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17.7.23

Las Solemnidades de la Virgen. María, Madre de Dios. (VI)

 

Siguiendo con la serie de artículos sobre el culto a la Virgen abordamos ahora sus celebraciones de mayor importancia, sus solemnidades. Y antes de comentarlas hay que decir que el día más importantes del Año Litúrgico es el domingo pascual y el resto de los domingos, pascua semanal, son como un eco de ese gran domingo. La Iglesia, cuando quiere celebrar una fiesta que considera muy importante le da el nombre de solemnidad, que se celebra como si fuera un domingo: comienza en las Vísperas, tiene misa propia en el Misal, tres lecturas más el salmo, todo como un domingo y prefacio propio. También figura oficio propio en la Liturgia de las Horas.    

Las solemnidades de la Virgen son tres. La primera, cronológicamente hablando, se produce a raíz de la proclamación del dogma de la maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso del año 431 siendo a partir de entonces cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara. Mucho después aparece después el dogma de la Inmaculada Concepción de María en el siglo XIX y a mediados del siglo XX se proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma.

El 1 de enero de cada año celebramos la solemnidad de María, Madre de Dios –antes fiesta de la Circuncisión–. Es dogma de fe desde que el  Concilio de Éfeso en 431 así lo proclamara. Esta fiesta está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la santa Madre de Dios, por la que merecimos recibir al autor de la vida (MC 5). Ese día se celebra también la Jornada mundial por la Paz, instituida por Pablo VI.

Ocho días después del nacimiento de un niño los judíos practicaban el rito de  la circuncisión, signo visible de la pertenencia al pueblo escogido y de la Alianza con Yahvé, fiesta que la Iglesia recordaba en la octava de Navidad, primer día del año conjuntamente con la solemnidad de la Maternidad de María como Madre de Dios.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lc 2, 21). La Circuncisión del Señor es un tema que ha sido ampliamente tratado por la pintura, no faltando en nuestra ciudad buenos ejemplos de ello. Podemos citar al enorme lienzo de Roelas con ese tema pintado para el retablo mayor de la iglesia de la antigua Casa Profesa de los jesuitas en Sevilla, actual iglesia de la Anunciación y sede de la Hermandad del Valle, cuadro fechado en 1606 y que permanece en la citada iglesia. También, un siglo antes, Alejo Fernández pintó ese tema, hoy en el Museo sevillano. Hay toda una serie de leyendas y discusiones teológicas sobre el paradero y la existencia misma de la reliquia del Santo Prepucio muy curiosas.

Fue el Concilio de Éfeso –431– el que proclamó a María no solo como Madre de Cristo sino como Madre de Dios gracias entre otros a san Cirilo que defendió el dogma en contra de la opinión de Nestorio.  Así, María no es solo Madre de Cristo sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla se expone un cuadro del discípulo de Murillo, Francisco Meneses Osorio, fechado en 1701, donde se representa a san Cirilo en el Concilio de Éfeso defendiendo la Maternidad Divina de María, dejando ver un papel con las palabras  NON SOLUM MATER CHRISTI, SED THEOTOCOS.

 El título de la Virgen como Madre de Dios fue el primero que la Iglesia reconoció, siendo el último otro que también hace referencia a su aspecto de Madre, el de Madre de la Iglesia, que comentaremos más adelante.

Pero ya antes así se consideraba, como lo demuestra la antífona mariana Sub tuum praesídium, fechada sobre el año 250, la oración más antigua a la Virgen que se conoce. Es una prueba definitiva que muestra la anterioridad del título de Madre de Dios –Theotokos– al Concilio de Éfeso de 431. Evidentemente, este descubrimiento descolocó sobremanera a los teólogos protestantes, que consideran el culto a María como una invención tardía de la Iglesia Católica. La oración dice así:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen Gloriosa y Bendita!

 

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