Buscar este blog

6.8.12

MISCELANEA VARIA IV

Seguimos con temas variados, aclarando conceptos, sobre nuestra doctrina y fe.
¿Los santos hacen milagros? No. Aunque la respuesta pueda extrañar,  o, incluso, escandalizar, debemos afirmar que los santos, incluida la Santísima Virgen, no hacen milagros. Los milagros solo los puede hacer Dios, aunque eso sí, los santos pueden  interceder por nosotros, o sea, transmitir nuestra petición y pedir junto a nosotros. Si los santos, personas humanas, pudiesen hacer milagros, serían como Dios. Así pues, no se puede decir que un santo sea más milagroso que otro. No obstante, la piedad popular considera que algunos santos son especialmente milagrosos, que interceden con más “eficacia” que otros. 
¿Adoramos los católicos a las imágenes? Rotundamente no. Las imágenes merecen respeto y veneración por lo que representan, no por si mismas. Se puede rezar delante de ellas pero no cabe hacerles genuflexión, reservada al Santísimo, como signo de adoración. La adoración a las imágenes sería idolatría.
¿Se debe hacer la señal de la cruz al empezar el Evangelio? Sí. La OGMR dice que “Llegado al ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con vosotros, y el pueblo responde: Y con tu espíritu, y después: Lectura del santo Evangelio..., trazando la cruz sobre el libro con el pulgar, y luego sobre su propia frente, boca y pecho, lo cual también hacen todos los demás.  Ese todos los demás se refiere al pueblo.
¿Hay  que estar de rodillas durante la consagración? Sí. Volvemos a la OGMR, que nos dice que hay que estar de rodillas “durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella”. Así pues, desde la epíclesis (invocación al Espíritu Santo, momento en que el sacerdote impone sus manos sobre los dones) hasta la aclamación del pueblo “Anunciamos tu muerte,,, Ven, Señor Jesús”se debe permanecer de rodillas, salvo por los motivos ya citados.
¿A qué partes de la misa no se puede faltar para decir con propiedad que se ha oído misa? El precepto obliga a oír la misa completa. Ahora bien, de las cuatro partes de la misa no todas tienen la misma importancia. Los ritos iniciales y los ritos finales no son esenciales, si en cambio la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Desde luego, quien llegue a misa una vez comenzado el Ofertorio o se marche antes de la comunión no puede decir que ha oído misa. La misa oída por la radio o vista por televisión no sirve para cumplir con el precepto, si realmente no existe causa justa (enfermedad o similar) que impida al fiel acudir a la iglesia. La presencia física es necesaria. 
¿Puede un católico opinar de manera diferente que el Papa, un obispo o de nuestro párroco? Por supuesto que sí. El pueblo de Dios es libre y tiene libertad de opinión sobre los temas terrenales, sin que deba ser considerada una opinión diferente como insubordinación o rebeldía.. Así, se puede discrepar de una decisión arzobispal, siempre con el debido respeto y caridad y sin ataques descalificadores. Por ejemplo, si un arzobispo autoriza un encierro de trabajadores en la catedral se puede opinar que no debería permitirse. De igual forma, se puede pensar y defender que, por ejemplo, las mujeres tengan acceso a los ministerios instituidos y cosas por el estilo. Ahora bien, en cuestiones de fe y de moral no hay opción de opinión, y hay que asumir y acatar las decisiones y doctrina de la jerarquía.
¿Tienen todas las reliquias el mismo valor? Ante todo decir que “reliquia” designa “lo que queda”, “lo que resta” de las personas amadas. En sentido amplio, una reliquia puede ser cualquier objeto que haya pertenecido a un ser querido, como nuestros padres, familiares y demás. Aquí nos referimos a las reliquias de los santos, que reciben culto de dulia, o sea, de veneración. 
Las reliquias pueden ser de tres grados: 1er grado: un fragmento del cuerpo del santo; 2do grado: un fragmento de su ropa o de algo que el santo usaba durante su vida (rosario, Biblia, cruz, etc.), así como objetos asociados con el sufrimiento de un mártir; 3er grado: cualquier objeto que ha sido tocado a una reliquia de primer grado o a la tumba de un santo.  A su vez, las reliquias de primer grado se dividen en tres clases: reliquias insignes (el cuerpo entero o una parte completa de él como el cráneo, una mano, una pierna, un brazo o algún órgano incorrupto); reliquias notables (partes importantes del cuerpo pero sin constituir un miembro entero, como la cabeza del fémur, una vértebra, etc.); reliquias mínimas (huesecillos o astillas de hueso). Las reliquias de primer grado deben estar expuestas en relicarios, que tienen la consideración de vasos sagrados. Especial consideración merecen, por su máxima importancia, las relacionadas con la Cruz de Cristo y su Pasión.




31.7.12

MISCELANEA VARIA III

Seguimos en este artículo respondiendo a cuestiones variadas referidas a la Liturgia y a la Iglesia en general.
¿Qué es la excomunión? La excomunión es la pena impuesta por ley canónica por la que un católico es parcialmente excluido de la vida de la Iglesia. Ciertos pecados o delitos particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide fundamentalmente la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos. De esta forma, un excomulgado (que no es lo mismo que expulsado aunque tienda a identificarse así) está impedido de participar en la Santa Misa, recibir la Sagrada Comunión, la Confesión, y los demás sacramentos. Los excomulgados no pueden ser padrinos ni participar activamente en la vida de la Iglesia. La excomunión puede ser levantada, aunque la  absolución sólo puede ser concedida por el Papa, por el obispo del lugar, o por sacerdotes debidamente autorizados. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, incluso privado de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado y de toda excomunión. Se considera la pena más grave que impone la Iglesia.
¿Quiénes incurren en excomunión? En primer hay que ecir que solo los católicos pueden ser excomulgados y que la pena de excomunión tiene un sentido  medicinal, para hacer ver a la persona la gravedad de su falta. Hay dos formas de excomunión: la excomunión latae sententiae y la excomunión ferendae sententiae. Es la misma excomunión, pero en la primera se incurre de manera automática, por la gravedad del delito, y en la segunda se incurre tras un proceso judicial canónico.
A grandes rasgos, incurren el excomunión latae sententiae los que atenten contra el Papa, las que abortan y sus colaboradores, los que profanan las Sagradas Especies, los apóstatas, herejes y cismáticos, los sacerdotes que violen  el sacramento de la confesión y los que ingresen en asociaciones que persigan destruir a la Iglesia.
¿Concede la Iglesia el divorcio? Rotundamente no. Ahora bien, hay algunos casos en los que el matrimonio, si no ha cumplido los requisitos exigidos, puede declararse nulo. No es lo mismo nulidad que divorcio. La nulidad implica que el sacramento no se realizó, bien por existir algún impedimento, por vicio de consentimiento o por defectos de forma. Los cónyuges a los que se les conceda la nulidad  vuelven a ser solteros. Para conceder una nulidad solo se tienen en cuenta las circunstancias que se daban en el momento de la boda. Lo que pase después de la boda no afecta, salvo que tenga un origen previo. También un matrimonio puede anularse, si no ha sido rato o consumado.
¿Tienen los bautizados en la fe católica obligación de casarse sacramentalmente, popularmente dicho por la Iglesia? Rotundamente sí. La Iglesia no admite el matrimonio civil para sus miembros, por lo que ese matrimonio, casados solo civilmente, estarían en situación irregular (de concubinato, en sentido estricto). Por ese motivo, no les está permitido acercarse a la comunión ni al sacramento de la penitencia, hasta que no regularicen esa situación.
¿Se puede comulgar dos veces el mismo día? Sí, se puede. El CDC dice, en su canon 917, que  "Quien haya recibido la Sagrada Comunión puede recibirla de nuevo el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe". Así pues, quien comulga por la mañana en una misa y, por la tarde, asiste a otra misa, con ocasión de una boda, un funeral o simplemente por devoción, puede volver a comulgar una segunda vez. Ahora bien, no sería correcto asistir por devoción a varias misas y comulgar en todas ellas.
¿Por qué se purifican los vasos sagrados tras la comunión? Se trata de que no queden partículas de las hostias ni restos del vino consagrado. No se olvide que, en las especies consagradas, por pequeña que sea la parte, se encuentra el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así pues, se trata de sumir los posibles restos que hayan quedado después del banquete eucarístico.
¿Se pueden lavar los vasos sagrados? Sí. Lavar es distinto de purificar. Una vez purificados debidamente el cáliz, el copón y la patena se pueden lavar, si se considera necesario. Pero eso sí, sin usar estropajos que puedan dañar la superficie ni rayarla ni detergentes abrasivos. 

