Dentro de los elementos que componen una iglesia vamos ahora a fijarnos en el ambón. Se dice que, en la misa, hay dos mesas; la de la Palabra y la de la Eucaristía. Si durante la Liturgia eucarística el centro celebrativo está en el altar, en la Liturgia de la Palabra el centro celebrativo está en el ambón.
A la izquierda del altar, en el llamado lado del Evangelio, en el
presbiterio se sitúa el ambón, lugar
destinado para la celebración de la Palabra que se puede adornar con un paño
del color del tiempo litúrgico que puede estar decorado llamado antipendio .
La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar
conveniente desde el que se proclame, y al que durante la Liturgia de la
Palabra, se dirija espontáneamente la atención de los fieles. Conviene que por
lo general este sitio sea un ambón estable, no un simple atril portátil. El
ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar colocado de tal manera que
los ministros ordenados y los lectores puedan ser vistos y escuchados
convenientemente por los fieles[1].
Desde el ambón se proclaman las
lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; pueden también hacerse
desde él la homilía y las intenciones de la oración universal[2]. Es conveniente
que el nuevo ambón se bendiga antes de destinarlo al uso litúrgico, según el
rito descrito en el Ritual Romano.
Desde el ambón no deben decirse avisos ni moniciones y
reservarlo fundamentalmente para la Palabra.
La sede es el lugar donde se
sienta el presbítero que preside la Eucaristía y suele colocarse al fondo del
presbiterio, mirando al pueblo.
La sede del sacerdote celebrante debe significar
su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración. Por lo
tanto, su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del
presbiterio, a no ser que la estructura del edificio u otra circunstancia lo
impidan, por ejemplo, si por la gran distancia se torna difícil la comunicación
entre el sacerdote y la asamblea congregada, o si el tabernáculo está situado
en la mitad, detrás del altar. Evítese, además, toda apariencia de trono.
Conviene que la sede se bendiga según el rito descrito en el Ritual Romano,
antes de ser destinada al uso litúrgico[3]. Podemos decir que la sede tiene, además del aspecto puramente funcional, un
sentido simbólico en su papel del presidente como representante de Cristo y
ministro eclesial de la comunidad reunida.
Asimismo, se deben disponer en el
presbiterio las sillas para los sacerdotes concelebrantes y también para los
presbíteros revestidos con vestidura coral, que estén presentes en la
celebración, aunque no concelebren (caso del maestro de ceremonias, por
ejemplo). Los acólitos deben situarse cerca para servir al altar pero sin
sentarse con los ministros ordenados, de manera que no produzcan confusión a
los fieles entre los diversos ministerios.
Póngase la silla del diácono cerca de la
sede del celebrante. Para los demás ministros, colóquense las sillas de tal
manera que claramente se distingan de las sillas del clero y que les permitan
cumplir con facilidad el ministerio que se les ha confiado.
Desde la sede —o en el ambón o en otro lugar adecuado—, el presidente, de
pie, pronuncia la homilía. También, desde la sede, introduce y pronuncia la
oración conclusiva de la Oración de los Fieles y saluda a los fieles. Permanece
en la sede mientras se prepara el altar y desde allí —o desde el altar—puede
pronunciar la oración después de la comunión y despedir al pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario