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4.3.09

EL PAPEL DEL OBISPO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA III

Seguimos en esta tercera entrega analizando la función del obispo en la celebración eucarística. Ahora nos fijamos en su papel en la Liturgia eucarística y en los ritos finales.
Liturgia eucarística
En la preparación del altar y de las ofrendas los diáconos y los acólitos y ayu­dantes preparan el altar como siempre. En la procesión de las ofrendas, el obispo, llevando la mitra y acompañado por los diáconos, puede recibir las ofrendas, bien delante del altar o en la cátedra. El diácono ayu­dante lleva las ofrendas al altar donde el diácono de la Misa (o el diá­cono de la Eucaristía) las dispone sobre el corporal, y en otros puntos del altar si es necesario. Una vez preparada la mesa y cuando el obispo se acerca al altar el ayudante encargado le quita la mitra y el obispo ofrece el Pan y el Vino. A continuación el obispo inciensa a los dones y al altar en la manera acostumbrada. Mientras se procede al rito del lavabo un diácono o acólito inciensa a los concelebrantes y al pueblo.
Inmediatamente después de que el obispo haya cantado la oración sobre las ofrendas y antes del diálogo que antecede al prefacio el ayudante encargado le quita el solideo, que no volverá a ponerle hasta después de la comunión. Si ofician más obispos ellos mismos llevan sus solideos a los sitios oportunos.
Durante la Plegaria eucarística se procede como en una Misa concelebrada. Sin embargo, al llegar a la intercesión por el obispo diocesano, éste dice: “y a mí, indigno siervo tuyo”. La Misa continúa y en el rito de la paz el obispo se la da al menos a los dos concelebrantes más próximos a él y al diácono ayudante de la Misa. En la comunión el obispo da bajo las dos especies la comunión a los diáconos y reparte la comunión al pueblo en la forma acostumbrada.
Tras la comunión, el obispo va a la cátedra y se sienta. Los ayudantes traen el aguamanil y la jofaina para que se lave las manos y acto seguido un ayudante le coloca el solideo sobre la cabeza. Tras el silencio apropiado el obispo se levanta y pronuncia la oración de acción de gracias. Antes de cantar el “Señor esté con vosotros” recibe la mitra.
Ritos finales
Tras el saludo al pueblo, el obispo da la bendición al pueblo. Puede hacerlo de tres formas: bendición solemne, bendición simple o la bendición apostólica con indulgencia plenaria, cuando proceda. La bendición propiamente dicha la da con el báculo en su mano izquierda y haciendo la señal de la cruz tres veces, comenzando por la izquierda.
Al terminar la Misa se realiza la procesión de salida, en la forma acostumbrada salvo el turiferario, que ahora irá tras la cruz y los ciriales. Durante su salida por la nave el obispo puede bendecir al pueblo congregado.

17.2.09

PROPUESTAS DEL SÍNODO DE LA PALABRA CON REPERCUSIONES LITÚRGICAS

Hacemos un descanso en la serie de artículos dedicados al papel del obispo en la celebración eucarística para fijarnos hoy en el Sínodo de la Palabra.
Durante los días cinco al veintiséis de octubre de 2008 tuvo lugar la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tuvo como tema "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia". Participaron 253 padres sinodales representantes de 113 conferencias episcopales, de trece Iglesias orientales católicas “sui iuris”, los responsables de los veinticinco dicasterios de la Curia Romana y diez representantes de la Unión de los Superiores Generales. También asistieron 41 expertos y 37 auditores. Entre los expertos había seis mujeres y diecinueve entre las auditoras, una más que los auditores. De sus conclusiones, dadas a conocer el día anterior a la clausura, vamos a analizar las que tienen repercusión litúrgica, contenidas en el capítulo denominado “La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia”.
Palabra de Dios y Liturgia
Los Padres Sinodales afirman que la Liturgia constituye el lugar privilegiado en el que la Palabra de Dios se expresa plenamente” y que “el misterio de salvación narrado en la Sagrada Escritura encuentra en la Liturgia el propio lugar de anuncio, escucha y realización”. Por eso piden que:
- El libro de la Sagrada Escritura, incluso fuera de la acción litúrgica, tenga un puesto visible y de honor en el interior de la iglesia. Eso implica que los leccionarios y Evangeliarios deben cuidarse y tratarse con sumo respeto.
- Se anime al uso del silencio después de la primera y la segunda lecturas, y terminada la homilía. Se trata pues de favorecer unos momentos de meditación personal.
- Se pueden prever también celebraciones de la Palabra de Dios centradas en las lecturas dominicales.
- Las lecturas de la Escritura deben ser proclamadas utilizando los libros litúrgicos dignos que serán tratados con el más profundo respeto. La costumbre de leer sobre un papel debería pues ser anulada.
- Se valorice el Evangeliario con una procesión precedente a la proclamación, sobre todo en las solemnidades.
- Se ponga en evidencia el rol de los servidores de la proclamación: lectores y cantores.
- Sean formados adecuadamente los lectores y lectoras de modo que puedan proclamar la Palabra de Dios en forma clara y comprensible, al mismo tiempo que son invitados a estudiar y testimoniar con la vida aquello que leen.
- Se proclame la Palabra de Dios en forma clara, teniendo familiaridad con la dinámica de la comunicación.
- No sean olvidadas aquellas personas para las cuales es difícil la recepción de la Palabra de Dios, como aquellos que tienen dificultades visuales y auditivas (atención a las minusvalías).
- Se haga un uso competente de los instrumentos acústicos (megafonía adecuada).
Finalmente se recuerda “la grave responsabilidad que tienen quienes presiden la Santa Eucaristía para que nunca sean sustituidos los textos de la Sagrada Escritura con otros textos”. Las lecturas no pueden ser cambiadas a capricho y menos aún sustituidas por lecturas no testamentarias.
Sobre la Homilía, que recordamos también forma parte de la Liturgia de la Palabra, se afirma que “debería haber homilía en todas las Misas cum populo, incluso durante la semana. Es necesario que los predicadores (obispos, sacerdotes, diáconos) se preparen en la oración para predicar con convicción y pasión”. Además, “la homilía debe estar nutrida de doctrina y transmitir la enseñanza de la Iglesia para fortificar la fe, llamar a la conversión en el marco de la celebración y preparar a la realización del misterio pascual eucarístico”. Por último, en continuidad con Sacramentum Caritatis, los Padres Sinodales desean “un Directorio sobre la homilía que debería exponer, junto a los principios de la homilética y del arte de la comunicación, el contenido de los temas bíblicos que se presentan en los leccionarios en uso”. En muchos casos en las homilías actuales sobra moralina, opiniones subjetivas del pensamiento del sacerdote sobre política o sociedad, que pueden ser expuestas en otro lugar, o comentarios de actualidad.
Sobre el Leccionario se recomienda “un examen del Leccionario romano para ver si la actual selección y ordenación de las lecturas es verdaderamente adecuada a la misión de la Iglesia en este momento histórico. En particular, el vínculo de la lectura del Antiguo Testamento con la perícopa evangélica debería ser reconsiderado de modo que no implique una lectura demasiado restrictiva del Antiguo Testamento o la exclusión de algunos pasajes importantes”. Es cierto que hay algunas lecturas “duras” aunque se hagan en días feriales y asimismo a veces, por encajar las lecturas con el Evangelio se puede forzar algo.
Ministerio de la Palabra y mujeres.
Luego de reconocer y animar “el servicio de los laicos en la transmisión de fe” y especialmente de las mujeres, quienes tienen “un rol indispensable sobre todo en la familia y en la catequesis”, los Padres Sinodales manifiestan el deseo de que “el ministerio del lectorado se abra también a las mujeres de modo que, en la comunidad cristiana, sea reconocido su rol de anunciadoras de la Palabra”. Esta recomendación es muy importante para que en un futuro, esperemos que cercano, las mujeres puedan ser lectoras instituidas, ministerio que muchas ya ejercen de hecho aunque no de derecho. Esta recomendación es de lo más novedoso e importante a mi parecer.
Celebraciones de la Palabra de Dios
Los Padres Sinodales afirman que “la celebración de la Palabra es uno de los lugares privilegiados de encuentro con el Señor” y recomiendan que se formulen rituales para estas celebraciones, “basándose en la experiencia de las Iglesias en las cuales los catequistas formados conducen habitualmente las asambleas dominicales en torno a la Palabra de Dios. Su objetivo será evitar que estas celebraciones sean confundidas con la Liturgia Eucarística”. Aclaramos que esas celebraciones son las que se realizan en ausencia del presbítero, en comunidades en los que el sacerdote no puede acudir por diversas causas y un laico autorizado dirige la celebración.
Finalmente, también piden que “las peregrinaciones, las fiestas, las diversas formas de piedad popular, las misiones, los retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón, sean una oportunidad concreta ofrecida a los fieles para celebrar la Palabra de Dios e incrementar su conocimiento”. En definitiva, que no haya celebración sin el alimento de la Palabra, al igual que ocurre en la celebración de todos los sacramentos.

