Siguiendo
el aire de mi anterior artículo sobre el empleo de términos de manera
inadecuada ahora toca escribir sobre la forma de nombrar a las imágenes.
En
primer lugar habría que hacer la observación de que, con motivo de procesiones
de las llamadas «magnas» organizadas por el Año de la Fe y que han tenido lugar
en numerosas ciudades o por otros diversos motivos se han podido leer y
escuchar frases del estilo de «hoy saldrán quince Cristos en tal ciudad» y que
procesionarán siete Vírgenes y cosas por el estilo. Lo correcto sería decir que ese día procesionarán
quince imágenes de Cristo o siete
imágenes de la Virgen o marianas. Es evidente que, aunque sepamos que sólo hay
un Cristo y una sola Virgen, por la forma de expresarlo parece deducirse que
hay muchos Cristos y muchas Vírgenes. Y puede haber personas a las que se les
confunda.
A
modo de anécdota relato la conversación oída recientemente en la cola de un
autobús urbano de mi ciudad. Hablando del Rocío, una señora le explicaba a otra que las
vírgenes son siempre la misma, aunque se las llame de distintas formas
(advocaciones). Bien, pensé, buena catequesis. Pero, a continuación, como
remate teológico indiscutible le espetó: «Sólo se diferencian en que cada una
hace un milagro diferente». Verídico. Por eso, toda catequesis es poca.
Por
otra parte, hace unos días, he podido leer en la despedida de un famoso capataz de cofradías sevillano recién cesado referirse al «moreno del Porvenir». De igual manera se oye
hablar, en círculos cofrades de Sevilla, del «jorobado de Triana», del «Manué», de «los despojos»,
de la «Encarna», de la «Feíta» y similares.
No me cabe la menor duda de que estos apelativos se dicen con la familiaridad
que da el cariño y sin ánimo de faltar al respeto debido, pero deben evitarse,
sobre todo en medios escritos o públicos.
No
entran en esa categoría apelativos usados tradicionalmente por el pueblo como
«Cachorro», «Señor de Sevilla», «la señorita de Triana» o «Reina de las Marismas», perfectamente
asumidos.
Los
títulos de la mayoría de las imágenes de Cristo son o bien Santísimo Cristo o
Nuestro Padre Jesús. En las imágenes marianas los títulos más empleados son los
de María Santísima o Nuestra Señora, seguido de la advocación propia. No
confundir título con advocación. Así, Nuestro Padre Jesús (título) del Gran
Poder (advocación) o bien Santísimo Cristo (título) de la Sangre (advocación).
Y para las imágenes marianas igual: María Santísima (título) de los Dolores y
Misericordia (advocación) o Nuestra Señora (título) del Valle (advocación). Primero,
el título; después, la advocación.
Otros títulos cristíferos que usan las cofradías, menos usuales, para
referirse al Señor o a detalles de su Pasión son: Nuestro Señor Jesucristo, Santo
Cristo, Santa Cruz, Santísima (Vera Cruz), Santo (Lignum Crucis), Santo (Sudario),
Nuestro Señor, Santa Espina, Sagrado Corazón y Clavos de Jesús, Dulce Nombre (de
Jesús), Santísimo Nombre (de Jesús), Santísimo Cristo y Nuestro Padre Jesús.
En lo referente a la Virgen el repertorio es más variado. Además de
los ya citados de Nuestra Señora y María Santísima otros títulos menos
frecuentes son: Nuestra Madre y Señora, Inmaculada Concepción y Pura y Limpia.
Añadamos Santa María, Maravillas, Inmaculado Corazón, Santísima Virgen, Madre
de Dios. Otras también marianas son Inmaculada
Milagrosa, Purísima Concepción , Madre de la Iglesia. Hay una hermandad que une
los títulos más empleados, denominándola María Santísima Nuestra Señora –Quinta
Angustia─.
Las imágenes que han sido coronadas canónicamente añaden a la
advocación la palabra Coronada.
Terminamos recordando que a las imágenes se las venera por lo que
representan, no por sí mismas ni por su valor estético o histórico. Así, litúrgicamente hablando, la misma
veneración se debe a una imagen recién bendecida que a otra que tenga cientos
de años.
La muestra de respeto debido a las imágenes es una reverencia de
cabeza, nunca genuflexión, que está reservada a Jesús Sacramentado como signo de
adoración. La imagen más importante de todas es el Crucifijo.
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