Buscar este blog

27.11.07

EL RITO DE CONCLUSIÓN DE LA MISA

El rito de conclusión consta de los siguientes elementos:
* Algunos avisos breves, si son necesarios
* Saludo y bendición sacerdotal, que en algunos días y ocasiones se enriquece y amplía con la ”oración sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne.
* Despedida del pueblo por parte del diácono –al que le corresponde hacerlo si lo hay– o del sacerdote, con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus quehaceres, alabando y bendiciendo al Señor.
* El beso del altar por parte del diácono y del sacerdote y después inclinación profunda de los mismos y de los demás ministros (OGMR 90).

1. Saludo y bendición
Los avisos que eventualmente se hubieren de dar al pueblo, tienen lugar después del rito de comunión y antes del de despedida. Este paréntesis pone una nota más de familiaridad en la asamblea. Los puede dar una persona distinta del presidente de la asamblea.
La bendición, que está precedida del saludo litúrgico ordi­nario. Es muy antigua. Al princi­pio la impartían el Papa u otros obispos mientras regresa­ban a la sacristía. Los presbíteros comenzaron a darla sólo en contadas ocasiones. Desde el siglo XIII queda propia­mente integrada en el rito.
La Iglesia no quiere despedir a sus fieles con un seco: "Ya pueden marchar". La bendición es un elemento más o menos efusivo, según las liturgias. Con él, en forma com­parable a lo que se hace en las despedidas de seres queri­dos, se manifiesta el deseo de que permanezca el recuerdo del encuentro y de que la felicidad acompañe a los que se van. El deseo lleva implícita la impetración del favor divino:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo Y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R./Amén.

Mientras lo expresa, el ministro traza con la mano la señal de la cruz sobre la asamblea. También se acostumbró hacer el gesto con la patena, el cáliz, el corporal, reliquias, etc. La bendición ocupa de ordinario el lugar de la antigua oración sobre el pueblo, aunque para algunas ocasiones permanezca todavía dicha oración, que un tiempo fue ele­mento ordinario y luego permaneció para los días de cua­resma, por lo que ha sido considerada elemento peniten­cial.
Además de la bendición ordinaria, el misal propone una serie de bendiciones solemnes, utilizables "ad libitum" (o sea, si al presidente le parece oportuno), ordenadas en tres series: I Para celebraciones del propio del tiempo (Adviento, Navidad, etc.); II para las de los santos; III para otras (dedicación de una iglesia, difun­tos). Todas concluyen con la bendición ordinaria, ligera­mente ampliada. Su variedad es un nuevo enriquecimiento del misal. Transcribimos una como ejemplo:

El Dios de todo consuelo disponga los días de ustedes en su paz. K/. Amén.
Que El los libre de toda perturbación y afiance sus corazo­nes en su amor R/. Amén.
Para que, enriquecidos por los dones de la fe, la esperanza y la caridad, abunden en esta vida en buenas obras y alcan­cen sus frutos en la eterna. R/. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. R/.Amén.

El obispo bendice con la fórmula propia, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el pueblo.
Para ser dichas igualmente a voluntad al final de la Misa, de una liturgia de la palabra, del Oficio o de los sacramentos, se propone, asimismo, una considerable serie de Oraciones sobre el Pueblo, que de este modo aparecen menos ligadas a las celebraciones cuaresmales. Pueden ser dichas incluso en las fiestas de los santos, para las que se incluyen modelos. Son introducidas con la invitación:
In­clínense para recibir la bendición.
Y concluyen: Y la ben­dición de Dios todopoderoso, etc.
Un ejemplo:
Afianza, Señor, el corazón de tus fieles y fortalécelo con tu gracia para que se entreguen con fervor a la plegaria y se amen con sincero amor fraterno. Por Jesucristo...