9.2.09

EL PAPEL DEL OBISPO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA II

Hemos visto en el anterior artículo el recibimiento al obispo y los momentos previos. Ahora analizamos su papel dentro de la celebración eucarística, tanto en los ritos introductorios como en la Liturgia de la palabra.
Se inicia con la procesión de entrada, que da comienzo a una señal del maestro de ceremonias. El orden de la procesión es el mismo que en una Misa solemne. La abre la Cruz patriarcal alzada, cuando preside el obispo titular. Digamos a modo de curiosidad que en la liturgia de la catedral de Sevilla, el crucificado que lleva la Cruz patriarcal mira al obispo si preside el metropolitano. Lo habitual es que mire hacia delante.
Los concelebrantes preceden inmediatamente al obispo, que lleva mitra y báculo en la mano izquierda con la parte redondeada mirando al pueblo y la mano derecha sobre el pecho. Los dos diáconos ayudantes van un poco por detrás del obispo, seguidos del portador del báculo y el de la mitra.
Al llegar al presbiterio, el obispo entrega el báculo al diácono ayudante, situado a su izquierda el cual a su vez se lo entrega al acólito adecuado. El obispo se inclina hacia adelante y el primer diácono ayudante que se encuentra a su derecha (o el maestro de ceremonias) le quita la mitra y se la entrega al portador de la mitra. Todos hacen una reverencia profunda al altar o una genuflexión si el sagrario está en el presbiterio.
Solamente el obispo y los diáconos besan el altar. Luego, el obispo inciensa el altar como de costumbre. El primer diácono ayudante toma el incensario y lo entrega al obispo. Una vez acabada la incensación, el obispo entrega el incensario al diácono que, a su vez, lo da al turiferario. Los diáconos ayudantes (o los concelebrantes) avanzan a ambos lados del obispo durante la incensación; también cuando, al acabar, el obispo se dirige a la cátedra.
El obispo puede entonar como saludo: «La paz esté con vosotros». En los domingos, la bendición y la aspersión del agua bendita puede sustituir al rito penitencial.
En cuanto a los sitios a ocupar, los diáconos ayudantes (o los dos concelebrantes) ocupan los asientos situados a ambos lados de la cátedra del obispo. Al diácono de la Misa se le asigna un lugar distinto, nunca entre los con­celebrantes. La Misa solemne continúa como de costumbre.
Tras la oración colecta el obispo se sienta y el segundo diácono o el maestro de ceremonias le pone la mitra. La mitra se le pone situándose de cara al obispo y, sosteniéndola con ambas manos, con las ínfulas sostenidas por los dedos, con cuidado de no descolocar el solideo.
El incienso se prepara, como es costumbre, antes del Evangelio. El primer diácono ayudante (a la derecha del obispo) se encarga de la nave­ta y de la cucharilla. El diácono de la Misa (o diácono de la Palabra) se acerca para recibir la bendición. Un concelebrante que actuase como diá­cono también se acercaría a recibir la bendición del obispo. El segundo diácono ayudante le quita la mitra al obispo que se levanta cuando el diácono de la Misa lleva el Evangeliario al ambón.
El acólito trae el báculo. En el momento en que el diácono anuncie el Evangelio, el segundo diácono ayudante entrega el báculo al obispo que puede sostenerlo con ambas manos. Al terminar la proclamación del Evangelio, el obispo entrega de nuevo el báculo. El diácono que ha leído el Evangelio debe llevar el Evangeliario abierto al obispo para que bese el texto. El obispo puede bendecir al pueblo con el Evangelario. Después, el diácono se lo lleva al ambón.
El obispo se sienta para pronunciar la homilía. El diácono encargado o ayudante le pone la mitra. El obispo puede predicar de pie o sentado, desde la cátedra o en el ambón. Puede sostener el báculo con la mano izquierda, si lo ve oportuno. Al terminar la homilía se le quita la mitra para entonar el Credo. Después preside la Oración de los fieles y al finalizar se sienta y recibe de nuevo la mitra, para dar comienzo a la liturgia eucarística, que veremos en otro artículo.

2.2.09

EL PAPEL DEL OBISPO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA I

En una serie de artículos vamos a analizar la función y papel del obispo en la celebración eucarística. En este primer artículo veremos los ministros necesarios para la celebración y los momentos previos.
El obispo, cuando preside la celebración eucarística, hace que su Iglesia particular sienta el ministerio del pastor principal, que congrega al clero y al pueblo en unidad de apostolado.
La forma más solemne de la Misa episcopal es la llamada “Misa estacional” tradicionalmente llamada “Misa pontifical” sobre todo cuando la celebra en su catedral en los días más solemnes de año litúrgico o en ocasiones importantes de la vida diocesana. A esta Misa nos vamos a referir.
Cuando oficia el obispo se precisan más ayudantes que la Misa que oficie un presbítero. Debe haber al menos tres diáconos –ministros tradicionalmente asociados al obispo–, uno para servir el altar y proclamar el Evangelio y otros dos más cercanos como ayudantes inmediatos del obispo. En su defecto el papel diaconal lo desempeñarían presbíteros concelebrantes. Los presbíteros concelebrantes no deben faltar y si la catedral tiene Capítulo deberían concelebrar el deán y algunos canónigos. Tampoco debe faltar un maestro de ceremonias para dirigir los ritos. Hay que sumar a los acólitos habituales para la procesión de entrada (turiferario, naveta, crucífero, ceroferarios en mayor número) dos acólitos ministros del báculo y la mitra con humerales detrás del obispo. El ministro del báculo se situará a la izquierda (el obispo porta el báculo con su mano izquierda con la parte curva superior redondeada hacia el pueblo) y el de la mitra a la derecha. Si participan más obispos, sólo el metropolitano portará báculo y ocupará la cátedra. Es muy aconsejable que las lecturas las hagan lectores instituidos a ser posible, para así poner de manifiesto la variedad de ministerios y la pluralidad de oficios.
Se puede seguir la tradición romana de siete acólitos portando luces, significando las siete iglesias primitivas. Estas luces se colocan posteriormente en el altar o cerca.
La recepción al obispo puede hacerse de varias formas. Describimos la forma más ceremoniosa. El obispo debe llevar hábito coral o sotana púrpura con faja. En los días más señalados del año litúrgico, solemnidades o visitas pastorales debe ser recibido formalmente en las puertas de la catedral o templo de la siguiente manera: el deán o representante –párroco si es visita pastoral– le espera en la puerta adecuada, acompañado de un acólito que porta el acetre con agua bendita e hisopo. Se inclina ante el obispo y le entrega el hisopo. El obispo, tras quitarse la birreta y el solideo se asperge a sí mismo y a sus acompañantes. Si hay aspersión en la Misa este rito se omite.
Los canónigos –o clero– le han esperado en el interior de la catedral en fila de dos. Se dirigen procesionalmente primeramente al lugar donde esté reservado el Santísimo. Allí el obispo, tras quitarse el solideo, hace genuflexión y reza, acompañado de sus más cercanos colaboradores, durante un breve tiempo. Al terminar y tras colocarse de nuevo el solideo se dirige a la sacristía donde los diáconos y ayudantes ya deben estar revestidos.
El obispo se quita la cruz pectoral, la muceta y el roquete. Dos ayudantes le traen un aguamanil, jofaina y toalla, haciendo la reverencia que está indicada siempre que se le sirve al acercarse, al alejarse o si se pasa delante de él. Al acabar de lavarse las manos, el obispo se reviste. El derecho a la llamada “pontificalia completa”, o sea, a portar todos los signos pontificales, está reservada al obispo diocesano.
El obispo se pone alba y estola, sobre ellas la cruz pectoral con cordón verde y dorado. Bajo la casulla lleva la dalmática episcopal. El obispo metropolitano llevará, además, el palio sobre la casulla, sólo en la Misa solemne, en las ordenaciones, dedicaciones de iglesias o altares y otras ocasiones. En la cabeza mitra sobre el solideo. Hay varias clases de mitra, según las ocasiones y tiempos litúrgicos. Si participan otros obispos, además de los ornamentos propios de un presbítero, llevarán la cruz pectoral bajo la casulla y una mitra sencilla.
Cuando todo está dispuesto y a una señal del maestro de ceremonias se inicia la procesión de entrada, que trataremos en otro artículo
Terminamos aclarando dos cosas: cuando decimos que el obispo se quita el solideo, mitra u otra prenda se entiende que lo hace un ayudante. Además, no confundir la palabra palio con lo que seguramente cualquier cofrade piensa: el palio episcopal en una tira de tela de lana blanca a modo de estola que se coloca alrededor del cuello con tiras sobre el pecho y la espalda decorada con seis cruces negras. Lo llevan los arzobispos metropolitanos y el papa significando el buen pastor que porta a sus ovejas y que da su vida por ellas.

