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30.10.22

LAS MANOS Y SUS ACCIONES CEREMONIALES

 Dentro de la serie de artículos dedicados a los gestos y acciones ceremoniales hoy vamos a ver las manos. Así, podemos decir que todos los gestos litúrgicos ­­que se hacen con las manos son siempre muy significativos.

En ningún caso debe haber dudas acerca de la posición de las manos en cualquier momento de la celebración eucarística o de cualquier acto litúrgico. Como norma general diremos que, en la procesión de entrada –o salida–, las manos de los acólitos y demás ministros van unidas a la altura del pecho por las palmas y el pulgar derecho sobre el izquierdo formando cruz.

El Ceremonial de los Obispos nos indica que Las manos se juntan, palma con palma, con todos los dedos unidos, y el pulgar derecho cruzado sobre el izquierdo. El pulgar derecho debe pegarse al pecho[1]. No es correcto llevar las manos unidas por debajo de la cintura.

Cuando se lleva un objeto con la mano derecha generalmente –incensario, naveta– la otra siempre descansa plana en el pecho con los dedos juntos con naturalidad. Cuando el celebrante, el diácono y los ayudantes están sentados, las manos descansan sobre las rodillas, y los codos están doblados de un modo relajado.

En definitiva, el sacerdote, el diácono y los acólitos deben observar la disciplina de las manos juntas mientras están en el presbiterio y en las proce­siones.

El celebrante realiza con sus manos más acciones ceremoniales que los demás ministros. Dentro de una lógica moderación, el celebrante puede mover las manos como desee en la homilía y cuando lee avisos. Pero no debe aña­dir gestos propios en otros momentos de la celebración eucarística. La OGMR regula todos los gestos e indica con precisión qué hacer con las manos en cada momento.

En el saludo El Señor esté con vosotros, las manos, que estaban unidas, se abren. El gesto debe ser suave y transmitir una sensa­ción de reverencia y control, sin parecer brusco, mecánico o demasiado efusivo. Es un gesto que expresa paz e invitación a la oración y al reco­gimiento.

Las manos se extienden ceremonialmente durante el rezo de determinadas oraciones de petición de misericordia. Es un gesto de las primeras épocas de la Iglesia. Con el desarrollo de la misa de cara al pueblo, este gesto se ha hecho más amplio y relajado pero puede llegar a ser exagerado. No es fácil normalizar este gesto como puede apreciarse en la concele­bración. El celebrante y concelebrantes extienden las manos hacia adelante, las palmas hacía abajo, en la epíclesis de la Plegaría Eucarística. Es un signo de invocación al Espíritu Santo, que tiene su origen en un gesto del Antiguo Testamento. Durante las palabras de la institución, los concelebrantes, si el gesto parece oportuno, extienden su mano derecha hacia el Pan y hacia el cáliz.

Mientras debe de realizarse una acción con una mano (por ejemplo, al bendecir o al cambiar la página del misal), hay que evitar que la otra mano quede en el aire. Para ello, debe colocarla sobre el pecho, cuando el celebrante está en la sede, o sobre el altar, cuando está frente a éste.

En esto último hay una regla: al poner la o las manos sobre el altar, se suele apoyar toda la mano extendida, y entre la consagración y la purificación se pone sobre el corporal; fuera de este periodo, se coloca fuera del corporal[2].

En una bendición solemne u oración sobre el pueblo, las manos del sacerdote se extienden de la misma manera cara al pueblo, sí bien deberían estar un poco más elevadas, con las palmas hacía abajo.

En cambio, parece mejor evitar los siguientes gestos: la anti­gua práctica de manos enfrentadas, las palmas de cara al pueblo en una posición que parece defensiva así como un alargamiento o elevación excesiva de las manos –que no se puede mantener durante mucho tiempo–, o mover las manos hacia arriba y hacia abajo a la par que se va leyendo.

 [1] CO nº 107.

[2] https://liturgiapapal.org/index.php/manual-de-liturgia/acciones-ceremoniales/262-la-posici%C3%B3n-de-las-manos-en-la-liturgia.html

28.10.22

POSTURAS REVERENTES

Dentro de la serie de artículos dedicados a los signos y posturas litúrgicas abordamos hoy las posturas reverenciales.

