Jesucristo
está siempre presente en su Iglesia, pero principalmente en los actos
litúrgicos. La presencia de Cristo en las diversas acciones litúrgicas es una
presencia real, en el sentido propio y verdadero del término, y es
fundamentalmente única, aunque se realiza de muchos y diversos modos.
La
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, la SACROSANCTUM CONCILIUM, en el número 7, nos señala las presencias de
Cristo en la Liturgia.
Así, dice que está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por
ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz",
sea sobre todo bajo las especies
eucarísticas. También está presente con su fuerza en los Sacramentos,
de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está también presente
en su Palabra, pues cuando se lee en
la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Por último, está presente
cuando la Iglesia ─pueblo─ suplica y canta salmos, el mismo que prometió:
"Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio
de ellos" (Mt., 18,20).
Así pues, son
diversos los signos litúrgicos que aparecen en las acciones litúrgicas: la
asamblea, el ministro, la proclamación de la Palabra, la oración, los elementos
que constituyen los sacramentos y los sacramentales.
El signo
fundamental de base es la asamblea
litúrgica: se trata de una comunidad de fieles, constituida
jerárquicamente, que se reúne legítimamente en un lugar determinado para una
acción litúrgica y en la cual se realiza una presencia salvífica particular de
Cristo.
Cristo está presente en los fieles que vienen a la asamblea
litúrgica, pero su reunión conjunta en el nombre de Jesús produce, en virtud de
la fe y de la caridad común, una intensificación de la presencia de Cristo en
ellos. Cada uno de los cristianos es ya templo de Dios. La asamblea que los
reúne es de manera particular el templo de Dios, el templo del nuevo culto.
Cristo,
ministro principal e invisible de los sacramentos, está presente además en la
persona del ministro, su signo,
instrumento y vicario. Más aún, es
precisamente la presencia de los ministros jerárquicos la que da su rostro
verdadero y completo a la asamblea litúrgica, ya que éstos no hacen más que
realizar litúrgicamente la presencia de Cristo como Cabeza de la Iglesia.
Cristo está
igualmente presente en la Palabra que
se proclama, "ya que es él el que habla cuando se lee en la Iglesia la
sagrada Escritura» (SC 7). La proclamación de la Palabra del Señor es un
memorial, un anuncio eficaz, en el que se hace presente la realidad anunciada:
la palabra es signo eficaz de la presencia operativa de Cristo.
Cristo está
presente con su virtud en los sacramentos. Los sacramentos deben considerarse una como actualización del misterio pascual de
Cristo. Pero en el sacramento
eucarístico la presencia operativa de Cristo está directamente ligada a su
presencia substancial bajo las especies de pan y vino.
Se trata de
una presencia especialísima, real y substancial, ya que en ella "se hace
presente todo entero Cristo, Hombre-Dios» (Pablo VI, Mysterium fidei 20). Sólo
en el sacramento eucarístico el signo sacramental está sujeto a aquella
transformación particular que el Magisterio de la Iglesia y la teología llaman
"transubstanciación”.
Ahora puede
entenderse mejor por qué, en la misa, se inciensa al Evangelio, al sacerdote,
que actúa in persona Christi, al pueblo
de Dios reunido en su nombre y al Pan y al Vino consagrados. Se inciensa para
poner en evidencia la real presencia de Cristo en la Palabra, en la Asamblea,
en el sacerdote y en las especies eucarísticas.
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