2. Despedida de los fieles
La traducción española no ha puesto una versión lite­ral, que sería muy seca en nuestra lengua y mentalidad, sino: Podéis ir en paz, más delicado como indicativo y con la inclusión del tema de la paz, que aparece en casi todas las liturgias. Salgan en paz (éxite in pace), se lee en las Constituciones apostólicas; marchemos en paz (pro­cedamus in pace), dicen la liturgia bizantina y la milanesa; vayan en paz, vayan en la paz de Cristo o frases similares, en diversos ritos orientales; en el siríaco, un tanto amplia­do: vayan en paz, contentos, gozosos, y rueguen por mí. También en la hispana: las celebraciones han concluido en nombre de N. S. J. C. Nuestra ofrenda o deseo ("votum") sea recibida en paz.
El pueblo responde con un “Demos gracias a Dios”.
Si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica (por ejemplo, exposición o bendición con el Santísimo) se omite el rito de conclusión. La postura de los fieles durante todo el rito es de pie. La postura para recibir la bendición es inclinados. El canto de salida, puesto de moda, sobra.
Jesús Luengo Mena

24.11.07

EL CREDO, PROFESIÓN DE FE O SÍMBOLO

El Credo es una fórmula de la profesión de fe cristiana. Lo llamamos así por ser la primera palabra de la fórmula latina: «Credo in unum Deum...», aunque antes que en latín estuvo en griego. También se le llama “Símbolo”, que en griego significa resumen y contraseña; porque el Credo es un resumen de las verdades principales que profesamos los católicos, y porque además es el distintivo de nuestra religión ante cualquier otra.
Los apóstoles, cumpliendo su misión se preocuparon en proponer fórmulas breves y concisas a los que recibían la fe y a todos los fieles en general, o sea, el resumen o sustancia de lo que había de ser creído como revelado por Dios.
De aquí nació el más antiguo y venerable de nuestros Credos, el llamado «Símbolo de los Apóstoles», el que los catecúmenos debían recitar el día de su bautismo. Este, podemos decir, es el Credo por excelencia.
No obstante existen otras fórmulas del Credo. Así pues podemos señalar varios Credos:
* El Credo ordinario, el que ya dijimos es el llamado «Símbolo apostólico o de los Apóstoles», porque conforme a una antigua tradición se remonta a los Apóstoles, no sólo por la materia, en la cual no hay duda, sino acaso también por la misma forma, al menos en lo sustancial.
* El Símbolo Niceno, compuesto en el Concilio de Nicea el año 325, para profesar la fe contra la herejía de Arrio. En este Concilio, que fue el I universal en la Iglesia, se condenó el arrianismo, que decía de Jesucristo que era la más perfecta de las criaturas, pero pura criatura humana y que no era Dios. El Concilio de Nícea, teniendo en cuenta el error condenado, hizo profesión expresa de fe, en este Credo, de la divinidad de Jesucristo, y así dijo: «Y un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, y nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no hecho; consubstancial con el Padre, por quien todas las cosas han sido hechas».
* El Símbolo Constantinopolitano. Este fue compuesto el año 381 en el II Concilio universal de la Iglesia, que fue el Concilio primero de Constantinopla, convocado contra Macedonio que negaba la divinidad del Espíritu Santo, y por eso se añadieron al de Nicea estas palabras acerca del Espíritu Santo: «Señor y vivificador; que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y conglorificado». De los dos anteriores, fusionados, surgió el nicenoconstantinopolitano.
Además de los anteriores podemos citar el Credo de Atanasiano, el del Concilio XI de Toledo o la profesión de fe tridentina. Actualmente Pablo VI propuso el Credo del Pueblo de Dios, que sucede a los demás. Este Credo, por decirlo con palabras de Pablo VI, «sin ser una definición dogmática, recoge en sustancia y en algún aspecto desarrollado en consonancia con la condición espiritual de nuestro tiempo, el Credo de Nicea, el Credo de la inmortal Tradición de la Santa Iglesia de Dios».
Símbolo de los Apóstoles
Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo;
Nació de Santa Virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos;
Fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
Al tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió a los cielos;
Está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna.
Credo Niceno-constantinopolitano
Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso,Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,engendrado, no creado,de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras,y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria parajuzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
El Credo lo ha cantar o recitar el sacerdote junto con el pueblo los domingos y solemnidades (OGMR 68). También en ocasiones especialmente solemnes. Todos permanecerán de pie. El misal ofrece las dos versiones: el credo apostólico o el nicenoconstantimopolitano.
Jesús Luengo Mena

