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22.3.14

EL CULTO, FIN PRIMORDIAL DE LA HERMANDAD II

Terminábamos el artículo anterior con una serie de preguntas, tales como qué es el culto y, también, si Dios necesita que le demos culto. Ahora las contestamos.
El culto se puede definir como el homenaje reverente que las personas ofrecen a Dios, al Ser al que consideran su creador. También se puede hablar del culto como el conjunto de ritos y ceremonias con que se tributa ese homenaje. Los actos de culto no son exclusivos de la fe católica ni de los cristianos: prácticamente todas las religiones ofrecen actos de culto de una u otra manera.
Dios, evidentemente, no necesita nada de nosotros: es omnipotente y todopoderoso. Somos nosotros los que necesitamos orar,  adorar, suplicar, dar gracias, impetrar, alabar. Es una necesidad humana la que nos lleva a rendir culto.
La Iglesia Católica distingue tres tipos o categorías de culto: el de LATRÍA o de adoración, el de HIPERDULÍA o de máxima veneración, y el de DULÍA, de simple veneración.
El culto de Latría –adoración– es exclusivo de Dios. Solo Dios puede ser adorado y solo Cristo, Dios hecho hombre, es el Salvador.  El mismo Cristo nos lo dijo: Adorarás al Señor tu Dios y solo a Él darás culto. El signo litúrgico para la adoración es la genuflexión, llevando la rodilla derecha al suelo. Sólo ante el Santísimo Sacramento y ante la Cruz, adorada en los Oficios del Viernes Santo, debe el católico realizar ese signo de adoración. Nunca se debe hacer genuflexión a una imagen ni a ninguna reliquia o similar. 
El culto de Hiperdulía –la Dulía llevada al máximo extremo– es exclusivo de la Virgen María y nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos y al límite de la adoración, pero sin llegar a la latría. El Concilio de Éfeso marcó una línea clave en el antes y el después en el desarrollo del culto mariano, al declararla como Madre de Dios, no solo Madre de Cristo, tal como defendía Nestorio.
El culto de Dulía  –veneración– es el propio de los santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir, subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito San José se le considera el primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. Sin  duda que, en los orígenes del culto a los santos, está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio. 
Los teólogos distinguen también claramente entre los conceptos de culto absoluto, referido a la veneración de personas y el culto relativo, dirigido a objetos, tales como reliquias, imágenes, santuarios o lugares concretos en relación siempre, claro está, con las personas o seres a los que representan.
Pero, ¿como se concreta, se materializa el culto?
Los actos de culto, en nuestra Iglesia Católica, se materializan, fundamentalmente, en dos tipos de acciones: culto litúrgico por un lado, siempre en primer lugar en cuanto a su importancia y, por otra parte,  actos de piedad y devoción popular.
Para la Iglesia, la liturgia es el culto oficial y público que se tributa a Dios, según definió Pío XII. La renovación litúrgica producida en los últimos años culminó en el Vaticano II, con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia "Sacrosantum  Concilium" (SC) promulgada por Pablo VI justo cuatrocientos años después de la clausura del Concilio de Trento (4 de diciembre de 1963) devolviéndose a la liturgia su sentido de celebración del misterio pascual.  Para la Iglesia posterior al Vaticano II la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo[1].
En una próxima entrega distinguiremos entre Liturgia y prácticas de piedad popular.





[1] S.C. 7

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