Buscar este blog

4.10.09

LA NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN Y LA CONSAGRACIÓN

El momento culminante del sacrificio eucarístico, el más sagrado, es la parte de la Plegaria eucarística en la cual se narra la institución y se consagra. En estos momentos es bueno que el celebrante tenga presentes estas palabras de Juan Pablo II: “El culto eucarístico madura y crece cuando las palabras de la Plegaria eucarística, y espe­cialmente las de la Consagración, son pronunciadas con humildad y sencillez, de manera comprensible, correcta y digna, como corresponde a su santidad; cuando este acto esencial de la liturgia eucarística es realizado sin prisas; cuando nos com­promete a un recogimiento tal y a una devoción tal, que los participantes advierten la grandeza del misterio que se realiza y lo manifiestan con su comportamiento''.
El pueblo, si no se ha arrodillado después del Sanctus o en la epíclesis, estará de rodillas, a no ser que lo impida la estrechez del lugar o la aglomeración de la concurrencia o cualquier otra causa razonable.
Consagración del pan
Después de la epíclesis, momento en que se pueden tocar brevemente las campanillas, el celebrante junta las manos. Toma una forma grande en sus manos en las palabras “tomó pan” con el dedo índi­ce y pulgar de cada mano, o con otros dedos si la forma es muy grande. No toma con las manos la patena o el copón. Tampoco parte o des­menuza el pan en las palabras “lo partió”.
Se inclina ligeramente hacia adelante mientras dice las palabras de la Consagración que han de pronunciarse con claridad, como requiere la natu­raleza de éstas: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Si conoce las palabras de la Consa­gración de memoria –como es normal– puede mirar al pan, y no hacia el libro o bien hacia el pueblo. Puede bajar la voz ligeramente así como el ritmo de las pala­bras, para que tanto él mismo como el pueblo sean atraídos por la acción sublime de Cristo en su Iglesia.
La elevación de la Hostia debe ser un mostrar el Cuerpo de Cristo al pueblo de manera respetuosa y con pausa. Después de decir las pala­bras de la Consagración, el celebrante permanece de pie, erguido, manteniendo aún la Hostia, que reverentemente levanta sobre el corporal. Es preferible elevar la Hostia al menos hasta la altura de los ojos, donde se oculta la cara del celebrante. La acción es más significativa si levanta más la Hostia sin estirarse.
Cuando sostiene la Hostia con los dedos índice y pulgar de ambas manos, los otros dedos deben permanecer juntos y doblados, en cualquier caso procurando no tapar la Hostia a la vista del pueblo. Es preferible una vez elevada parar un momento y luego bajar la Hostia lentamente y con reverencia hacia la patena. Luego, poniendo ambas manos en el corporal, hace una genuflexión adorándolo, sin prisa y sin inclinar la cabeza.
Consagración del vino
El celebrante quita la palia, a no ser que el diácono o el acólito la hayan quitado durante la epíclesis. En las palabras “tomó este cáliz glorioso” o sus equivalentes en las distintas Plegarias eucarísticas, toma el cáliz, preferiblemente cogiendo el nudo con la mano derecha y sosteniendo la base con la mano izquierda, manteniéndolo recto –no inclinado hacia él– lo levanta un poco sobre la superficie del altar, y luego se incli­na mientras dice de forma distinta las palabras de la Consagración. Ya que se inclina ligeramente, con naturalidad, dirige su mirada al cáliz, no hacia el libro, mientras dice: “Tomad y bebed... Haced esto en con­memoración mía” manteniendo el mismo tono de voz y ritmo de las palabras que en la Consagración del pan.
Estando erguido, eleva el cáliz con cuidado, con ambas manos, por encima del corporal. Es preferible levantar la base del cáliz hasta la altura de los ojos, o más alto. Se detiene un momento antes de bajar el cáliz despacio y con reverencia al corporal. Luego, pone ambas manos en el corporal y hace una genuflexión en adoración, sin prisa y sin inclinar la cabeza, tal como hizo con el Pan. Si se usa palia, la coloca sobre el cáliz antes de hacer la genuflexión. El sacerdote puede decir mentalmente una oración de adoración en las elevaciones, pero nunca de forma audible. En cada elevación puede tocarse la campanilla, de acuerdo con la costumbre local. Si se utiliza incienso, se inciensa la Hostia y la Preciosa Sangre en cada elevación por un turiferario que, de rodillas y delante del altar, da tres golpes dobles en los momentos de mostrar al pueblo las divinas especies.

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias hermano por compartir toda esta información. Soy catequista y me viene muy bien todos los datos que pones en esta página.
Gracias.¡Que el Señor te bendiga¡
Joa.

Pdt: He agregado tu página a favorito.