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3.5.23

MARÍA, MADRE DE JESÚS DE NAZARET. Sucinta biografía. (III)

Antes de entrar de lleno en el culto a la Virgen, en sus solemnidades, fiestas y memorias, así como en los ejercicios de piedad popular que el pueblo dedica a la Virgen, vemos oportuno dedicar un par de artículos a hacer una pequeña semblanza biográfica de María, la Madre de Jesús.

Para conocer muchos de los elementos históricos de la vida terrenal de María, algunos plenamente asumidos por la comunidad creyente, tenemos que recurrir necesariamente a documentos extrabíblicos. Una de las fuentes en las que se han basado generaciones enteras para conocer la vida de María, sobre todo antes de la Anunciación, han sido los evangelios apócrifos, en especial el llamado Protoevangelio de Santiago, que ha sido sin duda la narración que más influencia ha tenido en la posteridad. Escrito, al parecer, entre los siglos II al IV en lengua griega, conocido también como Libro de Santiago, consta de 25 capítulos, en los cuales se narra el nacimiento y vida de María hasta los 16 años, para contar posteriormente el nacimiento de Jesús y la matanza de los Inocentes. En el epílogo que nos presenta a Santiago el Menor como autor del texto. El objetivo del libro es exaltar la figura de María y su virginidad. 

Otro libro esencial para la difusión de las leyendas e historias sobre la Virgen es el Evangelio del Pseudo Mateo, por atribuirse a dicho evangelista y siendo san Jerónimo su supuesto traductor del hebreo al latín. Este evangelio apócrifo ha sido una fuente muy importante para la iconografía mariana y los aspectos literarios sobre la Virgen, especialmente en época medieval. Detalles tan asumidos hoy día como el nombre de los padres de la Virgen, la Presentación de la Virgen al templo, el nacimiento de Jesús en una cueva y apoyado en un pesebre, la vejez y viudez de san José o la vara florecida de José son elementos que proceden de estos apócrifos. Hemos de aclarar al lector que el término «apócrifo» no es sinónimo de falso sino simplemente que son escritos que la Iglesia no reconoce como verdad revelada, lo cual no excluye que en todo o en parte puedan narrar hechos ciertos. Recordamos que no es hasta el siglo IV en que quedan fijados en 27 el número de libros que componen el Nuevo Testamento. Así pues, algunas de las cosas que sabemos de María a través de estos escritos se pueden considerar dentro del campo de las leyendas y tradiciones y otras no. La Iglesia nunca los ha aceptado como escritos canónicos. No obstante, lo que sí conocemos son los usos y costumbres de los judíos de esa época y algunos datos evangélicos sobre los cuales vamos a construir, aunque sea en precario, su biografía, especificando datos reales de los supuestos.

Los Evangelios únicamente narran la genealogía de José, no la de María (Mt 1, 1-16) lo cual es acorde con la tradición judía en la cual el papel de la mujer en la sociedad era muy secundario. Los padres de María se llamaban al parecer Joaquín y Ana y posiblemente vivían en Nazaret. Una tradición nos habla de que Joaquín nació en una aldea de Galilea llamada Séforis. Los apócrifos coinciden en señalar que Joaquín era hombre rico, de la tribu de Judá, y que tras muchos años de casado no tenía descendencia, lo cual era considerado oprobioso en la época, por considerarlo como no bendecido por el Señor al no haber dado vástagos a la casa de Israel. Tras retirarse en soledad al desierto y pedirlo insistentemente, un ángel del Señor le anuncia su paternidad y Ana, su esposa, da a luz a una niña a la que llamaran Mariam y que nacería en Jerusalén. Sobre la infancia de María nada sabemos, aunque los apócrifos coinciden en que a la edad de tres años fue presentada y entregada al servicio del Templo, al que sirvió hasta los doce años lo cual no implica que necesariamente viviera en el Templo ya que también pudo vivir con sus padres en Jerusalén o en Nazaret. Las niñas entregadas al Templo permanecían allí hasta comenzar su menstruación.

Entre los parientes de la Virgen, aunque no se citen con precisión, podemos citar a Isabel, que sería su prima y madre de Juan el Bautista y a la que la Virgen visitó viviendo con ella al menos tres meses en la aldea de Ain-Karin que era el domicilio de Isabel. El evangelista Lucas nos lo narra con cierto detalle (Lc 1, 39-56). El Magnificat, espléndido canto mariano entonado por la Virgen en esa ocasión, constituye un magnífico regalo de la Virgen a las generaciones posteriores. Por otra parte, Marcos y Mateo nos hablan de otros parientes, a los que llaman hermanos y hermanas de Jesús (Mc 6,3; Mt 13, 55). En la Edad Media se difundió la leyenda de la parentela de la Virgen, leyenda hoy desautorizada, según la cual Ana, al enviudar, se volvería a casar por dos veces originando una numerosa parentela que podría quedar así: María de Cleofás era hermana de María (Jn 19, 25) y esposa de Alfeo cuyos hijos serían Santiago el Menor, Simón, Judas Tadeo y José. Otra hermana de la Virgen sería María Salomé, esposa de Zebedeo cuyos hijos serían Santiago el Mayor y Juan y que serían llamados por Jesús para el grupo inicial de apóstoles (Mc 1, 16-20). Así pues, Jesús tendría parientes próximos, primos y tíos seguramente. El espléndido retablo renacentista de la parroquia trianera de Santa Ana nos presenta en el ático a toda esta parentela, haciéndose eco de la tradición. También debemos aclarar que el término hermano o hermana debe entenderse en sentido amplio, como sinónimo de parientes. La teología católica no admite que la Virgen tuviese más hijo que Jesús, el Unigénito. En cualquier caso este punto referido a los parientes de la Virgen y de Jesús queda muy confuso y se nutre mucho de conjeturas ya que las Escrituras no aclaran mucho al respecto.

