Vamos en una serie de artículos a analizar la figura del diácono, su papel en la liturgia y su rol dentro de la misa. Diácono significa en griego servidor.
Comenzaremos diciendo que, dentro de los ministerios ordenados, hay tres grados: diaconado, presbiterado y episcopado. Ministerio ordenado significa que en el rito hay imposición de manos y que la persona que es ordenada pasa a pertenecer al orden clerical, o sea, deja de ser laico. Generalmente es un paso previo a la ordenación sacerdotal aunque existe el diaconado permanente, o sea, diáconos que permanecen en ese grado toda su vida. El Vaticano II restableció el diaconado como grado propio o permanente, no sólo como un paso más para llegar al presbiterado.
Los requisitos para acceder al diaconado son varios: ser varón, estar seguro de haber sido llamado por Dios y tener las cualidades humanas y espirituales para ser un digno ministro de la Iglesia, además de recibir la formación adecuada que será al menos de tres años de estudios pudiendo las Conferencias episcopales aumentarlos.
Es al propio obispo a quien compete decidir acerca de la ordenación de los candidatos al diaconado. Se puede ser soltero o también acceder al diaconado los varones casados. Si es soltero la edad mínima es de veinticinco años. Si el ordenado es célibe una vez ordenado se le exige celibato perpetuo.
Los candidatos deben haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Además deben haber sido instituidos de lectores y acólitos y haber ejercido esos ministerios algún tiempo.
Su perfil es el de hombres de fe y de oración, abiertos a las invitaciones del espíritu y a las necesidades de los hombres. Los aspirantes al diaconado deben ser hombres de oración, de misa diaria, de confesión frecuente, llevar una vida familiar sólida y normal, que se proyecte como un ejemplo para los demás, destacar por su espíritu de servicio, tanto en la iglesia como en el medio social en el que vive.
Además debe ser un buen colaborador en la evangelización, debe ser un hombre con una gran madurez humana, equilibrado y con discernimiento, capaz de escuchar y de dialogar.
Si el aspirante es casado, además de las condiciones anteriores, es necesario tener al menos treinta y cinco años en el momento de la ordenación, llevar casado una serie de años y su esposa debe conocer y aceptar (o sea, dar su permiso) el camino que desea iniciar el marido, así como que sus hijos puedan comprender, según su capacidad, la vocación de su padre. Asimismo acepta que, en caso de viudez, no puede volver a casarse. Debe ser, junto a su esposa, ejemplo viviente de la fidelidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, impulsando una auténtica espiritualidad familiar. No deben olvidar que la vida familiar es una de sus fuentes privilegiadas de santificación. Así entonces, las esposas de los diáconos tienen un papel de primera importancia en la vocación de su marido. Ambos deberán apoyarse, ayudarse y crecer juntos en la vida espiritual.
El diácono debe velar por mantener un sano equilibrio entre las obligaciones propias, por un lado laborales, de esposo y padre por otra y con la misión pastoral encomendada.
Su vestidura propia es el alba con la estola cruzada desde el hombro izquierdo y la dalmática, sobre todo en las ocasiones solemnes.
Hasta la restauración del diaconado permanente su papel era secundario, e incluso se podía prescindir totalmente de él. Hoy día redescubrimos la importancia de su rol en la vida de la Iglesia y de nuestro mundo.
A diferencia del laico que puede ocasionalmente “dirigir” una celebración no-eucarística y cumplir algunas funciones en la misa, el diácono puede “presidir”, en nombre de la Iglesia, algunos sacramentos y sacramentales: bautismos, testigo oficial y bendición del matrimonio, exequias, ejercicios piadosos, además puede “pastorear” en cierto modo comunidades cristianas
(evangelización, catequesis, ministerio de la caridad). No hay duda de que en estos últimos años, nos hemos dado cuenta de su aporte extraordinario para la vitalidad de nuestra Iglesia. Las parroquias que cuenten con un diácono pueden considerarse felices.
El diácono se dice que está ordenado “ad Librum et ad Calicem”.