20.11.07

EL EVANGELIO Y EL EVANGELIARIO

Todas las lecturas bíblicas que proclamamos en la Eucaristía son palabra de Dios. Pero de un modo especial lo es el Evangelio, que es sin duda la lectura más importante. Evangelio viene del griego –eu=bueno y angelion=noticia o mensaje–. Significa por lo tanto “buena noticia”.¡Y tan buena!
El libro de los Evangelios o Evangeliario, es el elemento principal de la Litur­gia de la Palabra. Como libro que contiene las enseñanzas del Señor figura en primer lugar entre los objetos litúrgicos des­pués del cáliz y la patena. El Rito romano realza las señas de reverencia al Evangelio. Debido a que este libro es un signo visible de Jesucristo, Palabra de Dios, debe ser cuidadosamente guardado y encuadernado a ser posible con cubier­tas ricamente decoradas. Estas cubiertas pueden hacerse con metales preciosos (incluso con joyas y esmaltes), telas ricas o bordados artísti­cos. Resulta conveniente contar con un juego de diferentes cubiertas para las distintas ocasiones o tiempos litúrgicos. Cada parroquia o templo importante –aunque todos los son– y en el que se celebre habitualmente la Eucaristía debería contar con un Evangeliario, para las Eucaristías más solemnes. Lógicamente, el Leccionario, en sus distintos tomos, también contiene el Evangelio del día. Litúrgicamente no es apropiado proclamar las lecturas leyendo de un papel, hoja parroquial o carpeta.

Al comienzo de la Misa, el Evangeliario se lleva en procesión en alto por un diácono o lector y se entro­niza en el centro del altar. El presidente besa el altar y el Evangeliario. Al término de la Misa se guarda.
La proclamación del Evangelio se rodea de varios gestos significativos: en primer lugar, su proclamación le corresponde al diácono, si lo hay, o a otro sacerdote concelebrante. Si la Misa la oficia sólo un sacerdote será él quien lo proclame. En cualquier caso siempre su lectura se reserva a un ministro ordenado. Otros signos significativos son: se lleva en procesión desde el altar al ambón y allí se abre, se acompaña de luces, se escucha de pie, se hace la señal de la cruz, se inciensa, se le aclama al principio y al finalizar.
Si es el mismo sacerdote presidente el que va a proclamar el Evan­gelio –en ausencia de otro ministro ordenado– se dispone con esta oración:
Munda con meum ac labia mea, omnipotens Deus,
ut sanctum Evangelium digne valeam nuntiare
"Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente,
para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio".
Si es un diácono (o uno de los presbíteros concelebrantes en el caso de no haber diácono) el que va a realizar este ministerio, antes de proclamarlo pide la bendi­ción inclinado ante el presidente:
Iube, domne, benedicere
"Dígnate bendecirme, señor".
Y el presidente ora sobre él:
Dominus sit in conde tuo et in labiis tuis
ut digne et competenter annuntíes Evangelium suum,
in nomine Patrís et Filii et Spiritus Sancti.
"Que el Señor esté en tu corazón y en tus labios
para que proclames digna y competentemente su Evangelio,
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Son dos oraciones significativas, dichas con humildad –el presidente inclinado ante el altar, el diácono ante el presidente– porque esa es la ac­titud propia del que va a anunciar una palabra que no es suya, sino del Señor. En ellas se pide que antes de que la palabra evangélica suene en los labios esté en el corazón: se trata de un ministerio serio, al servicio de la comunidad, y que pide en el mismo que lo realiza una actitud de fe pro­funda, más allá de la mera técnica de unos labios que saben pronunciar un mensaje.
A continuación el diácono u otro ministro ordenado toma el Evangeliario y lo lleva en procesión al ambón, acompañado de acólitos con luces. Mientras, se canta el Aleluya, si está así dispuesto –en Cuaresma no se canta–. El Aleluya es una aclamación antes del Evangelio con el que los fieles recibimos y saludamos al Señor, que va a hablarnos en el Evangelio.
Tras el saludo del sacerdote o diácono al pueblo –El Señor esté con vosotros– hace la señal de la Cruz sobre el libro y sobre él mismo mientras dice: “Lectura del santo evangelio según... El pueblo aclama con la frase: “Gloria a ti, Señor”. Acto seguido se inciensa el libro, con tres golpes dobles, y se proclama. Al finalizar la proclamación se aclama de nuevo: “Palabra del Señor” respondiendo el pueblo: “Gloria a ti, Señor Jesús”. El ministro que ha proclamado el Evangelio lo besa diciendo en secreto: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Si todas las aclamaciones se cantan, mejor.
Los portadores de los ciriales los han mantenido en alto mientras dura la proclamación del Evangelio, habiéndose situado a la derecha e izquierda del ambón. También los fieles y los sacerdotes concelebrantes junto al presidente deben girarse si es preciso y mirar hacia el ambón de manera clara.
Otros momentos en los que la entrega del Evangelario es especialmente expresiva son: en la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos; en la toma de posesión del nuevo párroco y en los sínodos o concilios. También se puede colocar sobre el féretro de un difunto en la Misa exequial.
Jesús Luengo Mena




