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16.7.07

LOS HOMOSEXUALES Y LA IGLESIA I

Vamos en dos artículos a exponer la doctrina oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad.
Para la Iglesia, los actos homosexuales son moralmente injustificables. En nuestros días, fundándose en observaciones de orden psicológico, se ha llegado a juzgar con indulgencia, e incluso a excusar completamente, las relaciones entre personas del mismo sexo, en contraste con la doctrina constante del Magisterio y con el sentido moral del pueblo cristiano. Hay que distinguir entre los homosexuales cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas, es transitoria o, a lo menos, reversible y aquellos otros homosexuales que lo son por un instinto innato o de constitución que se tiene por irremediable.
En cuanto a las personas de esta segunda categoría, piensan algunos que su tendencia es natural hasta tal punto que debe ser considerada en ellos como justificativa de relaciones homosexuales en una sincera comunión de vida y amor análoga al matrimonio, mientras se sientan incapaces de soportar una vida solitaria. Indudablemente, estas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso.
Aunque para la moral de la Iglesia los actos homosexuales son un desorden objetivo, la orientación homosexual no es moralmente mala por sí misma. Son los actos y los deseos homosexuales deliberados, los que son considerados malos e inmorales. La persona homosexual, que trata de llevar una vida casta, no difiere de cualquier otra persona y por lo tanto merece el mismo respeto, amor cristiano y dignidad. Se distingue pues, claramente, entre la persona y sus actos. La persona no es rechazada, sus actos sí.

Por otra parte, la Iglesia considera deplorable que la persona homosexual sea objeto de abusos verbales o físicos, o que sea privada de sus derechos humanos básicos. El prejuicio y la discriminación contra la persona homosexual constituyen no sólo una falta de caridad, sino que además son una injusticia. Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, donde quiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, que lesiona unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia civil. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones. Sin embargo, esto no significa que se puedan decretar leyes que traten de legitimar la actividad homosexual. De la misma forma, cualquier plan educacional que trata de inculcar en los niños la creencia de que el estilo de vida homosexual es aceptable, debe ser considerado una afrenta inmoral a los derechos naturales de nuestros niños y a su dignidad
Jesús Luengo Mena

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