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31.10.11

EL KYRIE

En la misa, tras el acto penitencial, se proclaman unas invocaciones conocidas como los Kyrie. Ante todo, decir que las palabras Kyrie Eleison vienen del griego, no del latín. Son invocaciones que no forman parte del acto penitencial, como pudiera creerse.
En los primeros siglos del cristianismo, las lecturas eucarísticas eran leídas en griego. El papa San Dámaso, en el siglo IV, fue quien ordenó cambiar los textos de la misa del griego al latín, al encargar la traducción de la Biblia (en griego y arameo) a San Jerónimo, la Vulgata.
Sin embargo, el Kyrie permaneció inmutable, y así ha seguido durante siglos. Estamos, pues, ante unas invocaciones venerables, que millones de cristianos que nos han precedido, desde los primeros siglos del cristianismo, han pronunciado tal como ahora las decimos. Con el Kyrie (vocativo de Kyrios que quiere decir "el Señor") confesamos el señorío de Cristo Resucitado sobre la humanidad y su historia. En el Nuevo Testamento, Dios es llamado como "el Señor" (Rom 4,8) y en muchas ocasiones se sustituye la palabra Dios por "el Señor". Y también Jesús es llamado "Señor". Las tres invocaciones son: Kyrie eléison, Christe eléison, Kyrie eléison, a las que se responde de igual manera.
El Kyrie eléison –Señor, ten piedad– está tomado de las liturgias orientales y se dirige siempre a Cristo, no al Padre, ni al Espíritu. En casi todos los textos primitivos, este Señor, alude al himno del capítulo segundo de la Carta a los Filipenses que proclama que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2,11).
El Kyrie eléison, Christe eléison eran originalmente parte de las letanías de peticiones que hacía la comunidad cristiana, como también se practicaba en la liturgia siria-bizantina. En el acto litúrgico se intercalaban repitiendo el Kyrie eléison tres veces, el Christe eléison tres veces y de nuevo otras tres veces el Kyrie eléison, atribuyéndole un sentido trinitario, aunque realmente es una aclamación cristológica. Esta invocación pasó posteriormente a la liturgia romana y es muy probable que haya sido la respuesta a una oración universal o que también hayan sido unas letanías procesionales, cuando en determinados días se iba de una iglesia a otra.
Como ya hemos dicho, los Kyrie son una parte independiente del acto penitencial, ya que no son peticiones de perdón, sino una proclamación de alabanza a la misericordia divina. El Misal, eso sí, los ha incluido en la tercera fórmula del acto penitencial. Como parte del Ordinario de la misa, no pueden omitirse salvo en los casos previstos. Hoy día, el hermoso y profundo Kyrie aún se canta en griego en épocas o liturgias especiales, como por ejemplo en las misas dominicales en tiempo de Cuaresma.
El Kyrie eléison se cantaba como una sílaba con muchas notas, siendo posteriormente enriquecidos los cantos con abundantes melismas. Los coros introdujeron eventualmente tropos (textos breves con música) que encontramos sobre todo desde la Edad Media. Los más grandes compositores occidentales han compuesto magníficas piezas musicales polifónicas en honor a estas breves pero tan profundas frases del Kyrie eléison.
Su uso en griego constituye una riqueza que no debería perderse bajo ningún concepto, pues significa una pervivencia litúrgica que nos pone en comunión con millones y millones de hermanos cristianos que nos han precedido y que han alabado con esas mismas palabras al Kyrie, al Señor.

11.10.11

LLEVAR LA COMUNIÓN A LOS ENFERMOS I

En dos artículos vamos a abordar el tema de llevar la comunión a los enfermos. En este primer artículo haremos unas consideraciones generales y de tipo práctico, para abordar en otro posterior el rito propiamente dicho. Y lo vamos a hacer a base de preguntas y respuestas.
Ante todo, debemos tener en cuenta que, cuando llevamos la comunión a una persona enferma o moribunda, compartimos con ella el conocimiento que proviene de una esperanza autentica, esa luz del Espíritu que alimenta la esperanza que va mas allá de esta vida. Por eso, el ministro de la Eucaristía debe ser consciente de la importancia del acto que va a realizar y del consuelo tan enorme que va a proporcionar su servicio al enfermo y, también, a sus familiares.

