El rito de la bendición y posterior aspersión con agua bendita es un
rito que, contrariamente a lo que algunos pueden pensar, puede realizarse en
todas las misas dominicales, incluso en las misas celebradas en las últimas
horas de los sábados por la tarde. Y muy
especialmente en los domingos del tiempo de Pascua. La OGMR lo indica
claramente, en su número 51: Los
domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial
acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del
bautismo. Así pues, ni es un rito excepcional ni está reservado para
ocasiones muy solemnes.
La bendición y aspersión del agua se hace después del
saludo inicial y ocupa el lugar y la función del acto penitencial del comienzo
de la misa, al que sustituye, en memoria
del bautismo. Dado que el bautismo es el sacramento por el cual somos
introducidos en el Misterio Pascual de Cristo se considera al domingo, día
pascual por excelencia, como el día más adecuado para realizar ese rito.
El agua bendita no es algo mágico. La bendición con el agua bendita es
un sacramental. Los sacramentales están
en función de los sacramentos. Nos disponen a recibir la gracia de éstos. El
ser rociado con agua bendita es signo de que quiero recordar y renovar mi
bautismo. El día de nuestro bautismo, el agua
del sacramento nos lavó y purificó de todo pecado, quedando totalmente limpios. Así pues, si estamos en
pecado leve o venial, el agua bendita
acompañada de un arrepentimiento sincero perdona nuestras faltas leves y, al
mismo tiempo, nos invita a acudir al sacramento de la reconciliación si tenemos
pecados graves.
El rito de la aspersión con agua bendita es un gesto que tiene muchos siglos
y se realizaba al comienzo de las misas solemnes. Ahora se nos invita a hacerlo
con mayor expresividad en todas las misas dominicales, siguiendo uno de los
tres formularios que el Misal ofrece. La aspersión con agua bendita es un rito
que puede ayudar a que la celebración consiga un mejor equilibrio entre
palabras y gestos. Nos ayuda también a que los ritos de entrada se orienten
hacia la alabanza y la alegría.
Pero no se debe olvidar que se trata de un rito de apertura y nunca
debe restar importancia a la celebración de la Palabra y a la participación en
la Eucaristía.
El Misal propone tres formularios para el rito en su Apéndice III. Previamente
hay que tener preparado en la credencia el acetre y el hisopo o ramas vegetales
que lo sustituyan para la aspersión. En el rito, en primer lugar el sacerdote
invita al pueblo a la plegaria y, posteriormente, pronuncia una de las fórmulas
de la bendición que propone el Misal. Se puede añadir al agua un puñado de sal,
donde las costumbres locales lo aconsejen, bendiciéndola asimismo. A
continuación, el sacerdote toma el hisopo y se rocía a sí mismo, a los
ministros, clero y fieles. Si lo ve oportuno, puede recorrer la iglesia para la
aspersión de los fieles. Mientras, se canta un canto apropiado, penitencial.
Este rito también se puede hacer cuando se celebran las Confirmaciones
o en el aniversario de la Dedicación del Templo, ya que las mismas tienen una
relación estrecha con nuestro ser bautismal.
En definitiva, este gesto nos sirve para simbolizar expresivamente lo
que Cristo y su salvación son para nosotros; nos recuerda que todo queda
incorporado al Señor de la Pascua, el Señor de la historia.
Sería recomendable que este rito se hiciese más a menudo, por la
riqueza gestual que tiene, aunque en la práctica de las misas dominicales
apenas es utilizado.
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