“Purísima había
de ser, Señor,
La Virgen que
nos diera el Cordero inocente
que quita el
pecado del mundo”
Cada 8 de dicembre. la Iglesia celebra la solemidad de la Inmaculada Concepción. Comenzaremos este artículo haciendo un poco de
historia. La creencia en la Inmaculada
Concepción de María consiste en afirmar que la Virgen María fue
concebida por sus padres (Joaquín y Ana) y nacida sin el pecado original.
Esta
idea se declaró dogma
por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, mediante la Bula Ineffabilis Deus. Es una creencia que está íntimamente ligada a la
historia de muchas hermandades y a la piedad popular, que antes que Roma el
pueblo proclamó. Sixto IV introdujo esta fiesta en el calendario romano en
1476. En el Misal de de san Pío V figuraba solo como memoria.
La Pureza de María era especialmente defendida por
los franciscanos, siguiendo las enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por
los dominicos, que seguían la enseñanza de Santo Tomás en el sentido de que
solo Cristo había estado libre del pecado original y que la Virgen fue
purificada en el momento de su Concepción.
Argumentaba el “doctor angélico” que, si Cristo
redimió a todos los hombres –redención universal– también redimió a María, y si
Ella no tuvo pecado original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Quién no tiene
pecado no necesita ser redimido. Este razonamiento tomista implicaba que, para
que la redención fuese universal, debía abarcar a toda la Humanidad, incluyendo
a la Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el
pecado original, que todos los humanos por el hecho de serlos traemos al mundo.
El dogma hay que entenderlo como un privilegio
especial concedido por Dios a su Madre, ya que la Virgen tuvo una redención
profiláctica: Cristo impidió que tuviese pecado, pero ese hecho la Virgen se lo
debe a Él, luego Ella fue también redimida, aunque de manera diferente al resto
de los mortales, al igual que el médico que cura al enfermo o bien impide, a
través de medidas preventivas, que
alguien contraiga la enfermedad: en ambos casos el médico es quien cura.
En Sevilla, donde resido, y otras muchas ciudades hubo grandes
controversias sobre esta cuestión, llegando a tomar esta idea proporciones de
manifestaciones populares. En el sevillano convento dominico de Regina, hoy
desaparecido, un 8 de septiembre del año 1613, siendo la fiesta de la Natividad
de la Virgen, un fraile se atrevió a afirmar públicamente que la Virgen María
no había sido concebida sin pecado original sino que había sido concebida como ustedes y como yo y como Martín Lutero y
que fue santificada después de nacer, contra la opinión extendida en la ciudad
a favor de la defensa de la Inmaculada Concepción de María.
Este sermón fue, al parecer, la chispa de un
movimiento inmaculadista sin precedentes en la ciudad, que originó innumerables
votos, procesiones y funciones a su favor. Incluso se escribieron unas
letrillas que pronto se hicieron populares y que decían así:
Aunque se empeñe Molina
y los frailes de Regina,
al prior y al provincial,
y al padre de los anteojos
–tenga sacados los ojos
y él, colgado de un peral–
María fue concebida
Sin pecado original.
La llamada pía
opinión, defensora de la idea de que la Virgen había sido concebida sin
pecado original, era opinión mayoritaria, como demuestra el hecho de que el cabildo de la catedral hispalense celebrara la fiesta
de la Inmaculada desde 1369.
Scoto razonaba de la siguiente manera: dado que las
Escrituras no aclaran si la Virgen fue o no concebida sin pecado original y que
las opiniones sobre este tema pueden ser tres, él defendía la más favorable a
la Virgen. Las tres opiniones se resumen en que o bien la Virgen fue concebida
sin pecado original –pía opinión–, o
bien fue concebida con pecado original y purificada nada más nacer –opinión
tomista– o, en tercer lugar, que fue concebida con pecado original y fue
purificada posteriormente.
En 1615 el movimiento inmaculadista en Sevilla casi llegó
a tomar carácter de revuelta popular,
acudiendo una embajada a Roma encabezada por Mateo Vázquez de Leca y Bernardo
del Toro para influir en el Papa al objeto de conseguir la proclamación del
dogma, cosa que no lograron de Paulo V.
En cambio, sí lograron que, al menos, que no se
defendiese en público la opinión contraria, mediante la renovación que hizo el
papa de la Constitución de Sixto IV sobre la Concepción Inmaculada. Esto
sucedió el 8 de diciembre de 1616. La posterior bula de Clemente XIII, de 14 de
marzo de 1767, por la cual se declaraba a la Inmaculada Patrona Principal y
Universal de España y las Indias supuso un gran avance en la proclamación del
dogma, ya en el siglo XIX. Pero lo mismo podría contarse de muchas ciudades y
pueblos españoles, que defendían acaloradamente esta idea de la Pureza de
María.
La Liturgia concede a esta fiesta la máxima
categoría, al calificarla como solemnidad.
Esa calificación implica que se equipara a un domingo (fiesta primordial del
cristiano). Tiene misa propia, con sus antífonas, oraciones, prefacio y
lecturas. Lo más llamativo es el privilegio concedido a España y Latinoamérica
de poder usar ese día el color azul en las vestiduras sagradas. En Sevilla se
solemniza especialmente con la celebración de una octava, cuyo aspecto más llamativo
es el baile de los niños seises, vestido con los colores inmaculadistas: azul y
blanco.
Terminar diciendo que este año de 2013, aunque el 8 de
diciembre caía en el II Domingo de Adviento y, según las normas litúrgicas
debería pasarse al lunes, ya que los domingo de Adviento tienen preferencia
sobre la celebración de solemnidades y fiestas, la solemnidad se celebró en su día, por
petición expresa de la Conferencia Episcopal española a la Santa Sede que, gustosamente, concedio la dispensa oportuna, debido al arraigo popular de esa fecha en
el calendario del pueblo español y latinoamericano.
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