La Secuencia es, en su origen, una
composición litúrgico musical, que surgió como la prolongación del Aleluya,
como una larga vocalización de la “a” final del Aleluya. Por ser de tono
festivo se llamaron inicialmente jubilus, y más tarde se llamaron sequentia,
porque eran como una continuación del canto del Aleluya. El momento de mayor
florecimiento de estas composiciones litúrgicas fue durante los siglos de la
Edad Media, donde fueron muy abundantes.
Así pues, la sequentia nació
de la vocalización que se hacía sobre la última sílaba del Alleluia y que se denominaba en griego «akoluthía» o «sequentia», es
decir, como algo que sigue y es un apéndice del aleluya. De este jubilus se pasó a un nuevo texto melódico,
la sequentia cum prosa, que solía separarse en versos
pero desiguales y sin forma rítmica, y se cantaban alternativamente por dos
coros, uno de voces blancas y otro de hombres.
En el siglo XI se da
lugar a una forma más independiente del Alleluia y ya
como poesía rítmica. Surgen las Secuencias que hoy conocemos, de las cuales, la
más popular es el Victimae Paschali, atribuida a
Wipo de Burugundia (+ 1048).
Las Secuencias gozaron
del favor popular, por su forma simple, silábica, sin la complicación de los interminables jubilus melismáticos, de más difícil ejecución. Las Secuencias
se prestaban al canto colectivo, tanto dentro como fuera de la iglesia. Por este
motivo, las Secuencias dieron un gran impulso a lo que hoy llamamos canto religioso popular, es decir los cantos
populares de Misa, conformando uno de los tres géneros de la música litúrgica,
junto con la polifonía sacra y el gregoriano, que ocupa el primer lugar.
El papa san Pío V
(1570), dejó solamente cuatro Secuencias para la Liturgia: Victimae Paschali para la Pascua; Veni Sancte Spiritus para Pentecostés; Lauda Sion para el Corpus Christi y el Dies Irae para las misas de Requiem de difuntos. Posteriormente se añadió por Benedicto XIII el Stabat Mater, para la memoria de Nuestra Señora de los
Dolores. Actualmente, en la actual reforma litúrgica se suprimió el Dies Irae, tal vez por el tono apocalíptico y poco
evangélico del texto, quedando como obligatorias sólo la de Pascua y la de
Pentecostés, y las otras dos ad libitum. La “Secuencia”, que fuera de los días de Pascua y
Pentecostés, es facultativa, se canta antes del Aleluya[1].
Litúrgicamente, en la
actualidad se sitúa su canto o recitación antes del Aleluya, no detrás, como
fue en su origen. Y surge una pregunta: ¿Qué postura corporal debemos adoptar
los fieles durante la Secuencia? Actualmente la OGMR no aclara nada, por
lo que parece que se debería cantar o escuchar su recitado estando sentados: Los fieles estén de pie: desde el
principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar,
hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al
Evangelio: durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de
fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad hermanos que
precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en
los momentos que luego se enumeran. En cambio, estarán sentados durante las
lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía,
y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según
la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la
Comunión[2].
¿Se trata de una laguna normativa? Es evidente que no
se la menciona. Ahora bien, en realidad, la Secuencia tiene un carácter
meditativo, es una recreación de tipo dramático del misterio que se celebra, y
como tal, debe cantarse u oírse sentados. En conclusión, si vamos al espíritu, las
Secuencias deberían cantarse o escuchar su recitado de pie; si estamos a las
normas actuales, habría que cantarlas u oírlas sentados, más por deducción que
por claridad en la norma.
1 comentario:
No queda claro.
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