17.1.09

LAS MANOS Y SUS ACCIONES CEREMONIALES

Todos los gestos litúrgicos ­­que se hacen con las manos son siempre muy significativos.
En ningún caso debe haber dudas acerca de la posición de las manos en cualquier momento de la celebración eucarística. Como norma general diremos que:
- en la procesión de entrada –o salida– las manos de los acólitos y concelebrantes van unidas a la altura del pecho por las palmas y el pulgar derecho sobre el izquierdo formando cruz
-cuando se lleva un objeto con una mano –incensario, naveta– la otra siempre descansa plana en el pecho con los dedos juntos con naturalidad
-cuando el celebrante, el diácono y los ayudantes están sentados las manos –con los dedos juntos– descansan sobre las rodillas, y los codos están doblados de un modo relajado.
En definitiva, el sacerdote, el diácono y los ayudantes deben observar la disciplina de «las manos juntas» mientras están en el presbiterio y en las proce­siones.
El celebrante realiza con sus manos más acciones ceremoniales que los demás ministros. Dentro de una lógica moderación, el celebrante puede mover las manos como desee en la homilía y cuando lee avisos. Pero no debe aña­dir gestos propios en otros momentos de la celebración eucarística. La OGMR regula todos los gestos e indica con precisión qué hacer con las manos en cada momento.
En el saludo «El Señor esté con vosotros», las manos, que estaban unidas, se abren. El gesto debe ser suave y transmitir una sensa­ción de reverencia y control, sin parecer brusco, mecánico o demasiado efusivo. Es un gesto que expresa paz e invitación a la oración y al reco­gimiento.
Las manos se extienden ceremonialmente durante el rezo de determinadas oraciones de petición de misericordia. Es un gesto de las primeras épocas de la Iglesia. Con el desarrollo de la Misa de cara al pueblo, este gesto se ha hecho más amplio y relajado pero puede llegar a ser exagerado. No es fácil normalizar este gesto como puede apreciarse en la concele­bración. Sin embargo, una solución ecuánime a este problema podría ser extender las manos con los dedos juntos, con elegancia y no con rigi­dez, y que las palmas estén en una posición abierta y natural, ligera­mente adelantadas en relación a los hombros, teniendo los codos cerca del cuerpo.
El celebrante y concelebrantes extienden las manos hacia adelante, las palmas hacía abajo, en la epíclesis de la Plegaría eucarística. Éste es un signo de invocación al Espíritu Santo, que tiene su origen en un gesto del Antiguo Testamento. Durante las palabras de la institución, los concelebrantes si el gesto parece oportuno, extienden su mano derecha hacia el Pan y hacia el cáliz.
En una bendición solemne u oración sobre el pueblo, las manos del sacerdote se extienden de la misma manera cara al pueblo, sí bien deberían estar un poco más elevadas, con las palmas hacía abajo.
En cambio, parece mejor evitar los siguientes gestos: la anti­gua práctica de manos enfrentadas, las palmas de cara al pueblo en una posición defensiva, un gesto casual que puede sugerir indiferencia o cansancio, un alargamiento o elevación excesiva de las manos (que no se puede mantener durante mucho tiempo), o mover las manos hacia arriba y hacia abajo a la par que se va leyendo.

8.1.09

LA CUESTIÓN DEL PRO MULTIS

Antes de comenzar este articulo sobre las palabras latinas “pro multis” y su traducción al español debemos advertir que esta cuestión sólo de manera tangencial es litúrgica –porque aparecen en las Plegarias eucarísticas– pero su calado es claramente teológico.
El titular puede resultar extraño a la mayoría de los lectores. ¿Qué es eso del “pro multis"? Pasamos a explicarlo.
La lengua oficial de la Iglesia es el latín. En esa lengua se publican todos los documentos oficiales que salen de la Santa Sede –encíclicas, decretos, libros litúrgicos, etc– y posteriormente se traducen a las lenguas vernáculas. En el Misal Romano, en la versión original en latín, en el momento de la consagración del Vino se dice literalmente

Accípite et bibite ex eo omnes:
hic est enim calix sánguinis mei
novi et aetérni testaménti,
qui pro vobis et pro multis effundétur
in remissiónem peccatórum.

La traducción al castellano –y a otras lenguas– se hizo así:

Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada por vosotros y por todos los hombres
para el perdón de los pecados."

Seguramente que fueron motivos pastorales o catequéticos los que movieron a los traductores para traducir lo que significaba “por muchos” como “por todos”. En 2006[1] el cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación del Culto Divino, escribió a todos los presidentes de las conferencias episcopales del mundo para informarles de que el "pro multis" de la fórmula de consagración del Vino será traducido "por muchos" y no "por todos". Para aquellos países en los que deba hacerse el cambio, caso de España, la carta del cardenal establece que los obispos preparen la introducción de la frase aprobada por los textos litúrgicos en el término de "el próximo año o dos". Ya ha transcurrido el plazo. ¿Qué hacer? ¿Son válidas las misas que se dicen con la traducción errónea? No olvidemos que las palabras de la institución son las más importantes y las mismas de todas las Plegarias eucarísticas existentes.
¿Significan tal vez que la redención no es universal, para todos los hombres? Nada de eso. Cristo murió por todos. En la carta citada se explica que “La expresión "por muchos", mientras permanece abierta a la inclusión de cada uno de los seres humanos, refleja, además el hecho de que esta salvación no es algo mecánico, sin el deseo o la participación voluntaria de cada uno. El creyente es invitado a aceptar por la fe el don que le es ofrecido y a recibir la vida sobrenatural que le dada a los que participan del misterio, viviéndolo como lo viven aquellos que están en el número de los "muchos" a los que se refiere el texto”.
Terminamos este farragoso asunto con algunas preguntas.
¿Deberán los sacerdotes hacer este cambio de inmediato?
De ninguna manera. No se hará cambio alguno hasta que la nueva traducción del Misal Romano haya sido aprobada por los obispos y confirmada por la Santa Sede. Por lo menos faltan varios años para completar el Misal.
¿Acaso son inválidas las Misas que han utilizado “por todos”?
De ninguna manera. “No existe duda alguna en relación a la validez de las Misas celebradas utilizando la fórmula aprobada debidamente que contiene una fórmula equivalente a “por todos”. En la carta en la que anunció el cambio, el cardenal Arinze aclara que “la fórmula por todos correspondería indudablemente a una interpretación exacta de la intención del Señor expresada en el texto.”
Termina la carta del cardenal Arinze con un pequeño tirón de orejas: “En concordancia con la Instrucción Liturgiam Authenticam, ha de hacerse un esfuerzo para ser más fieles a los textos latinos de las ediciones típicas”.




[1] CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUMProt. n. 467/05/L Roma, 17 de octubre de 2006

31.12.08

EL ACÓLITO AL SERVICIO DEL ALTAR

En este tercer artículo dedicado al ministerio del acolitado vemos el servicio al altar.
Dentro de todos los cometidos para los que el acólito está autorizado el más propio y específico es el del servicio al altar. Describimos su ministerio.
En la procesión de entrada participará, llevando como los demás ministros las manos unidas por la palma y el pulgar derecho sobre el izquierdo a la altura del pecho. Tras la reverencia al altar ocupa su sitio en el presbiterio y allí permanece hasta el comienzo de la Liturgia eucarística, salvo que se le reclame para otros servicios.
Al acabar la Oración de los fieles se dirige al altar con el cáliz vacío, el purificador, la patena con el Pan, la hijuela si se usa y el corporal. Si no hay otro llevará las vinajeras y el copón con hostias para ser consagradas si procede.
Extiende el corporal sobre el altar y coloca cerca el cáliz y la patena, pero no los pone sobre el corporal ya que esa acción corresponde al presidente. Tampoco echa el vino y el agua en el cáliz.
Si hubiese procesión con los dones ayudará al sacerdote. Recogerá los objetos que le entregue el sacerdote y los pondrá en el sitio adecuado.
Cuando sea el momento, desde el lado derecho, acerca la vinajera del vino con su mano derecha ofreciendo el asa al sacerdote. La retira con su mano izquierda y acerca la del agua de la misma manera. A continuación se retira al extremo derecho del altar y procede al rito del lavabo, que recordamos no es optativo aunque muy frecuentemente se omita –si hay incensación de las ofrendas esperarán hasta que termine–.
Si hay dos, uno de los acólitos sostiene el aguamanil –jarro con el agua– y la jofaina –vasija para recoger el agua del lavabo– y otro la toalla, llamada manutergio o cornijal. Después se retira a su sitio y ya no interviene más hasta la comunión salvo que sean requerido para otra acción –sostener un micrófono o un libro–. Los acólitos, mientras están sentados, deben tener las manos extendidas sobre las rodillas.
Puede tomar el copón del sagrario si se va a usar, haciendo genuflexión, y colocarlo abierto en el altar para que el sacerdote lo coja y asimismo acompañar al sacerdote con la bandeja de comunión mientras la reparte. Si como ministro extraordinario de la comunión tuviese que repartirla lo harán según el rito establecido, o sea, mostrando la hostia a los comulgantes y diciendo “El cuerpo de Cristo”. Al acabar, coloca el copón de nuevo en el sagrario, haciendo genuflexión al terminar.
Tras la comunión y mientras el sacerdote permanece sentado un acólito procederá a doblar el corporal y hacer las abluciones, en la credencia o al acabar la misa. Esta acción no es propia del presidente y debería realizarla siempre el acólito (o diácono). Una vez despejado el altar se retira a su sitio. Inclina la cabeza al recibir la bendición y al terminar la Misa participa en la procesión de salida de igual forma que en la de entrada.
Jesús Luengo Mena

