Vamos, en una serie de artículos, a analizar el tema del culto, como fin primordial de una hermandad, ya sea penitencial (cofradía), ya sea sacramental o ya sea de gloria o letífica, con especial atención a las cofradías.
El fin primordial de una hermandad y cofradía es el
culto público. Precisamente, por el hecho de ser asociaciones que se dedican a
promover el culto público, las hermandades y cofradías son consideradas en el
Código de Derecho Canónico como asociaciones públicas de fieles[1].
Las Normas Diocesanas de la archidiócesis de Sevilla, actualmente vigentes, publicadas
en diciembre de 1997, nos dicen, en su artículo 6: Es fin principal y específico de la Hermandad y Cofradía la promoción del culto público, que es
el que se tributa cuando se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente
designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia. Las tomo como ejemplo que puede servir para Normas de otras diócesis, que difieren muy poco y coinciden en lo esencial.
Así pues, queda claro que el culto es lo principal y
específico de la hermandad. Ahora bien, la Iglesia también pide a las
hermandades y cofradías que tengan, necesariamente,
como fines propios, la evangelización de sus miembros y el ejercicio de la
caridad[2]. Podemos afirmar que las tres columnas sobre las que se sostiene una
hermandad son el culto, la formación y la caridad. No se excluyen otras
actividades de tipo recreativo, lúdico o de otra índole.
Sentado, pues, el principio de que el culto es el fin
primordial, que toda hermandad recoge entre sus fines fundacionales, los cofrades podemos
tener argumentos más que sobrados para rebatir cualquier comentario u opinión
en las que a las hermandades se las tache de dedicarse excesivamente al culto.
Es que no puede ser de otra manera: si una hermandad deja de rendir culto
público a Dios, la Virgen o los Santos de su devoción, plasmados en sus
Sagrados Titulares, dejaría de ser hermandad para convertirse en otro tipo de
asociación. Una hermandad puede dejar de organizar certámenes de bandas,
jornadas de convivencia, actos culturales, exposiciones, conferencias, y sigue siendo una hermandad. Pero si deja de
rendir culto público deja de ser una hermandad.
Llegados a este punto sería el momento de preguntarnos
qué es el culto y, también, si Dios necesita que le demos culto. Lo dejamos para la próxima entrega.
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