15.11.07

EL BESO: SU SENTIDO LITÚGICO

El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados, aunque la reforma litúrgica haya suprimido algunos besos redundantes.
En casi todos los sacramentos se besa a las personas como sig­no de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresiva­mente reciben este símbolo de aprecio "según la costumbre tradicional en la liturgia, la veneración del altar y del libro de los Evangelios se ex­presa con el beso" (IGMR 273).
Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima en la li­turgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la "mesa del Señor", la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es co­mo un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la cele­bración.
Con el correr de los siglos se habían añadido demasiados besos al al­tar. Actualmente han quedado sólo dos:
- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los conce­lebrantes.
- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los concelebrantes.
También se besa el Evangelario. El que proclama la lectura del Evangelio, besa al final el libro. Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera. Si preside el obispo se le llevará para que también éste lo bese. El beso al Evangelario se inserta dentro de una serie de acciones simbólicas en tor­no al Evangelio: escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la cruz, incensarlo, etc.
El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz.
La paz de puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El "ósculo de paz", como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor.
El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que damos a la Cruz en el rito de su adoración. También besa la Cruz el obis­po, en la recepción en su Iglesia Catedral o al comienzo de la visita pastoral en una parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva Cruz.
También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmen­te llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que mu­chos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar.
Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se vuelve "litúrgico" y quiere expresar valores que contienen los diversos sacramentos. Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una bienvenida o una acogida oficial cuando una persona "entra en un estado" diferente dentro de su camino de fe:
- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos presentes;
- lo mismo sucedía en los primeros siglos cuando un neófito, un recién bautizado, era besado por los ya cristianos, según describe Justino;
- en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es oportuno que le dé esa paz con algún gesto, podría ser el beso;
- en la celebración del Matrimonio, como una especie de ra­tificación del matrimonio, los mismos esposos "se dan la paz, según se juz­gue oportuno”. En muchos casos este modo oportuno y espontáneo suele ser el besarse.
- la misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que profe­san sus votos perpetuos sean abrazados y besados por los que ya los ha­bían hecho con anterioridad;
Fuera de la liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacer­dotes –costumbre hoy en desuso– y muchos lo seguimos haciendo con los obispos. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica, por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del Jueves Santo.
Terminanos este artículo aclarando que en aquellos lugares en los que besar no se considere una forma de reverencia se sustituirá este gesto por otro de reverencia de la cultura propia.
Jesús Luengo Mena
Bibliografía: ALDAZABAL, José, Gestos y Símbolos, CPL nª 40, Barcelona 1997.


