El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la Liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados. En casi todos los sacramentos se besa a las personas como signo de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresivamente reciben este símbolo de aprecio.
Según la costumbre
tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario se expresa con el beso[1].
Al comienzo de la Eucaristía
se usa el beso como signo de veneración
al altar. Es costumbre antiquísima en la Liturgia cristiana: al menos
desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se
tiene a la mesa del Señor, la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y
donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es como
un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la celebración.
Actualmente han quedado sólo dos besos al altar:
- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan
no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los concelebrantes.
- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los
concelebrantes.
También besa el Evangeliario
el que proclama la lectura del Evangelio, mientras dice en voz baja: Las palabras del Evangelio borren nuestros
pecados. El beso al Evangeliario se inserta dentro de una serie de acciones
simbólicas y ritos en torno al Evangelio: procesión al ambón, escucharlo
de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la
cruz, incensarlo, acompañarlo con dos luces mientras se proclama.
El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz.
La paz se puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de
manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una
comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El ósculo de paz, como se
llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de
amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de
Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de
acudir a la Mesa del Señor. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica,
por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del
Jueves Santo.
El beso a la Cruz es
también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que
damos a la cruz en el rito de su adoración. También besa la cruz el obispo, en
la recepción en su iglesia catedral o al comienzo de la visita pastoral en una
parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva cruz.
También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmente
llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la
Navidad, o el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que muchos
cristianos tenemos todavía la costumbre de dar. El rito de besapié y besamanos
forma parte importante de los ritos de hermandades y asociaciones.
Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se
vuelve litúrgico para expresar valores que contienen los diversos sacramentos.
Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una
bienvenida o una acogida oficial cuando una persona entra en un estado
diferente dentro de su camino de fe:
- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y
los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros
presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos
presentes;
– en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la
paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es
oportuno que le dé esa paz con algún gesto, que bien podría ser un beso;
– en la celebración del Matrimonio, como una especie de ratificación
del matrimonio, los mismos esposos se dan
la paz, según se juzgue oportuno. En muchos casos, este modo oportuno y
espontáneo suele ser el besarse.
La misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que
profesan sus votos perpetuos sean
abrazados y besados por los que ya los habían hecho con anterioridad.
Fuera de la Liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacerdotes
–costumbre hoy en desuso– y muchos lo seguimos haciendo con el anillo
episcopal. Es preciso aclarar que, en aquellos lugares en los que el beso
no se considere una forma de reverencia, se sustituirá este gesto por otro de
reverencia de la cultura propia.
1 comentario:
Buen artículo.
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