22.7.12

MISCELANEA VARIA II

Seguimos en este artículo con varios temas, sobre los cuales a veces no se tiene la suficiente formación.
¿Qué es una archidiócesis? Sabemos que la Iglesia se organiza, territorialmente hablando, en diócesis que, en España, coinciden esencialmente con las provincias, con algunas excepciones. A su vez, las diócesis se agrupan en provincias eclesiásticas. Al frente de cada diócesis se pone a un obispo como cabeza máxima de la Iglesia. Una archidiócesis no es más que una diócesis a la que la Santa Sede le da ese título honorífico por cuestiones de antigüedad, tradición histórica, considerarse origen de otras o por ser una región importante por su población u otras cuestiones. El obispo que está al frente de una archidiócesis ostenta el título de arzobispo. La archidiócesis preside un grupo de diócesis de una región, que reciben el nombre de "diócesis sufragáneas". Sevilla es una archidiócesis, porque preside la provincia eclesiástica del mismo nombre, que comprende las diócesis de SEVILLA, Cádiz y Ceuta, Canarias, Córdoba, Huelva, Jerez de la Frontera y Tenerife. Así, se dice la diócesis de Cádiz es sufragánea de la de Sevilla. Las provincias eclesiásticas, que tienen de propio derecho personalidad jurídica, están presidida por el metropolitano, quien es, a su vez, arzobispo. El oficio de arzobispo metropolitano va anejo a la sede episcopal, de la que recibe el nombre la provincia eclesiástica. En otras naciones se las llama arquidiócesis.
¿Qué diferencia hay entre un obispo y un arzobispo? En sentido estricto, ninguno. Ambos han recibido la misma ordenación episcopal. El arzobispo es un cargo honorífico, que preside la provincia eclesiástica, pero no “manda” en las diócesis sufragáneas, ya que cada obispo es soberano en su territorio. Así pues, la influencia del arzobispo en la vida de dichas diócesis es más de preeminencia que de injerencia, a no ser que existan razones de fuerza mayor para ello, como la imposibilidad de un obispo para regir la vida de su diócesis.
¿Es lo mismo un monje que un fraile? No. Los monjes son religiosos que pertenecen a Órdenes religiosas monásticas, cuyo carisma es la de vivir apartados del mundo dedicados a la oración, el estudio y el trabajo manual artesano o agrícola. Viven en monasterios que, por propia definición, están apartados de las ciudades para facilitar esa vida monástica. Monjes son, sin ser exhaustivos, los cartujos, los cistercienses, los jerónimos, los trapenses, los benedictinos. El superior del monasterio se denomina abad. Los frailes, en cambio, pertenecen a Órdenes religiosas de las llamadas “mendicantes”, y se dedican a labores de caridad, predicación, enseñanza, catequesis, cuidado de enfermos y similares. Viven en conventos, que pueden estar en las ciudades, por razones de su propia misión. Frailes son, sin agotar la lista, los franciscanos, los carmelitas, los mercedarios, los trinitarios, los dominicos, los mínimos. El superior del convento se denomina prior. Las diferencias entre monje y fraile eran más acusadas en siglos pasados. Además existen Congregaciones religiosas (como salesianos o claretianos) y Órdenes de clérigos regulares (como los jesuitas).
¿Qué es el clero regular y el clero secular? La diferencia estriba en que el clero regular pertenece a una Orden o Congregación, que tiene su propia Regla (de ahí viene regular), generalmente con los llamados tres votos. Se les llama también “religiosos”. El clero secular o diocesano no pertenece a ninguna Orden y está bajo la jurisdicción directa de su obispo. Lógicamente, la disciplina que impone la Regla solo afecta a los que, voluntariamente, la han aceptado al ingresar en la Orden o Congregación, al modo similar de un hermano que ingresa en una hermandad o cofradía.
¿Hacen los curas voto de castidad? Hay un gran desconocimiento sobre el tema de los votos religiosos. En principio, los votos de castidad, pobreza y obediencia solo lo hacen los que ingresan en Órdenes o Congregaciones y que los tengan en sus Reglas, que no todas estas asociaciones los tienen. Son propios del clero regular. Así, un religioso se obliga por el voto de castidad a ser casto, por el de pobreza a no tener bienes propios y a obedecer a su superior. Los bienes se poseen en común: si hay un coche, será para servicio del convento, si el fraile gana un dinero, predicando por ejemplo, lo entrega al prior y así sucesivamente. No puede tener dinero propio. En cambio, el sacerdote secular no profesa votos de ningún tipo. Eso sí, hace promesa de mantenerse célibe (o sea, no casarse), lo cual implica abstinencia completa. También promete obediencia y respeto al obispo. Sobre la pobreza, el sacerdote secular puede poseer bienes propios, o sea, ser dueño de un coche o un piso, venderlos, comprarlos, tener cuentas bancarias y ahorros, exactamente igual que cualquier laico. Eso sí, no debe llevar una vida ostentosa y vivir con moderación y austeridad por el ejemplo a los fieles. 
¿Qué es un cura vago? Aunque la palabra evoque a alguien que no quiere trabajar no tiene nada que ver. Se llama cura vago a aquel sacerdote que no depende jurídicamente de ningún obispo, pero que sigue siendo cura.  Vago hace referencia a que “vaga”, que no tiene domicilio fijo y va de un sitio a otro. El Código de Derecho Canónico prohíbe estas situaciones, en el canon 265, que obliga a todo clérigo a estar incardinado, bien en una Iglesia particular o bien en un instituto o sociedad.
¿Puede un sacerdote secular mudarse de diócesis, región o país sin más trámite? Rotundamente no. En principio, el clérigo queda incardinado (adscrito) a la diócesis en la que se ordena de diácono. Eso no significa que deba estar de por vida en la diócesis en la que se ordenó. Con los debidos permisos y autorizaciones, puede incardinarse en otra diócesis distinta, pero siempre por causa justa, no por puro gusto o capricho.

