Dentro de la serie de artículos dedicados a los gestos y acciones ceremoniales hoy vamos a ver las manos. Así, podemos decir que todos los gestos litúrgicos que se hacen con las manos son siempre muy significativos.
En
ningún caso debe haber dudas acerca de la posición de las manos en cualquier
momento de la celebración eucarística o de cualquier acto litúrgico. Como norma
general diremos que, en la procesión de entrada –o salida–, las manos de los
acólitos y demás ministros van unidas a la altura del pecho por las palmas y el
pulgar derecho sobre el izquierdo formando cruz.
El
Ceremonial de los Obispos nos indica que Las manos se juntan, palma con palma, con todos
los dedos unidos, y el pulgar derecho cruzado sobre el izquierdo. El pulgar
derecho debe pegarse al pecho[1]. No es correcto llevar las manos unidas por debajo de la
cintura.
Cuando
se lleva un objeto con la mano derecha generalmente –incensario, naveta– la
otra siempre descansa plana en el pecho con los dedos juntos con naturalidad.
Cuando el celebrante, el diácono y los ayudantes están sentados, las manos
descansan sobre las rodillas, y los codos están doblados de un modo relajado.
En
definitiva, el sacerdote, el diácono y los acólitos deben observar la
disciplina de las manos juntas mientras están en el presbiterio y en las
procesiones.
El
celebrante realiza con sus manos más acciones ceremoniales que los demás
ministros. Dentro de una lógica moderación, el celebrante puede mover las manos
como desee en la homilía y cuando lee avisos. Pero no debe añadir gestos
propios en otros momentos de la celebración eucarística. La OGMR regula todos
los gestos e indica con precisión qué hacer con las manos en cada momento.
En el saludo
El Señor esté con vosotros, las manos, que estaban unidas, se abren. El
gesto debe ser suave y transmitir una sensación de reverencia y control, sin
parecer brusco, mecánico o demasiado efusivo. Es un gesto que expresa paz e
invitación a la oración y al recogimiento.
Las manos se extienden ceremonialmente
durante el rezo de determinadas oraciones de petición de misericordia. Es un
gesto de las primeras épocas de la Iglesia. Con el desarrollo de la misa de
cara al pueblo, este gesto se ha hecho más amplio y relajado pero puede llegar
a ser exagerado. No es fácil normalizar este gesto como puede apreciarse en la
concelebración. El celebrante y concelebrantes extienden las manos hacia adelante, las palmas hacía
abajo, en la epíclesis de la Plegaría Eucarística. Es un signo de invocación al
Espíritu Santo, que tiene su origen en un gesto del Antiguo Testamento. Durante
las palabras de la institución, los concelebrantes, si el gesto parece
oportuno, extienden su mano derecha hacia el Pan y hacia el cáliz.
Mientras debe de
realizarse una acción con una mano (por ejemplo, al bendecir o al cambiar la
página del misal), hay que evitar que la otra mano quede en el aire. Para ello,
debe colocarla sobre el pecho, cuando el celebrante está en la sede, o sobre el
altar, cuando está frente a éste.
En esto último
hay una regla: al poner la o las manos sobre el altar, se suele apoyar toda la
mano extendida, y entre la consagración y la purificación se pone sobre el
corporal; fuera de este periodo, se coloca fuera del corporal[2].
En una
bendición solemne u oración sobre el pueblo, las manos del sacerdote se
extienden de la misma manera cara al pueblo, sí bien deberían estar un poco más
elevadas, con las palmas hacía abajo.
En
cambio, parece mejor evitar los siguientes gestos: la antigua práctica de
manos enfrentadas, las palmas de cara al pueblo en una posición que parece defensiva
así como un alargamiento o elevación excesiva de las manos –que no se puede
mantener durante mucho tiempo–, o mover las manos hacia arriba y hacia abajo a
la par que se va leyendo.
[2]
https://liturgiapapal.org/index.php/manual-de-liturgia/acciones-ceremoniales/262-la-posici%C3%B3n-de-las-manos-en-la-liturgia.html
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