María debía tener entre 14 y 16 años cuando se casó con José puesto que esa era la edad habitual en la que las muchachas hebreas contraían matrimonio.

Siguiendo la costumbre judía María habría realizado su desposorio (parte legal del matrimonio judío en el cual se obtienen todos los derechos y obligaciones de los esposos) con un joven que tendría entre 18 y 25 años llamado José, originario de Belén. La tradición ha difundido la idea sobre José como la de un viejecito viudo incluso con hijos al casarse con María, idea seguramente surgida con el fin de proteger la virginidad de María, que no parece ajustarse a la realidad y que justificaría el nombre de hermanos de Jesús. Sabemos que tras la Anunciación del arcángel Gabriel  y la concepción de Jesús inmediatamente María se puso en camino para visitar a su prima (Lc 1,39), lo que indica que la visita ocurrió dentro del mismo año. La localidad donde vivía Isabel debía ser la ya citada ciudad de Ain-Karim, en las montañas cerca de Jerusalén.

 

1.5.23

EL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN (II)

Continuamos con esta serie de artículos sobre el culto a la Virgen, encuadrándolo en el culto litúrgico que la Iglesia rinde a la figura de la Madre de Dios.

La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos: el de LATRíA o de adoración, el de DULíA o de veneración, y el de HIPERDULíA. El culto de Latría, adoración,  es exclusivo de Dios. Sólo Dios puede ser adorado y sólo Cristo, Dios hecho hombre, es el Salvador.  El mismo Cristo, cuando era tentado en el desierto,  nos lo dijo: Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto[1]. El culto de Latría al Santísimo Sacramento tiene un hito importante al instituirse la fiesta del Corpus Christi por Urbano IV, habiendo la Iglesia previamente impuesto la obligación, por decisión del IV Concilio de Letrán en 1215 de confesar y comulgar al menos una vez al año, en tiempo pascual.

El culto de Dulía ─Veneración─ es el propio que se debe a los santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito san José se le considera el primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. San José es proclamado patrono universal de la Iglesia por Pío IX en 1870. Sin duda que en los orígenes del culto a los santos está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio. Celebramos con el grado de solemnidad las fiestas del Nacimiento de san Juan Bautista, san José, los apóstoles Pedro y Pablo y Todos los Santos.

El culto de Hiperdulía, la Dulía llevada al máximo extremo, es exclusivo de la Virgen María y nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos y al límite de la adoración, pero sin llegar a la Latría. El punto de inflexión del culto a la Virgen lo constituyó el Concilio de Éfeso, al proclamar a María como Madre de Dios. El culto que la iglesia católica dedica a María es específico de nuestra fe católica, ya que otros hermanos cristianos no le rinden culto, aunque sí respetan su figura.

Tras el Vaticano II y la reforma litúrgica que el mismo Concilio impulsó, sobre todo con la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia ─Sacrosantum Concilium─ y la Lumen Gentium, en su capítulo VIII dedicado a la Virgen, el documento más importante para el culto a la Virgen es la Exhortación Apostólica Marialis Cultus,  de Pablo VI, dada en Roma el 2 de febrero de 1974.  Tras la reforma litúrgica se pasa a considerar como fiestas del Señor tanto la Anunciación ─25 de marzo─ como la Presentación ─2 de febrero, Candelaria─, antes fiestas marianas, mudando en cambio la fiesta de la Circuncisión del Señor en la de la Maternidad de María.

La Lumen Gentium[2] nos enseña claramente que es necesario además que los ejercicios de culto con que los fieles expresan su veneración a la Madre del Señor pongan claramente de manifiesto el puesto que Ella ocupa en la Iglesia: el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo. En cualquier caso es fundamental siempre tener en cuenta que el único culto que la Iglesia tributa a Dios es el culto cristiano, queriéndose decir con esto que el culto a la Virgen y el debido a los Santos está siempre supeditado y en subordinación al culto que se tributa a Cristo, que es su punto necesario e imprescindible de referencia. Sin el culto a Cristo lo demás no tiene sentido.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

 



[1] Mt 4, 10

[2] LG 54