Comenzamos una serie de artículos dedicados al culto que la Iglesia dedica a la Santísima Virgen, tanto litúrgico como de piedad popular.
Debemos comenzar diciendo que la devoción a la Virgen
María es un elemento distintivo del culto mismo de la Iglesia católica. En efecto, esta devoción, en sus varias
expresiones, pone de manifiesto con un nexo íntimo el designio salvador de
Dios: se rinde un culto singular a María porque en el designio de Dios Ella
ocupa un lugar también singular. Con estas palabras del Pablo VI en la
Introducción a la «Marialis Cultus» se pone claramente de manifiesto la
importancia del culto mariano en la Iglesia católica.
La perspectiva del culto a la Virgen debe tener una triple dimensión: trinitaria, cristológica y eclesial. El culto cristiano es, por su misma naturaleza, un culto dirigido al Padre, al Hijo y al Espíritu, o como se dice en la liturgia al Padre por Cristo en el Espíritu» lo cual hace referencia al carácter trinitario[1]. En la Virgen María todo está referido a Cristo y todo depende de Él (aspecto cristológico). El aspecto eclesial del culto mariano debe encuadrarse teniendo como telón de fondo la presencia de María en el Cenáculo cuando el Espíritu Santo desciende sobre la naciente Iglesia. La acción de la Iglesiaiva corr en el mundo es como una prolongación de la solicitud de María. La MC (Marialis Cultus) ha dejado claro el papel de la Virgen en la historia de la salvación y ha fijado la perspectecta de su culto. Es el documento clave para entender el culto hiperdúlico a la Virgen María.
No se puede negar que, para un espectador neutral que
se acercara al fenómeno religioso católico, a veces el culto a la Virgen se ha rodeado de algunos excesos
que parecen convertirla en una diosa. Baste recordar el entusiasmo que el
pueblo profesa a algunas imágenes marianas de la Madrugá sevillana o la ingente
multitud que abarrota el paso de la Virgen del Rocío el lunes de Pentecostés en
la aldea de Almonte. Tras la Reforma luterana, que negaba el papel de María en
la historia de la Salvación y eliminaba su culto, Trento reafirmó todo lo que
los luteranos negaban.
La fe que los cristianos profesamos es en Un Señor, una
fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por
medio de todos y está en todos (Ef 5, 5-6.)
Nosotros no creemos en un Dios Padre y una Diosa
Madre. La Virgen no es una diosa sino una
persona humana, escogida por Dios para ser Madre del Salvador, pero no es
persona divina, por lo tanto no se la adora. Se la tributa un culto llamado de hiperdulía, que es la veneración
llevada al extremo pero sin llegar a la latría. Es evidente que las muestras de amor y cariño
del pueblo hacia la Madre del Salvador son las causantes de ese fervor que a
veces puede parecer excesivo. Una adecuada catequesis ayudaría a poner las
cosas en su justo término.
A partir de ahí todos los calificativos que podamos
aplicarla se quedan cortos: santa entre las santas (santísima la llamamos sólo
a Ella), mujer limpia de toda mancha, concebida sin pecado original, sagrario,
protectora del género humano, mediadora universal y así todo un repertorio de
cualidades, que el amor no tiene límites. Y el título más importante: Madre de
toda la Humanidad.
También podemos decir que el culto a la Virgen es un
elemento esencial de la Iglesia católica.
También las iglesias orientales le rinden culto en sus iconos (no suelen tener
imágenes escultóricas) y la veneran sin ninguna advocación concreta sino como
Teothocos, o sea, la Madre de Dios.
Las iglesias protestantes no dan culto a María. En los
últimos tiempos la iglesia anglicana ha tenido un acercamiento a la figura de
María y en un documento conjunto firmado por la ARCIC en 2005 (Comisión
internacional anglicano-católico) titulado «María: gracia y esperanza en
Cristo» se aprecia un acercamiento significativo de los anglicanos a las
posturas católicas sobre el papel de la Virgen María, a la cual consideran como
«el ejemplo humano más completo de la vida de gracia» así como reconocen que la
práctica de pedir a María y a los santos que rueguen por nosotros no debe ser
objeto de división de la comunión.
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