5.7.12

MISCELANEA VARIA

Vamos en este artículo, de sabor veraniego, a responder a varias cuestiones que pueden surgir dudas.
¿Dónde está el Cuerpo y la Sangre de Cristo? En primer lugar, si preguntamos a una persona que se toma al recibir la comunión nos dirá, probablemente,  que el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Si insistimos y le volvemos a preguntar que dónde está el Cuerpo y dónde la Sangre de Cristo es fácil que responda: el Cuerpo está en la hostia y la Sangre en el vino. Craso error. En ambas especies está completo el Cuerpo y Sangre de Cristo. Así pues, al comulgar en cualquiera de las dos especies, hemos recibido el mismo alimento celestial.
¿Se puede recibir la comunión sin haber antes confesado, teniendo conciencia de estar en pecado? Pues sí, aunque solo en determinadas circunstancias: que no exista la posibilidad de confesar sacramentalmente en ese momento, con lógico arrepentimiento  y siempre con la obligación de confesar, cuando antes sea posible. Por lo tanto, se puede, pero no como norma.
¿Puede cualquier sacerdote administrar cualquier sacramento? En principio hay que decir que la idea, pienso que generalizada, de que cualquier sacerdote, por el hecho de serlo, puede administrar cualquier sacramento en cualquier lugar o circunstancia es errónea. Solo el Papa y los cardenales pueden administrarlos sin restricción, en cualquier parte del mundo. Los sacerdotes reciben una autorización expresa de su obispo para celebrar matrimonios y oír confesiones, por ejemplo. Están autorizados de por sí el obispo, su vicario, los párrocos, sus vicarios y sus sustitutos. Ahora bien, para celebrar un matrimonio un sacerdote que no esté en esos supuestos debe tener autorización. Fuera de su diócesis, los presbíteros e incluso un obispo,  no podrán hacerlo si el obispo titular se lo niega. Igual para oír confesiones. Si lo hace, el sacramento sería válido, pero no lícito. Cada sacramento tiene su ministro y todos los sacerdotes pueden administrarlos, pero con las debidas autorizaciones en algunos casos, incluso la Confirmación, aunque el ministro propio debe ser el obispo. El sacramento del Orden está reservado al obispo.
¿Qué ocurre si se recibe un sacramento por una persona no autorizada? Eso puede suceder o bien porque el sacerdote no tenga la autorización debida o porque no sea persona ordenada. Depende de qué sacramento estemos hablando. Para celebrar la Eucaristía, la Reconciliación, el Orden,  la Confirmación y la Unción de Enfermos hay que estar ordenado necesariamente. Si se han recibido esos sacramentos de personas no ordenadas, el sacramento no se ha realizado, es inválido.
Distinto es el Bautismo y el Matrimonio, sacramentos para los que no es imprescindible estar ordenado. En caso de necesidad o con una autorización expresa del obispo, cualquier persona puede bautizar a otra siempre que tenga esa intención. En el matrimonio, los ministros son los cónyuges, el sacerdote actúa como testigo privilegiado en nombre de la Iglesia pero, en rigor, no es él quién casa a los novios (aunque así lo digamos), son los novios los que, con su consentimiento, se casan entre ellos. Así pues, las parejas que han contraído matrimonio en ceremonias oficiadas por ministros no autorizados lo han hecho válidamente. Se basa en el canon 144 del Código de Derecho Canónico, que textualmente dice así: “En el error común de hecho o de derecho, así como en la duda positiva y probable de derecho o de hecho, la Iglesia suple la potestad ejecutiva de régimen, tanto para el fuero externo como para el interno”. (144 § 1). Este canon es como una especie de garantía que la Iglesia proporciona a los que, de buena fe, contraen por desconocimiento o error, un sacramento que piensan que es efectivo.
¿Por qué se llaman ministros ordenados al clero?  Hay tres clases de ministerios ordenados: obispo, presbítero y diácono. La palabra "Ordinatio" = ordenación, se utilizaba en el Imperio romano para designar la entrada en el escalafón de los funcionarios imperiales. A partir de ser ordenado, el funcionario pertenecía a un orden diferente del resto del pueblo. A partir del siglo tercero se comenzó a utilizar en algunos lugares esta expresión para designar una dignidad o estado en la Iglesia. Esta denominación se extendería a toda la Iglesia con el paso del tiempo, dando nombre al sacramento por el que son constituidos los obispos, presbíteros y diáconos. Los arzobispos y los cardenales no reciben una ordenación adicional para serlo: tanto arzobispo como cardenal son nombramientos del Papa para ocupar esas dignidades, pero no precisan de una ordenación específica.
¿Qué significa la palabra "PAPA"? Tradicionalmente se viene diciendo que la palabra Papa tiene dos significados. Por un lado, la palabra corresponde a las iniciales de cuatro palabras  latinas: Petrí  Apostoli  Potestatem Accipiens, que quiere decir "El que recibe la Potestad del Apóstol Pedro". Un segundo significado es el que corresponde a la unión de las dos primeras sílabas de estas palabras latinas:PAter PAstor, que se traducen como "PADRE Y PASTOR. La realidad parece ser otra: la palabra procede del griego “Pappas”, que significa Padre.  La primera vez que se tiene constancia del empleo de esta expresión para el obispo de Roma es en una carta de Siricio –papa, a fines del siglo IV. Sin embargo, ese tratamiento seguía utilizándose indistintamente para otros obispos. Hay que esperar al siglo XI, cuando Gregorio VII lo restringió para uso exclusivo del obispo de Roma. Además, el título de papa no es exclusivo de la Iglesia de Roma, pues era utilizado antiguamente por los principales patriarcas, hasta que fue cayendo en desuso, conservándolo sólo el patriarca de Occidente –obispo de Roma–  y el patriarca de Alejandría  –tanto el de la Iglesia copta como el de la Iglesia ortodoxa de Alejandría–. En las iglesias orientales, los sacerdotes de la iglesia ortodoxa rusa también reciben ese tratamiento –popes–.