Comenzaremos diciendo que, dentro de los ministerios ordenados, hay tres grados: diaconado, presbiterado y episcopado. Ministerio ordenado significa que en el rito hay imposición de manos y que la persona que es ordenada pasa a pertenecer al orden clerical, o sea, deja de ser laico. Generalmente es un paso previo a la ordenación sacerdotal aunque existe el diaconado permanente, o sea, diáconos que permanecen en ese grado toda su vida. El Vaticano II restableció el diaconado como grado propio o permanente, no sólo como un paso más para llegar al presbiterado.
Los requisitos para acceder al diaconado son varios: ser varón, estar seguro de haber sido llamado por Dios y tener las cualidades humanas y espirituales para ser un digno ministro de la Iglesia, además de recibir la formación adecuada que será al menos de tres años de estudios pudiendo las Conferencias episcopales aumentarlos.
Es al propio obispo a quien compete decidir acerca de la ordenación de los candidatos al diaconado. Se puede ser soltero o también acceder al diaconado los varones casados. Si es soltero la edad mínima es de veinticinco años. Si el ordenado es célibe una vez ordenado se le exige celibato perpetuo.
Los candidatos deben haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Además deben haber sido instituidos de lectores y acólitos y haber ejercido esos ministerios algún tiempo.
Su perfil es el de hombres de fe y de oración, abiertos a las invitaciones del espíritu y a las necesidades de los hombres. Los aspirantes al diaconado deben ser hombres de oración, de misa diaria, de confesión frecuente, llevar una vida familiar sólida y normal, que se proyecte como un ejemplo para los demás, destacar por su espíritu de servicio, tanto en la iglesia como en el medio social en el que vive.
Además debe ser un buen colaborador en la evangelización, debe ser un hombre con una gran madurez humana, equilibrado y con discernimiento, capaz de escuchar y de dialogar.
Si el aspirante es casado, además de las condiciones anteriores, es necesario tener al menos treinta y cinco años en el momento de la ordenación, llevar casado una serie de años y su esposa debe conocer y aceptar (o sea, dar su permiso) el camino que desea iniciar el marido, así como que sus hijos puedan comprender, según su capacidad, la vocación de su padre. Asimismo acepta que, en caso de viudez, no puede volver a casarse. Debe ser, junto a su esposa, ejemplo viviente de la fidelidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, impulsando una auténtica espiritualidad familiar. No deben olvidar que la vida familiar es una de sus fuentes privilegiadas de santificación. Así entonces, las esposas de los diáconos tienen un papel de primera importancia en la vocación de su marido. Ambos deberán apoyarse, ayudarse y crecer juntos en la vida espiritual.
El diácono debe velar por mantener un sano equilibrio entre las obligaciones propias, por un lado laborales, de esposo y padre por otra y con la misión pastoral encomendada.
Su vestidura propia es el alba con la estola cruzada desde el hombro izquierdo y la dalmática, sobre todo en las ocasiones solemnes.
Hasta la restauración del diaconado permanente su papel era secundario, e incluso se podía prescindir totalmente de él. Hoy día redescubrimos la importancia de su rol en la vida de la Iglesia y de nuestro mundo.
A diferencia del laico que puede ocasionalmente “dirigir” una celebración no-eucarística y cumplir algunas funciones en la misa, el diácono puede “presidir”, en nombre de la Iglesia, algunos sacramentos y sacramentales: bautismos, testigo oficial y bendición del matrimonio, exequias, ejercicios piadosos, además puede “pastorear” en cierto modo comunidades cristianas
(evangelización, catequesis, ministerio de la caridad). No hay duda de que en estos últimos años, nos hemos dado cuenta de su aporte extraordinario para la vitalidad de nuestra Iglesia. Las parroquias que cuenten con un diácono pueden considerarse felices.
El diácono se dice que está ordenado “ad Librum et ad Calicem”.
En un próximo artículo analizaremos más en detalle en que consiste su papel y cuales son sus competencias referidas a la liturgia.
2 comentarios:
Hola Jesús, te felicito por tu página y el trabajo que heces al ayudarnos a comprender mejor la liturgia.
Deseo saber si puedo comunicarte para hacerte algunas preguntas específicas sobre la celebración de la Misa.
Gracias.
Peter del Valle, Lima-Perú
Puede realizarme las consultas que desee en el email que viene en el blog
jluengomena@terra.com
Publicar un comentario