En una serie de dos artículos vamos a aproximarnos al conocimento de los datos terrenales que podemos conocer sobre la Virgen.
Muchos de los elementos históricos de la vida terrenal de María, algunos plenamente asumidos por la comunidad creyente, nos lo proporcionan documentos extrabíblicos a los que es imprescindible acudir.
Una de las fuentes en las que se han basado generaciones enteras para conocer la vida de María, sobre todo antes de la Anunciación, han sido los evangelios apócrifos, en especial el llamado protoevangelio de Santiago, que ha sido sin duda la narración apócrifa que más influencia ha tenido en la posteridad. Escrito al parecer entre los siglos II al IV en lengua griega y conocido también como “Libro de Santiago” consta de 25 capítulos en los cuales se narra el nacimiento y vida de María hasta la edad de dieciséis años para contar posteriormente el nacimiento de Jesús y la matanza de los Inocentes. Termina con un epílogo que nos presenta a Santiago el Menor como el autor del texto. Todo el objetivo del libro de Santiago no es otro que el de exaltar la figura de María y su virginidad.
Otro libro esencial para la difusión de las leyendas e historias sobre la Virgen es el llamado “Evangelio del Pseudo Mateo” por atribuirse a dicho evangelista su texto y siendo san Jerónimo su supuesto traductor del hebreo al latín. Ha sido una fuente muy importante para la iconografía mariana y los aspectos literarios sobre la Virgen sobre todo en época medieval. Detalles tan asumidos hoy día como el nombre de los padres de la Virgen, la Presentación de la Virgen al templo, el nacimiento de Jesús en una cueva y apoyado en un pesebre, la vejez y viudez de san José, las ofrendas de los Magos o la vara florecida de José son elementos que proceden de estos apócrifos. Hemos de aclarar al lector que el término “apócrifo” no es sinónimo de falso ni de herético sino simplemente que son escritos que la Iglesia no reconoce como verdad revelada, lo cual no excluye que en todo o en parte puedan narrar hechos ciertos. Recordamos que no es hasta el S. IV en que quedan fijados en veintisiete el número de libros que componen el Nuevo Testamento.
Muchos de los elementos históricos de la vida terrenal de María, algunos plenamente asumidos por la comunidad creyente, nos lo proporcionan documentos extrabíblicos a los que es imprescindible acudir.
Una de las fuentes en las que se han basado generaciones enteras para conocer la vida de María, sobre todo antes de la Anunciación, han sido los evangelios apócrifos, en especial el llamado protoevangelio de Santiago, que ha sido sin duda la narración apócrifa que más influencia ha tenido en la posteridad. Escrito al parecer entre los siglos II al IV en lengua griega y conocido también como “Libro de Santiago” consta de 25 capítulos en los cuales se narra el nacimiento y vida de María hasta la edad de dieciséis años para contar posteriormente el nacimiento de Jesús y la matanza de los Inocentes. Termina con un epílogo que nos presenta a Santiago el Menor como el autor del texto. Todo el objetivo del libro de Santiago no es otro que el de exaltar la figura de María y su virginidad.
Otro libro esencial para la difusión de las leyendas e historias sobre la Virgen es el llamado “Evangelio del Pseudo Mateo” por atribuirse a dicho evangelista su texto y siendo san Jerónimo su supuesto traductor del hebreo al latín. Ha sido una fuente muy importante para la iconografía mariana y los aspectos literarios sobre la Virgen sobre todo en época medieval. Detalles tan asumidos hoy día como el nombre de los padres de la Virgen, la Presentación de la Virgen al templo, el nacimiento de Jesús en una cueva y apoyado en un pesebre, la vejez y viudez de san José, las ofrendas de los Magos o la vara florecida de José son elementos que proceden de estos apócrifos. Hemos de aclarar al lector que el término “apócrifo” no es sinónimo de falso ni de herético sino simplemente que son escritos que la Iglesia no reconoce como verdad revelada, lo cual no excluye que en todo o en parte puedan narrar hechos ciertos. Recordamos que no es hasta el S. IV en que quedan fijados en veintisiete el número de libros que componen el Nuevo Testamento.
Así pues, algunas de las cosas que sabemos de María a través de estos escritos se pueden considerar dentro del campo de las leyendas y tradiciones y otras no. De hecho la Iglesia nunca los ha aceptado como escritos canónicos y se sigue debatiendo en términos teológicos y bíblicos si su uso como fuente de información es fiable aunque no es éste el momento de realizar ese debate. No obstante, lo que sí conocemos son los usos y costumbres de la época y datos evangélicos sobre los cuales vamos a construir, aunque sea en precario, su biografía, especificando los datos reales de los supuestos.
