Ante todo, explicamos el sentido de la palabra estación, que viene del latín stare, statio —estar de pie, detenerse—- Así, en el lenguaje común hablamos de estaciones de autobús, de tren, etc. También hablamos de las estaciones del vía crucis o de las estaciones en las procesiones con el Santísimo. Hacer estación es llegar a un lugar, generalmente en procesión, para allí realizar algún acto, en este caso religioso.
Durante los primeros
años del cristianismo existía la costumbre de reunirse la comunidad en los días
de ayuno y oración —miércoles y viernes— pero sobre todo se aplicó a las convocatorias comunitarias de Roma, que, presididas por
el Papa, se tenían en determinadas iglesias en Cuaresma[1]. Posteriormente comenzó a llamarse así
a toda celebración presidida por el obispo, para subrayar el sentido teológico
de la comunidad en torno a su pastor, como afirma Aldazábal. De ahí viene el
nombre de «misa estacional» a las celebradas por el obispo en determinadas
circunstancias y de la misa statio orbis
con que finalizan los congresos eucarísticos internacionales.
En Roma las
estaciones consistían en la reunión del pueblo en una iglesia menor y de allí,
presididos por el Papa, tras unas oraciones, marchaban en procesión a una
iglesia de más importancia (al principio a Letrán o a San Pedro, dependiendo
del tiempo litúrgico).
La reunión del clero y de los fieles (collecta) se
hacía en una iglesia determinada, desde la cual se iba en procesión, cantando salmos
y letanías, hasta la iglesia de la estación donde el Papa celebraba la misa[2].
Esta costumbre
fue imitada en otras ciudades, en las que el obispo era quien presidía la
estación. En los años iniciales del Concilio Vaticano II esta práctica cayó en
clara decadencia, por ser consideradas obsoletas y anacrónicas por una parte del
clero. Hoy podemos decir que viven una época de progresiva recuperación.
Se practican hoy en la urbe —Roma— cuarenta y cuatro
estaciones cuaresmales y ocho pascuales, con dos celebraciones, una matutina, y
otra vespertina, ésta solemne celebrada por un obispo o, cuando es posible, por
el mismo cardenal titular[3].
La
primera de las estaciones cuaresmales, la única que actualmente preside el
Papa, se realiza el Miércoles de Ceniza. El Papa comienza esta liturgia —cuando
las circunstancias lo permiten— en el templo de San Anselmo del Aventino,
seguida de la procesión penitencial a la basílica de Santa Sabina.
El Ceremonial de
los Obispos dedica su capítulo V a «Las Asambleas Cuaresmales». Allí se recomienda conservar y fomentar las celebraciones
litúrgicas cuaresmales a modo de las antiguas estaciones romanas y que se
mantengan y se impulsen las asambleas de la Iglesia local, al menos en las
ciudades más importantes y hacerlo en domingo u otro día oportuno junto a los
sepulcros de los santos o en las iglesias más importantes de la ciudad. También,
en su número 261, describe pormenorizadamente el desarrollo del rito, que es
como sigue:
En un lugar adecuado, el obispo se reviste con
los ornamentos sagrados de color morado, necesarios para la misa. En lugar de
casulla puede llevar capa pluvial, que deja cuando finalice la procesión.
Recibe la mitra sencilla y el báculo, y, con los ministros y, si es el caso,
con los concelebrantes revestidos para la misa, se dirige al lugar donde se
encuentra reunida la asamblea, mientras se canta un canto adecuado.
Finalizado el canto, el obispo deja la mitra y el
báculo, y saluda al pueblo. Después, tras una breve monición que hace él mismo,
el concelebrante o el diácono, el obispo, con las manos extendidas, dice la
oración colecta sobre el misterio de la Santa Cruz, o por la remisión de los
pecados, o por la Iglesia, especialmente la local, o pronuncia una de las
oraciones sobre el pueblo que hay en el Misal. Luego, el obispo, recibida la
mitra, si es oportuno, pone incienso en el incensario y el diácono
anuncia: «Vayamos en paz»; se ordena la procesión hacia la iglesia,
mientras se cantan las letanías de los santos. En el lugar correspondiente se
pueden intercalar las invocaciones al santo patrón, del fundador y de los
santos de la Iglesia local. Una vez que la procesión llega a la iglesia, todos
se colocan en los lugares que tienen asignados. El obispo, cuando llega al
altar, deja la mitra y el báculo, y venera e inciensa el altar. Después, se
dirige a la cátedra, donde deja la capa pluvial, si la llevaba en la procesión,
y recibe la casulla; y, omitidos los ritos iniciales y, si es oportuno,
el Señor, ten piedad, dice la oración colecta de la misa. Luego
continúa la misa como de costumbre (CO 261).
Finalizamos con una observación de
Ramón de la Campa, que señala que es importante recordar que debemos situar aquí —en
las estaciones cuaresmales romanas— el antecedente de nuestros desfiles
procesionales de Semana Santa, que se configuran también como estaciones
penitenciales[4].
1 comentario:
Curioso.
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