25.6.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. LITURGIA EUCARÍSTICA II Y RITOS FINALES

Terminada la doxología de la Plegaria Eucarística, el obispo, con las manos juntas, hace la monición previa al Padrenuestro, que todos lo cantan o lo rezan. Tanto el obispo como los concelebrantes están con las manos extendidas.
El obispo, con las manos extendidas, dice él solo: “Líbranos de todos los males”. Los presbíteros concelebrantes, juntamente con el pueblo, dicen la aclamación final: “Tuyo es el reino”. A continuación, el obispo dice la oración: “Señor Jesucristo, que diste”. Terminada esta, el obispo, dirigiéndose a la asamblea, anuncia la paz diciendo: “La paz del Señor esté siempre con vosotros”. El pueblo responde: “Y con tu espíritu”. Si se cree oportuno, uno de los diáconos, dirigiéndose a la asamblea, hace a invitación para la paz con estas palabras: “Daos fraternalmente la paz”. El obispo da la paz al menos a los dos concelebrantes más cercanos a él, después al primero de los diáconos. Y todos, según la costumbre de cada lugar, se manifiestan mutuamente la paz y la caridad. El obispo inicia la fracción del pan y la prosiguen algunos de los presbíteros concelebrantes, y entre tanto se repite “Cordero de Dios”, cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción del pan. El obispo deja caer una partícula en el cáliz, diciendo en secreto: “El Cuerpo y la Sangre”.
Dicha en secreto la oración antes de la Comunión, el obispo hace genuflexión y toma la patena. Los concelebrantes uno a uno se acercan al obispo, hacen genuflexión, y de él reciben reverentemente el Cuerpo de Cristo, y teniéndolo con la mano derecha, y colocando la izquierda debajo, se retiran a sus lugares. Sin embargo, los concelebrantes pueden permanecer en sus lugares y recibir allí mismo el Cuerpo de Cristo. Luego el obispo toma la hostia, la sostiene un poco elevada sobre la patena, y, dirigiéndose a la asamblea, dice: “Este es el Cordero de Dios”, y prosigue con los concelebrantes y el pueblo diciendo: “Señor, no soy digno”. Mientras el obispo comulga el Cuerpo de Cristo, se inicia el canto de Comunión.
El obispo, una vez que bebió la Sangre de Cristo, entrega el cáliz a uno de los diáconos y distribuye la comunión a los diáconos y también a los fieles.
Los concelebrantes se acercan al altar y beben la Sangre, que los diáconos les presentan. Estos limpian el cáliz con el purificador, después de la comunión de cada uno de los concelebrantes. Acabada la comunión, uno de los diáconos bebe la Sangre que hubiere, lleva el cáliz a la credencia y allí, en seguida, o después de la Misa, lo purifica y arregla. El otro diácono, o uno de los concelebrantes, si hubieren quedado hostias consagradas, las lleva al tabernáculo, y en la credencia purifica la patena o el copón sobre el cáliz, antes de que éste sea purificado. Cuando el obispo, después de la comunión regresa a la cátedra, vuelve a tomar el solideo, y, si es necesario, se lava las manos. Todos sentados, pueden guardar unos momentos de sagrado silencio, o cantar un cántico de alabanza o un salmo. Después el obispo de pie en la cátedra, y sosteniéndole el libro el ministro, o habiendo regresado al altar con los diáconos, canta o dice: “Oremos” y, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión, a la cual puede preceder un breve tiempo de silencio, a no ser que ya lo haya habido después de la comunión. Terminada la oración el pueblo aclama: “Amen”.

RITOS DE CONCLUSION
Terminada la oración después de la Comunión, se dan, si lo hay, breves avisos al pueblo. Finalmente el obispo recibe la mitra, y extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo: El Señor esté con vosotros, al cual responde el pueblo: Y con tu espíritu. Uno de los diáconos puede invitar a todos diciendo: Inclinaos para recibir la bendición, o algo similar. Y el obispo da la bendición solemne, usando la fórmula más conveniente de entre las que se encuentran en el Misal, en el Pontifical o en el Ritual Romano. Mientras dice las primeras invocaciones, o la oración, tiene extendidas las manos sobre el pueblo. A las invocaciones todos responden: Amén. Luego recibe el báculo, y dice: La bendición de Dios todopoderoso, y haciendo tres veces el signo de la cruz sobre el pueblo, agrega: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero cuando imparte la bendición apostólica, según las normas del derecho, ésta se da en vez de la bendición acostumbrada. La anuncia el diácono y se da según sus propias fórmulas. Dada la bendición uno de los diáconos despide al pueblo, diciendo: Podéis ir en paz; y todos responden: Demos gracias a Dios.
Después el obispo besa el altar, como de costumbre, y le hace la debida reverencia. También los concelebrantes y todos los que están en el presbiterio, saludan el altar, como al principio, y regresan procesionalmente al "secretarium", en el mismo orden en que vinieron. Cuando llegan al "secretarium" todos, a una con el obispo, hacen reverencia a la cruz. Luego los concelebrantes saludan al obispo, y con diligencia dejan las vestiduras en sus sitios. También los ministros, conjuntamente, saludan

15.6.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. LITURGIA EUCARÍSTICA I

Terminada la oración universal, el obispo se sienta y recibe la mitra. Los concelebrantes y el pueblo igualmente se sientan. Entonces se comienza el canto para la presentación de los dones, que se prolonga por lo menos hasta que los dones sean colocados sobre el altar. Los diáconos y acólitos colocan en el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el Misal. Luego se traen las ofrendas. Es conveniente que los fieles manifiesten su participación trayendo pan y vino para la celebración de la Eucaristía, y también otros dones con los que se ayude a las necesidades de la Iglesia y de los pobres. Los diáconos o el mismo obispo reciben las ofrendas de los fieles en un lugar adecuado. Los diáconos llevan el pan y el vino al altar, lo demás a un lugar apropiado, preparado con anterioridad.
El obispo va al altar, deja la mitra, recibe del diácono la patena con pan, y con ambas manos la eleva un poco sobre el altar, diciendo en secreto la fórmula correspondiente. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal. Entre tanto, el diácono vierte vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto el agua unida al vino." Después el obispo presenta el cáliz, que tiene con ambas manos un poco elevado sobre el altar, dice en secreto la fórmula establecida, y luego, deja el cáliz sobre el corporal, y el diácono, si se requiere, lo cubre con la palia. Después el obispo, inclinado en medio del altar, dice en secreto acepta, Señor, nuestro corazón contrito.
En seguida, el turiferario se acerca al obispo, el diácono le presenta la naveta, y el obispo pone incienso y lo bendice. Después el obispo mismo recibe del diácono el incensario, y acompañado por este, inciensa las ofrendas, el altar y la cruz, como lo hizo al principio de la Misa. Terminada esta incensación, todos se ponen de pie, el diácono desde un lado del altar inciensa al obispo, el cual está de pie y sin mitra; luego a los concelebrantes y después al pueblo. Téngase cuidado de que la monición Orad, hermanos, y la oración sobre las ofrendas no se digan antes de que haya terminado la incensación.
Una vez incensado el obispo, que se encuentra a un lado del altar y sin mitra, se le acercan los ministros con la jarra del agua, la palangana y la toalla. El obispo se lava y se seca las manos. Si es necesario uno de los diáconos toma el anillo del obispo. Mientras éste se lava las manos dice en secreto: “Lávame, Señor, mis culpas”. Una vez que ha secado las manos y colocado el anillo, el obispo regresa al centro del altar. El obispo, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos invita al pueblo a orar, diciendo: “Orad, hermanos”. Una vez dada la respuesta “El Señor reciba de tus manos”, el obispo, con las manos extendidas, canta o dice la oración sobre las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.
Después, el diácono toma el solideo del obispo y lo entrega al ministro. Los concelebrantes se acercan al altar y están de pie cerca de él, de tal manera que no impidan el desarrollo de los ritos y que la acción sagrada pueda ser mirada atentamente por los fieles. Los diáconos están detrás de los concelebrantes, para que cuando sea necesario, uno de ellos sirva en lo referente al cáliz o al misal. Ninguno permanezca entre el obispo y los concelebrantes, o entre estos y el altar.
Entonces el obispo empieza la Plegaria Eucarística con el prefacio. Extendiendo las manos canta o dice: El Señor esté con vosotros, y cuando dice: Levantemos el corazón, eleva las manos, y con ellas extendidas, añade: Demos gracias al Señor nuestro Dios. Después de que el pueblo respondió: Es justo y necesario, el obispo prosigue con el prefacio. Una vez terminado,  junta las manos y canta juntamente con los concelebrantes, los ministros y el pueblo: “Santo”. El obispo prosigue la Plegaria Eucarística. Las partes que dicen todos los concelebrantes a la vez, con las manos extendidas, deben pronunciarlas en voz baja, de modo que la voz del obispo se escuche claramente. En las Plegarias Eucarísticas I, II y III el obispo, después de las palabras: “con tu siervo el Papa N”, añade: “conmigo indigno siervo tuyo”. En la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras: “de tu servidor el Papa N.” , añade: “de mí indigno siervo tuyo”. Si el cáliz y el copón están cubiertos, el diácono los descubre antes de la epíclesis. Uno de los diáconos coloca el incienso en el incensario y en cada una de las elevaciones inciensa la hostia y el cáliz. Los diáconos permanecen de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz. Después de la consagración el diácono, si se juzga conveniente, vuelve a cubrir el cáliz y el copón. Dicho por el obispo: “Este es el Sacramento de nuestra fe”, el pueblo responde con la aclamación. En la Misa crismal, antes de que el obispo diga en la Plegaria Eucarística I: “Por quien sigues creando todos los bienes”, o antes de la doxología “Por Cristo”, en las otras Plegarias Eucarísticas, se hace la bendición del óleo de los enfermos, como se dice en el Pontifical Romano, a no ser que por razones pastorales, se haya hecho después de la Liturgia de la Palabra. Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, el diácono, de pie al lado del obispo, tiene elevado el cáliz, mientras el obispo eleva la patena con la hostia, hasta que el pueblo haya respondido Amén. La doxología final de la Plegaria Eucarística la dice o sólo el obispo, o a una con todos los concelebrantes.