21.12.08

LOS ACÓLITOS CEROFERARIOS Y CRUCÍFERO

En este segundo artículo dedicado a los acólitos vamos a pormenorizar las funciones que, dentro de la celebración eucarística, desarrollan los acólitos ceroferarios, o sea, los portadores de los ciriales y el portador de la cruz (crucífero).
Unas observaciones previas sobre la cruz. No debe faltar en ninguna procesión de entrada. Si es parroquia se llama cruz parroquial, en otro caso será simplemente cruz procesional. La del arzobispo lleva doble travesaño y se llama cruz patriarcal. Suele llevar tallada o añadida una imagen del crucificado por un lado y otra de la Virgen por el reverso.
Como todos los acólitos, deberían vestir alba con cíngulo. También puede ser apropiado sobrepelliz sobre sotana negra, aunque ya sabemos que en las hermandades visten, impropiamente, dalmáticas.
En la procesión de entrada los ceroferarios serán dos, que se colocarán a derecha e izquierda del acólito crucífero (portador de la cruz). Van inmediatamente detrás del turiferario y portador de la naveta, que siempre abren marcha.
El acólito crucífero deberá llevar la parte de la cruz donde suele haber un crucificado mirando hacia delante. No obstante, en la catedral de Sevilla y cuando en la procesión va el arzobispo jurisdiccional (el ordinario del lugar) en ese caso se colocará la cruz de forma que el crucificado mire al arzobispo, o sea, hacia adentro. Si es otro obispo pero no el titular la cruz mirará adelante.
Al llegar al altar colocan los ciriales y la cruz en el sitio previamente previsto y se retiran discretamente a sus sitios.
Los ceroferarios vuelven a prestar su servicio en la proclamación del Evangelio. Durante el Aleluya van a por los ciriales y, encabezando la procesión al ambón, se colocan a ambos lados del mismo, afrontados. Al terminar la proclamación del Evangelio vuelven a su sitio. Aunque en los cultos de las hermandades es costumbre tener los ciriales levantados durante la proclamación evangélica no hay ninguna norma que lo indique de manera expresa.
El siguiente momento de su intervención será durante la Plegaria eucarística. Al llegar el Santus irán a por los ciriales y se colocarán delante del presbiterio, sin que en ningún caso establezcan una barrera entre el altar y el pueblo. Al acabar la Plegaria eucarística, con la doxología mayor –Por Cristo, con Él y en Él...– vuelven a sus sitios y ya no vuelven a intervenir hasta la procesión de salida, en el mismo orden que a la entrada.
Para terminar sólo unas palabras sobre los llamados acólitos ministros de la mitra y el báculo. Sólo están presentes, como es lógico, cuando oficia el obispo.
Además del alba y cíngulo portan sobre sus hombros unos anchos paños a modo de humeral llamados "vimpa" cuya función es puramente práctica: no tocar con las manos la mitra y el báculo para no ensuciarlos.
Su misión es tener la mitra y el báculo cuando el obispo no los usa. Les serán entregados por otro ministro. Su función es pues muy concreta y limitada. El portador del báculo debe saber que el obispo lo porta con su mano izquierda y con las volutas mirando adelante. Cuando lo sostenga el acólito deberá cuidar de que las volutas miren hacia atrás.
Jesús Luengo Mena, lector y acólito instituido.

13.12.08

EL ACÓLITO TURIFERARIO: SUS FUNCIONES

En una serie de artículos vamos a describir las funciones de los acólitos dentro de la celebración eucarística y que pueden y no pueden hacer. Comenzamos con el acólito turiferario y seguiremos posteriormente con los portadores de ciriales (ceroferarios) y ayudantes del altar.
El acólito turiferario (el portador del incensario) es uno de los acólitos más dinámicos dentro de la celebración eucarística. Viste, como todos los acólitos, alba con cíngulo.
El incensario se llama también turíbulo, del griego thus, que significa incienso. De ahí el extraño nombre de turiferario al portador del "turíbulo" o incensario.
Antes de comenzar a describir sus funciones haremos algunas advertencias previas. En primer lugar, el turiferario debe tener en cuenta que el incienso siempre lo pone el sacerdote que preside y lo pondrá siempre antes de cada momento en que tenga que usarlo. Así pues, el turiferario ofrecerá en los momentos oportunos el incensario al sacerdote. Debe saber que el sacerdote bendecirá el incienso recién impuesto, por lo que debe esperar a este rito para retirar o entregarle el incensario. Nunca debe dar la espalda al ministro al que sirve.
De igual forma siempre hará reverencia a la persona que vaya a incensar, antes y después de realizada la acción –sólo incensará, si procede, al sacerdote, al pueblo y en el momento de la consagración al Pan y al Vino–.
No debe hacer reverencia en el momento de ofrecer el incensario para que se ponga incienso sino solamente cuando va a incensar, excepto si sirve al obispo. Si hay presencia de diácono, el turiferario se limitará a pasárselo en los momentos oportunos y en este caso su misión se limita transportar el incensario, darlo y retirarlo. También debe saber que, salvo los momentos prescritos para incensar, el resto del tiempo no debe mover el incensario.
Hacemos un recorrido por su servicio en el supuesto, el más frecuente, de que no haya diácono.
a) En la sacristía ofrecerá el incensario al sacerdote para que éste ponga incienso.
b) En la procesión de entrada, el turiferario abre marcha. Lleva el incensario con su mano derecha, moviéndolo de atrás para adelante, siempre en el sentido de la marcha y nunca de derecha a izquierda, para evitar golpear a otros. Su mano izquierda irá colocada en el pecho. A su izquierda va el portador de la naveta.
c) Al llegar al presbiterio hace inclinación de cabeza al altar y sube por su izquierda, colocándose en un lugar discreto. Al llegar el sacerdote le ofrece el incensario para que ponga incienso y se lo entrega para que el sacerdote inciense al altar, la cruz y las imágenes. Acabado el rito recoge de manos del sacerdote el incensario y se retira a su sitio.
d) En el momento del Aleluya el turiferario se acercará de nuevo al sacerdote y se lo ofrecerá para que ponga incienso. En el momento preciso se dirigirá al ambón encabezando la procesión del Evangelio y se situará a la derecha del sacerdote –o diácono– para entregárselo cuando lo pida para incensar al Evangelio, tras las palabras “Lectura del Santo Evangelio según ...”. Después lo recoge y se retira. Debe moverlo moderadamente pero en toda su amplitud durante la proclamación evangélica.
e) Una vez preparadas las ofrendas procede su incensación. En este momento el turiferario se acerca al sacerdote para que ponga incienso. El sacerdote incensará a las ofrendas, al altar rodeándolo y a la cruz al llegar a su altura. A continuación, entregará el incensario al acólito turiferario. Éste incensará al sacerdote con tres golpes dobles (su nombre técnico sería tres ductus de dos ictus cada uno). Posteriormente incensará a los concelebrantes, si los hubiese, y después, dirigiéndose al centro del presbiterio y cara al pueblo lo incensará, siempre con tres golpes dobles. Primero al centro, luego a la izquierda y finalmente a la derecha. No debe incensarse expresamente ni a las autoridades presentes ni a los miembros de Junta sino al pueblo en general. Acabado el rito se retira a su sitio.
f) El último momento del empleo del incienso en la celebración eucarística llega en el momento de la consagración. Tras el santus el turiferario se colocará de rodillas delante del altar e incensará en el momento de la elevación del Pan y del Vino, también con tres golpes dobles. Se levantará tras la elevación del cáliz de manera que en la frase “Este es el sacramento de nuestra fe” y la posterior aclamación del pueblo esté ya en pie. Después se retira a su sitio.
g) Desde ese momento solamente interviene si hay Salve, ofreciendo el incensario al sacerdote para que inciense a la imagen mariana y retirándolo posteriormente.
h) En la procesión de salida procede igual que en la de entrada.
Como hemos visto, salvo al Santísimo que se le inciensa de rodillas, en los demás casos siempre es de pie.
Por último unos consejos prácticos sobre el manejo del incensario. El que inciensa sostiene con la mano izquierda las cadenas por su parte superior a la altura del pecho y con la derecha por la parte inferior, cerca del incensario y lo sostiene de manera cómoda de manera que pueda moverlo con soltura. Alzarlo a la altura de sus ojos es una buena medida.

10.12.08

LA SACRISTÍA Y SUS ELEMENTOS

La sacristía, aunque en sentido estricto no forma parte del conjunto litúrgi­co, juega un papel importante en la preparación del culto y en su digna realización. La sacristía mayor consiste en una habitación a modo de capilla que incluso puede tener un altar fijo. Debe ser espaciosa y se situará cerca del presbiterio o de la entrada de la iglesia. Es habitual construirla detrás del altar mayor. Sería deseable que hubiese otra sala cerca de la puerta de entrada a la iglesia, para cuando haya procesión de entrada.
El motivo central de la sacristía mayor puede ser un crucifijo o alguna otra imagen sagrada. Habitualmente, los clérigos y los ayudantes vene­ran esta imagen antes y después de las celebraciones litúrgicas. Es conveniente que haya, para información de los celebrantes visitantes, una cartela con los nombres del Papa y del obispo diocesano, y con el título de la iglesia. En la puerta de acceso a la iglesia debe haber una pila de agua bendita. También, junto a esta puerta, puede colgarse una campanilla para avisar al pueblo cuando una procesión vaya a hacer entrada en la iglesia.
Al diseñar o renovar una sacristía se deberían tener presentes los siguien­tes detalles: una mesa o un banco espacioso para extender los ornamen­tos, armarios y cajones grandes para guardar los ornamentos sagrados, una caja fuerte para los vasos sagrados y la llave del sagrario, un lavabo, toallas, un lavabo pequeño con desagüe directo a la tierra (sacrarium), un sitio donde guar­dar el pan y el vino para el sacrificio eucarístico, una estantería para guardar los libros litúrgicos, un reloj, un soporte para la cruz procesional, un sitio para reservar la Eucaristía durante las ceremonias de Pascua, y un armario o sitio decoroso para los san­tos óleos, si no se guardan en el baptisterio. Un espejo, para que los ministros y ayudantes puedan verse vestidos, es también importante que exista.
En la «sacristía de trabajo» debería haber un lavabo grande con agua caliente y fría, una mesa para planchar y una plancha, un lugar donde recoger una aspiradora y material de limpieza, más un mueble donde almacenar los candeleros, los candelabros, la base del cirio pascual, las figuras del belén y accesorios tales como: velas, lámpa­ras votivas, repuesto para lámparas de aceite o de cera, incienso, carbón y las palmas del año anterior; también sería práctico tener un refrige­rador. En la sacristía o cerca de ella, debe haber una zona para guardar y encender los incensarios. Los ayudantes y el coro deberían tener una habitación separada para cambiarse.
En la sacristía se tendrán en cuenta los mismos principios de limpieza y de orden que son esenciales en el cuidado de la iglesia. Habrá que tener un especial cuidado en la conservación de objetos decorativos, vasos sagrados y ornamentos que hayan sido heredados del pasado, excepto los de escaso valor que no vale la pena reparar o restaurar. Quienes están en la sacristía, antes o después de la celebración litúrgi­ca, deben guardar silencio o en hablar en voz baja.

