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14.3.21

LA VIGILIA

Vamos en este artículo a analizar el concepto de «vigilia» en su significado litúrgico, ya que también es un término que se usa en el lenguaje ordinario.

En primer lugar diremos que la palabra «vigilia» viene de velar y significa exactamente «noche de vela», o sea, noche que se permanece despierto para realizar alguna acción o espera vigilante. Los judíos lo hacen la noche del 14 de Nisán, en recuerdo de éxodo de Egipto. Los cristianos lo hacemos en la noche pascual.

En el tiempo de Cuaresma es, o más bien era, frecuente oír decir que «hoy es vigilia». Incluso algunos establecimientos de comida, bares y restaurantes lo ponían en un cartel. Ese sentido, que es el que consideramos que actualmente tiene el pueblo de la vigilia, se refiere en realidad a la abstinencia de comer carne en los viernes cuaresmales. Así, hay platos especialmente preparados para estas fechas, menús de vigilia, donde el bacalao, los potajes y la repostería propios de este tiempo (torrijas, pestiños, mantas doblás) son los reyes de la mesa los viernes cuaresmales.

En realidad, el término vigilia se utiliza como sinónimo de abstinencia de carne. Pero el auténtico concepto de vigilia poco tiene que ver con esa idea, salvo identificar abstinencia con penitencia.

La noción de vigila en épocas medievales y posteriores se refería a un día penitencial que precedía a un día festivo. Este concepto ha quedado abolido desde la reforma litúrgica del Vaticano II y ha evolucionado a otros significados.

La oración nocturna ha tenido siempre un lugar importante en la espiritualidad cristiana y en la Liturgia. Expresa y estimula la espera del Señor que vino, que resucitó y que volverá[1].

La Iglesia siempre observó intensamente la vigilia pascual, al principio con una vela de noche entera que culminaba con la celebración de los bautismos y de la eucaristía. A imitación de esta vigila, las Iglesias fueron inaugurando con una vigilia algunas solemnidades, tales como Navidad y Pentecostés. Incluso el aniversario de los santos, celebrados junto a sus tumbas, incluían unas vigilias.

Hoy día, la vigilia, salvo la pascual, se refiere a la «misa de la vigilia», misa que puede celebrarse en la tarde anterior a alguna solemnidad, con rito festivo y/o a algunas celebraciones de la Palabra de Dios.

Solo tienen misa de vigila las solemnidades de Pentecostés y Navidad (en el Propio del tiempo) y las del Nacimiento de san Juan Bautista, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de la Asunción de la Virgen María (en el Propio de los Santos)[2].

También pueden celebrarse vigilias en torno a la muerte de un cristiano, no necesariamente con carácter nocturno, con salmos, lecturas y oraciones.  Además, en las comunidades contemplativas, se mantienen los Maitines, como evolución del Oficio de Lecturas nocturno, que fue pasando a primera hora de la mañana, a la hora del canto del gallo, gallicinium,  aunque conserva el carácter de alabanza nocturna.

El Ceremonial de los Obispos (CO) recomienda realizar celebraciones de la Palabra en algunas vigilias.

Conviene, por lo tanto, que en las celebraciones de la Palabra de Dios,  sobre todo en las vigilias de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y día festivos se realicen este tipo de celebraciones, bajo la presidencia del obispo y, preferentemente, en la iglesia catedral[3]. Aquí se entiende que se refiere a la víspera.

Terminamos recordando las leyes sobre el ayuno y la abstinencia.

El CDC dedica los cánones 1249 al 1253 a esta cuestión.

1249 Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen.

1250  En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.

1251  Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. (El Sábado Santo se recomienda).

1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia.

1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.

 



[1] A-G. Mortimort, La Iglesia en Oración.

[2] NUAL Capítulo II- 1.

[3] CO 223

7.3.21

UNA DEVOCIÓN PERDIDA: LAS ESTACIONES CUARESMALES

Ante todo, explicamos el sentido de la palabra estación, que viene del latín stare, statio —estar de pie, detenerse—- Así, en el lenguaje común hablamos de estaciones de autobús, de tren, etc. También hablamos de las estaciones del vía crucis o de las estaciones en las procesiones con el Santísimo. Hacer estación es llegar a un lugar, generalmente en procesión, para allí realizar algún acto, en este caso religioso.