Los Evangelios únicamente narran la genealogía de José, no la de María (Mt 1, 1-17) lo cual es acorde con la tradición judía en la cual el papel de la mujer en la sociedad era muy secundario. Los padres de María se llamaban al parecer Joaquín y Ana y posiblemente vivían en Nazaret. Una tradición nos habla de que Joaquín nació en una aldea de Galilea llamada Séforis. Los apócrifos coinciden en señalar que Joaquín era hombre rico, de la tribu de Judá, y que tras muchos años de casado no tenía descendencia, lo cual era considerado oprobioso en la época, por considerarlo como no bendecido por el Señor al no haber dado vástagos a la casa de Israel. Tras retirarse en soledad al desierto y pedirlo insistentemente, un ángel del Señor le anuncia su paternidad y Ana, su esposa, da a luz a una niña a la que llamaran Mariam y que nacería en Jerusalén. Sobre la infancia de María nada sabemos, aunque los apócrifos coinciden en que a la edad de tres años fue presentada y entregada al servicio del Templo, al que sirvió hasta los doce años lo cual no implica que necesariamente viviera en el Templo ya que también pudo vivir con sus padres en Jerusalén o en Nazaret.
Entre los parientes de la Virgen, aunque no se citen con precisión, podemos citar a Isabel, que sería su prima y madre de Juan el Bautista y a la que la Virgen visita viviendo con ella al menos tres meses en la aldea de Ain-Karin que era el domicilio de Isabel. El evangelista Lucas nos lo narra con cierto detalle (Lc 1, 39-56). El Magnificat, espléndido canto mariano entonado por la Virgen en esta ocasión, constituye un magnífico regalo de la Virgen a las generaciones posteriores. Por otra parte el evangelista Marcos nos habla de otros parientes, hermanos de Jesús. En la Edad Media se difundió la leyenda de la parentela de la Virgen, leyenda hoy desautorizada, según la cual Ana, al enviudar, se volvería a casar por dos veces originando una numerosa parentela que podría quedar así: María de Cleofás era hermana de María (Jn 19, 25) y esposa de Alfeo cuyos hijos serían Santiago el Menor, Simón, Judas Tadeo y José. Otra hermana de la Virgen sería María Salomé, esposa de Zebedeo cuyos hijos serían Santiago el Mayor y Juan y que serían llamados por Jesús para el grupo inicial de apóstoles (Mc 1, 16-20). Así pues, Jesús tendría parientes próximos, primos y tíos seguramente. También debemos aclarar que el término hermano o hermana debe entenderse en sentido amplio, como sinónimo de parientes. La teología católica no admite que la Virgen tuviese más hijo que Jesús, el Unigénito. En cualquier caso este punto referido a los parientes de la Virgen y de Jesús queda muy confuso y se nutre mucho de conjeturas ya que las Escrituras no aclaran mucho al respecto.
María debía tener entre catorce y dieciséis años cuando se casó con José puesto que esa era la edad habitual en la que las muchachas hebreas contraían matrimonio por lo cual podemos deducir que debió nacer sobre el año 23 al 20 a.C. Este dato es aproximado y tiene en cuenta el error de cálculo sobre la fecha del nacimiento de Cristo, el cual debió ocurrir muy posiblemente en el año 4 a.C. o sea, cuatro años antes de la fecha en que habitualmente se fija, ya que hay datos históricos y astronómicos que así parecen indicarlo. En el caso de que la estrella que guió a los Magos fuese una conjunción planetaria como también se apunta, el nacimiento habría que retrasarlo al año 7 a.C. Teniendo en cuenta esos datos se pueden aventurar algunas hipótesis más o menos fiables.
Siguiendo la costumbre judía María habría realizado su desposorio (parte legal del matrimonio judío en el cual se obtienen todos los derechos y obligaciones de los esposos) con un joven que tendría entre dieciocho y veinticinco años llamado José, originario de Belén, posiblemente entre el 9 y el 6 a.C. La tradición ha difundido la idea sobre José como la de un viejecito viudo incluso con hijos al casarse con María, idea seguramente surgida con el fin de proteger la virginidad de María, que no parece ajustarse a la realidad y que justificaría el nombre de hermanos de Jesús. Podemos suponer que la Anunciación del arcángel Gabriel y la concepción de Jesús fue sobre el año 5 a.C. (Lc 1,26-38). Sabemos por los Evangelios que inmediatamente María se puso en camino para visitar a su prima (Lc 1,39), lo que indica que la visita ocurrió dentro del mismo año. La localidad donde vivía Isabel debía ser la ya citada ciudad de Ain-Karim, en las montañas cerca de Jerusalén.