1.6.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. LITURGIA DE LA PALABRA

En esta segunda entrega dedicada a la Misa Estacional del obispo vamos a abordar la Liturgia de la Palabra.
Después de terminada la oración colecta, el lector va al ambón y lee la primera lectura, la cual todos escuchan sentados. Al final canta o dice Palabra de Dios y todos responden con la aclamación. El obispo tiene la mitra puesta en las lecturas no evangélicas. Después el lector se retira. Todos en silencio meditan brevemente la lectura escuchada. Luego, el salmista o cantor, o el mismo lector, canta o lee el salmo, según uno de los modos previstos. Otro lector desde el ambón hace la segunda lectura, como se dijo antes, estando todos sentados y escuchando. Sigue el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo litúrgico. Al iniciarse el Aleluya todos se ponen de pie, menos el obispo.
Se acerca el turiferario y uno de los diáconos le presenta la naveta. El obispo pone incienso y lo bendice sin decir nada. El diácono que va a proclamar el Evangelio, se inclina profundamente ante el obispo, pide la bendición en voz baja, diciendo: Padre, dame tu bendición. El obispo lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diácono se signa con el signo de la cruz y responde: Amén. Entonces el obispo, dejada la mitra, se levanta. El diácono se acerca al altar y allí van también el turiferario con el incensario humeante, y los acólitos con los cirios encendidos. El diácono hace inclinación al altar y toma reverentemente el Evangeliario, y omitida la reverencia al altar, llevando solemnemente el libro, se dirige al ambón, precedido por el turiferario y los acólitos con cirios. En el ambón, el diácono, teniendo las manos juntas, saluda al pueblo. Al decir las palabras Lectura del santo Evangelio, signa el libro y luego se signa a sí mismo, en la frente, la boca y el pecho, lo cual hacen todos los demás. Entonces el obispo recibe el báculo. El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio, estando todos de pie y vueltos hacia el diácono, como de costumbre.
Terminado el Evangelio, el diácono lleva el libro al obispo para que lo bese. Este dice en secreto: Por la lectura de este Evangelio; o también el mismo diácono besa el Evangeliario, diciendo en secreto la misma fórmula. Por último, el diácono y los ministros regresan a sus sitios. El Evangeliario se lleva a la credencia u otro lugar apropiado. Luego, estando todos sentados, el obispo, con mitra y báculo, si lo considera oportuno, y sentado en la cátedra, hace la homilía, a no ser que haya otro lugar más adecuado para ser visto y oído cómodamente por todos. Terminada la homilía, se puede tener algún momento de silencio. Después de la homilía, a no ser que en este momento se celebre algún rito sacramental o consecratorio o de bendición, según las normas del Pontifical o del Ritual Romano, el obispo deja la mitra y el báculo, se levanta y, todos de pie, se canta o se reza el Credo, según las rúbricas. A las palabras y por obra del Espíritu Santo se encarnó ... todos se inclinan, pero en las solemnidades de la Anunciación y de Navidad, todos se arrodillan. Terminado el Credo, el obispo de pie en la cátedra, con las manos juntas, invita con la monición a los fieles a participar en la oración universal. Después uno de los diáconos o el cantor o lector u otro, desde el ambón o desde otro lugar apropiado, dice las intenciones, y el pueblo participa según le corresponde. Por último el obispo, con las manos extendidas, concluye las preces con la oración.

22.5.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. RITOS INICIALES.