1.12.08

CALENDARIO LITÚRGICO DEL AÑO 2009

El pasado treinta de noviembre fue el primer domingo de Adviento. Comienza un nuevo Año litúrgico y por lo tanto es útil relacionar las principales festividades del calendario litúrgico para el año 2009.

CELEBRACIONES MOVIBLES
Domingo 1º de Adviento: 30 de noviembre.
Sagrada Familia: 28 de diciembre.
Bautismo del Señor: 11 de enero.
Miércoles de Ceniza: 25 de febrero (comienza la Cuaresma)
Domingo de Ramos: 5 de abril
Domingo de Resurrección: 12 de abril. (Pascua)
Ascensión del Señor: 24 de mayo.
Domingo de Pentecostés: 31 de mayo. (Rocío)
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote: 4 de junio.
Santísima Trinidad: 7 de junio.
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: 14 de junio (Corpus)
Sagrado Corazón de Jesús: 19 de junio.
Jesucristo, Rey del Universo: 22 de noviembre.

TIEMPO ORDINARIO
En el año 2009, el tiempo ordinario comprende 34 semanas, desde el día doce de enero, lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, hasta el veinticuatro de febrero, día anterior al miércoles de Ceniza. Comienza de nuevo el tiempo ordina­rio el día uno de junio, lunes después del domingo de Pente­costés. Se omitirá la octava semana.

FIESTAS DE PRECEPTO EN ESPAÑA
1 enero Santa María, Madre de Dios.
6 enero Epifanía del Señor.
19 marzo San José, esposo de la Virgen María.
25 julio Santiago, apóstol.
15 agosto La Asunción de la Virgen María.
1 noviembre Todos los Santos.
8 diciembre La Inmaculada Concepción de la Virgen María.
25 diciembre La Natividad del Señor.
Además cada diócesis debe añadir las fiestas que acuerde el Obispo.

El año 2009 es año impar y el Leccionario dominical a usar es el del ciclo B.
Los libros litúrgicos a emplear son: Misal Romano, Oración de los fieles, Libro de la Sede y los Leccionario II –ciclo B– Leccionario IV –ferias del Tiempo ordinario–, Leccionario V –santos–Leccionario VII –ferias de los tiempos fuertes Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua– y Leccionario VIII –rituales–.
Jesús Luengo Mena

Fuente: Calendario Litúrgico Pastoral 2009. Edita Secretariado de la Comisión Episcopal dee Liturgia

18.11.08

LOS MOMENTOS PREVIOS A LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA II

Completamos con este artículo el anterior, dedicado a los momentos y preparativos previos a la celebración eucarística.
Al llegar a la sacristía, el celebrante debe asegurarse y comprobar que se ha escogido la celebración apropiada, de acuerdo con el calendario litúrgico pastoral. Debe recordar la intención particular por la que celebra el Sacrificio del Señor y marcar la página del misal, leccionario y del evangeliario si se usa. También pueden hacerlo ayudantes cualificados (un lector o sacristán).
Habría que señalar que hay «sacerdotes de sacristía», que se preocupan de demasiadas cosas, porque no delegan en los laicos la preparación del culto. Sin embargo a los laicos nos gusta realizarlo, como ministerio laico que es. Al igual que los sacristanes, los demás ayudantes deben saber dónde se guardan las vestiduras sagradas, el pan, el vino, los lienzos, el incienso, el carbón, las velas y demás para que, si es necesario, se pue­dan reponer durante la liturgia.
A los sacristanes, ayudantes, acólitos y lectores nos corresponde encargarnos de los siguientes preparativos:
* Retirar (si lo hay) el cubremantel y dejar extendido al menos un mantel, encender las velas en o cerca del altar (dos, cuatro o seis depen­diendo de la ocasión). En este momento no queda nada sobre el altar excepto la cruz, las velas y las flores, si es que se colocan sobre el altar. El micrófono, discreto, debe estar operativo tanto en el altar como en la sede y en el ambón. También un antipendio o frontal del color adecuado se puede poner en el altar.
* En la sede se colocan cerca el misal, o libro de la sede, y los libros para la oración de los fieles, los avisos y el micrófono.
* En el ambón se pone el leccionario abierto, a no ser que se lleve en proce­sión. El texto que lee el lector de la oración de los fieles y la homilía también deben estar preparados. Un antipendio o frontal del color correspondiente puede adornar el ambón.
* En la credencia se extiende un paño sobre la mesa y se coloca: el cáliz cubierto con un purificador doblado, la palia, el cubrecáliz (si se usa) del color de los ornamentos o blanco, un corporal doblado y otros cálices según las necesidades, cada uno con su purificador, atril y un misal grande si se utiliza un libro más pequeño en la sede. Si no hay procesión de ofrendas se coloca también la patena con la hostia grande para la comunión del sacerdote y las hostias a consagrar. Añadir el aguamanil, la jofaina y la toalla para el rito del lavabo. Asimismo las vinajeras con agua y vino.
* Si hay procesión de las ofrendas, se preparará una mesa apropiada y segura cubierta con un paño, sobre la que se colocarán: una(s) patena(s) grande y/o un copón con formas; las vinajeras con agua y vino y las ofrendas para los pobres de acuerdo con las costumbres locales. Aquí no debe haber velas encendidas. Es preferible que estos cálices no contengan el vino. Sin embargo, en las grandes celebraciones, los cálices deben prepararse antes de la Misa, para ganar tiempo en la preparación de las ofrendas.
* El sagrario debe tener la llave cerca, con un corporal extendido y algunos purificadores para los han distribuido la Eucaristía..
* Por último, en la sacristía, deben estar los ornamentos dispuestos preparándolos en orden inverso al que se sigue al revestirse. Si se usa incienso, se encenderá el carbón en el incensario unos minutos antes de la Misa y si antes de la Misa se va a bendecir el agua bendita, se prepara el acetre con el hisopo.
Jesús Luengo Mena

7.11.08

LOS MOMENTOS PREVIOS A LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA I

Vamos en este artículo a tratar sobre los momentos previos a la celebración eucarística. Son recomendaciones prácticas, que no pertenecen a la liturgia pero pueden ayudan a ambientar y celebrar mejor.

Así como el sacerdote se prepara en la sacristía, también el pueblo hace lo mismo. Cualquiera que sea nuestra relación con el celebrante, cuando preside una celebración litúrgica particular es «nuestro sacerdote» y nosotros somos «su pueblo».
En primer lugar se debe asegurar que todos los fieles tengamos fácil acceso a la iglesia. Hay que pensar en los niños, ancianos e inca­pacitados en el diseño de las puertas, escalones y rampas. En la iglesia debe instalarse una buena iluminación, calefacción y demás acondicio­namientos. Si es costumbre, se dará la bienvenida y se ayudará a los fie­les pero sin dar preferencia a algunas personas cuando se acomoda a los feligreses. Se excluyen circunstancias en ocasiones muy señaladas que, por cortesía que no por mejor derecho, algunos tendrán lugar reservado (costumbre muy propia de cofradías cuando acuden representaciones oficiales).
La iglesia debe estar abierta antes de la liturgia para que quien lo desee pueda rezar en privado. El silencio es la mejor preparación de la litur­gia. Aparte de una música apropiada, no se debería permitir ningún menoscabo del derecho que el pueblo tiene a la tranquilidad antes de la Eucaristía. Por ejemplo: no se deberían permitir ensayos del coro o musicales, avisos que pueden darse más tarde, o distracciones en el presbiterio o en cualquier otro sitio. Los asistentes pueden encontrarse y hablar antes de la Misa, pero en una zona bien apartada del lugar donde se celebrará la liturgia. La costumbre bastante generaliza de estar “charlando” antes de la Misa debería desterrarse, así como de entablar conversaciones y saludos al finalizarla. Siempre habrá otros lugares más adecuados. Hay personas que necesitan –todos lo necesitamos– orar en silencio y no se les puede escamotear su derecho a orar y meditar en silencio y recogimiento.
El pueblo puede llevar sus propios misales para seguir las lecturas y oraciones. Los textos se pueden facilitar tam­bién en el boletín parroquial, en un misal pequeño o en un programa para una Misa especial.
Asimismo, se pueden facilitar cantorales apro­bados por el obispo. No obstante, el uso de una pantalla para proyectar textos o letras de canciones parece contrario al espíritu de la liturgia, porque la pantalla se convierte en el centro de atención, en vez del altar, el ambón, o la sede. La tecnología audiovisual puede tener algún uso en la iglesia, pero proyectar durante la Misa películas o diapositivas sugerentes reduce la piedad a la mera cultura televisiva. Lo anterior no excluye que, en templos donde parte del pueblo no tiene acceso directa a la visión del presbiterio o lo tiene desde una excesiva lejanía, se puedan usar estos elementos tecnológicos (por ejemplo, en una catedral) pero para ayudar a la visión de la celebración.
Por otro lado, se permite poner música religiosa, con un volumen discreto y de buena calidad, antes o después de la Misa, pero no durante la liturgia, en la que la comunidad debe ofrecer a Dios sus propios regalos de alabanza musical.
Jesús Luengo Mena

29.10.08

EL RITO DE LA PREPARACIÓN DEL ALTAR Y LA PROCESIÓN DE LAS OFRENDAS

El ceremonial de la liturgia eucarística expresa la realidad sublime del sacrificio-banquete como un proceso litúrgico que se mueve a tra­vés de varios pasos de la celebración, distintos pero relacionados. El llamado “rito de las ofrendas” inicia la primera etapa de la liturgia eucarística, con tres momentos que comienzan con la sencilla señal de la preparación del altar. Estos pasos son: preparación del altar y de las ofrendas, procesión de las ofrendas (si la hay) y preparación de los dones.
En este artículo vamos a tratar sobre las dos primeras partes del rito.
Preparación del altar
El celebrante y el pueblo se sientan mientras los ayudantes preparan el altar. Traen el cáliz –o cálices–, el corporal y purificador(es), el misal, el atril y cualquier otro vaso que contenga formas. El acólito o un ayu­dante extiende el corporal en el centro del altar. El ayudante pone en el lado derecho del altar el cáliz y el purificador, aunque también el cáliz puede prepararse en la credencia. El misal y el atril quedan mejor formando ángulo a la izquierda del corporal. Colocar el misal delante del celebrante no es conveniente y ponerlo en el lado más alejado del corporal, obviamente, puede traer consigo algún percance.
Cualquier otro vaso sagrado con formas se colocará con cuidado en el corporal. Si hay demasiados vasos sagrados con formas, pueden colocarse fuera el cor­poral. Si se usa palia, se pondrá a la derecha del corporal. La llave del sagrario se puede dejar cerca de éste o a la derecha del corporal. Una vez preparado el altar el celebrante va directamente al altar, si no hay procesión de las ofrendas, esperando a que los ayudantes hayan preparado los vasos sagrados y el misal.