Al regreso de su visita a su prima santa Isabel, y después de la visita del ángel a José para explicarle el misterio de la concepción, se realizó la ceremonia religiosa y la fiesta de bodas de José y María, a partir de la cual empezarían a vivir juntos (Mt 1,24). La boda se celebraría en miércoles y duraría una semana, tal como era habitual en la tradición judía. Desde ese momento, María se ocuparía de las tareas domésticas, ir a por agua, preparar la comida y cosas por el estilo. Debido a las disposiciones romanas sobre el censo, José y María tuvieron que trasladarse a Belén (Lc 2,1) en donde nació Jesús probablemente en la primavera del año 4 a.C. A los ocho días, de acuerdo a la ley judía, Jesús fue circuncidado (Lc 2,21). La circuncisión era un rito socio-religioso con un doble significado: por un lado el circunciso se incorporaba al pueblo de Dios y al mismo tiempo se les ponía un nombre, que hacía referencia a las virtudes que se le deseaban o esperaban de él. Solía hacerse en la intimidad del domicilio por una persona experta, ante la presencia de testigos y familiares y era el signo de la Alianza. A Jesús se le puso ese nombre porque fue el nombre que el ángel de la Anunciación dijo: “Concebirás y darás luz a un Hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31).
A los cuarenta días del nacimiento de acuerdo a la ley mosaica las mujeres debían purificarse del parto y María también lo hizo, por lo que los esposos fueron al templo de Jerusalén en donde presentaron al Niño y tuvo lugar el encuentro con la profetisa Ana y el anciano Simeón (Lc 2,22-38). Esta purificación en el caso de Maria hay que entenderla como el simple cumplimiento de un imperativo legal. La Iglesia lo celebra como la entrañable fiesta de la Candelaria.
Los Evangelios únicamente narran la genealogía de José, no la de María (Mt 1, 1-17) lo cual es acorde con la tradición judía en la cual el papel de la mujer en la sociedad era muy secundario. Los padres de María se llamaban al parecer Joaquín y Ana y posiblemente vivían en Nazaret. Una tradición nos habla de que Joaquín nació en una aldea de Galilea llamada Séforis. Los apócrifos coinciden en señalar que Joaquín era hombre rico, de la tribu de Judá, y que tras muchos años de casado no tenía descendencia, lo cual era considerado oprobioso en la época, por considerarlo como no bendecido por el Señor al no haber dado vástagos a la casa de Israel. Tras retirarse en soledad al desierto y pedirlo insistentemente, un ángel del Señor le anuncia su paternidad y Ana, su esposa, da a luz a una niña a la que llamaran Mariam y que nacería en Jerusalén. Sobre la infancia de María nada sabemos, aunque los apócrifos coinciden en que a la edad de tres años fue presentada y entregada al servicio del Templo, al que sirvió hasta los doce años lo cual no implica que necesariamente viviera en el Templo ya que también pudo vivir con sus padres en Jerusalén o en Nazaret.
Entre los parientes de la Virgen, aunque no se citen con precisión, podemos citar a Isabel, que sería su prima y madre de Juan el Bautista y a la que la Virgen visita viviendo con ella al menos tres meses en la aldea de Ain-Karin que era el domicilio de Isabel. El evangelista Lucas nos lo narra con cierto detalle (Lc 1, 39-56). El Magnificat, espléndido canto mariano entonado por la Virgen en esta ocasión, constituye un magnífico regalo de la Virgen a las generaciones posteriores. Por otra parte el evangelista Marcos nos habla de otros parientes, hermanos de Jesús. En la Edad Media se difundió la leyenda de la parentela de la Virgen, leyenda hoy desautorizada, según la cual Ana, al enviudar, se volvería a casar por dos veces originando una numerosa parentela que podría quedar así: María de Cleofás era hermana de María (Jn 19, 25) y esposa de Alfeo cuyos hijos serían Santiago el Menor, Simón, Judas Tadeo y José. Otra hermana de la Virgen sería María Salomé, esposa de Zebedeo cuyos hijos serían Santiago el Mayor y Juan y que serían llamados por Jesús para el grupo inicial de apóstoles (Mc 1, 16-20). Así pues, Jesús tendría parientes próximos, primos y tíos seguramente. También debemos aclarar que el término hermano o hermana debe entenderse en sentido amplio, como sinónimo de parientes. La teología católica no admite que la Virgen tuviese más hijo que Jesús, el Unigénito. En cualquier caso este punto referido a los parientes de la Virgen y de Jesús queda muy confuso y se nutre mucho de conjeturas ya que las Escrituras no aclaran mucho al respecto.