11.11.07

CREDO

Credo in unum Deum,
Patrem omnipoténtem,
factórem caeli et terrae,
visibílium óminum et invisíbilium.
Et in unum Dóminum Iesum Chrustum
Filium Dei unigénitum.
Et ex Patre natum ante ómnia saécula.
Deum de Deo, lumen de lúmine,
Deum verum de Deo vero.
Géntium, non factum, consubtantialem Patri:
per quem ómnia facta sunt.
Qui propter nos hómineset
propter nostram salútem descéndit de caelis
Et incarnatus est de Spíritu Sancto
ex María Vírgine et homo factus est.
Crucifixus étiam pro nobis:
sub Póntio Piláto passus et sepúltus est.
Et resurréxit tértia die, secúndum scripturas.
Et ascédit in caelum: sedet ad déxtram Patris.
Et íterum ventúrus est cum glória
inducáre vivos et mortuos:
cuius regni non erit finis.
Et in Spíritum Sanctum,
Dóminum et vivificántem:
qui ex Patre et Filióque prócedit.
Qui cum Patre et Filio
simul adorátur et conglorificátur;
qui locútus est per Prophétas.
Et unam sanctam catholicam
et apostólicam Ecclésiam.
Confíteor unum baptisma
in remissiónem peccatórum.
Et exspécto resurrectiónem mortuórum.
Et venturi saéculi. Amén

Durante las frases en rojo se hace inclinación profunda

8.11.07

LOS RITOS INICIALES DE LA MISA

En la Asamblea eucarística se distinguen claramente cuatro partes: Los ritos iniciales, la Liturgia de la Palabra, la Liturgia Eucarística y los ritos finales o de despedida.

LOS RITOS INICIALES sirven para recibir a los fieles y son la apertura de la celebración. Sus objetivos son los de ayudar a formar y sentirse como comunidad y preparar a los fieles a oír y celebrar dignamente la Eucaristía. "Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra... tienen el carácter de exordio, introducción y preparación" (OGMR 46).

Estos ritos iniciales son los siguientes:
* Procesión y canto de entrada: Antes de ponerse en marcha la procesión de entrada hacia el altar para comenzar la Eucaristía el turiferario ofrece al presidente el incensario para que imponga el incienso. La procesión de entrada se solemniza si se inicia desde el fondo de la nave. El orden debe ser: turiferarios, crucífero con dos ceroferarios a ambos lados o portadores de ciriales, siguen los demás ministros y el diácono (si lo hay), que porta el Evangeliario en alto. Si no hay diácono puede portarlo un acólito o un lector instituido, siguen los concelebrantes siempre de dos en dos y el presidente sólo. Cierra la procesión el maestro de ceremonias y los ministros del libro, mitra y báculo (si preside el obispo). Los concelebrantes y ministros, cuando van caminando en procesión o están de pie deben tener ante el pecho las palmas extendidas y juntas, el pulgar de la mano derecha sobre el pulgar de la izquierda formando una cruz. Mientras tiene lugar la procesión, el pueblo entona un canto de entrada, que sirve para abrir festivamente la celebración, fomentar la unión de los fieles y acompañar la procesión
Los ceroferarios, al llegar al presbiterio, han colocado los ciriales en un sitio dispuesto para ello. El Evangeliario se coloca sobre el altar, cerrado. Cuando los acólitos están en el presbiterio han de cuidar de no tener sus asientos en el mismo rango que los diáconos y los presbíteros, no siendo correcto que se coloquen directamente al lado del celebrante salvo que estén sirviendo el libro.

* Veneración del altar: como símbolo de Cristo (beso ritual). Todos hacen al llegar reverencia al Altar y el presidente y el diácono, además, lo besan. Igual hacen los concelebrantes, a ser posible de dos en dos. Como norma se puede decir que los servidores que porten algún objeto en las manos están exentos de hace la reverencia (por ejemplo, los portadores de los ciriales). Al llegar al altar el turiferario se coloca a la izquierda y entrega al presidente el incensario para la incensación del altar, la Cruz y la imagen solemnemente expuesta si la hay.

* La señal de la Cruz: evoca nuestra iniciación cristiana y se invoca a la Trinidad. El presidente y el pueblo se santiguan.

* Saludo a la Asamblea: Se establece aquí un diálogo de comunión entre el Presidente y la Asamblea –El Señor esté con vosotros–.

