Con el rito de la paz, la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, al mismo tiempo que los fieles expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de recibir la comunión.
En este rito de la paz, el sacerdote pronuncia algunas oraciones, pidiendo la paz en el mundo entero. Este rito culmina con el saludo de la paz de todos quienes celebran el Santo Sacrificio de la Misa. El rito se inicia pidiendo al Señor que nos libre de pecado y nos dé la paz: “Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
Inmediatamente, la asamblea proclama la gloria de Cristo, respondiendo: “Tuyo es el Reino, tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor”. En la siguiente oración, el sacerdote nos recuerda el mensaje de paz expresado por Jesús a sus apóstoles, además de pedir para la Iglesia unidad y Paz: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ¨La paz os dejo, mi paz os doy¨ no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”, a lo que todos juntos respondemos “Amén”.
Dios quiere que recibamos su paz: “La paz del Señor esté siempre con vosotros”, nosotros respondemos: “Y con tu espíritu”, pero sobre todo, desea que la compartamos con otras personas: “Daos fraternalmente la paz ”. Solamente esta última invitación a transmitir la paz puede decirla, también, el diácono.
Dios quiere que recibamos su paz: “La paz del Señor esté siempre con vosotros”, nosotros respondemos: “Y con tu espíritu”, pero sobre todo, desea que la compartamos con otras personas: “Daos fraternalmente la paz ”. Solamente esta última invitación a transmitir la paz puede decirla, también, el diácono.
Con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo el celebrante (o el diácono) invita al pueblo a darse fraternalmente la paz, según la costumbre local . La invitación es una fórmula corta y no una pequeña homilía, si bien el celebrante (o el diácono) puede decir más palabras, inspirándose, tal vez, en las lecturas del día.
El gesto de la paz es signo de la fraternidad hecho por toda la asamblea. Debe llevar a trabajar por la paz y la unidad. Este saludo de la paz, en las misas de los días de semana, puede ser omitido por el sacerdote; no así el rito de la paz.
En el rito de la paz el celebrante no abandona el altar, así que el diácono y algunos ayudantes se dirigen a él para recibir la paz. El signo de la paz se lo dan entre sí los que están más cerca. Los ayudantes no deben deambular por el presbiterio ni van por la iglesia dando la paz a todo el mundo.
Unos a otros nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los que están a nuestro lado, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a todos los presentes en la misa. Esos barullos que, con la mejor de las intenciones, se montan a veces en este momento, incluso con salidas del banco que se ocupa para darle la paz a otros conocidos, sobran.
En el presbiterio, la forma tradicional romana de dar la paz es la siguiente: El que recibe la paz se inclina. Luego, el que da el signo pone sus manos en la parte superior de los brazos (cerca de los hombros) del otro; el que recibe la paz aprieta sus manos en los codos del otro. Cada uno inclina la cabeza hacia adelante, y ligeramente hacia su derecha, de modo que sus mejillas izquierdas casi se tocan. El que da la paz suele decir «La paz sea contigo», y el que la recibe contesta «Y con tu espíritu». Después, retroceden un poco y se inclinan el uno hacia el otro, con las manos juntas de la manera habitual.
Algunos liturgistas, con buenas razones, han pedido que el rito de la paz sea antes de la procesión de las ofrendas, según la práctica ambrosiana.
Por último aclarar que el rito de la paz y de saludarse no tiene sentido penitencial ni de pedir perdón a quien se saluda.
El gesto de la paz es signo de la fraternidad hecho por toda la asamblea. Debe llevar a trabajar por la paz y la unidad. Este saludo de la paz, en las misas de los días de semana, puede ser omitido por el sacerdote; no así el rito de la paz.
En el rito de la paz el celebrante no abandona el altar, así que el diácono y algunos ayudantes se dirigen a él para recibir la paz. El signo de la paz se lo dan entre sí los que están más cerca. Los ayudantes no deben deambular por el presbiterio ni van por la iglesia dando la paz a todo el mundo.
Unos a otros nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los que están a nuestro lado, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a todos los presentes en la misa. Esos barullos que, con la mejor de las intenciones, se montan a veces en este momento, incluso con salidas del banco que se ocupa para darle la paz a otros conocidos, sobran.
En el presbiterio, la forma tradicional romana de dar la paz es la siguiente: El que recibe la paz se inclina. Luego, el que da el signo pone sus manos en la parte superior de los brazos (cerca de los hombros) del otro; el que recibe la paz aprieta sus manos en los codos del otro. Cada uno inclina la cabeza hacia adelante, y ligeramente hacia su derecha, de modo que sus mejillas izquierdas casi se tocan. El que da la paz suele decir «La paz sea contigo», y el que la recibe contesta «Y con tu espíritu». Después, retroceden un poco y se inclinan el uno hacia el otro, con las manos juntas de la manera habitual.
Algunos liturgistas, con buenas razones, han pedido que el rito de la paz sea antes de la procesión de las ofrendas, según la práctica ambrosiana.
Por último aclarar que el rito de la paz y de saludarse no tiene sentido penitencial ni de pedir perdón a quien se saluda.