María debía tener entre catorce y dieciséis años cuando se casó con José puesto que esa era la edad habitual en la que las muchachas hebreas contraían matrimonio por lo cual podemos deducir que debió nacer sobre el año 23 al 20 a.C. Este dato es aproximado y tiene en cuenta el error de cálculo sobre la fecha del nacimiento de Cristo, el cual debió ocurrir muy posiblemente en el año 4 a.C. o sea, cuatro años antes de la fecha en que habitualmente se fija, ya que hay datos históricos y astronómicos que así parecen indicarlo. En el caso de que la estrella que guió a los Magos fuese una conjunción planetaria como también se apunta, el nacimiento habría que retrasarlo al año 7 a.C. Teniendo en cuenta esos datos se pueden aventurar algunas hipótesis más o menos fiables.
Siguiendo la costumbre judía María habría realizado su desposorio (parte legal del matrimonio judío en el cual se obtienen todos los derechos y obligaciones de los esposos) con un joven que tendría entre dieciocho y veinticinco años llamado José, originario de Belén, posiblemente entre el 9 y el 6 a.C. La tradición ha difundido la idea sobre José como la de un viejecito viudo incluso con hijos al casarse con María, idea seguramente surgida con el fin de proteger la virginidad de María, que no parece ajustarse a la realidad y que justificaría el nombre de hermanos de Jesús. Podemos suponer que la Anunciación del arcángel Gabriel y la concepción de Jesús fue sobre el año 5 a.C. (Lc 1,26-38). Sabemos por los Evangelios que inmediatamente María se puso en camino para visitar a su prima (Lc 1,39), lo que indica que la visita ocurrió dentro del mismo año. La localidad donde vivía Isabel debía ser la ya citada ciudad de Ain-Karim, en las montañas cerca de Jerusalén.
Al regreso de su visita a su prima santa Isabel, y después de la visita del ángel a José para explicarle el misterio de la concepción, se realizó la ceremonia religiosa y la fiesta de bodas de José y María, a partir de la cual empezarían a vivir juntos (Mt 1,24). La boda se celebraría en miércoles y duraría una semana, tal como era habitual en la tradición judía. Desde ese momento, María se ocuparía de las tareas domésticas, ir a por agua, preparar la comida y cosas por el estilo. Debido a las disposiciones romanas sobre el censo, José y María tuvieron que trasladarse a Belén (Lc 2,1) en donde nació Jesús probablemente en la primavera del año 4 a.C. A los ocho días, de acuerdo a la ley judía, Jesús fue circuncidado (Lc 2,21). La circuncisión era un rito socio-religioso con un doble significado: por un lado el circunciso se incorporaba al pueblo de Dios y al mismo tiempo se les ponía un nombre, que hacía referencia a las virtudes que se le deseaban o esperaban de él. Solía hacerse en la intimidad del domicilio por una persona experta, ante la presencia de testigos y familiares y era el signo de la Alianza. A Jesús se le puso ese nombre porque fue el nombre que el ángel de la Anunciación dijo: “Concebirás y darás luz a un Hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31).
A los cuarenta días del nacimiento de acuerdo a la ley mosaica las mujeres debían purificarse del parto y María también lo hizo, por lo que los esposos fueron al templo de Jerusalén en donde presentaron al Niño y tuvo lugar el encuentro con la profetisa Ana y el anciano Simeón (Lc 2,22-38). Esta purificación en el caso de Maria hay que entenderla como el simple cumplimiento de un imperativo legal. La Iglesia lo celebra como la entrañable fiesta de la Candelaria.
3 comentarios:
Quería formular una pregunta, que no tiene que ver directamente con esta entrada del blog. ¿Que diferencia existe entre la utilización de una sotana negra o roja bajo la sobrepelliz?
Me he fijado en muchos grabados, que los acólitos visten la roja en ocasiones. ¿Es para engrandecer la ceremonia, como uso de color litúrgico...?
El uso de sotanas rojas por los monaguillos es una costumbre tradicional en algunos lugares y no tiene, que yo sepa, ningún significado litúrgico especial.
yo digo:
resumirme este testo en un parrafo
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