Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro salvador ha nacido en el mundo. Del cielo ha descendido hoy para nosotros la paz verdadera. (Antífona de entrada de la misa de la noche)
La iglesia considera a la Navidad como la fiesta más importante después de Pascua de Resurrección y ambas solemnidades celebran octavas. Tiene su tiempo propio, que dura desde Navidad hasta la festividad del Bautismo de Jesús –que celebramos al domingo siguiente a la Epifanía–.
En la Iglesia,
la celebración más antigua después de la del Misterio Pascual es la memoria del
Nacimiento del Señor y sus primeras manifestaciones, que se realiza en el
tiempo de Navidad […] El tiempo de Navidad va desde las primeras vísperas de
Navidad hasta el domingo después de Epifanía, o después del 6 de enero,
inclusive[1].
En el
día de Navidad los sacerdotes pueden celebrar la Eucaristía tres veces, siempre
que sea en su hora propia –a medianoche, en la aurora y en el día,
circunstancia que se volverá a repetir solamente el día de los difuntos.
En torno al Nacimiento, fiesta fija que celebramos el 25 de diciembre, se nuclea un tiempo fuerte, el tiempo de Navidad. La Iglesia la celebra desde el año 336, por disposición del papa san Julio I, aunque en realidad no se sabe con exactitud la fecha del Nacimiento –en cualquier caso parece ser que fue unos años antes de los que normalmente consideramos por determinados indicios– y ni siquiera sabemos con seguridad si fue o no en invierno.
Los orígenes de esta celebración
parecen remontarse a tiempos muy lejanos, teniendo como lugar de inicio la
gruta donde nació Jesús. Sobre esa gruta santa Elena construyó la basílica de
la Natividad, allá por el año 326, colocando el altar encima mismo de la gruta.
Se ha venido afirmando que los cristianos de Roma habían fijado en el siglo IV
la fecha del 25 de diciembre para conmemorar la Natividad del Señor, eligiendo
la fecha de la fiesta civil romana del Sol invicto, fiesta muy popular entre
los romanos que evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas, divinidad que
tenía su templo romano en el Campo Marzo, fiesta pagana que el emperador
Adriano impuso al Imperio.
La
elección de esta fecha –solsticio de invierno– tiene un simbolismo. Al terminar
el otoño el sol ha alcanzado su punto más bajo en el horizonte y justamente al
comenzar el invierno comienza de nuevo a levantarse, simbolizando a Cristo, sol
naciente, que con su luz alumbra a la Humanidad a la que ha venido a
salvar. Con la venida de la nueva luz y
el nacimiento del sol –fiesta pagana– los creyentes celebramos a Cristo, luz
que no se apaga jamás y sol que ilumina a todos los hombres. Posteriormente se
introdujo y generalizó la costumbre romana de la misa de medianoche –la
tradicional misa del Gallo–, que comenzó celebrándose en la basílica romana de
Santa María la Mayor –basílica romana erigida como imitación de la de la
Natividad en Belén–.
El
color litúrgico es el blanco.
La
Navidad es una celebración entrañable, a la que contribuyó decisivamente la
figura de san Francisco de Asís cuando en el año 1223 hizo representar con
personajes la escena de Belén, origen de los actuales belenes y nacimientos,
tan arraigados en la religiosidad popular y que las familias en la intimidad de
su hogar, las parroquias, entidades y cofradías sevillanas montan con gran
cariño en época navideña. La cena
navideña en familia, la asistencia a la misa del Gallo y el beso a la imagen
del Niño Jesús son elementos muy queridos por el pueblo cristiano.
Hoy en
día, sin embargo, se está dando justo el fenómeno contrario de lo que fue el
origen de la Navidad. Si los primitivos cristianos tuvieron la valentía de
cristianizar una fiesta pagana, –inculturación en términos antropológicos– hoy
en día nuestra sociedad secularizada está paganizando una fiesta religiosa,
convirtiendo los días navideños en época de consumo desenfrenado y vacación
frívola, perdiendo el sentido de celebración religiosa.
1 comentario:
Muy acertado.
Publicar un comentario