Durante los primeros años del cristianismo existía la costumbre de reunirse la comunidad en los días de ayuno y oración —miércoles y viernes— pero sobre todo se aplicó a las convocatorias comunitarias de Roma, que, presididas por el Papa, se tenían en determinadas iglesias en Cuaresma[1]. Posteriormente comenzó a llamarse así a toda celebración presidida por el obispo, para subrayar el sentido teológico de la comunidad en torno a su pastor, como afirma Aldazábal. De ahí viene el nombre de «misa estacional» a las celebradas por el obispo en determinadas circunstancias y de la misa statio orbis con que finalizan los congresos eucarísticos internacionales.

En Roma las estaciones consistían en la reunión del pueblo en una iglesia menor y de allí, presididos por el Papa, tras unas oraciones, marchaban en procesión a una iglesia de más importancia (al principio a Letrán o a San Pedro, dependiendo del tiempo litúrgico).

La reunión del clero y de los fieles (collecta) se hacía en una iglesia determinada, desde la cual se iba en procesión, cantando salmos y letanías, hasta la iglesia de la estación donde el Papa celebraba la misa[2].

Esta costumbre fue imitada en otras ciudades, en las que el obispo era quien presidía la estación. En los años iniciales del Concilio Vaticano II esta práctica cayó en clara decadencia, por ser consideradas obsoletas y anacrónicas por una parte del clero. Hoy podemos decir que viven una época de progresiva recuperación.

Se practican hoy en la urbe —Roma— cuarenta y cuatro estaciones cuaresmales y ocho pascuales, con dos celebraciones, una matutina, y otra vespertina, ésta solemne celebrada por un obispo o, cuando es posible, por el mismo cardenal titular[3].

La primera de las estaciones cuaresmales, la única que actualmente preside el Papa, se realiza el Miércoles de Ceniza. El Papa comienza esta liturgia —cuando las circunstancias lo permiten— en el templo de San Anselmo del Aventino, seguida de la procesión penitencial a la basílica de Santa Sabina.

El Ceremonial de los Obispos dedica su capítulo V a «Las Asambleas Cuaresmales». Allí se recomienda conservar y fomentar las celebraciones litúrgicas cuaresmales a modo de las antiguas estaciones romanas y que se mantengan y se impulsen las asambleas de la Iglesia local, al menos en las ciudades más importantes y hacerlo en domingo u otro día oportuno junto a los sepulcros de los santos o en las iglesias más importantes de la ciudad. También, en su número 261, describe pormenorizadamente el desarrollo del rito, que es como sigue:

En un lugar adecuado, el obispo se reviste con los ornamentos sagrados de color morado, necesarios para la misa. En lugar de casulla puede llevar capa pluvial, que deja cuando finalice la procesión. Recibe la mitra sencilla y el báculo, y, con los ministros y, si es el caso, con los concelebrantes revestidos para la misa, se dirige al lugar donde se encuentra reunida la asamblea, mientras se canta un canto adecuado.

Finalizado el canto, el obispo deja la mitra y el báculo, y saluda al pueblo. Después, tras una breve monición que hace él mismo, el concelebrante o el diácono, el obispo, con las manos extendidas, dice la oración colecta sobre el misterio de la Santa Cruz, o por la remisión de los pecados, o por la Iglesia, especialmente la local, o pronuncia una de las oraciones sobre el pueblo que hay en el Misal. Luego, el obispo, recibida la mitra, si es oportuno, pone incienso en el incensario y el diácono anuncia: «Vayamos en paz»; se ordena la procesión hacia la iglesia, mientras se cantan las letanías de los santos. En el lugar correspondiente se pueden intercalar las invocaciones al santo patrón, del fundador y de los santos de la Iglesia local. Una vez que la procesión llega a la iglesia, todos se colocan en los lugares que tienen asignados. El obispo, cuando llega al altar, deja la mitra y el báculo, y venera e inciensa el altar. Después, se dirige a la cátedra, donde deja la capa pluvial, si la llevaba en la procesión, y recibe la casulla; y, omitidos los ritos iniciales y, si es oportuno, el Señor, ten piedad, dice la oración colecta de la misa. Luego continúa la misa como de costumbre (CO 261).

Finalizamos con una observación de Ramón de la Campa, que señala que es importante recordar que debemos situar aquí —en las estaciones cuaresmales romanas— el antecedente de nuestros desfiles procesionales de Semana Santa, que se configuran también como estaciones penitenciales[4].

 



[1] José Aldazábal, Vocabulario básico de Liturgia

[2] A.G. Martimort, La Iglesia en oración, pág 817

[3] Ramón de la Campa en Revista Cabildo, Murcia, 2014, pág 83.

[4] Ibidem  pág 83