Vamos, en una serie de cuatro artículos, a analizar la liturgia de la Misa Estacional del obispo, misa que antes se llamaba “de Pontifical”. El Ceremonial de los Obispos es el libro litúrgico que detalla el rito.
La principal manifestación de la Iglesia local tiene lugar cuando el obispo, gran sacerdote de su grey, celebra la Eucaristía sobre todo en la iglesia catedral, rodeado por su presbiterio y los ministros, con plena y activa participación de todo el pueblo santo de Dios. Esta Misa, llamada Estacional, manifiesta tanto la unidad de la Iglesia local, como la diversidad de ministerios alrededor del obispo y de la Sagrada Eucaristía. Por lo tanto, convóquese a ella la mayor cantidad de fieles; los presbíteros concelebren con el obispo; los diáconos ejerzan su ministerio, los acólitos y lectores desempeñen su oficio propio. Esta forma de celebrar la Misa se ha de conservar sobre todo en las mayores solemnidades del año litúrgico, en la Misa Crismal y en la Misa vespertina en la Cena del Señor –Jueves Santo–, en las celebraciones del santo fundador de la iglesia local o del patrono de la diócesis; en el día natalicio del obispo, en las grandes reuniones del pueblo cristiano y también en la visita pastoral.
La Misa Estacional se celebrará con canto. Conviene que haya por lo menos tres diáconos, que sean verdaderamente tales, uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al obispo. Si son varios distribúyanse entre sí los diversos ministerios, y por lo menos uno de ellos preocúpese de la participación activa de los fieles. Si hay capítulo en la iglesia catedral, conviene que todos los canónigos concelebren con el obispo la Misa Estacional, sin que por ello queden excluidos otros presbíteros. Otros obispos que se encuentren presentes, y los canónigos que no concelebren, usarán sus vestiduras corales.
LLEGADA Y PREPARACION DEL OBISPO
Después de que haya sido recibido el obispo, este, ayudado por los diáconos asistentes y otros ministros, los cuales ya tienen puestas las vestiduras litúrgicas antes de que él llegue, deja en el "secretarium" la capa o la muceta, y según el caso, también el roquete, se lava las manos y se reviste con amito, alba, cruz pectoral, estola, dalmática y casulla. Después, uno de los dos diáconos coloca la mitra al obispo. Pero si es arzobispo, antes de recibir la mitra, el primer diácono le coloca el palio. Entre tanto los presbíteros concelebrantes y los otros diáconos, que no sirven al obispo, se ponen sus vestiduras.
Cuando ya todos están preparados, se acerca el acólito turiferario, uno de los diáconos le presenta la naveta al obispo, el cual pone incienso en el incensario y lo bendice con el signo de la cruz. Luego recibe el báculo, que le presenta el ministro. Uno de los diáconos toma el Evangeliario, que lleva cerrado y con reverencia en la procesión de entrada.
RITOS INICIALES
Mientras se canta el canto de entrada, se hace la procesión desde el "secretarium" hacia el presbiterio, de esta manera: el turiferario abre la procesión con el incensario humeante; un acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucifijo puesta en la parte anterior; va entre siete, o por lo menos dos acólitos, que llevan candeleros con velas encendidas; el clero de dos en dos; el diácono que lleva el Evangeliario; los otros diáconos, si los hay, de dos en dos; los presbíteros concelebrantes, de dos en dos; el obispo, que va solo, lleva la mitra y el báculo pastoral en la mano izquierda, mientras bendice con la derecha; un poco detrás del obispo, dos diáconos asistentes; por último los ministros del libro, de la mitra y del báculo.
Si la procesión pasa delante de la capilla del Santísimo Sacramento, no se detiene ni se hace genuflexión. Es recomendable que la cruz llevada procesionalmente se coloque cerca del altar, de tal manera que se constituya en la cruz del mismo altar. De lo contrario, se guarda. Los candeleros se colocan cerca del altar, o sobre la credencia, o cerca del presbiterio. El Evangeliario se coloca sobre el altar.
Todos al entrar al presbiterio, de dos en dos, hacen profunda reverencia al altar. Los diáconos y los presbíteros concelebrantes suben al altar, lo besan y luego se dirigen a sus sitios. Cuando el obispo llega al altar, entrega al ministro el báculo pastoral, y dejada la mitra,  junto con los diáconos y los otros ministros que lo acompañan, hace profunda reverencia al altar. En seguida sube al altar y, a una con los diáconos, lo besa. Después, si es necesario, el acólito pone de nuevo incienso en el incensario y el obispo, acompañado por los dos diáconos, inciensa el altar y la cruz. Una vez incensado el altar, el obispo acompañado por los ministros, se dirige a la cátedra por la vía más corta. Dos diáconos se colocan de pie, uno a cada lado, cerca de la cátedra para estar preparados a servir al obispo. Si no lo hay,  los suplen dos presbíteros concelebrantes. Después el obispo, los concelebrantes y los fieles, de pie, se signan con la señal de la cruz, mientras aquél, de cara al pueblo, dice: En el nombre del Padre. Luego, el obispo, extendiendo las manos, saluda a la asamblea, diciendo: La paz sea con vosotros, u otra de las fórmulas que se encuentran en el Misal. Después el mismo obispo, el diácono o uno de los concelebrantes puede hacer a los fieles una breve introducción sobre la Misa del día. En seguida el obispo invita al acto penitencial, que concluye diciendo: Dios Todopoderoso tenga misericordia. Si es necesario el ministro sostiene el libro ante el obispo. Cuando se emplea la tercera fórmula del acto penitencial, el obispo, el diácono, u otro ministro idóneo dice las invocaciones.
El domingo, en vez del acto penitencial acostumbrado, se recomienda hacer la bendición y la aspersión del agua. Después del saludo, el obispo, de pie cerca a la cátedra, de cara al pueblo y teniendo delante de sí un recipiente con agua para ser bendecida, que le llevó el ministro, invita al pueblo a orar, y después de un breve tiempo de silencio, dice la oración de bendición. Donde la tradición del pueblo aconseje que se conserve el uso de mezclar sal al agua, el obispo bendice también la sal, y después la vierte en el agua.
El obispo recibe del diácono el aspersorio, se rocía a sí mismo y a los concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo y, según las circunstancias, recorre la iglesia acompañado por los diáconos. Entre tanto se canta el canto que acompaña a la aspersión.
El obispo vuelve a la cátedra, v terminado el canto, de pie y con las manos extendidas dice la oración conclusiva.
Terminado lo anterior, cuando está prescrito, se canta o reza el himno Gloria a Dios en el cielo. Después del acto penitencial se dice el Señor, ten piedad, a no ser que se hubiera hecho la aspersión con agua, o se hubiera empleado la tercera fórmula del acto penitencial, o las rúbricas determinen en otra cosa. El himno Gloria a Dios en el cielo se dice según las rúbricas. Lo puede iniciar o el obispo, o uno de los concelebrantes, o los cantores. Mientras se dice el himno, todos están de pie. Luego el obispo, invita al pueblo a orar, y teniendo las manos juntas, canta o dice: Oremos; y luego de unos instantes de silencio, con las manos extendidas, dice la oración colecta. Para ello tiene ante sí el libro que le presenta el ministro. El obispo junta las manos cuando concluye la oración, y dice Por nuestro Señor Jesucristo..., u otras palabras. Al final el pueblo aclama: Amén.
En seguida el obispo se sienta y, como de costumbre, de uno de los diáconos recibe la mitra. Y todos se sientan. Los diáconos y los demás ministros se sientan según la disposición del presbiterio, pero de tal manera que se note la diferencia de grado con los presbíteros.