Procesión de las ofrendas
Los que van a llevar las ofrendas se reúnen junto a la mesa de las ofren­das y toman los vasos sagrados y las vinajeras. Los ayudantes o un ayu­dante (que no lleve cirio) les acompañan desde la mesa de las ofrendas hasta el altar. El pan va en una patena o en un copón, y las vinajeras, con el agua y el vino. También pueden traer las ofrendas para los pobres. No debieran llevar los cálices y otros vasos vacíos, ya que se pierde simbolismo. En ciertas ocasiones pueden llevar objetos, en particular muestras del trabajo, pero siempre con sentido común y sin desvirtuar el sentido esencialmente eucarístico del acto. Mientras se realiza la procesión el pueblo puede entonar un canto u otra forma musical.
Importante: lo primero que se debe llevar siempre es el pan y el vino.
El celebrante, normalmente, recibe las ofrendas de pie en la parte delantera del presbiterio, acompañado por dos ayudantes. De manera digna y amable, muestra agradecimiento por la generosidad expresada por esta acción. Los ayudantes recibirán de él el pan y el vino así como otros objetos y los llevarán al altar o a la credencia. El celebrante no debe llevar nada al altar. Si la colecta ya se ha realizado y se ha presen­tado dinero, éste no se pone en el altar sino en un lugar adecuado.

Terminamos con unos consejos prácticos sobre el uso del corporal.
El modo normal de extender el corporal se realiza de acuerdo con las instrucciones siguientes:
a) Se coge el corporal con la mano derecha y se coloca plano en el cen­tro del altar, aún doblado, a unos quince centímetros aproximadamen­te del borde del altar, o más lejos si es un corporal grande.
b) Se desdobla, primero a la izquierda y luego a la derecha, confor­mándose tres cuadrados.
c) Se desdobla la sección más alejada del celebrante, hacia fuera, de modo que queden seis cuadrados.
d) Finalmente, se desdobla el pliegue más próximo al celebrante que­dando visibles nueve cuadrados, y se ajusta el corporal cerca del borde del altar. Si el corporal tiene una cruz bordada en uno de los cuadrados exterio­res centrales, se gira de modo que la cruz quede lo más cerca posible del celebrante.
Aunque las Hostias ya no se colocan directamente sobre el corporal, es todavía útil para recoger los fragmentos que puedan caer en la fracción o en las purificaciones, etc. Por tanto, se debe tener cuidado para no rozar un corporal abierto y tampoco sacudirlo en el aire. Tal acción mostraría una falta de respeto al lienzo más sagrado del altar, que debe usarse siempre allí donde se celebre una Misa.

15.10.08

LA DOXOLOGÍA. EL HIMNO DEL GLORIA

La palabra doxología –del griego doxa (gloria) y logos (palabra) es una palabra de gloria, de alabanza y bendición, por lo general trinitaria que suele usarse como remate de una oración o himno.
En la Eucaristía la doxología principal es con la que concluye la Plegaria eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del espíritu santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, respondiendo el pueblo con un AMEN. Si hay concelebrantes también lo recitan junto con el presidente, no así los demás ministros ni el pueblo.
La otra gran doxología que hay en la Misa es el himno del Gloria, en los ritos iniciales.
Con la palabra «gloria» comienzan dos de las doxologías de alabanza más clásicas para los cristianos: en la misa el himno «Gloria a Dios en el cielo», y en la oración en general, y en la salmodia en particular, el «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».
El himno Gloria a Dios en el cielo «es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios y al Cordero y le presenta sus súplicas» (OGMR 53). Se le llama también “himno angélico”, porque el evangelista Lucas pone su inicio en boca de los ángeles en la noche del nacimiento de Jesús (Lc2,14).
Es uno de los pocos himnos no bíblicos que nos han llegado de las primeras comunidades, junto con el “Te Deum” y el “Oh luz gozosa”. Parece ser que fue en el siglo IV cuando pasó a la misa, primero sólo para la Navidad y luego para las fiestas y domingos en las misas presididas por el obispo. Actualmente su uso se reserva para los domingos, solemnidades, fiestas y en ocasiones especialmente solemnes. En los tiempos de Adviento y Cuaresma no se dice. Como himno que es debería cantarse siempre, bien al unísono por el pueblo o alternando con un coro. También puede decirse en todas las misas del tiempo pascual aunque el Misal no lo proponga, si se las solemniza de alguna manera.

El Gloria está colocado normalmente en los ritos de entrada en los días festivos, inmediatamente antes de la oración colecta. Pero en la Vigilia Pascual se encuentra en medio de la liturgia de la Palabra, precisamente para subrayar el paso de las lecturas del AT a las del NT, acompañado con signos festivos tales como música, campanas y flores. También es solemne su canto en la ­Eucaristía vespertina del Jueves Santo y debería serlo sobre todo en la noche de Navidad (la llamada Misa del Gallo). Su contenido es un buen resumen de la Historia de la Salvación: la gloria a Dios y la paz a los hombres. Se alaba al Padre, Señor y Rey del universo; se alaba también a Cristo, Señor, Cordero, Hijo, el que quita el pecado del mundo, el único Santo; todo ello concluido con la doxología: “Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre”.
Jesús Luengo Mena

21.9.08

SEPA LO QUE PUEDE Y NO PUEDE HACERSE EN LA CELEBRACÓN DE LA MISA. COMENTARIOS A LA REDEMTIONIS SACRAMENTUM IV

Continuamos en este cuarto y último artículo analizando lo que la instrucción Redemptionis Sacramentum recuerda a la Iglesia sobre la forma correcta de celebrar la Misa.
En el capítulo 6, el documento trata sobre “la reserva de la Santísima Eucaristía y su culto fuera de la Misa”. Se recuerda que:
* El Santísimo Sacramento debe reservarse en un sagrario, en la parte más noble, insigne y destacada de la iglesia, y en el lugar más apropiado para la oración.
* Está prohibido reservar el Santísimo Sacramento en lugares que no están bajo la segura autoridad del Obispo o donde exista peligro de profanación.
* Nadie puede llevarse la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar.
* No se excluye el rezo del rosario delante de la reserva eucarística o del Santísimo Sacramento expuesto.
* El Santísimo Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni siquiera por un tiempo muy breve.
* Es un derecho de los fieles visitar frecuentemente el Santísimo Sacramento.
* Es conveniente no perder la tradición de realizar procesiones eucarísticas.
El capítulo 7 versa sobre “Los ministerios extraordinarios de los fieles laicos”. Allí el documento especifica que:
* Las tareas pastorales de los laicos no deben asimilarse demasiado a la forma del ministerio pastoral de los clérigos. Los asistentes pastorales no deben asumir lo que propiamente pertenece al servicio de los ministros sagrados.
* Solo por verdadera necesidad se puede recurrir al auxilio de ministros extraordinarios en la celebración de la Liturgia.
* Nunca es lícito a los laicos asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote, u otras vestiduras similares.
* Si habitualmente hay un número suficiente de ministros sagrados, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este ministerio, no deben ejercerlo.
* Se reprueba la costumbre de algunos sacerdotes que, a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a laicos.
* Al ministro extraordinario de la Sagrada Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía.
* Los laicos tienen derecho a que ningún sacerdote, a no ser que exista verdadera imposibilidad, rechace nunca celebrar la Misa en favor del pueblo, o que ésta sea celebrada por otro sacerdote, si de diverso modo no se puede cumplir el precepto de participar en la Misa, el domingo y los otros días establecidos.
* Cuando falta el ministro sagrado, el pueblo cristiano tiene derecho a que el Obispo, en lo posible, procure que se realice alguna celebración dominical para esa comunidad.
* Es necesario evitar cualquier confusión entre este tipo de reuniones y la celebración eucarística.
* El clérigo que ha sido apartado del estado clerical está prohibido de ejercer la potestad de orden. No le está permitido celebrar los sacramentos. Los fieles no pueden recurrir a él para la celebración.
Por último, en el capítulo 7 se trata sobre los Remedios, o sea, las soluciones y sanciones que se han arbitrar cuando se tengan noticias de abusos. Se afirma que “cuando se comete un abuso en la celebración de la Sagrada Liturgia, verdaderamente se realiza una falsificación de la liturgia católica”.
Se clasifican los abusos en categorías:
* actos graves o graviora delicta, siendo las más importantes el sustraer, retener o arrojar con fines sacrílegos las especies consagradas; atentar la realización de la liturgia del sacrificio eucarístico o su simulación; concelebrar con ministros de comunidades eclesiales que no tienen la sucesión apostólica; consagrar una sola de las especies o ambas, con fines sacrílegos y fuera de la Misa. Lo anterior no excluye el catálogo de actos graves.
* es competencia del Obispo investigar, corregir y sancionar los abusos de los que tenga conocimiento, comunicándolos a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
finalizando se afirma que “cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene –tenemos­- derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico ante el Obispo diocesano”, siempre hecha con veracidad y caridad.

