de manos y que la persona que es ordenada pasa a pertenecer al orden clerical, o sea, deja de ser laico. Generalmente es un paso previo a la ordenación sacerdotal aunque existe el diaconado permanente, o sea, diáconos que permanecen en ese grado toda su vida. El Vaticano II restableció el diaconado como grado propio o permanente, no sólo como un paso más para llegar al presbiterado.
Los requisitos para acceder al diaconado son varios: ser varón, estar seguro de haber sido llamado por Dios y tener las cualidades humanas y espirituales para ser un digno ministro de la Iglesia, además de recibir la formación adecuada que será al menos de tres años de estudios pudiendo las Conferencias episcopales aumentarlos.
Es al propio obispo a quien compete decidir acerca de la ordenación de los candidatos al diaconado. Se puede ser soltero o también acceder al diaconado los varones casados. Si es soltero la edad mínima es de veinticinco años. Si el ordenado es célibe una vez ordenado se le exige celibato perpetuo.
Los candidatos deben haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Además deben haber sido instituidos de lectores y acólitos y haber ejercido esos ministerios algún tiempo.
Su perfil es el de hombres de fe y de oración, abiertos a las invitaciones del espíritu y a las necesidades de los hombres. Los aspirantes al diaconado deben ser hombres de oración, de misa diaria, de confesión frecuente, llevar una vida familiar sólida y normal, que se proyecte como un ejemplo para los demás, destacar por su espíritu de servicio, tanto en la iglesia como en el medio social en el que vive.
Además debe ser un buen colaborador en la evangelización, debe ser un hombre con una gran madurez humana, equilibrado y con discernimiento, capaz de escuchar y de dialogar.
Si el aspirante es casado, además de las condiciones anteriores, es necesario tener al menos treinta y cinco años en el momento de la ordenación, llevar casado una serie de años y su esposa debe conocer y aceptar (o sea, dar su permiso) el camino que desea iniciar el marido, así como que sus hijos puedan comprender, según su capacidad, la vocación de su padre. Asimismo acepta que, en caso de viudez, no puede volver a casarse. Debe ser, junto a su esposa, ejemplo viviente de la fidelidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, impulsando una auténtica espiritualidad familiar. No deben olvidar que la vida familiar es una de sus fuentes privilegiadas de santificación. Así entonces, las esposas de los diáconos tienen un papel de primera importancia en la vocación de su marido. Ambos deberán apoyarse, ayudarse y crecer juntos en la vida espiritual.
El diácono debe velar por mantener un sano equilibrio entre las obligaciones propias, por un lado laborales, de esposo y padre por otra y con la misión pastoral encomendada.
Su vestidura propia es el alba con la estola cruzada desde el hombro izquierdo y la dalmática, sobre todo en las ocasiones solemnes.
Hasta la restauración del diaconado permanente su papel era secundario, e incluso se podía prescindir totalmente de él. Hoy día redescubrimos la importancia de su rol en la vida de la Iglesia y de nuestro mundo.
A diferencia del laico que puede ocasionalmente “dirigir” una celebración no-eucarística y cumplir algunas funciones en la misa, el diácono puede “presidir”, en nombre de la Iglesia, algunos sacramentos y sacramentales: bautismos, testigo oficial y bendición del matrimonio, exequias, ejercicios piadosos, además puede “pastorear” en cierto modo comunidades cristianas
(evangelización, catequesis, ministerio de la caridad). No hay duda de que en estos últimos años, nos hemos dado cuenta de su aporte extraordinario para la vitalidad de nuestra Iglesia. Las parroquias que cuenten con un diácono pueden considerarse felices.
El diácono se dice que está ordenado “ad Librum et ad Calicem”.
En un próximo artículo analizaremos más en detalle en que consiste su papel y cuales son sus competencias referidas a la liturgia.