18.5.12

SOBRE LA VALIDEZ Y LICITUD DE UN SACRAMENTO

A veces aparecen en la prensa noticias referidas a que un falso sacerdote ha estado ejerciendo acciones pastorales y litúrgicas en templos –recientemente en la diócesis de Sevilla, por ejemplo– . En este artículo vamos a aclarar en qué estado quedan las personas que, supuestamente y de buena fe, han recibido lo que pensaban era un sacramento. Aunque el tema de la validez, nulidad y anulación es un tema largo, propio de Derecho Canónico y que tal vez abordemos con más serenidad y detalle en otro momento, vamos ahora simplemente a aclarar algunos conceptos y situaciones que originan esas actuaciones.
En primer lugar debemos conocer que no es lo mismo licito que valido. Lícito son aquellos actos que están prescritos o permitidos por la ley, ya sea civil o eclesiástica. Se distingue de valido, que sería aquello que produce el efecto deseado. No todo lo que es válido es lícito. Por ejemplo, un sacerdote que celebra la Santa Misa donde el obispo no se le permite, celebra ilícitamente, aunque la misa sea válida, es decir, verdaderamente es misa. Es un error pensar que cualquier sacerdote, por el hecho de serlo, puede administrar todos los sacramentos sin limitaciones ni trabas de ningún tipo, en cualquier sitio o lugar, aunque no es ahora el momento de analizarlo. El supuesto que ahora analizamos es parecido, aunque las personas implicadas no estén ordenados. No olvidemos que, en determinadas condiciones y con permiso del Ordinario, un laico podría tanto bautizar como casar –en realidad los cónyuges son los ministros de su boda.
 En lo referido a los sacramentos del Bautismo y Matrimonio, según una propia nota del arzobispado dice que “son claramente válidos, si bien son ilícitos. En consonancia, las parejas que han contraído matrimonio en ceremonias oficiadas por la persona en cuestión, lo han hecho válidamente”. Se basa en el canon 144 del Código de Derecho Canónico, que textualmente dice así: “En el error común de hecho o de derecho, así como en la duda positiva y probable de derecho o de hecho, la Iglesia suple la potestad ejecutiva de régimen, tanto para el fuero externo como para el interno”. (144 § 1). Este canon es como una especie de garantía que la Iglesia proporciona a los que, de buena fe, contraen por desconocimiento o error un sacramento que piensan que es efectivo.
¿Cómo se interpreta este canon en este caso concreto? Pues que, aunque faltaba competencia en el ministro –supuesto ministro en este caso–, se dio un hecho público y notorio que parece atribuir competencia al que carecía de ella, y que este hecho fue de suyo un acto apto para inducir al error. Así, cuando una persona se presenta revestido en la Iglesia para asistir a un matrimonio, la generalidad de los asistentes juzga  –la tenga o no– que posee competencia para celebrarlo. Máxime si previamente se ha solicitado la celebración del matrimonio y todas las circunstancias han sido normales: con los trámites oportunos y abierto el expediente matrimonial. Por lo tanto, el matrimonio es válido, los cónyuges permanecen casados aunque, eso sí, en su matrimonio no se cumplieron todas las condiciones que impone le ley eclesiástica, que la propia Iglesia suple aplicando el canon citado. Lo mismo puede aplicarse para el Bautismo.
Caso bien distinto es en el de los sacramentos de la Eucaristía, Penitencia y Unción de Enfermos. Aquí son actos inválidos, o sea, no se han producido. La razón estriba en que son sacramentos que requieren la potestad del Orden. Por lo tanto, no ha podido consagrar y los que han recibido la comunión en las hostias supuestamente consagradas no han recibido el Cuerpo de Cristo. De igual manera, ni el perdón ni el efecto sacramental de la Unción ha tenido lugar.

6.5.12

LAS VESTIDURAS E INSIGNIAS DEL OBISPO

El hábito coral del obispo consta de la sotana de color violáceo, una banda de seda del mismo color con flecos, también de seda, como adorno en ambos extremos –sin borlas–, roquete de lino o de otro tejido semejante, muceta de color violáceo sin cogulla, o sea, sin capucha, cruz pectoral sostenida sobre la muceta por un cordón de color verde entretejido con oro, solideo también de color violáceo, bonete del mismo color, con borla.
Cuando el obispo lleve la sotana violácea, también usa medias de ese color. Sin embargo, es absolutamente facultativo el uso de las medias moradas cuando se usa sotana negra adornada con un ribete.
La capa magna violácea, sin armiño, sólo puede ser usada en su diócesis y en las festividades más solemnes, aunque está en desuso.
Las vestiduras del obispo en la celebración litúrgica son las mismas que las del presbítero. Pero es conveniente que en la celebración solemne, según la antigua costumbre, debajo de la casulla vista la dalmática, que podrá ser siempre blanca, sobre todo en las ordenaciones, en la bendición del abad y de la abadesa, y en la dedicación de una iglesia y de un altar.
Las insignias pontificales que lleva el obispo son: el anillo, el báculo pastoral, la mitra, la cruz pectoral, y, además, el palio si le corresponde por derecho. Aclaramos que el palio es una banda estrecha de lana blanca cosida en forma circular de la cual caen dos tiras cortas en sentido vertical, sobre el pecho y espalda. Va adornado con seis cruces negras,  cuatro de ellas en la banda circular y las otras dos en los extremos; se lleva sobre la casulla, por encima, colgado de los hombros. Lo usan los arzobispos y algunos obispos como signo de autoridad y jurisdicción.
El anillo, insignia de fe y de unión nupcial con la Iglesia, su esposa, debe llevarlo siempre el obispo.
El báculo, signo de su ministerio pastoral, lo usa el obispo en su territorio. Pero puede usarlo, con consentimiento del obispo del lugar, cualquier obispo que celebra solemnemente. Sin embargo, cuando varios obispos están presentes en la misma celebración, sólo el obispo que preside usa el báculo.
El obispo usa el báculo con la curvatura dirigida hacia el pueblo, o sea vuelta ante sí. El obispo lo usa de ordinario en la procesión, para escuchar la lectura del Evangelio, para hacer la homilía si lo ve oportuno, para recibir los votos, promesas o la profesión de fe y, por último, para bendecir las personas, a no ser que deba hacer imposición de manos.
La mitra, que será una sola en cada acción litúrgica, es simple u ornamentada, conforme a la celebración. El obispo la usará de ordinario: cuando está sentado, cuando hace la homilía, cuando saluda, cuando habla o hace las moniciones, a no ser que inmediatamente después deba dejarla; cuando bendice solemnemente al pueblo, cuando realiza gestos sacramentales y cuando acompaña las procesiones. El obispo no usa la mitra: para las preces introductorias; las oraciones; la oración universal; la Plegaria Eucarística; la lectura del Evangelio; para los himnos, si se cantan estando de pie; en las procesiones en las cuales se lleva el Santísimo Sacramento o las reliquias de la Santa Cruz del Señor y en presencia del Santísimo Sacramento expuesto. Le está permitido al obispo no usar la mitra y el báculo si va de un lugar a otro y el espacio entre ellos es pequeño.
La cruz pectoral se usa debajo de la casulla o de la dalmática o del pluvial; en cambio, se usa sobre la muceta.
El arzobispo residencial que haya recibido ya del Romano Pontífice el palio, lo lleva sobre la casulla, dentro del territorio de su jurisdicción, cuando celebra Misa Estacional, o por lo menos con gran solemnidad, y también cuando hace las ordenaciones, la bendición de un abad, de una abadesa, la consagración de vírgenes y la dedicación de una iglesia y de un altar.
La cruz arzobispal se emplea cuando, después de haber recibido el palio, se dirige a la iglesia a celebrar alguna acción litúrgica.