Existen dos posturas para indicar reverencia: la inclinación y la genuflexión. Hoy analizamos la inclinación, dejando la genuflexión para otro artículo.

La inclinación indica reverencia y honor a las personas o a los signos que representan. Puede ser de dos tipos: inclinación de cabeza e inclinación de cuerpo o profunda, que se hace desde la cintura.

La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran al mismo tiempo las tres Divinas Personas, y al nombre de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa[1].

La inclinación de cuerpo o reverencia profunda se le hace al altar, cuando no está allí el sagrario con el Santísimo; también se debe hacer inclinación profunda cada vez que se sirva al obispo o se pase por delante de él.

Saludan al Obispo con inclinación profunda los ministros, los que se acercan a él para servirlo, o terminado el servicio, se retiran, o pasan delante de él.  Cuando la cátedra del Obispo está detrás del altar, los ministros saludan o al altar o al Obispo, según se acerquen al altar o al Obispo, pero eviten, en cuanto sea posible, pasar entre el Obispo y el altar, a causa de la reverencia a ambos. Si acaso en el presbiterio están presentes varios Obispos, se hace reverencia sólo al que preside[2].

Se debe hacer reverencia profunda en el Credo Nicenoconstantinopolitano o Símbolo en las palabras y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre: si se trata del  Credo Apostólico en las palabras que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, arrodillándonos si es la solemnidad de Navidad o la fiesta de la Anunciación del Señor. El diácono hace la misma inclinación cuando pide la bendición antes de la proclamación el Evangelio. Si es un concelebrante quien proclama el Evangelio y preside otro presbítero no tiene que pedirle la bendición, si está el obispo sí.  

Asimismo, la bendición presidencial que concluye la misa se debe recibir con inclinación. Si hay diácono dirá la monición diaconal Inclinaos para recibir la bendición. Al terminar la misa el sacerdote y el diácono, si lo hay, veneran al altar con un beso y hacen reverencia profunda. Los concelebrantes no besan al altar y hacen solo reverencia profunda. También la hacen al despedirse el resto de los ministros (acólitos).

También el pueblo hace reverencia profunda tras la ostensión del Pan y del Vino, si no se ha permanecido de rodillas, al tiempo de la genuflexión que hace el sacerdote.

El turiferario hace reverencia profunda antes y después de las incensaciones y en algunas otras ocasiones en que está dispuesto. Deben hacer inclinación profunda al altar, que simboliza a Cristo, y no al sacerdote, como equivocadamente se hace a veces, todas aquellas las personas que suban al presbiterio para realizar alguna función, como por ejemplo los lectores o los que van a hacer las peticiones de la Oración Universal de los Fieles, que vulgarmente llamamos preces, tanto al llegar como al marcharse. Si está al obispo se le hace a él la reverencia.

Las personas que son incensadas, no por ellas mismas sino por lo que representan, no deben devolver la reverencia al turiferario, como normalmente observo que se hace. La persona reverenciada no hace reverencia al ministro turiferario ya que no tiene sentido.

También el rito de la incensación expresa reverencia y oración.



[1] OGMR 275

[2] Ceremonial de los Obispos  76-78

 

25.10.22

ORAR DE RODILLAS

Dentro de la serie de artículos dedicados a las posturas reverentes hoy vamos a escribir sobre la postura de rodillas. En la tradición judía, la postura propia del orante era de pie y sólo en ocasiones de especial solemnidad o de fervor excepcional se ponían de rodillas. Orar de rodillas es cosa bien distinta de la genuflexión. Es un gesto todavía más elocuente que la genuflexión o la inclinación de cabeza, que puede tener varias connotaciones: a veces es gesto de penitencia, de reconocimiento del propio pecado, otras veces es gesto de sumisión y dependencia o bien, sencillamente, puede ser una postura de oración concentrada e intensa. Esta postura la encontramos muchas veces en la Biblia, cuando una persona o un grupo quieren hacer oración o expresan su súplica, como también fue la actitud de Cristo en su agonía en el Huerto de los Olivos del Huerto:

Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,41-42)

En los primeros siglos no parece que fuera usual entre los cristianos el orar de rodillas. Más aún, el Concilio de Nicea lo prohibió explícita­mente para los domingos y para todo el Tiempo Pascual, tiempo festivo.  En el vigésimo canon del Primer Concilio de Nicea (325) los padres sinodiales establecieron  lo siguiente:

Debido a que hay algunos que se arrodillan en el día del Señor y en los días de Pentecostés [los cincuenta días entre Pascua y el domingo de Pentecostés]:que todas las cosas se realicen uniformemente en todas las parroquias o diócesis, le parece bien al Santo Sínodo que todos hagan las oraciones [tas euchas] a Dios de pie.