14.9.08

SEPA LO QUE PUEDE Y NO PUEDE HACERSE EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA. COMENTARIOS A LA REDEMTIONIS SACRAMENTUM III

Continuamos en este tercer artículo analizando lo que la instrucción Redemptionis Sacramentum recuerda a la Iglesia sobre la forma correcta de celebrar la Misa.
El capítulo 4 trata sobre la “Sagrada Comunión”, y se recuerdan las siguientes disposiciones:
* Si se tiene conciencia de estar en pecado grave, no se debe celebrar ni comulgar sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse. En este supuesto si se podría comulgar, siempre con la intención de confesar sacramentalmente a la primera ocasión, que debe ser buscada por el fiel.
* Debe vigilarse para que no se acerquen a la sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no cristianos.
* La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental. La primera Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y nunca fuera de la celebración de la Misa.
* El sacerdote no debe proseguir la Misa hasta que haya terminado la Comunión de los fieles.
* Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios pueden ayudar al sacerdote celebrante.
* Se puede comulgar de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica. Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie. Los fieles tenemos siempre derecho a elegir si deseamos recibir la Comunión en la boca, pero si el que va a comulgar quiere recibir el Sacramento en la mano, se le debe dar la Comunión.
* Si existe peligro de profanación, el sacerdote no debe distribuir a los fieles la Comunión en la mano.
* Los fieles no deben tomar la hostia consagrada ni el cáliz sagrado por uno mismo, ni mucho menos pasarlos entre sí de mano en mano.
* Los esposos, en la Misa nupcial, no deben administrarse de modo recíproco la Sagrada Comunión.
* No debe distribuirse a manera de Comunión, durante la Misa o antes de ella, hostias no consagradas, otros comestibles o no comestibles.
* Para comulgar, el sacerdote celebrante o los concelebrantes no deben esperar que termine la comunión del pueblo.
* Si un sacerdote o diácono entrega a los concelebrantes la hostia sagrada o el cáliz, no debe decir nada, es decir, no pronuncia las palabras “el Cuerpo de Cristo” o “la Sangre de Cristo”.
* Para administrar a los laicos Comunión bajo las dos especies, se deben tener en cuenta, convenientemente, las circunstancias, sobre las que deben juzgar en primer lugar los Obispos diocesanos. Se debe excluir totalmente la administración de la Comunión bajo las dos especies cuando exista peligro, incluso pequeño, de profanación.
* No debe administrarse la Comunión con el cáliz a los laicos donde: 1) sea tan grande el número de los que van a comulgar que resulte difícil calcular la cantidad de vino para la Eucaristía y exista el peligro de que sobre demasiada cantidad de Sangre de Cristo, que deba sumirse al final de la celebración»; 2) el acceso ordenado al cáliz sólo sea posible con dificultad; 3) sea necesaria tal cantidad de vino que sea difícil poder conocer su calidad y proveniencia; 4) cuando no esté disponible un número suficiente de ministros sagrados ni de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que tengan la formación adecuada; 5) donde una parte importante del pueblo no quiera participar del cáliz por diversos motivos.
* No se permite que el comulgante moje por sí mismo la hostia en el cáliz, ni reciba en la mano la hostia mojada. La hostia que se debe mojar debe hacerse de materia válida y estar consagrada. Está absolutamente prohibido el uso de pan no consagrado o de otra materia.
En el capítulo 5, sobre “Otros aspectos que se refieren a la Eucaristía”, se aclara que:
* La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa.
* Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.
* Siempre y en cualquier lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín.
* Es un abuso suspender de forma arbitraria la celebración de la santa Misa en favor del pueblo, bajo el pretexto de promover el “ayuno de la Eucaristía”.
* Se reprueba el uso de vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad, o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal, arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente.
* La vestidura propia del sacerdote celebrante es la casulla revestida sobre el alba y la estola. El sacerdote que se reviste con la casulla debe ponerse la estola.
* Se reprueba no llevar las vestiduras sagradas, o vestir solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria.

8.9.08

SEPA LO QUE PUEDE Y NO PUEDE HACERSE EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA. COMENTARIOS A LA REDEMTIONIS SACRAMENTUM II

En este segundo artículo seguimos analizando lo que la instrucción Redemptionis Sacramentum recuerda a la Iglesia sobre la forma correcta de celebrar la Misa.
En su Capítulo 3º se nos recuerda lo siguiente:
Las otras partes de la Misa
* Los fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea y que el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.
* No se pueden cambiar los textos de la Sagrada Liturgia.
* No se pueden separar la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos.
* La elección de las lecturas bíblicas debe seguir las normas litúrgicas. No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni cambiar las lecturas y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos. No cabe pues introducir lecturas ni poemas o cosas por el estilo sustituyendo las lecturas del Leccionario o en lugar del salmo, aunque sean de Padres de la Iglesia o de santos muy reconocidos.
* La lectura evangélica se reserva al ministro ordenado (diácono o presbítero). Un laico, aunque sea religioso, no debe proclamar la lectura evangélica en la celebración de la Misa.
* La homilía nunca la hará un laico. Tampoco los seminaristas, estudiantes de teología, asistentes pastorales ni cualquier miembro de alguna asociación de laicos.
* La homilía debe iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida, sin vaciar el sentido auténtico y genuino de la Palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos. No procede pues que la homilía sea un “mitín” político-social ni la exposición del pensamiento propio del sacerdote sobre cualquier tema, que puede tener su momento en otro lugar y contexto.
* No se puede admitir un “Credo” o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados. Es de señalar que la Protestación de Fe que las hermandades hacen en la Función Principal de Instituto debe también respetar este mandato.
* Las ofrendas, además del pan y el vino, sí pueden comprender otros dones. Estos últimos se pondrán en un lugar oportuno, fuera de la mesa eucarística.
* La paz se debe dar antes de distribuir la Sagrada Comunión, y se recuerda que esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados.
* Se sugiere que el gesto de la paz sea sobrio y se dé sólo a los más cercanos. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo en el presbiterio, para no alterar la celebración y del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles. No proceden las “movidas” que en algunas misas se producen al llegar ese momento salvo casos muy puntuales. El gesto de paz lo establece la Conferencia de Obispos, con el reconocimiento de la Sede Apostólica, “según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”.
* La fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico. Ésta comienza después de dar la paz, mientras se dice el “Cordero de Dios”.
* Es preferible que las instrucciones o testimonios expuestos por un laico se hagan fuera de la celebración de la Misa. Su sentido no debe confundirse con la homilía, ni suprimirla.
Unión de varios ritos con la celebración de la misa
* No se permite la unión de la celebración eucarística con otros ritos, especialmente si lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia. Si cabe, por ejemplo, la bendición de vasos sagrados, enseres u ornamentos para el culto. El momento más adecuado sería tras el silencio de la poscomunión. Lógicamente lo anterior no afecta a la celebración de otros ritos sacramentales, que sí pueden tener lugar durante la Misa (por ejemplo, el Matrimonio).
* No es lícito unir el Sacramento de la Penitencia con la Misa y hacer una única acción litúrgica. Sin embargo, los sacerdotes, independientemente de los que celebran la Misa, sí pueden escuchar confesiones, incluso mientras en el mismo lugar se celebra la Misa. Esto debe hacerse de manera adecuada.
* La celebración de la Misa no puede ser intercalada como añadido a una cena común, ni unirse con cualquier tipo de banquete. No se debe celebrar la Misa, a no ser por grave necesidad, sobre una mesa de comedor, o en el comedor, o en el lugar que será utilizado para un convite, ni en cualquier sala donde haya alimentos. Los participantes en la Misa tampoco se sentarán en la mesa, durante la celebración.
* No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio.
* No se debe celebrar la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas.
* No se deben introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la Misa. El ecumenismo bien entendido y tan buscado hoy por la Iglesia no consiste en modo alguno en renunciar a lo propio ni en integrar otros ritos ajenos a la liturgia católica.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Vicette de Jesús Despojado.