Y la primera pregunta que podemos hacernos es ¿Quién puede llevar la comunión a casa de un enfermo? En principio, el sacerdote o el diácono. Pero sucede que los párrocos y vicarios parroquiales suelen estar, a veces, muy ocupados en otros asuntos. Entonces pueden delegar en tan importante asunto y encargarlo a laicos autorizados. En primer lugar, a los acólitos instituidos, como ministros extraordinarios de la comunión que son. Y también a otros laicos, debidamente autorizados, sin excluir a religiosas o mujeres en general. Es de sentido común que ese encargo se realice a personas de fe probada y de entrega a la Iglesia (seminaristas, catequistas, religiosas, miembros de las juntas parroquiales, etc).
¿Dónde se llevan las Sagradas Formas? Existen unas cajitas pequeñas, llamadas píxides, en las que pueden transportar con comodidad. Un píxide debe ser bendecido siempre antes de usarse por primera vez. Después de cada uso debe purificarse. Se debe retirar el Santísimo Sacramento inmediatamente antes de salir hacia el hogar donde se ha de administrar el sacramento.
¿Cómo comportase durante el camino? Evidentemente, llevando al Señor a casa de un enfermo no es momento de pararse a saludar a conocidos ni entrar, por ejemplo, a un bar a tomarse un café o una cerveza ni realizar visitas. Debe pues, evitarse, el permanecer o demorar el camino más de lo necesario. Si algún amigo nos detiene se le hará saber, si se ve oportuno, el motivo de la diligencia. De igual manera, se impone un vestido adecuado a la dignidad del acto que se está realizando.
No corresponde llevar la Eucaristía y ocuparse en otras actividades antes de dar la comunión; no es lícito retener las Sagradas Formas en la casa del ministro. La norma general e invariable debe ser: desde el sagrario a la casa del enfermo. Tampoco es lícito reservar la Eucaristía en casa del enfermo. Durante el camino es conveniente rezar, adorando al Sacramento.
¿Qué hacer si la persona no quiere comulgar? Aunque no sea un caso frecuente, a veces, son las familias las que quieren que el enfermo comulgue, para proporcionarle ese consuelo y alivio. Pero si la persona manifiesta su deseo de no comulgar, en ningún caso se le administrará la comunión.
¿Se puede dar la comunión a un disminuido síquico? Por supuesto que sí. Aunque no tenga conciencia plena del acto de comulgar, basta que comprenda o intuya que el pan que va a recibir no es un pan común, sino que tiene algo especial.
¿Cuándo no puede darse la comunión? No debe administrase la comunión si el enfermo está inconsciente o si se encuentra en un estado de enajenación irracional de tal forma que pudiese rechazar el sacramento.
¿Qué hacer si el enfermo no puede deglutir? Si la persona no puede deglutir puede dársele algunas gotas de la sangre de Cristo, si es que puede recibirlas. Si puede comulgar, aunque sea con dificultad, no hay inconveniente en darle una pequeña porción de la hostia y que tome agua después. Solo las personas que no pueden recibir la comunión bajo la forma de pan pueden, a discreción del sacerdote, recibirla bajo la forma de solo vino. Se pondría en un vaso cubierto adecuadamente y guardarse en el tabernáculo después de la comunión para usarla ese día. La Preciosa Sangre debe llevarse al enfermo en un vaso cerrado de tal forma que se elimine todo peligro de derramarla. Si queda algo de la preciosa Sangre después de que el enfermo haya recibido la comunión, el ministro extraordinario debe consumirla y purificar el vaso.
En un próximo artículo veremos los preparativos que deben hacer los familiares y el rito propiamente dicho.

