Comenzamos este artículo preguntándonos ¿Qué sentido tiene la reserva de la Eucaristía? ¿No parece más apropiado consagrar en cada Misa las hostias que van a comulgar los fieles?
La Iglesia nos dice que el fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera la misa es para la administración del Viático, o sea, llevar el sacramento a los enfermos moribundos y así no privarles de ese consuelo tan preciso en esos dramáticos momentos.
Pero además podemos citar otros fines secundarios: la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo, presente en el sacramento. Así pues, la reserva de las especies sagradas para los enfermos y moribundos ha dado origen a la laudable costumbre de adorar a Jesús Sacramentado conservado en el Sagrario. Este culto de adoración se basa en una razón muy sólida y firme: sobre todo porque a la fe en la presencia real del Señor le es connatural su manifestación externa y pública.
En la celebración de la misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo se hace presente a su Iglesia: en primer lugar está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la Sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e íntegro, Dios y hombre, se halla presente sustancial y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies «se dice real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia».
Así, por razón del signo, no se debe tener desde el principio de la misa la reserva de las especies sagradas en el altar y se llevan solamente en el momento de la comunión. Un acólito instituido o un ministro ordenado las trae del Sagrario y las coloca sobre el corporal antes del Cordero de Dios. Tras la distribución de la comunión, el acólito las vuelve a guardar en el Sagrario. Tanto al tomarlas como al depositarlas hará genuflexión.
Las hostias de la reserva deben renovarse frecuentemente y conservarse en un copón o vaso sagrado, en la cantidad suficiente para la comunión de los enfermos y de otros fieles.
Las iglesias y oratorios públicos en los que se guarda la Santísima Eucaristía deben estar abiertos diariamente durante el tiempo oportuno del día para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento.
El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía debe ser verdaderamente destacado. Conviene que sea igualmente apto para la adoración y oración privada, de modo que los fieles no dejen de venerar al Señor presente en el sacramento, aun con culto privado, y lo hagan con facilidad y provecho. Ese fin se consigue más fácilmente cuando el sagrario se coloca en una capilla que esté separada de la nave central del templo, sobre todo en las iglesias en las que se celebran con frecuencia matrimonios y funerales y en los lugares que son muy visitados, ya por peregrinaciones, ya por razón de su importancia artística o histórica.
Sobre el Sagrario ya publicamos un artículo por lo que sólo recordamos que la sagrada Eucaristía se reservará en un Sagrario sólido, no transparente, e inviolable. De ordinario, en cada iglesia habrá un solo sagrario, colocado sobre un altar o fuera de un altar, pero en alguna parte de la iglesia que sea noble y esté debidamente adornada, ardiendo constantemente una lámpara de aceite o cera como signo de honor al Señor.
La Iglesia nos dice que el fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera la misa es para la administración del Viático, o sea, llevar el sacramento a los enfermos moribundos y así no privarles de ese consuelo tan preciso en esos dramáticos momentos.
Pero además podemos citar otros fines secundarios: la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo, presente en el sacramento. Así pues, la reserva de las especies sagradas para los enfermos y moribundos ha dado origen a la laudable costumbre de adorar a Jesús Sacramentado conservado en el Sagrario. Este culto de adoración se basa en una razón muy sólida y firme: sobre todo porque a la fe en la presencia real del Señor le es connatural su manifestación externa y pública.
En la celebración de la misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo se hace presente a su Iglesia: en primer lugar está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la Sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e íntegro, Dios y hombre, se halla presente sustancial y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies «se dice real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia».
Así, por razón del signo, no se debe tener desde el principio de la misa la reserva de las especies sagradas en el altar y se llevan solamente en el momento de la comunión. Un acólito instituido o un ministro ordenado las trae del Sagrario y las coloca sobre el corporal antes del Cordero de Dios. Tras la distribución de la comunión, el acólito las vuelve a guardar en el Sagrario. Tanto al tomarlas como al depositarlas hará genuflexión.
Las hostias de la reserva deben renovarse frecuentemente y conservarse en un copón o vaso sagrado, en la cantidad suficiente para la comunión de los enfermos y de otros fieles.
Las iglesias y oratorios públicos en los que se guarda la Santísima Eucaristía deben estar abiertos diariamente durante el tiempo oportuno del día para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento.
El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía debe ser verdaderamente destacado. Conviene que sea igualmente apto para la adoración y oración privada, de modo que los fieles no dejen de venerar al Señor presente en el sacramento, aun con culto privado, y lo hagan con facilidad y provecho. Ese fin se consigue más fácilmente cuando el sagrario se coloca en una capilla que esté separada de la nave central del templo, sobre todo en las iglesias en las que se celebran con frecuencia matrimonios y funerales y en los lugares que son muy visitados, ya por peregrinaciones, ya por razón de su importancia artística o histórica.
Sobre el Sagrario ya publicamos un artículo por lo que sólo recordamos que la sagrada Eucaristía se reservará en un Sagrario sólido, no transparente, e inviolable. De ordinario, en cada iglesia habrá un solo sagrario, colocado sobre un altar o fuera de un altar, pero en alguna parte de la iglesia que sea noble y esté debidamente adornada, ardiendo constantemente una lámpara de aceite o cera como signo de honor al Señor.
1 comentario:
por cierto en una capilla n oanexa a la parroquia donde radica la hermandad puede tener u nsagrario con las sagradas formas
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