31.8.08

SEPA LO QUE PUEDE Y NO PUEDE HACERSE EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA. COMENTARIOS A LA REDEMTIONIS SACRAMENTUM I

La instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos “Redemptionis Sacramentum”, publicada el veinticinco de marzo de 2004, describe detalladamente en sus ocho capítulos cómo debe celebrarse la Eucaristía y lo que puede considerarse como "abuso grave", así como los remedios a poner. En una serie de cuatro artículos les vamos a ofrecer un resumen de las normas más significativas que este documento recuerda a toda la Iglesia.
En el Capítulo I sobre la “Ordenación de la Sagrada Liturgia” se recuerda lo siguiente:
* Compete a la Sede Apostólica ordenar la Sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas se cumplan fielmente.
* Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la Sagrada Liturgia de forma plena y eficaz, para que nunca sea considerada la liturgia como propiedad privada de alguien.
* El Obispo diocesano es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica. A él le corresponde dar normas obligatorias para todos sobre materia litúrgica, regular, dirigir, estimular y algunas veces también reprender.
* Compete al Obispo diocesano el derecho y el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.
* Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la aprobación de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.
En el Capítulo II sobre la “Participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía”, se establece que:
* La participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía, y en los otros ritos de la Iglesia, no puede equivaler a una mera presencia, más o menos pasiva, sino que se debe valorar como un verdadero ejercicio de la fe y la dignidad bautismal.
* Se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra.
Sin embargo, no se deduce necesariamente que todos deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea litúrgica específica; aunque conviene que se distribuyan y realicen entre varios las tareas o las diversas partes de una misma tarea. La participación no consiste pues en que muchas personas realicen distintas funciones.
* Se alienta la participación de lectores y acólitos que estén debidamente preparados y sean recomendable por su vida cristiana, fe, costumbres y fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia.
* Se alienta la presencia de niños o jóvenes monaguillos que realicen un servicio junto al altar, como acólitos, y reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre esta tarea. A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas.
Ya en el Capítulo 3 se habla sobre la “Celebración correcta de la Santa Misa” y se especifica sobre varios asuntos.
La materia de la Santísima Eucaristía
* El pan a consagrar debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente. No se pueden usar cereales, sustancias diversas del trigo. Es un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.
* Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que dispongan de los instrumentos adecuados.
* Las fracciones del pan eucarístico deben ser repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben usar sobre todo hostias pequeñas.
* El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.
La Plegaria Eucarística
* Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.
* Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote. Lo anterior no excluye que, cuando hay concelebrantes, digan las partes previstas para ellos.
* El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.
* En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.
Jesús Luengo Mena, Vicette de Jesús Despojado y Lector instituido

21.8.08

LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Una de las tres fiestas marianas que la Iglesia celebra con grado de solemnidad es la de la Asunción –las otras dos son la Inmaculada Concepción y Santa María, Madre de Dios–.
El dogma de la Asunción de la Virgen (quince de agosto) es el más reciente cronológicamente, ya que fue declarado como tal el uno de noviembre de 1950 por Pío XII, con estas palabras: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Constitución Apostólica Munificentissimus Deus). El sentido de esta fiesta es que "María asunta al cielo personifica el estado de gloria que tienen todos los que, como Ella, murieron en Cristo".
La Marialis Cultus dice al respecto: "En la solemnidad del quince de agosto celebramos la gloriosa Asunción de María al cielo, fiesta en la que recordamos su destino de plenitud y bienaventuranza, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la Humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quienes Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre" (MC 6). Por lo tanto toda la Iglesia, nosotros también, tenemos como destino último esa glorificación.
Esta piadosa creencia ya se venía aceptando desde el siglo VI, relacionada con la fiesta de la Dormición celebrada desde muy antiguo en las iglesias orientales. Desde el siglo VI ya se celebraba una fiesta en Jerusalén que pasa a Occidente con el nombre de la Dormición de Santa María. También se la llamado “deposición”, “glorificación” y “transito”.
El Misal nos ofrece dos formularios: uno para la Misa de la Vigilia y otra para la Misa del día. El prefacio nos indica que “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida”. La Virgen sufrió la muerte corporal, como cualquier humano, sin pasar por la corrupción sepulcral.
A los ocho días –el veintidós de agosto– y como un eco de esta solemnidad celebraremos la memoria de Santa María, Reina, en la cual se contempla a “Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre” (MC 6).
Para terminar aclarar que Asunción es diferente de Ascensión, términos que frecuentemente se confunden. El Señor “ascendió” al cielo él solo, sin ayuda de nadie, por ser Dios (Ascensión). La Virgen María fue “asunta” o sea, fue llevada, ascendida.
Jesús Luengo Mena

18.7.08

EL LIBRO DE LA ORACIÓN DE LOS FIELES

La oración universal u oración de los fieles es la oración conclusiva de la Liturgia de la Palabra. Se dice tras la homilía o el Credo (si lo hay) y mediante ella el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por toda la humanidad. La asamblea expresa su súplica o bien con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con una oración en silencio.
Esta oración también puede decirse fuera de la misa, en otras acciones litúrgicas y en ejercicios piadosos.
Tiene varias partes: invitación, intenciones, respuesta o silencio y conclusión. Siempre la introduce el sacerdote o diácono y la concluye. Las intenciones las puede leer un lector (hombre o mujer). Si es misa con niños pueden hacerla ellos. En general, con un lector basta. No es recomendable una acumulación de lectores para dar una falseada apariencia de participación. Los lectores deben subir de la nave al presbiterio y tras hacer reverencia al altar se dirigen al sitio dispuesto (puede ser el ambón o mejor otro lugar diferenciado). El sacerdote dirige la oración desde la sede o desde el ambón.
Las características de esta oración son varias:
· súplica al Padre
· es oración litúrgica
· participa todo el pueblo
· se pide por las necesidades de la Iglesia y de todo el mundo (de ahí su nombre de universal)
Esta oración tiene un libro propio. El Libro de la Oración de los fieles es uno los libros litúrgicos, que contiene los distintos formularios de la Oración de los fieles para todo el Año litúrgico.
Hay formularios para el Propio del Tiempo, para Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual y tiempo de Pascua. También el Libro recoge oraciones para el Propio y Común de los Santos, Misas rituales, difuntos, etc.
Las peticiones pueden prepararse por el equipo de liturgia, siguiendo la normativa al respecto.

2.7.08

REQUISITOS PARA QUE UN TEMPLO SEA DECLARADO COMO BASÍLICA

El término basílica deriva del griego (basiliké) que significa regia o real, y viene a ser una elipsis de la expresión basiliké oiría, que quiere decir "casa real". Una basílica era un suntuoso edificio público que en la Grecia antigua solía destinarse al tribunal, y luego en las ciudades romanas ocupaba un lugar preferencial en el foro.

Basílica romana: En Roma, capital del imperio, apareció la basílica hacia el año II antes de Cristo. Era un edificio dedicado a la transacción comercial o para la administración de justicia. Muchas veces en la basílica deliberaban los ciudadanos sobre asuntos importantes de la urbe. Arquitectónicamente se trató siempre de una gran sala rectangular, compuesta por una, tres o cinco naves; la central siempre más ancha y alta y soportada por hilera de columnas que la separaban de las laterales. En la diferencia de altura siempre se aprovecha para abrir ventanas de iluminación en los muros más elevados. En uno de los extremos de la nave principal existía siempre un ábside, donde se instalaba la presidencia, mientras que el ingreso se efectuaba por el extremo opuesto, donde estaba el pórtico con su nártex.

Basílica cristiana: Tras el edicto de Milán, promulgado por Constantino en el año 313, el imperio deja de perseguir a los cristianos. A partir de entonces el modelo basilical se utiliza para la construcción de los nuevos templos, y muchas de las antiguas basílicas romanas se convierten en templos cristianos. Tal es el ejemplo del palacio de Letrán, que pasa a ser la catedral de Roma. En el ábside se coloca el altar y alrededor de él se disponen los oficiantes del culto. En el presbiterio se sitúan los sacerdotes y en la nave o naves, los fieles que asisten al culto cristiano. Posteriormente se adoptaron otras formas, tales como la planta de cruz latina o de cruz griega, que fueron generalizando la construcción basilical sin que desaparezca la forma antigua. Así pues la basílica pasó a ser un tipo peculiar de templo cristiano, y en este sentido se utiliza hoy tanto desde el punto de vista arquitectónico como religioso, para designar a un templo de gran importancia.

Basílica litúrgica: Pero más allá de su trazado arquitectónico, una iglesia se transforma en basílica por decisión pontificia. De esta forma son basílicas aquellas iglesias que por aspectos de cierto relieve, son reconocidas y designadas por privilegio papal. Se distinguen dos tipos de basílicas "mayores" y "menores".
Son basílicas mayores o patriarcales las cuatro que en Roma están designadas para ganar la Indulgencia del Año Jubilar, y a las que se ingresa por la Puerta Santa que cada uno posee, y que son: San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros.
Son basílicas menores todas las demás, repartidas por el mundo y que son reconocidas o designadas como tales por decisión pontificia. De esta manera la Santa Sede le está otorgando a dicho templo un honor especialísimo que debe enorgullecer y comprometer a la comunidad que se reúne en ese templo.
Los requisitos:
Para que un templo pueda alcanzar el título basilical, debe reunir tres requisitos.
* debe ser un templo de regio esplendor, levantado con un perfil destacado, o sea, arquitectónicamente importante
* dicho templo debe ser foco espiritual de una comunidad que es santuario para la multitud de devotos que acuden a él, debe atraer a miles de fieles
* que dicho templo, bajo sus bóvedas, posea un tesoro espiritual y sagrado, dando culto ininterrumpido al Señor, a la Virgen y al Santo venerado en él, o sea, que la devoción a la imagen que allí se venere sea importante y traspase los límites de su propia comunidad. El clto debe estar atendido y asegurado por suficiente número de sacerdotes.
Las insignias:
Para manifestar externamente los tres requisitos, la Santa Sede concede tres insignias a la basílica:
* La umbella basilical: Es una sombrilla a dos colores, escarlata y amarillo, tal como la usaban los emperadores de Oriente. Está ubicada en un lateral del presbiterio, generalmente abierta en días de indulgencia o de grandes fiestas.
* El tintinábulo: Es un marco grande y dorado, con la imagen del patrono de la basílica en el centro, colocada en un asta muy elevada y coronada a su vez por una pequeña umbella bicolor. Posee una campanilla que tintinea (de ahí el nombre), y que suele tocarse para llamar a la gente cuando el Papa se aproxima (si se diera el caso) o en grandes solemnidades litúrgicas. Está ubicado en el lateral opuesto del presbiterio.
* El escudo de armas: Una basílica, al igual que el obispo y la diócesis, posee un escudo de armas. Suele colocarse el escudo de armas y las insignias papales juntos, para destacar la vinculación que la basílica posee con la Santa Sede. Se pueden pintar al fresco en la bóveda de la nave central, y en puertas de ingreso al templo.