Siguiendo con la serie de artículos sobre el culto a la Virgen abordamos ahora sus celebraciones de mayor importancia, sus solemnidades. Y antes de comentarlas hay que decir que el día más importantes del Año Litúrgico es el domingo pascual y el resto de los domingos, pascua semanal, son como un eco de ese gran domingo. La Iglesia, cuando quiere celebrar una fiesta que considera muy importante le da el nombre de solemnidad, que se celebra como si fuera un domingo: comienza en las Vísperas, tiene misa propia en el Misal, tres lecturas más el salmo, todo como un domingo y prefacio propio. También figura oficio propio en la Liturgia de las Horas.
Las solemnidades de la Virgen son tres. La primera, cronológicamente hablando, se produce a raíz de la proclamación del dogma
de la maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso del año 431 siendo a
partir de entonces cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara. Mucho después aparece después el dogma de la Inmaculada Concepción de María
en el siglo XIX y a mediados del siglo XX se proclamó el dogma de la Asunción
de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma.
El 1 de enero de cada año celebramos la
solemnidad de María, Madre de Dios –antes fiesta de la
Circuncisión–. Es dogma de fe desde que el
Concilio de Éfeso en 431 así lo proclamara. Esta fiesta está destinada a
celebrar la parte que tuvo María en el
misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la santa Madre
de Dios, por la que merecimos recibir al autor de la vida (MC 5). Ese día
se celebra también la Jornada mundial por la Paz, instituida por Pablo VI.
Ocho días después del nacimiento de un niño los judíos practicaban el
rito de la circuncisión, signo visible
de la pertenencia al pueblo escogido y de la Alianza con Yahvé, fiesta que la
Iglesia recordaba en la octava de Navidad, primer día del año conjuntamente con
la solemnidad de la Maternidad de María como Madre de Dios.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lc 2, 21). La Circuncisión del Señor es un tema que ha sido ampliamente tratado por la pintura, no faltando en nuestra ciudad buenos ejemplos de ello. Podemos citar al enorme lienzo de Roelas con ese tema pintado para el retablo mayor de la iglesia de la antigua Casa Profesa de los jesuitas en Sevilla, actual iglesia de la Anunciación y sede de la Hermandad del Valle, cuadro fechado en 1606 y que permanece en la citada iglesia. También, un siglo antes, Alejo Fernández pintó ese tema, hoy en el Museo sevillano. Hay toda una serie de leyendas y discusiones teológicas sobre el paradero y la existencia misma de la reliquia del Santo Prepucio muy curiosas.
Fue el Concilio de Éfeso –431– el que proclamó a María no solo como
Madre de Cristo sino como Madre de Dios gracias entre otros a san Cirilo que
defendió el dogma en contra de la opinión de Nestorio. Así, María no es solo Madre de Cristo sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. En el Museo de Bellas Artes de
Sevilla se expone un cuadro del discípulo de Murillo, Francisco Meneses Osorio,
fechado en 1701, donde se representa a san Cirilo en el Concilio de Éfeso
defendiendo la Maternidad Divina de María, dejando ver un papel con las
palabras NON SOLUM MATER CHRISTI, SED
THEOTOCOS.
Pero ya antes así se
consideraba, como lo demuestra la antífona mariana Sub tuum praesídium, fechada sobre el año 250, la oración más
antigua a la Virgen que se conoce. Es una prueba definitiva que muestra la
anterioridad del título de Madre de Dios –Theotokos–
al Concilio de Éfeso de 431. Evidentemente, este descubrimiento descolocó
sobremanera a los teólogos protestantes, que consideran el culto a María como
una invención tardía de la Iglesia Católica. La oración dice así:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa
Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen Gloriosa y
Bendita!
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