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16.11.22

EL BESO EN LA LITURGIA.

 El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la Liturgia, más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados. En casi todos los sacramentos se besa a las personas como sig­no de lo que quieren comunicar eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más expresiva­mente reciben este símbolo de aprecio.

Según la costumbre tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario se expresa con el beso[1]. Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima en la Liturgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que se tiene a la mesa del Señor, la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es co­mo un saludo simbólico, hecho de fe y de respeto, al comenzar la cele­bración. Actualmente han quedado sólo dos besos al altar:

- el del comienzo de la celebración, que es el más antiguo, y que realizan no sólo el presidente, sino también el diácono y todos los conce­lebrantes.

- y el de despedida, que da sólo el presidente y el diácono, y no los concelebrantes. 

También besa el Evangeliario el que proclama la lectura del Evangelio, mientras dice en voz baja: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados. El beso al Evangeliario se inserta dentro de una serie de acciones simbólicas y ritos en tor­no al Evangelio: procesión al ambón, escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio la señal de la cruz, incensarlo, acompañarlo con dos luces mientras se proclama.

El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz. La paz se puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso. El ósculo de paz, como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor. Un beso que ha quedado en la celebración litúrgica, por su particular significado, es el beso de los pies en el lavatorio del Jueves Santo.

El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que damos a la cruz en el rito de su adoración. También besa la cruz el obis­po, en la recepción en su iglesia catedral o al comienzo de la visita pastoral en una parroquia. Lo mismo en el rito de bendición de una nueva cruz.

También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero igualmen­te llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o el beso al crucifijo o a las imágenes sagradas, que mu­chos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar. El rito de besapié y besamanos forma parte importante de los ritos de hermandades y asociaciones.

Además de la Eucaristía, hay otras muchas celebraciones en que el beso se vuelve litúrgico para expresar valores que contienen los diversos sacramentos. Sobre todo son significativos aquellos besos que se presentan como una bienvenida o una acogida oficial cuando una persona entra en un estado diferente dentro de su camino de fe:

- así, en las ordenaciones, al nuevo diácono le besan el obispo y los diáconos presentes; al nuevo presbítero, el obispo y los presbíteros presentes; al nuevo obispo, el obispo consagrante y los demás obispos presentes;

– en la Confirmación, el Ritual dice que el obispo saluda y desea la paz al confirmado, pero invita a las Conferencias Episcopales que piensen si es oportuno que le dé esa paz con algún gesto, que bien podría ser un beso;

– en la celebración del Matrimonio, como una especie de ra­tificación del matrimonio, los mismos esposos se dan la paz, según se juz­gue oportuno. En muchos casos, este modo oportuno y espontáneo suele ser el besarse.

La misma idea de acogida y bienvenida tiene el que los religiosos que profesan sus votos perpetuos sean abrazados y besados por los que ya los ha­bían hecho con anterioridad.

Fuera de la Liturgia, hemos besado muchas veces la mano de los sacer­dotes –costumbre hoy en desuso– y muchos lo seguimos haciendo con el anillo episcopal. Es preciso aclarar que, en aquellos lugares en los que el beso no se considere una forma de reverencia, se sustituirá este gesto por otro de reverencia de la cultura propia.

 



[1]  OGMR 273

1 comentario:

Jesús Luengo Mena dijo...

Buen artículo.