Una vez vistas las solemnidades de la Virgen pasamos a analizar la categoría litúrgica de las fiestas de la Virgen, en las cuales celebramos dos acontecimientos de su vida terrenal: la Natividad de la Virgen María el 8 de septiembre (fecha de comienzo del año litúrgico en la liturgia bizantina) y la Visitación (el 31 de mayo). Las fiestas se celebran dentro de su día natural y no comienzan en las Vísperas, como las solemnidades, aunque tienen lecturas y oraciones propias.
La Natividad de la Bienaventurada Virgen
María es una fiesta procedente de Oriente que celebramos el 8 de septiembre,
Esta fiesta va unida a la dedicación de la iglesia de la Natividad de María en
Jerusalén remontándose su antigüedad en Roma al menos al siglo VII. La «Marialis
Cultus» dice que esta fiesta celebra esperanza para todo el mundo y aurora de
salvación (MC 7). La Iglesia sólo celebra el nacimiento de tres santos: la
Virgen, su esposo San José y san Juan Bautista, ambos estrechamente
relacionados con Cristo. El día de la Natividad de María es la aurora, así como
la Asunción es el triunfo final. La Iglesia ve en el nacimiento de la Virgen el
comienzo de la salvación universal. Esta fecha del 8 de septiembre fue la que
condicionó la de la Inmaculada, ya que nueve meses antes de su Natividad sería
su Concepción Inmaculada, el 8 de diciembre.
El Martirologio nos dice: Fiesta de la
Natividad de la Bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida
de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de
Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de
la antigua servidumbre del pecado.
La Visitación de la Bienaventurada Virgen María a su prima santa Isabel, que celebramos el 31 de mayo tiene su justificación en el Evangelio de Lucas (Lc 1, 39-56). Como fiesta fue instituida por Urbano VI en 1389 pero ya era celebrada por los franciscanos el 2 de julio desde el año 1263. Se ha colocado antes de la solemnidad del nacimiento del Bautista por razones lógicas, desplazando la memoria de María Reina al 22 de agosto. La MC dice de esta fiesta que la liturgia recuerda a la Santísima Virgen que, llevando en su seno al Hijo, va a casa de Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador (MC 7). María aparece como portadora de Cristo. La actitud de alegría y alabanza hace exclamar a María su canto del Magnificat.
El Martirologio nos dice de la Fiesta de
la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al
encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad,
y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor
que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de
Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el
Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del «Magníficat».
En próximos artículos abordaremos las
memorias de la Virgen.
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