* Monición Inicial: Tiene por objeto explicar e implicar a todos en la celebración. Debe ser breve, incisa y preparada. Puede pronunciarla el presidente u otra persona –monicionista–. La costumbre, a veces observada, de hacer la monición inicial antes de la procesión de entrada no es litúrgicamente correcta.

* Acto penitencial: Todos somos pecadores y debemos pedir perdón. Este acto a su vez consta de varias partes:
- Monición, que dice el presidente
- Silencio breve
- Confesión general –Yo confieso...-–
- Absolución (que perdona los pecados leves del día pero no tiene la eficacia propia del sacramento de la penitencia).
Existen otras dos fórmulas además de la anterior, consistentes en un breve diálogo y pueden incluir el Kyrie, en cuyo caso no se dice posteriormente.
Los domingos, especialmente en tiempo pascual, se puede sustituir el acto penitencial por la bendición y aspersión del agua bendita, como recuerdo del bautismo.

* El Kyrie: "Señor, ten piedad". Tiene carácter doxológico, no es penitencial sino que tiene sentido de aclamación a Cristo y petición de misericordia. Son unas palabras griegas venerables de larga tradición. Se atribuye al papa San Gelasio –fines S. V- su introducción en la Misa.

* El himno Gloria: No fue compuesto para la Misa. Entró en la Eucaristía para la fiesta de Navidad extendiéndose después a los domingos pero sólo para los obispos. Es un himno trinitario de alabanza. Se le llama también doxología mayor o grandoxología.

* La oración Colecta: (colecta=reunir). El sacerdote invita a orar, lee la oración y el pueblo ratifica con un AMEN. La oración colecta se dice tras el Gloria, si lo hay, o tras el “Señor ten piedad”. Es la primera de las oraciones presidenciales.
Mediante esta oración se expresa la índole de la celebración, o sea, el carácter propio del día. Si es solemnidad, fiesta o memoria se suele citar en la misma el santo que celebramos. Se la llama así porque recolecta las intenciones individuales en una sola oración que se convierte en la oración de la Iglesia. También se la llama a veces oración del día o de la Misa. Se considera la oración más importante de las variables y concluye con la fórmula trinitaria más desarrollada.
En épocas pretéritas, cuando los fieles se reunían en una iglesia y se trasladaban procesionalmente a otra para la Misa, era la oración inicial que se rezaba cuando el pueblo estaba reunido. Actualmente, con la oración colecta concluyen los ritos iniciales y se da paso a la Liturgia de la Palabra. La oración colecta es, junto al canto de entrada, la parte más antigua de los ritos iniciales.
También se llama colecta a la recaudación monetaria que se hace a favor de los necesitados durante la Misa.
La postura de los fieles durante todos estos ritos es de pie.

2.11.07

LA CONMIXTIÓN O INMIXTIÓN

Se llama conmixtión al gesto que hace el sacerdote antes de la comunión consistente en dejar caer una pequeña partícula del pan consagrado en el cáliz –de com-misceo que significa mezclar una cosa con otra–.
Mientras hace el gesto pronuncia estas palabras: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”. La OGMR (83) dice que “el sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso”.
Es un rito antiquísimo y su significado no se conoce con precisión. Seguramente, tal como el Misal pone, hace referencia a que Cristo se nos da en plenitud, en cuerpo y sangre. La consagración, que se ha hecho por separado para el pan y el vino, podría dar la impresión de una cierta disociación sacrificial. Su unión en el cáliz manifiesta la unidad vital de su persona.
Según Hertling cuenta en su Historia de la Iglesia esta costumbre se debe a que en Roma, los presbíteros que vivían en las afueras y no podían celebrar con el obispo el domingo recibían de éste partículas consagradas que les eran llevadas por acólitos. De esta manera no se sentían separados de la comunión con su pastor y la Iglesia.
El fragmento se toma de la Hostia recién fragmentada de la parte inferior de la porción izquierda con la mano derecha. Para eliminar, si los hubiese, fragmentos que se adhieren a los dedos el sacerdote frotará, con suavidad el pulgar y el índice con suavidad hasta limpiarlos y siempre sobre la patena, no sobre el cáliz.

Jesús Luengo Mena