22.4.12

LA IGLESIA CATEDRAL


Llamamos iglesia catedral a aquella en la cual el obispo tiene situada la cátedra, signo del magisterio y de la potestad del pastor de la Iglesia particular, como también signo de unidad de los creyentes en aquella fe, que el obispo anuncia como pastor de la grey. En la iglesia catedral, el obispo preside la Liturgia los días más solemnes y, a no ser que circunstancias pastorales aconsejen otra cosa, consagra el santo crisma, y hace las ordenaciones. Por tanto, la iglesia catedral debe ser considerada el centro de la vida litúrgica de la diócesis, y los fieles deben sentir hacia ella amor y veneración. Para esto es muy conveniente la celebración anual de su dedicación. Lógicamente, solo hay una catedral por diócesis.
La iglesia catedral debe manifestar y servir de ejemplo a las demás iglesias de la diócesis en todo lo referente al ornato, disposiciones litúrgicas y culto. Además, debe ser manifestación de la imagen expresa y visible de la Iglesia de Cristo que predica, canta y adora en toda la extensión de la tierra. Debe ser considerada ciertamente como imagen del Cuerpo místico de Cristo, cuyos miembros se unen mediante un único vínculo de caridad, alimentados por los dones que descienden como el rocío del cielo.
La cátedra debe ser única y fija, colocada de tal manera que se vea que el obispo preside verdaderamente toda la comunidad de los fieles. Excepto los casos previstos en el derecho, en la cátedra se sienta el obispo diocesano o el obispo al cual él mismo se lo haya concedido. A los demás obispos o prelados presentes, se les preparan sedes en un lugar conveniente, que no sean, sin embargo, erigidas a modo de cátedra.
El altar se construye y se adorna según las normas del derecho. Sobre todo se debe atender a que el altar ocupe un lugar que verdaderamente sea el centro al cual se dirija espontáneamente la atención de la asamblea de los fieles. El altar de la iglesia catedral de ordinario ha de ser fijo y dedicado, separado de las paredes para que se pueda fácilmente pasar alrededor de él y se pueda realizar la celebración de cara al pueblo. Sin embargo, cuando el altar antiguo esté situado de tal manera que haga difícil la participación del pueblo y no se pueda trasladar sin detrimento de su valor artístico, eríjase otro altar fijo, artístico y dedicado ritualmente y sólo sobre él realícense las sagradas celebraciones.
No se debe adornar el altar con flores desde el Miércoles de Ceniza hasta el himno Gloria a Dios en el cielo de la Vigilia Pascual, ni tampoco en las celebraciones de difuntos. Se exceptúa el Domingo Laetare (Domingo IV de Cuaresma) y las solemnidades y las fiestas.
Se recomienda que el tabernáculo para la reserva eucarística, según una tradición antiquísima conservada en las iglesias catedrales, se coloque en una capilla separada de la nave central. Si en algún caso particular el tabernáculo se encuentra sobre el altar en el cual va a celebrar el obispo, trasládese el Santísimo Sacramento a otro lugar digno.
El presbiterio, o sea el lugar donde ejercen su ministerio el obispo, los presbíteros y los ministros, debe distinguirse en forma conveniente de la nave, ya sea, por alguna elevación, o por alguna estructura peculiar u ornato, de tal manera que por su misma disposición muestre el carácter jerárquico de los ministros. Su amplitud debe ser tal que los ritos sagrados puedan desarrollarse y verse cómodamente.
En el presbiterio se dispondrán convenientemente sillas, u otro tipo de asientos para los canónigos y presbíteros que quizás no concelebren, pero que asisten con vestido coral, y también para los ministros, de tal manera que también se favorezca el recto desempeño de la función de cada uno. Durante las celebraciones litúrgicas no debe entrar al presbiterio ningún ministro que no lleve el vestido sagrado o sotana y sobrepelliz y otra vestidura legítimamente aprobada. Por supuesto, no se permite a ningún ministro (concelebrante por ejemplo) que se incorpore con la celebración ya comenzada.
La iglesia catedral ha de tener ambón, construido según las normas vigentes. Sin embargo, el obispo habla al pueblo de Dios desde su cátedra, a no ser que la condición del lugar aconseje otra cosa. El cantor, el comentador y el director de coro, como norma, no deben usar el ambón, sino desempeñar su oficio desde otro lugar conveniente. La iglesia catedral debe tener bautisterio, aunque no sea parroquia, para que al menos se celebre el bautismo en la noche pascual.
En la iglesia catedral no debe faltar el "secretarium", es decir una sala digna, en lo posible cercana a la entrada de la iglesia, en la cual el obispo, los concelebrantes y los ministros puedan ponerse los vestidos litúrgicos, y de la cual se inicie la procesión de entrada. También debe existir la sacristía, que será de ordinario diferente del "secretarium"; en ella se guarda el ajuar sagrado, y en ella los días ordinarios el celebrante y los ministros se pueden preparar para la celebración. Para que pueda hacerse una reunión de fieles, debe procurarse, cuanto sea posible, que cerca de la iglesia catedral, se pueda disponer de otra iglesia, o sala apta, o plaza, o claustro donde se haga la bendición de las candelas, de los ramos, del fuego y otras celebraciones preparatorias, y de donde se inicien las procesiones

3.4.12

LA MISA CRISMAL

Se llama Misa Crismal a la que celebra el obispo con todos los presbíteros y diáconos de su diócesis. La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo, que ha de ser tenido como el gran sacerdote de su grey, y como signo de la unión estrecha de los presbíteros con él. En dicha misa se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio.
El origen de la bendición de los santos óleos y del sagrado crisma procede de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana. Parece ser que hasta el final del siglo VII, la bendición de los óleos se hacía durante la Cuaresma, y no el Jueves Santo. Haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el Jueves Santo sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía.
La palabra crisma proviene de latín chrisma, que significa unción. Así se llama ahora al aceite y bálsamo mezclados que el obispo consagra en esta misa, que en la archidiócesis de Sevilla se realiza el Martes Santo por la mañana, por razones de conveniencia pastoral, aunque su día propio es el Jueves Santo por la mañana, tal como el Misal dispone. Con esos óleos serán ungidos los nuevos bautizados y se signará a los que reciben el sacramento de la Confirmación. También son ungidos los obispos y los sacerdotes en el día de su ordenación sacramental. Así pues, el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos.
La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa "el ungido del Señor". Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados se vigorizan, reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautizo.
El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. El aceite simboliza el vigor y la fuerza del Espíritu Santo. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma nuestra enfermedad y nuestra muerte en sacrificio salvador como el de Jesús.
La materia apta para el sacramento debe ser aceite de oliva u otro aceite sacado de plantas. El crisma se hace con óleo y aromas o materia olorosa. Su consagración es competencia exclusiva del obispo. Es conveniente recordar que no es lo mismo el Santo Crisma (que se utiliza en el Bautismo y en la Confirmación y es consagrado) que el óleo de los catecúmenos y de los enfermos (que solo es bendecido y puede serlo por otros ministros en algunos casos).
El rito de esta misa, que debe ser siempre concelebrada, incluye la renovación de las promesas sacerdotales, tras la homilía. No se dice el Credo. Tras la renovación de las promesas sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar donde el obispo los puede preparar, si no lo están ya. En último lugar se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un presbítero. Tras ellos se acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía. Mientras avanza la procesión se entona el O Redémptor u otro canto apropiado. El obispo recibe los óleos. La misa prosigue como una misa concelebrada normal.
Tras el Santus se bendicen el óleo de los enfermos y tras la oración después de la comunión se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el Santo Crisma. También todos estos ritos se pueden hacer tras la Oración de los Fieles. En la procesión de salida, los óleos serán llevados inmediatamente después de la Cruz, mientras se cantan estrofas del O Redémptor u otro canto apropiado.