San Basilio llamaba al estar de rodillas como penitencia menor, en oposición a la postración o penitencia mayor.

Más bien esta postura de rodillas se reservó para los días penitenciales y, como una costumbre que llegó hasta nuestros días, en las Témporas, cuando se nos invitaba a ponernos de rodillas para la oración después del Kyrie:  flectamus genua (doblemos las rodillas) hasta que el diácono decía: Levate (levantaos). Hoy día esa invitación ha quedado como monición del diácono, en la Oración de los Fieles del Viernes Santo. Actualmente son las conferencias episcopales las que pueden determinar que se conserve esa tradicional monición diaconal.

A partir de los siglos XIII-XIV, la postura de rodillas se convirtió en la más usual para la oración, también dentro de la Eucaristía. La práctica de arrodillarse durante la consagración se introdujo durante la Edad Media, y está en relación con la elevación que se originó en el mismo período

Actualmente durante la Misa sólo se indica este gesto para los fieles durante el momento de la consagración, desde la epíclesis, expresando así la actitud de veneración. Antes de la actual reforma litúrgica se estaba de rodillas durante toda la Plegaria eucarística, así como para recibir la comunión o al recibir la bendición. También se debe recibir la absolución en el sacramento de la penitencia de rodillas.

Orar de rodillas sigue siendo una actitud indicada para la oración per­sonal, sobre todo cuando se hace delante del Santísimo. También se puede orar de rodillas delante de las imágenes de Cristo, la Virgen, de los santos o en cualquier lugar, ya que es una postura del orante para su personal recogimiento.

 


2.10.22

LAS POSTURAS Y LOS SIGNOS LITÚRGICOS

 Tras el paréntesis vacacional reiniciamos con una serie de artículos que trataran sobre las posturas, los gestos y los signos de reverencia que se emplean en la Liturgia.

Y comenzamos recordando las posturas corporales que hay que tener en la misa.

La Ordenación General del Misal Romano –OGMR– da unas normas claras de las posturas corporales que hay que adoptar durante la Eucaristía. Para el Misal Romano La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes[1]. De lo anterior se deduce que una postura unánime es también un signo de comunión. 

Las posturas corporales que el Misal Romano indica son las que resumimos a continuación:

* DE PIE Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los Fieles; y también desde la invitación Orad hermanos que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran[2].

* SENTADOS En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la Comunión.

* DE RODILLAS Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración. La costumbre de algunas personas de permanecer de rodillas durante toda la Plegaria Eucarística debe respetarse.

¿Qué costumbres no respetan estas normas? Pues, por un lado, está la costumbre casi generalizada de permanecer sentados durante la oración sobre las ofrendas. Hay que ponerse en pie al Orad hermanos, no después. Todas las oraciones de la misa se escuchan de pie, que es la postura propia del orante, salvo durante la consagración.

En la consagración, que muchas personas tiene por costumbre permanecer de pie sin motivo aparente, hay que arrodillarse en la primera epíclesis (invocación al Espíritu Santo) y ponerse de pie en la aclamación que la remata, que tiene tres fórmulas que ofrece  el Misal: Este es el sacramento de nuestra fe, dice el presidente y respondemos con la aclamación Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

Si el que preside dice: Aclamad el misterio de la redención, la asamblea aclama: Cada vez que comemos de este pan y  bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Y si dice: Cristo se entregó por nosotros la aclamación de la asamblea es:

Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.

Las aclamaciones se dicen de pie, no se puede aclamar de rodillas. De pie es la postura propia para aclamar, como el Aleluya,

Recordamos que también en la vida civil nos ponemos de pie tras un concierto para aplaudir a la orquesta, una representación teatral,  tras el gol de nuestro equipo o una buena faena de un torero.

 

 

 

 



[1] OGMR 42

[2] OGMR 43