5.10.11

EL ACTO PENITENCIAL DE LA MISA

Dentro de los ritos iniciales de la misa, tras el saludo del sacerdote a la Asamblea, se realiza el acto penitencial. Este acto tiene el sentido de manifestar el sentimiento que tiene la Iglesia de ser comunidad de pecadores. Sirve para valorar la realidad del pecado, crecer en espíritu de penitencia, y considerar la misericordia de Dios. Y nosotros, los cristianos, antes que nada, «para celebrar dignamente estos sagrados misterios», debemos solicitar de Dios primero el perdón de nuestras culpas. Los que frecuentamos la eucaristía hemos de ser los más convencidos de esa condición nuestra de pecadores, que en la misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios. Y para recibir ese perdón, pedimos también «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.
Haciendo un poco de historia digamos que el acto penitencial, al inicio de la misa, es una novedad del Misal del Concilio Vaticano II. El acto penitencial se deriva de las devociones privadas del celebrante; al principio las decía el celebrante mientras iba de la sacristía al altar, más tarde empezó a recitarlas delante del altar mientras la asamblea ejecutaba el canto de entrada. Las misas dialogadas, introducidas a principios del siglo XX y después popularizadas, influyeron en que el acto penitencial fuera considerado cada vez más como acto comunitario. En realidad, en la antigüedad nunca existió al inicio de la misa y cuando nace, en la Edad Media, aparece como una devoción personal del celebrante. Este acto se hizo comunitario en el Misal de Pablo VI.
En las misas dominicales, especialmente en el tiempo pascual, el acto penitencial se puede sustituir por la aspersión de agua bendita, evocando el bautismo.
Hoy, el acto penitencial, forma parte del Ordinario de la Misa y a nadie le es lícito omitirlo por iniciativa propia. Asimismo, el acto penitencial es simplemente uno de los ritos introductorios y no una verdadera parte de la Misa.
¿Cómo se estructura? El acto penitencial, que consta de tres partes, tiene a su vez tres formularios. El sacerdote siempre lo introduce y lo concluye.
En la primera fórmula, se comienza con una invitación por parte del presidente a los fieles para que se examinen y reconozcan pecadores. El sacerdote dice: "Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados". Sigue un momento de silencio, que es importante y forma parte de este acto. A continuación viene la petición de perdón, que se expresa con la oración "Yo confieso ante Dios todopoderoso" con el gesto de un golpe de pecho al decir: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. En el anterior rito eran tres golpes; ahora basta con uno.
El tercer momento es la absolución, que no tiene carácter sacramental, sino que expresa un deseo de perdón de Dios. El sacerdote implora: "Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna". No debemos olvidar que la más genuina tradición litúrgica es que nuestros pecados leves se perdonan escuchando de corazón la Palabra de Dios y participando en el banquete eucarístico, tal como la OGMR en su nº 51 nos indica, cuando dice que el rito del acto penitencial no tiene la eficacia propia del sacramento de la penitencia. Es decir, es la misa, en su conjunto celebrada y vivida, cuando son perdonados nuestros pecados menores. También, en otros momentos de la misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica y se obtiene, el perdón de Dios.
En la segunda fórmula no se reza el Yo Pecador, que se sustituye por unas invocaciones que responde el pueblo.
En la tercera fórmula tampoco se reza el Yo pecador y, en cambio, se emplea el Kýrie, con unas invocaciones previas: "Tú, que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad respondiendo el pueblo Señor, ten piedad" y otras dos más. En esta tercera fórmula, el rito indica que el acto penitencial, cuando incluye el Señor, ten piedad, el tropo precedente lo recita «el sacerdote u otro ministro idóneo», por lo tanto queda claro, que no sólo es el presidente de la celebración quien puede recitar la fórmula, lo puede hacer también el diácono o un ministro laico, que tal vez sea la forma más expresiva de realizar el acto penitencial, según nos propone el mismo Misal. El sacerdote responde a una sola voz con todos, concluyendo al final, como corresponde a su rol de presidente.
Observaciones generales. Se debe evitar alargar excesivamente este momento, es decir, cantarlo, salvo en ocasiones más solemnes. A veces puede parecer excesivo un canto de entrada, el canto del acto penitencial y el canto del Gloria. Tendríamos tres cantos en un momento que sólo es un rito introductorio de la Misa. No obstante, es algo que se está haciendo muy común en nuestras celebraciones. Puede resultar incomprensible extendernos demasiado en los ritos introductorios, con excesivos cantos y sin embargo prescindir, por ejemplo, de recitar el Canon Romano o la Plegaria Eucarística IV, textos que forman parte de un momento más importante como lo es la Plegaria Eucarística, con la excusa de que “son largos”.