En este mes de
mayo, mes que la devoción popular dedica a la Virgen María, vamos a dar unas
pinceladas sobre el sentido y el origen del culto a la Virgen.
En primer lugar habría que decir que el culto a la
Virgen es específico de nuestra fe católica, de las Iglesias orientales y de la
Iglesia Ortodoxa, ya que otros hermanos cristianos no le rinden culto, aunque
sí respetan su figura. Los católicos le tributamos culto, llamado de
hiperdulía, y la veneramos, dándole gran importancia.
La Virgen no es persona divina, sino humana, por lo
cual se la venera en sumo grado, pero no se la adora. No es Ella quien redime,
pero sí que es la intercesora más eficaz entre el hombre y Dios.
En los últimos tiempos la iglesia anglicana ha
tenido un acercamiento a la figura de María y en un documento conjunto firmado
por la ARCIC ─Comisión internacional anglicana-católica─ titulado María: gracia y esperanza en Cristo se
aprecia un acercamiento significativo de los anglicanos a las posturas
católicas sobre el papel de la Virgen María, a la cual consideran como el ejemplo humano más completo de la vida de
gracia, así como reconocen que la práctica de pedir a María y a los santos
que rueguen por nosotros no debe ser objeto de división de la comunión
Se puede
afirmar que es a raíz de la proclamación del dogma de la maternidad divina de
María, en el Concilio de Éfeso del año 431, cuando el culto a la Virgen se
desarrolla de manera clara, aunque hay autores que remontan el culto mariano al
siglo I, culto que, en cualquier caso ya se manifiesta en Roma en el siglo II.
El Concilio de
Éfeso proclamó a María no solo como Madre de Cristo sino como Madre de Dios,
gracias entre otros a san Cirilo que defendió el dogma en contra de la opinión
de Nestorio. Así, María no es solo Madre
de Jesús sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. Este
título de la Virgen como Madre de Dios fue el primero que la Iglesia reconoció
y del cual deriva su culto.
Hoy,
la Iglesia lo celebra como solemnidad el uno de enero de cada año.
Pero el culto
a la Virgen es anterior a ese Concilio, como lo demuestra la antífona mariana Sub tuum
praesídium –Bajo tu amparo−, fechada sobre el año 250. Es una prueba
definitiva que evidencia que el pueblo y la liturgia ya le daba el título de
Madre de Dios –Theotokos– al Concilio
de Éfeso de 431. Evidentemente, este descubrimiento descolocó sobremanera a los
teólogos protestantes, que consideraban el culto a María como una invención
tardía de la Iglesia Católica. Esta oración, la más antigua de las oraciones marianas conocidas, dice así:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en
nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen Gloriosa
y Bendita
La presencia actual de María en la Liturgia católica
ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado
por la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada Lumen Gentium, de 21 de noviembre de
1964, que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen María, Madre de Dios,
en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro lado la Exhortación
Apostólica Marialis Cultus para la recta
ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen, dada por el papa
Pablo VI en Roma, el 2 de febrero de 1974. Juan Pablo II también ha contribuido a
enriquecer el culto mariano con su Encíclica Redemptoris Mater de 25 de marzo de 1987, y con las Misas de la
Virgen María, que han completado esta presencia de María en la Liturgia
católica, dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo
lugar. Estas misas
están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los santuarios
marianos de la Cristiandad.
Terminamos con
una cita de la Encíclica Redemptoris
Mater, de 25 de marzo de
1987, sobre el papel de la Virgen María en la vida de la Iglesia:
Las imágenes de la Virgen tienen un
lugar de honor en las iglesias y en las casas. María está representada o como
trono de Dios, que lleva al Señor y lo entrega a los hombres ─Theotókos─, o
como camino que lleva a Cristo y lo muestra ─Odigitria─, o bien como orante en
actitud de intercesión y signo de la presencia divina en el camino de los
fieles hasta el día del Señor ─Deisis─, o como protectora que extiende su manto
sobre los pueblos ─Pokrov─, o como misericordiosa Virgen de la ternura ─Eleousa─.
La Virgen es representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva
en brazos: es la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo
abraza con ternura ─Glykofilousa─); otras veces, hierática, parece absorta en
la contemplación de aquel que es Señor de la historia (RS nº 33).
1 comentario:
Muy bueno.
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