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6.12.16

LAS ELEVACIONES DE LA HOSTIA Y EL VINO Y LAS GENUFLEXIONES DURANTE LA MISA

Siguiendo con los gestos y posturas que se adoptan durante la misa, vamos a ocuparnos de dos gestos muy significativos: la elevación de la hostia y el cáliz y las genuflexiones que el sacerdote realiza durante la misa.
La elevación es el gesto simbólico propio del que ofrece alguna cosa. En la misa son tres las elevaciones propiamente dichas: 
* La de la hostia y el cáliz en el ofertorio, con la que el celebrante presenta a Dios las oblatas del sacrificio. La hostia se eleva sobre la patena, colocándola después sobre el corporal, al igual que el cáliz tras su elevación. Este rito se introdujo en la misa en el siglo XIII, en relación con las dos oraciones del ofertorio que la acompañan[1].
* Otra elevación es la que sigue inmediatamente a la consagración del pan y del vino. La primera, fue instituida a principios del siglo XIII en París por el obispo Eudes de Sully, a causa de la disputa teológica provocada por el monje y teólogo herético francés Berengario de Tours, que afirmaba que la presencia de Cristo en las Sagradas especies era sólo simbólica, no real. La elevación del cáliz le siguió poco tiempo después. Son elevaciones que no tienen carácter simbólico, sino que sirven solamente para mostrar a los fieles las especies consagradas, con el fin de excitar en ellos un acto de fe y de adoración.
* La que se encuentra al final de la Plegaria Eucarística, en la doxología final[2]. Es la más importante, y antiguamente era la única.
La doxología final de la Plegaria eucarística la pronuncia solamente el sacerdote principal y, si parece bien, juntamente con los demás concelebrantes, pero no los fieles”. (OGMR, 236). El pueblo cristiano hace suya la plegaria eucarística, y completa la gran doxología trinitaria diciendo: Amén. Añadimos que la costumbre observada en algunas comunidades de que el pueblo acompañe al sacerdote recitando la doxología no es litúrgica, ya que entonces ¿quién responde con el Amen? Es el Amén más solemne de la misa, un amen de ratificación de toda la plegaria.
En la reforma litúrgica de 1969 se apostó por un gesto de tradición oriental: elevar las especies, cada una con una mano y sin ostensión de la hostia, que permanece en su patena. En la misa con diácono es éste quien eleva el cáliz.
También hay otras dos elevaciones menores que el sacerdote lleva a cabo durante la misa. La primera cuando toma entre sus manos la hostia y el cáliz antes de consagrarlos: es un gesto imitativo de aquel hecho por Cristo  que debió ser más acentuado en la Edad Media que hoy en día.
La segunda, que de hecho es más bien una ostensión (muestra) tiene lugar cuando, mirando al pueblo antes de distribuir la comunión y de comulgar el sacerdote, se muestra la hostia alzada sobre la patena o sobre el cáliz diciendo: «Este es el Cordero de Dios». Se trata de una rúbrica introducida en el siglo XVI.
La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración. Por eso se reserva exclusivamente para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz solamente desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual.
En la misa, el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones: después de la elevación de la hostia recién consagrada, después de la elevación del cáliz con el vino recién consagrado y antes de comulgar el sacerdote─ después del Cordero de Dios─. Es costumbre tocar las campanillas mientras duran las dos elevaciones de la consagración.
Ahora bien, si el sagrario con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el sacerdote, el diácono y los otros ministros hacen genuflexión cuando llegan al altar y cuando se retiran de él, pero no durante la celebración de la misa. Los acólitos que llevan la cruz procesional o los cirios, en vez de la genuflexión, hacen inclinación de cabeza.





[1] Una es la oración que, en latín, dice  Suscipe, sancte Pater, omnipotens ætérne Deus, hanc immaculátam hóstiam... para la hostia y la Offerimus tibi calicem para el cáliz. 
[2] «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos».

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